FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Buenos Aires: “capital de un imperio imaginario”

Producciones especiales - Arquitectura y Urbanismo

LA ERA DEL IMPERIO (1873-1941/1918)

Buenos Aires: “capital de un imperio imaginario”

En torno a 1910 Buenos Aires no era la gran aldea de unas pocas décadas atrás y tampoco se asemejaba a las otras ciudades del país ni a las otras capitales de los países latinoamericanos. En principio por la cantidad de sus habitantes: los 188.000 porteños de 1869 se habían convertido en 1.575.000 en 1914. Con esa tasa de crecimiento demográfico (la tercera más alta del mundo luego de las de Hamburgo y Nueva York), rápidamente Buenos Aires se transformó en la octava urbe más poblada sobre el globo. La mayor parte de sus habitantes provenía de ultramar y había ingresado al país por el puerto de Buenos Aires, uno de los más activos del orbe en términos de intercambio comercial. Trabajadores europeos barrieron el multiculturalismo heredado de las castas coloniales que había caracterizado hasta entonces a la sociedad porteña. Indígenas, afrodescendientes, mestizos y mulatos perdieron terreno en las estadísticas, y en pocos años quedó conformada una nueva sociedad, hegemónicamente blanca, europea y con hábitos culturales cosmopolitas. nota


Crisol de razas





CRISOL DE RAZAS EN EL COMEDOR DEL HOTEL DE INMIGRANTES DEL PUERTO DE BUENOS AIRES

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Este dato demográfico tuvo su correlato en la ocupación del espacio, pero fue fundamental en esta transformación el cambio de status político. En 1880 el Congreso de la Nación convierte al municipio de Buenos Aires en Capital Federal. La provincia, tras ser derrotada militarmente, entrega la ciudad al gobierno y en 1883 se crea el nuevo gobierno municipal, que depende del Poder Ejecutivo. Finalmente, en 1888 se fijan los límites del nuevo distrito, incluyendo el municipio de Belgrano, el de Flores y una pequeña parte del de San Martín. Por lo tanto la primera fase de ampliación urbana hacia el hinterland  estuvo motorizada por el municipio porteño y financiada con los ingresos de las rentas federales y la emisión de títulos públicos. Buenos Aires, como capital, debía encarnar la imagen del progreso, y su primer intendente, Torcuato de Alvear (1883-1887), se preocupó por embellecer el reducido casco histórico y reafirmar un eje de desarrollo este-oeste con construcciones y obras públicas destinadas a representar simbólicamente el nuevo control asumido por el Estado. Debemos considerar en este rubro desde los edificios donde alojar a la creciente burocracia de funcionarios públicos hasta las escuelas, los hospitales y los teatros, sin descuidar la necesaria infraestructura de transporte y servicios: trazado de avenidas y calles pavimentadas, instalación de un sistema de cloacas y desagües, expansión de la luz eléctrica, apertura de cementerios, relocalización de mataderos y mercados.

La París de fines del siglo XIX fue el modelo de cualquier ciudad que se ufanara de moderna, y los cánones de la academia francesa eran el patrón para proyectar y construir. Torcuato de Alvear demolió o maquilló sin dudar la arquitectura hispánica que había sobrevivido hasta entonces, que de ninguna manera podía estar ligada al moderno y progresista Estado surgido en 1880. Se ha repetido hasta el cansancio que una de sus influencias más decisivas fue la del barón de Haussmann, que había transformado a la capital francesa. Sin embargo, siguiendo la tesis de Fernando Aliata, deberíamos ubicar las innovaciones de Alvear en la tradición de las reformas impulsadas por Bernardino Rivadavia entre 1821 y 1827, que en lo referente al ámbito urbano intentaron establecer regulaciones para organizar el espacio físico y su crecimiento. Alvear planeó una sistematización de la ciudad, colocando aquello que se consideraba “de utilidad” en el centro y enviando lo inarmónico a los márgenes, separados por un anillo de servicios en los suburbios. Este criterio no es contrario a un proceso de embellecimiento ciudadano, y como ha señalado el arquitecto e historiador Adrián Gorelik, en su afán modernizador y desde su posición en el Estado, el intendente Alvear enfrentó a su propia clase social (a cuyos integrantes les demolía las casas céntricas para abrir la Avenida de Mayo y la Diagonal Norte, por ejemplo) para defender el proyecto que había puesto en marcha, al que acusaban de irracional. Más importante aún, al destruir el entorno de la ciudad tradicional sus reformas plantearon una cuestión de identidad: la incompatibilidad de los viejos hitos criollos (la Recova y la Pirámide de Mayo original, por ejemplo) con el nuevo espacio público metropolitano. De todas maneras, la ciudad no fue proyectada únicamente por el intendente Alvear, y los resultados de la transformación que había logrado Haussmann en París estaban a la vista de todo aquel privilegiado que pudiera cruzar el Atlántico. Lo que es indudable es que la gestión inaugurada por él tuvo una larga continuidad, mucho más allá del término de su intendencia. Y esto por obra de la institucionalización de distintas formas de control, reglamentación y vigilancia de la vida urbana, así como por la creciente profesionalización del personal empleado en el municipio. Pero, como indica Claudia Schmidt, el espacio de gestión imaginado por Alvear encontró sus límites rápidamente. El ensanche proyectado en 1888 contrariaba las ideas del saliente intendente y habilitaba una zona mucho más vasta y mucho menos controlable que –ante el crecimiento poblacional– fue transformando el campo en ciudad.


Demolición de la Recova






DEMOLICIÓN DE LA RECOVA EN VIEJA DE PLAZA DE MAYO (MAYO DE 1883)

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SE APRECIA CLARAMENTE EL PASAJE EXISTENTE ENTRE LA CASA DE GOBIERNO Y LA CASA DE CORREOS Y TELÉGRAFOS, TODAVÍA SIN SU FACHADA UNIFICADA. DETRÁS DE AMBAS EL RÍO, Y A LA DERECHA EL EDIFICIO DE LA ADMINISTRACIÓN DE RENTAS NACIONALES


La eufórica expansión que se daba en el “centro” puso de inmediato en valor los terrenos circundantes, que estaban en manos privadas y que enseguida se hicieron eco del frenesí inmobiliario. Con una Buenos Aires que gradualmente empezaba a ofrecer la posibilidad de un empleo estable, no solo sus “barrios” de antiguo asentamiento se fueron poblando de extranjeros, también los “pedazos de pampa” comenzaron a ser loteados para recibir a todos aquellos que no podían pagar los altos precios que se pedían por adquirir o rentar una propiedad dentro de la ciudad consolidada.

El gobierno municipal dio comienzo a un proceso muy trabajoso de agrimensura y trazado de calles, generando la grilla urbana que hoy conocemos, cuyo plano oficial estuvo listo en 1904. Así, la disposición de los lotes no fue librada al azar ni a la voluntad de propietarios o rematadores, sino que siguió el esquema de manzanas, calles y plazas dispuesto por el municipio. A excepción de ciertos sectores, antiguos caminos convertidos en avenidas como Triunvirato, Rivadavia o San Martín, la disposición general de las nuevas calles y manzanas eran una continuación ampliada de la grilla del centro. De acuerdo con Adrián Gorelik, existió una preocupación del Estado por construir y controlar ese nuevo espacio público metropolitano, en consonancia con el proyecto de reforma política que la elite gobernante delineó en la década anterior al Centenario. Así, el mantenimiento de la cuadrícula urbana española no habría sido simplemente una herencia de los tiempos coloniales. La división de la ciudad en manzanas uniformes, al tiempo que favorecía la expansión inmobiliaria, impedía el surgimiento de “suburbios diferenciados” independientes del corazón urbano que era la Plaza de Mayo. Ayudaba, en teoría, a la integración de las clases populares en pequeñas comunidades y hacía posible la distribución equitativa de los servicios públicos (aguas corrientes, cloacas, electricidad, teléfonos, iluminación pública, calles pavimentadas, transportes). Junto con la educación pública, el servicio militar obligatorio, la liturgia patriótica o la reforma política (que daría lugar a la ley electoral de 1912 y al voto obligatorio masculino y secreto), esta cuestión “urbana” fue otro medio por el cual el Estado procuraba “crear” ciudadanos homogéneos que legitimaran el sistema político. En una ciudad donde la agitación popular –gremial y política– se hacía sentir con fuerza en los albores del siglo XX, estas ideas reformistas eran un intento por paliar las impugnaciones al sistema que iban desde la abstención de los radicales hasta la acción anarquista. Tengamos también presente que, en un momento en que se instalaban en la ciudad inmigrantes de tan diversos orígenes, evitar la fragmentación y la dispersión era tarea prioritaria: una ciudad sin guetos ni zonas aisladas era mucho más fácilmente controlable. nota

Si la ciudad vivía una época de transformaciones extraordinarias esto no era únicamente por obra y gracia de la masiva llegada de extranjeros o por las buenas prácticas de los funcionarios municipales de turno. Todo el período que se abre a partir de 1880 está marcado por la creciente necesidad del Estado nacional de unificar un territorio extenso y tender sus redes de infraestructura: redes ferroviarias, potabilización y redistribución de aguas corrientes, tendido de redes cloacales, electrificación. Por su ubicación estratégica, próxima al puerto y a los enclaves industriales, las cinco grandes cabeceras ferroviarias jugaron un rol estratégico en la modernización del país, al confluir en ellas una de las redes más vastas del continente. A medida que se extendía el tendido, el ferrocarril impulsó un vertiginoso crecimiento de barrios, pueblos y ciudades en torno a las estaciones intermedias de la red. Y también la construcción de diversas obras de infraestructura: la ciudad y el suburbio se poblaron de viviendas para el personal, talleres, silos, grúas, almacenes, puentes y viaductos. En 1913 tuvo lugar una revolución en materia de transportes si se quiere aún mayor que la que significó la electrificación de la red tranviaria: la construcción e inauguración de un primer tren subterráneo que corría por debajo de la Avenida de Mayo.


Construcción bajo la Avenida de Mayo








CONSTRUCCIÓN BAJO LA AVENIDA DE MAYO DE LA PRIMERA LINEA SUBTERRÁNEA (1912)

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El espectacular incremento del presupuesto que el Estado destinó a los edificios públicos desde la consolidación del orden conservador en la década de 1880 cumplió un papel muy importante en la formación de un nuevo espacio público urbano, tanto por su localización como por la escala de ese programa de construcción estatal. Edificios como la Bolsa de Comercio y el Palacio de Correos, en la desprestigiada zona del “bajo”; el Palacio de Aguas Corrientes o la Escuela Carlos Pellegrini, que afianzaron ese “borde” que constituía el bulevar Callao; el Palacio del Congreso en el remate de la Avenida de Mayo; o los Tribunales y el Teatro Colón, que aseguraron el crecimiento hacia el oeste, fomentaron la consolidación de nuevos sectores urbanos y la valorización de sus terrenos. En la misma perspectiva debemos considerar a los inmensos hospitales, cárceles y edificios administrativos necesarios por la constante expansión de las funciones del Estado. nota

El crecimiento –que parecía imparable– iba acompañado de desigualdad, movilidad y conflicto social. El ciclo económico ascendente, combinado con las necesidad de derroche y ostentación de la elite porteña, de control social por parte del Estado, sumado a los inminentes festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, reimpulsaron en la primera década del siglo XX las discusiones y planes para readecuar definitivamente la vieja ciudad y presentarla al mundo como una de sus más modernas metrópolis. Buenos Aires no debía ser otra cosa que el reflejo de la pujante república. Paradójicamente, como resultado de este proceso habría de convertirse en la “capital de un imperio imaginario”, en palabras del intelectual francés André Malraux. La vida urbana se traducía en movimiento permanente, en acción, esperanza y también desazón: la agitación de la city financiera, el esplendor de las tiendas y hoteles céntricos, la sociabilidad de café en el bulevar y en el club, el caos de carruajes y de tranvías eléctricos, las elegantes mansiones de la alta burguesía, el sinfín de comercios por los que pululaban inmigrantes recién llegados y sectores medios en ascenso, los periódicos escritos en diez lenguas, la cartelera teatral y cinematográfica, el desahogo sexual que tenía lugar en los prostíbulos del Paseo de Julio y de La Boca, la mala vida en los infames conventillos populares, las huelgas obreras y los atentados anarquistas… En Buenos Aires se vivía el vértigo de la vida moderna. fuente


Plaza y avenida de Mayo






PLAZA Y AVENIDA DE MAYO ILUMINADAS PARA LOS FESTEJOS DEL CENTENARIO (1910)

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Lucas Rentero y Ricardo Watson


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