FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Introducción

Producciones especiales - Arquitectura y Urbanismo

LA ERA DEL IMPERIO (1873-1941/1918)

Introducción


En todo el mundo occidental –y su esfera de influencia– a lo largo del siglo XIX se fundaron nuevas ciudades y se extendieron las ya existentes. Esta revolución urbana estuvo determinada por la expansión global de la economía capitalista. En la medida en que permitió a la burguesía destruir los poderes tradicionales, la Revolución Industrial modificó la fisonomía de las ciudades y las transformó en centros productivos y de intercambio comercial. El ritmo de la mutación urbana se aceleró con el crecimiento demográfico, la revolución de los transportes, la velocidad del tráfico, la especulación financiera y con los terrenos, la concentración de los mercados, la proliferación de oficinas burocráticas y la difusión de la idea de vida moderna en la ciudad. La experiencia de París se convirtió en un modelo civilizatorio, y disciplinas como la arquitectura y el urbanismo adquirieron un rol central en la proyección y materialización de lo que se veía como el mismísimo futuro.

Desde mediados del siglo XIX, y en coincidencia con el espíritu del liberalismo dominante, se habían generalizado las mezclas de estilos, eclecticismo que tuvo distintas expresiones en los distintos países. La arquitectura historicista surgida en Europa un siglo atrás había respondido al interés arqueológico por las obras clásicas y, sobre todo, a la posibilidad de sujetar su diseño a normas académicas. El movimiento romántico contribuyó a revalorizar la impronta de los pueblos bárbaros e indirectamente impulsó todos los historicismos: neogótico, neorrománico, neotudor, neorrenacentista, etc. Pero finalmente todas estas tendencias fueron reformuladas teóricamente por una institución clave, la École des Beaux Arts, de París, que a fines del siglo XIX estaba en su apogeo. Sus numerosas modalidades, tanto de historicismos puros como eclécticos, dieron forma al paisaje urbano de todas las ciudades en expansión, sin distinguir continentes: Budapest, Tokio, Buenos Aires, Alejandría. Las disensiones, aunque no toleradas, existieron y desafiaron las convenciones establecidas: las experiencias de Viena y Chicago, por ejemplo, anticipan el movimiento moderno del siglo XX.

Para todos los casos, no obstante, se aplica una reflexión de Eric Hobsbawm: “la arquitectura de la era del imperio no expresaba ninguna clase de ‘verdad’ sino únicamente la confianza y autoconfianza de la sociedad que construía los edificios; y en este sentido, de la inmensa e incuestionable fe de la burguesía en su destino…”. La brutal concentración de funciones dentro de las ciudades capitales, sumado al dominio completo del área productiva rural y los territorios coloniales, encontró por momentos sus límites. Las terribles epidemias sufridas por las incipientes metrópolis se repetían periódicamente hacia principios del siglo XIX. La cuestión higienista comenzaba a tomar fuerza en paralelo a una organización y planificación del espacio urbano. La ciudad debía ser controlada por el poder y las intervenciones barrocas se transformaron en los referentes principales. Pero al diseño edilicio y urbano se sumaron, durante la segunda mitad del siglo XIX, toda una serie de innovaciones tecnológicas que hacían posibles nuevas formas y soluciones al problema urbano. Desde el macadam al adoquín, del hierro al acero, de las bombas de agua hasta la electricidad, del caballo al tranway, el cambio se producía incrementando la velocidad de los tiempos y tráficos, las posibilidades espaciales y, paralelamente, modificando completamente la cultura urbana.

Los ejemplos elegidos para esta sección presentan particularidades dentro de una experiencia compartida. París como centro y modelo, Viena como el caso extremo europeo, Chicago como laboratorio del futuro y Buenos Aires como la posibilidad de réplica sobre un nuevo territorio. Cuatro metrópolis de la era del imperio, dos del Viejo Mundo y dos del Nuevo.


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