FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

I. La crisis en el ámbito capitalista

Crisis y reorganización del capitalismo central

El fin de la edad dorada fue producto de dos giros claves: el agotamiento del círculo virtuoso entre inversiones, productividad y consumo, y el declive de la hegemonía de los Estados Unidos. Los beneficios del capital cayeron, en gran medida, por el desgaste de los principios tayloristas en que se basó el incremento de la productividad y por las huelgas masivas de 1968 y 1969, que desembocaron en una explosión salarial. La protesta obrera se produjo en el marco del pleno empleo y la significativa reducción de las reservas de mano de obra aportadas por las migraciones interiores, y fue protagonizada por una nueva generación de trabajadores con expectativas diferentes de las de sus padres, que habían sufrido los tiempos de oscuridad de los años de entreguerras.

La crisis de rentabilidad se combinó con la crisis de legitimación. Las políticas e ideas centrales para el despegue y mantenimiento de la expansión mundial durante las décadas de 1950 y 1960 ya no reflejaban las nuevas tramas sociales, y eran ineficaces para remontar la crisis. En un primer momento, los gobiernos siguieron recurriendo a las medidas keynesianas pensadas a la luz de una crisis derivada de una débil demanda, como la de 1930; pero, en los años setenta, el principal obstáculo provenía del descenso de la tasa de ganancia. La demanda sostenida por los gastos gubernamentales y la explosión salarial dio paso a una inflación galopante sin reactivación de la inversión. El neoliberalismo se impuso a fines de la década de 1970, cuando el keynesianismo ya no pudo responder al nuevo fenómeno de la estanflación.

La primacía de los Estados Unidos en el escenario mundial se erosionó en un doble sentido: como principal potencia industrial y como poder militar, debido a la creciente ingobernabilidad del Tercer Mundo. Algunos analistas vienen anunciando desde los años ochenta el fin de la hegemonía estadounidense; otros, en cambio, se muestran cautelosos respecto de los alcances de la crisis y prefieren destacar el papel protagónico de Washington en el afianzamiento del capitalismo global.

El declive de los Estados Unidos remite, en parte, a la exitosa expansión de nuevas fuerzas –la recuperación de las economías de Japón y Europa occidental; la reactivación de las finanzas internacionales– que desafían al patrón oro-dólar adoptado en Bretton Woods. En virtud de la exitosa recuperación de los vencidos en la guerra, Alemania y Japón, en los años dorados se pasó de la complementariedad entre las economías centrales hacia una competencia cada vez más dura que afectó la solidez del dólar. La guerra en Vietnam, financiada con la emisión de dólares, acentuó el debilitamiento del patrón oro-dólar, que fue cuestionado por el capital financiero internacional producto de la expansión de las multinacionales estadounidenses en la edad dorada. El creciente volumen del capital líquido, al margen de los controles estatales, comenzó a incidir sobre los tipos de cambio entre las distintas monedas, y el dólar sobrevaluado fue el primero en sufrir la presión de “los mercados”, que apostaron a su devaluación.

En 1971 el presidente Nixon decretó la inconvertibilidad del dólar, y en 1973 se puso fin a Bretton Woods, pasando del cambio fijo al flotante. El gobierno estadounidense acompañó la devaluación del dólar con la aprobación de medidas proteccionistas. Los mismos sectores industriales que se habían beneficiado con el libre cambio cuando su producción era altamente competitiva, reclamaban ahora protección.

 

 Nixon

 

 

 

 

RICHARD NIXON (1913-1994) ACOMPAÑADO POR ELVIS PRESTLEY )

 

 

 

 


EJERCIÓ LA PRESIDENCIA DE 1969 A 1974. EN 1971 NIXON RESTABLECIÓ LAS RELACIONES CON CHINA, EN UNA TÁCTICA QUE SE DENOMINÓ “DIPLOMACIA TRIANGULAR”.

SE HA DEMOSTRADO LA COLABORACIÓN DE NIXON Y KISSINGER CON EL GOLPE DE HUGO BANZER EN BOLIVIA, EN EL AÑO 1971, QUE DERROCÓ AL PRESIDENTE JUAN JOSÉ TORRES. ESTE PARTIÓ AL EXILIO, Y FUE SECUESTRADO Y ASESINADO EL 2 DE JUNIO DE 1976, EN LA ARGENTINA, EN EL CONTEXTO DEL PLAN CÓNDOR.

NIXON QUEDÓ IVOLUCRADO EN EL ASUNTO WATERGATE, CONSISTENTE EN ACCIONES DE ESPIONAJE SOBRE LAS ACTIVIDADES DEL PARTIDO DEMÓCRATA. DEBIÓ RENUNCIAR Y EL GOBIERNO QUEDÓ EN MANOS DEL VICEPRESIDENTE GERALD FORD

 

 Desde la perspectiva de Washington, la devaluación y las restricciones a las importaciones, al mismo tiempo que daban un respiro a los industriales, permitían adoptar una política monetaria laxa para atender a sus crecientes gastos, especialmente la costosa guerra en Vietnam. Ante el desafío del dólar barato, europeos y japoneses aceptaron la disminución de las tasas de beneficio para no perder posiciones en los mercados. Pero quedaba pendiente el problema fundamental: cómo aumentar la productividad y contar con actividades que atrajeran las inversiones.

Visto desde la economía capitalista en su conjunto, el colapso del régimen de tipos de cambio fijos, al aumentar los riesgos de las inversiones productivas, impulsó el avance del capital financiero. Por otra parte, las fluctuaciones en los tipos de cambio propiciaron las ganancias especulativas. Ya sea para protegerse frente a las incertidumbres o para explorar nuevos espacios y formas de inversión, las multinacionales tendieron a incrementar el volumen de liquidez y favorecieron la expansión de mercados monetarios extraterritoriales, como Bahamas, Singapur y otros, donde la libertad de acción era mucho mayor.

Frente a la devaluación del dólar y el impacto de la guerra árabe-israelí de 1973, los países productores de petróleo integrantes de la OPEP cuadruplicaron el precio del crudo en pocos meses. El shock del petróleo, en las postrimerías de la explosión salarial, agravó el malestar económico. Entre 1974 y 1975 la mayoría de los países industriales padecieron una aguda crisis que se caracterizó por tasas de inflación tres o cuatro veces mayores que la tasa media de la edad dorada, el retroceso de la producción, el desempleo creciente y un alto déficit en la balanza por cuenta corriente. Por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra, cayó la producción industrial y se disparó el desempleo.

Los petrodólares acumulados por los países de la OPEP comenzaron a afluir hacia los mercados financieros internacionales, donde los bajos intereses permitieron una ampliación sin precedentes del volumen internacional del crédito. Estos capitales ayudaron a superar la recesión en los principales centros industriales y alentaron el endeudamiento de los países en vías de desarrollo y los que integraban el bloque soviético. Antes de este fenómeno todos los países, con la única excepción de los Estados Unidos, debían ganar el dinero que decidían gastar en el exterior. Ahora podían pedirlo prestado.

Mientras los gobiernos impulsaban el consumo y lidiaban con la inflación, las empresas encaraban reestructuraciones para alejarse de las “rigideces del fordismo”. Se exploraron dos vías que admitían diferentes combinaciones entre sí. Por un lado se avanzó hacia nuevos tipos de relaciones laborales, entre ellas el trabajo temporal o de tiempo parcial, que liberaba a las empresas de las cargas y restricciones impuestas por los pactos corporativos en los años dorados. Por otro lado se exploraron nuevas formas de uso de la fuerza laboral para incrementar la productividad, eliminando las rutinas y la fragmentación asociadas a la cadena de montaje. Se buscó recuperar la capacidad creativa del obrero abandonando los principios tayloristas para propiciar la recomposición de las tareas y la recalificación de los trabajadores. Frente a las rigideces del fordismo, se alentaban las posibilidades de la flexibilización. fuente

 

foto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El núcleo clave de la crisis residía en los decrecientes aumentos de productividad, dado que, si los capitalistas no ganaban lo que pretendían, eludían la inversión productiva. La gestión keynesiana había sido eficaz para sostener la demanda, pero era impotente para revertir el descenso de la tasa de ganancia. Este desafío despejó el camino para la “contrarrevolución monetarista” de Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña.

 

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THATCHER EN CAMPAÑA, 1979 )

 

 

 

 

 

 

FOTO DE PETER MARLOW

 

En 1979 el precio del petróleo en dólares se triplicó; los países de la OPEP intentaban contrarrestar así la reducción de sus ingresos causada por la caída del dólar y los elevados gastos en importaciones. Frente a esta nueva sacudida, el presidente demócrata Jimmy Carter dio el primer paso hacia el monetarismo cuando nombró a Paul Volcker, ligado a la comunidad financiera internacional, al frente de la Reserva Federal.

 

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JIMMY CARTER (1924-)

 

 

 

 


 PRESIDENTE DESDE 1977 HASTA 1981. EN JULIO DE 1979 DEFINÍA EN UN CÉLEBRE DISCURSO LO QUE LLAMÓ “LA CRISIS DE CONFIANZA”, QUE EXPRESABA LA PERCEPCIÓN DE MUCHOS NORTEAMERICANOS: “LA MAYORÍA DE LOS CIUDADANOS NO CREE QUE LOS PRÓXIMOS CINCO AÑOS SERÁN MEJORES QUE LOS CINCO ANTERIORES. DOS TERCIOS DE NUESTRA POBLACIÓN NI SIQUIERA VOTA. LA PRODUCTIVIDAD DEL TRABAJO DE LOS OBREROS HA BAJADO. AUMENTA LA FALTA DE RESPETO HACIA EL PODER ESTATAL. LA RUPTURA ENTRE LOS CIUDADANOS DE LOS ESTADOS UNIDOS Y EL GOBIERNO NUNCA FUE TAN GRANDE COMO AHORA. […] EL QUEBRANTAMIENTO DE NUESTRA CONFIANZA EN EL FUTURO ENTRAÑA LA AMENAZA DE DESTRUIR EL PROPIO SISTEMA SOCIAL Y POLÍTICO DE NORTEAMÉRICA”.

 

Su principal objetivo fue frenar la inflación: lo consiguió y además la mantuvo por debajo del 4% durante veinte años. Pero para lograrlo aumentó los tipos de interés y dio paso a la recesión: gran parte de las industrias quebraron, creció el desempleo y el ingreso medio familiar disminuyó. Inicialmente el control de la inflación ganó adhesiones entre los trabajadores y los sectores de clase media, que no imaginaron el alto precio que habrían de pagar por haberse liberado de la pesadilla inflacionaria.

Cuando el republicano Reagan sucedió a Carter, combinó el recorte de los gastos estatales propuesto por el monetarismo –aunque solo en el plano de la seguridad social– con la reducción de los gravámenes a las empresas. fuente

Su objetivo era atraer las inversiones sin dejar por ello de aumentar los gastos militares para “frenar la expansión del comunismo”; en consecuencia, permitió un fabuloso crecimiento del déficit presupuestario sin preocuparse por el desencanto de los monetaristas ortodoxos.

El nuevo rumbo seguido por los Estados Unidos obligó a los demás países a abandonar la gestión socialdemócrata de la crisis, debido a la escasez y el alto costo del crédito. Ante la atracción que ejercían los bonos estadounidenses, seguros y con altos intereses, los otros países decidieron brindar condiciones de colocación tan atractivas como las que Washington ofrecía al capital internacional. De lo contrario los capitales emigraban, como ocurrió en Francia en 1980 bajo la presidencia del socialista François Miterrand. Los socialistas franceses abandonaron el programa con el que habían ganado las elecciones, basado en la expansión del gasto público, y aprobaron una política de ajuste de esos gastos.

  

Miterrand

 

 

 

 

 

FRANÇOIS MITERRAND (1916-1996) )

 






PRESIDENTE ENTRE 1981 Y 1995. FUE REELEGIDO EN 1988.

 

Cada vez más, el neoliberalismo ofreció los argumentos y las prácticas que serían adoptadas por los gobiernos para promover el crecimiento económico. Las leyes del mercado premiarían a las empresas eficientes y barrerían a aquellas que subsistían gracias a la protección de los gobiernos. La recesión era el precio a pagar para alcanzar una economía futura eficiente. En la década de 1980 el neoliberalismo tomó el timón, y aunque su objetivo explícito era “menos Estado y más sociedad tuvo que implementar una contundente intervención estatal para concretarlo, ya fuera rebajando los impuestos a los más ricos y recortando los gastos sociales como privatizando las empresas y servicios públicos y generando condiciones favorables para la explotación de los trabajadores. Todo esto se resumió en la exaltación de las bondades de la flexibilización, una aspiración que iría de la mano con la liberación de los poderes del capital financiero. Este último pasó a ser el agente capaz de crear nuevas actividades para la inversión de capitales, relocalizar las plantas fabriles y sustraer al Estado la provisión de bienes básicos –agua, educación, salud– para que fuesen comprados en el mercado.

Aunque las medidas propiciadas por el programa neoliberal –disciplina antiinflacionaria, liberalización y expansión de los mercados– eran económicas, el neoliberalismo era esencialmente una estrategia política destinada a modificar las relaciones de fuerza entre las clases. Las reformas logradas por las clases subalternas durante la década de 1960 mediante presiones democráticas se presentaban ahora como obstáculos para el crecimiento. Según el discurso dominante, antes de repartir era imprescindible incrementar la productividad sin negociar las condiciones de trabajo.

Estos principios coincidían con el neoliberalismo de Friedrich Hayek y Milton Friedman. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los liberales se refugiaron en la Mont Pèlerin Society para combatir lo que Hayek identificaba como “la ruta hacia la servidumbre” impuesta desde el Estado. La red Mont Pèlerin sobrevivió marginada de la vida pública durante casi tres décadas en los departamentos de Economía de las universidades de elite de Occidente, como la de Chicago, y en Gran Bretaña la London School of Economics, pero resurgió durante la crisis del keynesianismo a principios de la década de 1970 y sus representantes pasaron a ser los asesores de los gobiernos conservadores de los años ochenta.

El gobierno de Reagan no se ató a los preceptos de la ortodoxia monetarista, entre otras razones por sus objetivos de política exterior. La derrota en Vietnam y la revolución iraní habían erosionado la posición de los Estados Unidos en el mundo, y el equipo gobernante estadounidense, decidido a restablecer su predominio internacional, se embarcó en la “guerra de las galaxias” y disparó el déficit presupuestario.

Esto fue posible porque el giro de la Reserva Federal, que acabó con la inflación y favoreció a la comunidad financiera, fue acompañado por el fortalecimiento del dólar. La suba de los intereses provocó una reorientación masiva de los flujos de capital globales hacia los Estados Unidos y el dólar. La superpotencia norteamericana, que había sido la principal fuente de liquidez mundial e inversión directa extranjera durante las décadas de 1950 y 1960, se convirtió en el país más endeudado del mundo y en el principal succionador de liquidez a partir de la década de 1980.

Si la superpotencia pudo convertirse en el mayor deudor mientras el dólar continuaba operando como moneda de intercambio mundial fue porque, en los hechos, la crisis de Bretton Woods dio origen a un Bretton Woods informal. En un principio los países de la OPEP, encabezados por Arabia Saudí, se abocaron a apuntalar un orden internacional centrado en el dólar: sus inflados ingresos eran depositados en Londres para ser reciclados por los principales bancos comerciales en forma de créditos. Pero fue Japón quien asumió el papel central en las operaciones de apoyo al dólar: Tokio se convirtió en el principal acreedor extranjero del gobierno estadounidense e indispensable sostén de su déficit por cuenta corriente, ya fuera directamente, gracias a sus grandes compras de títulos de deuda pública estadounidense, o indirectamente, mediante la buena disposición del país a contabilizar la mayoría de sus títulos sobre el exterior en dólares y no en yenes. A principios del siglo XX había actuado en forma similar con la libra.

Desde los años noventa China se había unido a Japón como pilar de este Bretton Woods informal. En este nuevo régimen, el gobierno estadounidense es el único que expande la demanda sin preocuparse por el valor de su moneda, debido a que el dólar queda respaldado por aquellos países, sobre todo los de Asia oriental, que encontraron en el mercado estadounidense un motor clave para preservar su dinamismo productivo. Dado el estancamiento de los mercados domésticos de masas y la imposibilidad de reactivarlos en el marco del neoliberalismo mediante el gasto público, el crecimiento en la mayor parte del mundo capitalista avanzado pasó a depender cada vez más del aumento de las exportaciones. En este escenario, el colosal aumento de la deuda de los Estados Unidos, combinado con el alza del dólar, posibilitó que el gigantesco mercado de consumo estadounidense se erigiese en principal motor de la economía mundial.

El giro de la Reserva Federal para frenar la inflación reforzó al capital financiero, pero fue catastrófico para grandes segmentos del sector industrial estadounidense. La fuerte reacción del Congreso y de muchos sectores empresariales indujo a Reagan a presionar a los gobiernos aliados y, en septiembre de 1985, las principales potencias se comprometieron a adoptar medidas conjuntas destinadas a reducir el tipo de cambio del dólar. El Acuerdo del Plaza inauguró un decenio de devaluación más o menos continuada del dólar frente al yen y el marco alemán. Al mismo tiempo, Washington denunció las prácticas comerciales “desleales” de otros países y puso en marcha una nueva legislación destinada a bloquear el mercado estadounidense a los competidores extranjeros, sobre todo a los de Asia oriental. La devaluación y el proteccionismo, acompañados por la caída de los salarios reales, abrieron paso a la recuperación competitiva de la industria estadounidense, que se plasmaría en casi todos los indicadores económicos durante los años noventa. Sin embargo, esta recuperación fue efímera y desembocó en una burbuja financiera a fines de esa década.

 

Burbujas y finanzas en el capitalismo global

En la primera mitad de la década de los noventa, durante el gobierno de Clinton, se produjo un destacado repunte de la economía estadounidense al calor del auge de las inversiones en informática.

 

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BILL CLINTON (1946-)





 


 

EJERCIÓ LA PRESIDENCIA DURANTE DOS MANDATOS, DESDE 1993 AL 2001.

 

Hasta principios del siglo XXI, cuando estalló la burbuja de internet, se creyó que, por fin, se había encontrado el nuevo motor del capitalismo: las empresas punto.com desempeñarían en el capitalismo global y posindustrial, el papel que habían tenido las fábricas automotrices en el capitalismo industrial.

La rentabilidad de estas nuevas empresas dio paso al boom de la bolsa, que cobró vida propia a partir del alza del dólar y la relajación de los controles que enmarcaban los movimientos del capital financiero. El alza del dólar fue impuesta por los aliados de Estados Unidos en 1995, cuando el sector industrial japonés amenazaba quedar atascado debido al elevado tipo de cambio del yen. Estados Unidos se vio obligado a devolver el favor que Japón y Alemania le habían hecho diez años a través del Acuerdo del Plaza, y permitió una subida del dólar.

Alan Greenspan –al frente de la Reserva Federal– fue consciente del impacto recesivo sobre la economía de los intentos de Clinton de equilibrar el presupuesto y del nuevo despegue del dólar, por lo que trató de contrarrestarlos con el efecto riqueza de las cotizaciones bursátiles, facilitando el crédito a las empresas y las familias para estimular la inversión y el consumo. La Reserva Federal sustituyó así el aumento del déficit público, tan indispensable para el crecimiento económico estadounidense durante la década de los ochenta, por un aumento del déficit privado durante la segunda mitad de la de los noventa, optando por una especie de “keynesianismo bursátil”.

 

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Con la subida meteórica de las cotizaciones de sus acciones, las empresas –especialmente las de tecnología de la información– encontraron un acceso más fácil que nunca a la financiación, bien endeudándose con la garantía aparente de su capitalización de mercado o mediante la emisión de acciones. En consecuencia, el endeudamiento de las empresas no financieras aumentó espectacularmente, alcanzando niveles récord a finales de la década.

A partir de julio de 2000 una serie de informes con resultados poco satisfactorios sobre la actividad de las empresas –que mostraban altas inversiones en el mercado bursátil– precipitó una brusca caída, invirtiendo el efecto riqueza y poniendo de manifiesto el enorme exceso de capacidad productiva y de endeudamiento empresarial que eran resultado de la fiebre inversora alentada por la burbuja.

Las industrias de alta tecnología habían sido las principales beneficiarias de la generosidad financiera generada por el alza del mercado de valores, convirtiéndose en principales receptoras de la sobreinversión y más tarde en principales víctimas del exceso de capacidad productiva y de la caída de los beneficios. Tras haber comprado muchas más instalaciones, equipo y software del que podían poner en movimiento rentablemente, se veían obligadas a reducir sus precios o a dejar sin utilizar gran parte de su capacidad para contrarrestar la caída de la tasa de beneficio.

Al final de la década, cuando la burbuja bursátil dejaba atrás su momento de apogeo, el inicio de la burbuja inmobiliaria ofreció al sector financiero otro campo de acción con múltiples oportunidades para obtener cuantiosos beneficios. El carácter depredatorio de los movimientos especulativos generó llamados de atención por parte de acaudalados representantes del mundo de las finanzas. fuente

La globalización económica en marcha es un fenómeno complejo en que se combinan múltiples determinaciones. La revolución informática, de las comunicaciones y del conocimiento –que posibilitó profundas transformaciones en el mundo del trabajo y dio paso a la transnacionalización de la producción–, se articuló con el predominio del neoliberalismo. Este favoreció tanto la consolidación de un sistema financiero muy globalizado y autonomizado de la producción, como el pasaje del Estado de bienestar hacia el Estado-mercado. Todo esto en el marco de sociedades con vastos sectores excluidos de la posibilidad de tener una vida digna, en las que, al mismo tiempo, los ricos son cada vez más ricos y en las que se distingue un fuerte sesgo hacia el hiperindividualismo consumista.

El neoliberalismo no es solo una receta económica según la cual las finanzas, la producción y las redes de comercio deben encontrarse más y más integradas globalmente. Es básicamente una ideología, una forma de ver el mundo que canaliza los intereses, objetivos y valores de una gama de fuerzas sociales, al mismo tiempo que arrasa con las de otros actores sociales. La primacía del neoliberalismo para remover los obstáculos a la acumulación del capital no es una derivación lineal de la globalización económica, remite a las nuevas tramas de relaciones políticas, sociales y culturales que se gestaron en los años dorados y se potenciaron en el marco de la doble crisis: la del capitalismo redistributivo y la del socialismo. En este contexto, el neoliberalismo recogió quejas e insatisfacciones variadas respecto del ordenamiento de los años dorados, expresando los intereses de quienes apostaban por un capitalismo que satisficiera el consumo de las clases que podían moverse libremente en el mercado. La mano invisible del mercado se presentó como inexorable y positiva, y su actuación cada vez menos controlada dio paso a la apropiación de los bienes públicos por parte del capital más concentrado, junto con el desmontaje del Estado de bienestar. También propició la reorganización del trabajo en un sentido que generaba el desempleo pero también traía la recalificación ascendente y un mayor grado de autonomía para muchos asalariados, especialmente los que contaban con altos niveles de educación y una actitud creativa con respecto a las nuevas tecnologías en los campos de la informática y la biotecnología.

En la doble tarea de acabar con el ordenamiento gestado en la posguerra y permitir la emergencia de lo nuevo, el capital financiero tuvo un papel clave, simultáneamente creativo y destructivo en términos de la lógica del capitalismo. La financiarización de la economía resulta de un modo de lograr la acumulación de capital manteniendo un alto volumen de capital líquido y por eso factible de ser ubicado en un amplia gama de actividades –la inversión productiva, el consumo, los créditos a los gobiernos, la especulación– teniendo como principio rector el de obtener ganancia sin que esta quede atada ni a la suerte de la producción real ni a los objetivos de las políticas gubernamentales. La inversión productiva se subordina a esta lógica porque los propios empresarios optan por mantener parte de su capital como capital líquido. Desde la década de 1970, el capital financiero ha intensificado las presiones en pos del cierre de negocios no rentables, junto con la explosión de fusiones. Estas intervenciones han provocado la pérdida de puestos de trabajo y la ruina de comunidades enteras; pero al mismo tiempo, vía los créditos, el sistema financiero sostuvo el consumo y evitó una crisis estructural. También la conversión –de los bienes no vendidos y de la capacidad productiva no utilizada– en otro tipo de inversiones que posibiliten la acumulación de capital, depende decisivamente del papel mediador de las instituciones financieras. Tomo las palabras del geógrafo David Harvey para ilustrar esta idea:

el capital excedente en camisas y zapatos no se puede convertir directamente en un aeropuerto o en un instituto de investigación. Pero las instituciones estatales y financieras tienen la capacidad de generar crédito, proporcional al capital excedente dedicado a la producción de camisas y zapatos, y de ofrecerlo a los agentes que desean invertirlo en aeropuertos, institutos de investigación o cualesquiera otras formas de inversión estructural relacionadas con la producción de nuevo espacio.

 En el mundo real del capitalismo, la función constructiva de las finanzas está entrelazada con burbujas y quiebras especulativas en los mercados inmobiliarios, bursátiles y en la deuda pública. Por costosos que resulten para muchos capitalistas y por dañinos que sean para los trabajadores, los movimientos del capital financiero son fundamentales para la reproducción ampliada del capital.

Cuando el sistema de Bretton Woods se vino abajo, el creciente poder del capital financiero ocupó su lugar en la construcción de un nuevo régimen global, pero esto no significó que los Estados quedaran excluidos. Si bien la política ha cedido espacio al mercado y a los grandes agentes económicos globales, existe en la actualidad una estrecha vinculación entre los recursos del Estado y los sectores que ostentan el poder en el mercado mundial. La creación de mercados verdaderamente a salvo de la intromisión gubernamental supone altísimos niveles de intervención gubernamental. El balance que subraya la debilidad del Estado soslaya la dependencia del capital respecto de muchos Estados y margina el papel protagónico de Estados Unidos en la construcción del capitalismo global neoliberal.

 

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