V. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto
La guerra y la “solución final”
El antisemitismo feroz de Hitler fue abiertamente reconocido en los inicios de su actividad política, y el afán de los nazis de “limpiar” Alemania de judíos alentó sus acciones violentas contra esta comunidad desde los orígenes de esta fuerza política. Sin embargo, la instrumentación de un plan para exterminar a los judíos europeos con todo lo que esto significa –construcción de una infraestructura, las fábricas de la muerte; organización de un sistema de transporte, un altísimo número de personas a cargo de diferentes tareas, la adopción de un método que posibilitara asesinatos en masa– fue resultado de un proceso que resulta muy difícil de explicar. Si bien al terminar la Segunda Guerra Mundial el Holocausto fue percibido como una tragedia, llevó tiempo tomar conciencia de su profundo y estremecedor alcance y significación, en el sentido de que “la producción en serie y racional” de la muerte de seres humanos se había engendrado en el seno de la civilización occidental y utilizando los recursos provistos por la ciencia y la tecnología del mundo moderno. ¿Cómo ofrecer interpretaciones racionales a una experiencia límite atravesada por horrores inimaginables? ¿Quiénes y cómo hicieron posible la concreción del Holocausto?
El nazismo, según Hannah Arendt, no solo fue un crimen contra la humanidad sino contra la condición humana. Hitler nunca dejó lugar a dudas sobre el odio que sentía por los judíos y acerca de la responsabilidad que les asignaba en la derrota alemana de 1918. Pero estas obsesiones ideológicas del Führer no son suficientes para explicar el genocidio judío. La materialización de los fines expansionistas y raciales nazis fue resultado de un proceso en el que se articularon, tanto el papel de líder carismático de Hitler avalando, muchas veces en forma encubierta, la política antijudía que se fue concretando en su gobierno, como las acciones y fines de otros actores quienes con mayor o menor grado de compromiso acordaban con esa política, y todo esto en relación con una combinación de factores –tales como las consideraciones económicas y los avatares de la guerra– que generaron condiciones propicias para el Holocausto.
En el debate historiográfico sobre el genocidio judío, el espinoso problema de las responsabilidades se entrelaza con los interrogantes en torno a cómo y cuándo el afán de “purificar” a la población europea se encarnó en los campos de exterminio. Las investigaciones sobre estas cuestiones descartan una línea de continuidad entre la concreción de esta experiencia límite y la ideología ferozmente antisemita de Hitler y los nazis. El Holocausto es entendido como resultado de un proceso de radicalización de la política antijudía, con diferentes hitos, y el análisis de este proceso se inscribe en un interrogante mayor: cuál era la naturaleza del Estado nazi. O sea, en qué forma y con qué criterios se tomaban e instrumentaban las decisiones, el rol de las diferentes agencias estatales junto con el papel de los principales organismos nazis, especialmente las SS, y básicamente el modo en que la presencia del “líder carismático” generaba las condiciones propicias para el Holocausto sin que fuera preciso que el Führer diera órdenes precisas en cada ocasión.
Con la llegada de Hitler al gobierno, las principales acciones de carácter antisemita fueron impulsadas por las presiones de los activistas del partido, del bloque SS-Gestapo, de las rivalidades personales e institucionales y de los intereses económicos deseosos de eliminar la competencia judía. La política nazi se manifestó de dos formas paralelas: por una parte medidas de corte legal destinadas a excluir a los judíos de la sociedad, privarlos de sus derechos civiles y llevarlos a la ruina económica; y simultáneamente campañas discriminatorias y acciones violentas dirigidas a forzarlos a emigrar de Alemania.
Antes de que estallara la guerra hubo tres principales oleadas antijudías: la de 1933, instigada básicamente por la SA; la de 1935, que desembocó en la sanción de las leyes de Nuremberg, y la tercera, mucho más violenta, en 1938. Poco después de que asumiera Hitler, los sectores más radicalizados de la base del partido organizaron una intensiva campaña de propaganda y un boicot económico contra negocios y empresas judíos. El 1 de abril de 1933, los comercios judíos fueron rodeados por piquetes de miembros de la SA para impedir la entrada de clientes. El ministro de Economía, Hjalmar Schat, se opuso alertando sobre la posible reacción negativa de los gobiernos occidentales. A estas acciones siguió un período de relativa calma.
Dos años después, nuevamente las demandas de las bases más radicalizadas del nazismo condujeron, con el beneplácito de Hitler, a la sanción de normas decididamente discriminatorias de los judíos alemanes. A mediados de septiembre de 1935, en el mitin anual del Partido Nacionalsocialista, el Führer anunció la sanción de la Ley para la Protección de la Sangre Alemana y la Ley de la Ciudadanía del Reich. La primera prohibió las relaciones sexuales entre no judíos y judíos, ya sea vía el matrimonio o las extramatrimoniales. Esa disposición se amplió también a los matrimonios entre alemanes y gitanos o negros. Las infracciones se castigaban con prisión. Esta norma incluyó dos prohibiciones adicionales: los judíos no podían izar la bandera nacional, y tampoco podían contratar a no judíos como personal doméstico. La segunda ley despojó a los judíos de su ciudadanía alemana y les prohibió ejercer un cargo público. El primer decreto para la ejecución de esta ley determinó, en noviembre de 1935, quién debía considerarse judío.
Estas leyes no provocaron la emigración de los judíos. Dada su larga historia de sufrir la discriminación a través de la violencia, supusieron que las nuevas normas establecían límites claros. En palabras de un dirigente sionista de la comunidad de Berlín: “La vida siempre es posible bajo el imperio de las leyes”.
La elaboración y aplicación de esta legislación fue posible porque juristas, jueces, fiscales del ministerio público, abogados, funcionarios de la administración de justicia se prestaron para conferirles legalidad. Su sanción fue acompañada por una gran campaña de prensa oficial, que aplaudió la decisión del Führer de separar arios de judíos en el seno de la comunidad alemana. Todo el mundo supo de la entrada en vigor de esta legislación sin que hubiera críticas ni condenas: fue tratada como una cuestión de política doméstica de Alemania.
La tercera oleada comenzó en la primavera de 1938, con las acciones destinadas a excluir a los judíos de la vida económica. Esta “arianización” cerró negocios y obligó a los judíos a vender por precios miserables sus propiedades. Todo esto acompañado por acciones violentas contra negocios, personas y sinagogas. Con el traspaso obligado de los bienes judíos, los principales beneficiarios fueron grandes empresas como Mannesmann, Krupp, Thyssen, IG-Farben, y bancos importantes como el Deutsche Bank y el Dresdner Bank. Médicos y abogados también fueron beneficiados con la expulsión de judíos del ejercicio de dichas profesiones.
En la noche del 9 al 10 de noviembre, la llamada “Noche de los Cristales Rotos”, se alcanzó el punto más alto de esta campaña cuando se lanzó un violento programa alentado abiertamente por Goebbels pero con el respaldo de Hitler, que optó por posicionarse en un segundo plano. La acción fue puesta en marcha como respuesta al atentado llevado a cabo por un judío polaco que costaría la vida a un funcionario de la embajada alemana en París. Los judíos, según Goebbels, “deben sentir de una vez por todas la total furia del pueblo”. Los jefes nazis enviaron instrucciones a sus hombres en todo el país: los ataques tenían que aparecer como reacciones populares y espontáneas. En pocas horas estallaron graves disturbios en numerosas ciudades. Las vidrieras de los negocios judíos fueron destrozadas y los locales saqueados, se incendiaron centenares de sinagogas y hogares, y muchos judíos fueron atacados físicamente. Al finalizar la ola de violencia, la comunidad judía fue obligada por decreto a pagar una “multa de expiación” de mil millones de marcos y se la hizo responsable del pago de los daños causados en sus propiedades. Después de esta oleada, muchos judíos emigraron en condiciones cargadas de miedos y riesgos.
Este fue el último acto de violencia abierta y, en cierto sentido, descontrolada; a partir de este momento se asignó a las SS, los antisemitas más “racionalmente” organizados, la coordinación e instrumentación de la política antijudía.
Al mismo tiempo que las ideas antisemitas se encarnaban en actos criminales, las SS (con el apoyo de profesionales y sectores de la burocracia estatal) descargaban su fuerza asesina, en forma más o menos encubierta y quebrando las normas jurídicas del Estado, sobre otros “enemigos y subhumanos”: la izquierda, los gitanos y los disminuidos físicos y mentales.
El primer campo de concentración comenzó a funcionar poco después de que Hitler llegara al gobierno. Fue creado en Dachau, un pequeño pueblo alemán cerca de Munich, en marzo de 1933, para albergar a los presos políticos, la mayoría de ellos comunistas y socialdemócratas, que así quedaban sometidos al trato brutal de las Unidades Calavera de las SS, al margen de toda garantía legal. Al poco tiempo llegaron otros grupos, entre ellos los gitanos, que al igual que los judíos eran considerados de raza inferior; los ampliamente despreciados homosexuales; los Testigos de Jehová, que se negaban a servir en el ejército. A medida que aumentaba la persecución sistemática de los judíos, crecía el número de los confinados en Dachau. Al calor del pogrom de 1938, miles de judíos alemanes fueron recluidos en el campo. Durante el verano de 1939, después del Anschluss llegaron varios miles de austríacos; este fue el primer caso de traslado de personas provenientes de los países que serían ocupados por los alemanes en el transcurso de la guerra. El comandante de Dachau, Theodor Eicke, posteriormente fue designado inspector general de todos los campos de concentración.
MUSEO DE DACHAU
EN PRIMER PLANO LA ESTRUCTURA DE ALAMBRES RETORCIDOS DEBAJO DE LA CUAL SE COLOCÓ LA FRASE “NUNCA JAMÁS” EN VARIOS IDIOMAS
Para 1939, además del campo de Dachau existían otros cinco campos de concentración: Sachsenhausen (1936), Buchenwald (1937), Flossenbürg (1938), Mauthausen (1938) y Ravensbrueck (1939). A partir de la guerra, con nuevas conquistas territoriales y grupos más grandes de prisioneros, el sistema de campos de concentración se expandió rápidamente hacia el este.
Hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, aunque el trato discriminatorio de los judíos de Alemania incluyó la violencia, la política del Tercer Reich propició básicamente la expulsión más que su eliminación. Durante un tiempo se evaluó la posibilidad de trasladarlos a la isla de Madagascar, la colonia francesa frente a la costa de África. Después de La Noche de los Cristales Rotos, en enero de 1939, Göring creó una oficina central para la emigración judía que incrementó el poder de las SS sobre cómo resolver el “problema judío”. Dicho organismo quedó bajo la supervisión de Heydrich, el jefe del Servicio de Seguridad de las SS. La idea de matar como “solución final al problema judío” fue tomando cuerpo a partir de la ocupación de Polonia y más decididamente en el marco de la campaña contra el régimen soviético.
Respecto de la política antijudía del nazismo, la guerra planteó en parte nuevos problemas –creció el número de judíos en los territorios bajo el dominio alemán– y en parte generó condiciones propicias para que las obsesiones del nazismo se encaminaran hacia los campos de exterminio: ya no era necesario tener en cuenta las reacciones de otros gobiernos.
La orgía de atrocidades que siguió a la invasión de Polonia eclipsó la violencia desplegada en Alemania hasta ese momento. Al entrar en las ciudades y poblaciones, los nazis dieron rienda suelta a un sinfín de vejaciones y humillaciones contra todos sus habitantes; no solo los judíos cayeron ante la furia devastadora de los invasores. Los asesinatos de los Einsatzgruppen comenzaron con la aniquilación de la intelligentsia polaca. Según Heydrich: “La solución del problema polaco –tal como se ha dicho ya varias veces– será diferente para la clase de los jefes y para la clase inferior de los trabajadores polacos. En los territorios ocupados queda, como máximo, un tres por ciento de la clase de los jefes. Pero este tres por ciento debe hacerse también inofensivo; para ello serán llevados a campos de concentración. Los Einsatzgruppen debe elaborar listas, incluyendo los jefes, y listas de la clase media: profesores, curas, nobles, legionarios, oficiales liberados, etc. Estos deben ser igualmente detenidos”.
Polonia debía desaparecer como nación para que sus territorios, en principio los del oeste, fuesen germanizados; la población polaca, o estaba destinada a servir como mano de obra esclavizada, o a ser desplazada hacia el este en condiciones infrahumanas. La germanización de Polonia y la consiguiente expulsión forzosa dieron paso a la creación de los guetos.
Después de la rápida victoria del ejército alemán, la conducción de las SS decidió crear los primeros guetos judíos del siglo XX. Heydrich comunicó el 21 setiembre de 1939 a los jefes de los Einsatzgruppen que era preciso concentrar a los judíos en guetos, con la finalidad de asegurar un mejor control y su posterior deportación. Esta acción fue presentada como requisito previo para alcanzar “el objetivo final”, que aún no había sido definido. La creación de los guetos resultó ser más difícil de lo que se había supuesto: desplazar a los judíos de un lugar a otro, contar con un área específica dentro de la ciudad receptora, transferir a los residentes no judíos fuera de la localización del gueto. Frente a la gran cantidad de problemas, los plazos propuestos por Heydrich no se cumplieron. El gueto más grande de Polonia se instaló en la capital, que junto con Lodz alojó a casi un tercio de los judíos polacos. Otros guetos importantes fueron los de Cracovia, Lublin, Bialystok, Lvov, Kovno, Czestochowa, Minsk. La mayoría de los guetos, ubicados principalmente en la Europa oriental ocupada por los nazis, estaban cerrados con muros, rejas de alambre de púas o portones.
Gran parte de las víctimas fueron destinadas a grupos de trabajo forzado en empresas alemanas, y a la construcción de obra pública del gobierno nazi.
Los guetos fueron emplazados en las zonas más pobres de las ciudades. Los alojamientos eran ruinosos, a menudo sin agua corriente ni electricidad. El número de gente apiñada en el gueto dio lugar a asombrosos niveles de densidad de población.
LOS NIÑOS DE LODZ
La escasez de comida fue dramática. Las raciones estaban fijadas deliberadamente en un nivel imposible para la supervivencia. Según el testimonio de un prisionero del gueto de Bialobrzegi, “la única manera de conseguir comida era salir del área judía, e intentar llegar a las granjas, pero si te atrapaban los alemanes, te disparaban. Teníamos mucho frío porque no podíamos conseguir madera para encender el fuego y calentar la casa, así que intentábamos salir a escondidas de noche para romper vallas de madera, pero si eras sorprendido haciendo esto, los alemanes te disparaban. Los alemanes sabían que los judíos estaban arreglándoselas para hacer escapadas a los pueblos vecinos, así que ofrecían recompensas de dos libras de azúcar a cualquier polaco que pudiese señalar a un judío que se hubiese escabullido. Esto significa que no solo teníamos que tener cuidado con que nos viesen los alemanes, sino también los polacos, especialmente los jóvenes”.
La instalación de los guetos fue acompañada de instrucciones de los jefes nazis respecto de la creación de Consejos Judíos (Judenräte). Era conveniente lograr que figuras con peso y autoridad de la comunidad colaborasen en el control de la población de los guetos y en la instrumentación de las órdenes de los alemanes.
Los Consejos tuvieron a su cargo una importante serie de cuestiones, desde contabilizar a la población judía, organizar la entrega de las propiedades y bienes judíos confiscados, pasando por asegurar el suministro de mano de obra judía, hasta gestionar la vida en los guetos: el aprovisionamiento de comida, de alojamiento, el control de la salud y el nombramiento de una fuerza policial propia del gueto. Los Consejos no tenían una estructura uniforme; en algunos casos eran responsables por una sola ciudad, mientras que en otros tenía autoridad sobre un distrito o, a veces, sobre un país entero, como en Alemania, Francia, o el Protectorado de Bohemia y Moravia.
Cuando
se puso en marcha el exterminio, los Consejos fue obligado a preparar listas de
aquellos que serían transportados a los campos de exterminio. La decisión de
colaborar en esta tarea estuvo basada, en muchos casos, en la esperanza de que
aún era posible salvarse de la muerte. El vicepresidente del gueto de Kovno en
Lituania, Leib Garfunkel, dejó testimonio de los dilemas que los atenazaban:
“El Consejo se enfrentaba a problemas de conciencia y responsabilidad al mismo tiempo… Había dos alternativas… Cumplir, anunciando las órdenes de la Gestapo a los habitantes del gueto, y dar las instrucciones apropiadas a la policía del gueto; o abiertamente sabotear la orden haciendo caso omiso de ella. El Consejo llegó a la conclusión de que siguiendo la primera alternativa, parte, o quizás la mayoría, del gueto podría aún salvarse, al menos por un tiempo. De haberse elegido la otra alternativa se habrían tomado severas medidas de persecución contra todo el gueto, y posiblemente habrían resultado en su inmediata eliminación”.
En general, los dirigentes judíos se incorporaron a los Judenräte, pero en algunos casos se negaron a participar en las deportaciones; por ejemplo Adam Czerniakow, presidente del Consejo de Varsovia, que en julio de 1942 puso fin a su vida para eludir la preparación de las listas de candidatos a la expulsión.
Durante los tres años de su existencia, el gueto de la capital de Polonia pasó de 400.000 a 50.000 habitantes como consecuencia de las deportaciones a campos de exterminio y las muertes por hambre y enfermedades.
Con el establecimiento de los guetos se cumplieron algunas metas importantes para los nazis: el hacinamiento de los judíos, bajo una estricta supervisión, el robo de sus pertenencias y los beneficios que se podían obtener de su trabajo. Los guetos aislaron a los judíos del mundo exterior y los volvieron vulnerables e impotentes en los momentos más decisivos.
Con los guetos y los campos de trabajo forzado en Polonia, la idea asesina presente en el antisemitismo nazi tomó forma en un proyecto concreto que se afianzó con la Operación Barbarroja. Con el triunfo militar que Hitler daba por seguro, los nazis concretarían sus ansiadas metas: destruir el régimen bolchevique, conquistar el “espacio vital” para el acabado despliegue de la raza alemana y enviar a Siberia a los judíos en condiciones que garantizarían su aniquilamiento. La obtención de estos fines inspiró la famosa “orden de los comisarios” del 6 de junio de 1941, que definió las reglas a seguir respecto del ejército soviético: “fusilamiento sistemático y rápido” de todos los comisarios políticos del Ejército Rojo que “fuesen hechos prisioneros en el frente o llevando a cabo misiones de resistencia”. La separación aún existente en la guerra de Polonia entre las SS y la Wehrmacht habría de convertirse en una ficción.
En la URSS, los altos mandos del ejército se mostraron muchos más dispuestos que en Polonia a operar mancomunadamente con las unidades especiales de las SS. El enfrentamiento ideológico los llevó a dejar de lado las reglas que los ejércitos profesionales están obligados a respetar en el campo de batalla. La Wehrmacht se implicó decididamente en la campaña asesina de las SS.
Entre los primeros que sintieron el desprecio del régimen nacionalsocialista estuvieron los prisioneros de guerra. De los cinco millones de militares detenidos, hasta el fin de la guerra murieron tres, la mayoría de ellos por debilidad y epidemias. Con la Operación Barbarroja las SS tuvieron un nuevo terreno en el que desplegar su maquinaria de terror, al mismo tiempo que ampliaban su dominio.
La capacidad asesina de los Einsatzgruppen se ejerció sobre el conjunto de la población civil de las zonas que iban siendo ocupadas. A diferencia del proceso de encerrar a los judíos en los guetos y campos de concentración, los Einsatzgruppen, a menudo aprovechando el apoyo local, llevaron a cabo operaciones de asesinato masivo En un principio los fusilamientos recayeron solo sobre los hombres; para agosto de 1941 las matanzas incluían en forma creciente a mujeres y niños. Los Einsatzgruppen acabaron con la vida de más dos millones de judíos rusos.
Las masacres tenían lugar generalmente en bosques, hondonadas y edificios vacíos en las cercanías de las casas de las víctimas. A cierta distancia de las fosas comunes preparadas con anticipación se ordenaba a las víctimas desvestirse y entregar sus objetos de valor. Luego eran conducids en grupos a los pozos y fusiladas. Muchos heridos fueron enterrados vivos.
Los fusilamientos masivos eran una forma de asesinar que tenía muchos inconvenientes: era poco secreta y afectaba la imagen de los nazis, generaba tensiones entre altos jefes del ejército preocupados por la ausencia de disciplina y las manchas que podían recaer sobre los militares, y además no era factible que este método aniquilase a los judíos, gitanos y comunistas de Europa antes de que la guerra acabara, cosa que no tardaría en ocurrir según las confiadas previsiones de Hitler. A esto se sumaron los problemas de asentamiento, alimentación y control de nuevos judíos: los deportados, a partir de setiembre de 1941, de los países de Europa occidental por orden de Hitler. El impulso hacia la radicalización combinó las medidas burocráticas que emanaban del cuartel General de Seguridad del Reich con iniciativas tomadas en el terreno por individuos y agencias a cargo de una tarea cada vez menos manejable.
En este contexto quienes estaban a cargo de los campos de concentración exploraron otras formas de ejecución. El primer experimento de asesinato en masa con gas fue llevado a cabo en Auschwitz en setiembre de 1941. Las víctimas, prisioneros de guerra soviéticos, fueron llevadas a un recinto cerrado herméticamente al que se inyectó el gas Zyklon B. En Chelmno, los asesinatos masivos comenzaron el 8 de diciembre de 1941. La mayoría de las víctimas provenían del gueto de Lodz y aquí fueron asesinadas en camiones de gas. Una vez cerradas las puertas, el camión se dirigía a un bosque cercano en el que estaba situada una enorme fosa. Al fin del corto trayecto nadie quedaba con vida. Por medio de tres camiones de ese tipo fueron asesinados en Chelmno casi 300.000 judíos y 5000 gitanos.
Para la mayor parte de los historiadores estas iniciativas todavía eran aisladas, aún no estaba en marcha el plan de aniquilación de los judíos. No se ha encontrado un documento que indique quién y cuándo decidió la puesta en marcha de un plan de exterminio. Numerosos investigadores coinciden en que esa orden jamás fue emitida por escrito, pero que Hitler fue uno de los responsables de esta operación en virtud de su decidida intervención en la preparación del clima propicio y a través de sus conversaciones con los altos jefes nazis que pusieron en marcha el plan. La poca calidad de las fuentes, que reflejan en buena medida el secreto respecto de las operaciones de matanza, y la deliberada oscuridad en el lenguaje han dado lugar a conclusiones muy distintas sobre el momento preciso en que se decidió la “solución final”. No obstante, existe un marcado consenso sobre la existencia de un proceso de radicalización de la política antisemita a partir de la campaña a la URSS, que se profundizó en virtud del estancamiento militar en Rusia y de la entrada en el conflicto de Estados Unidos, a los que Hitler declaró la guerra en diciembre de 1941 y que acabó de tomar consistencia en la conferencia de Wannsee.
El 20 de enero de 1942 en el suburbio berlinés de Wannsee se realizó una reunión convocada por Heydrich y organizada por Eichmann en la que participaron dieciséis altos funcionarios y representantes de organismos centrales del Tercer Reich. Durante la misma se coordinaron los planes de exterminio, entre la Oficina Central de Seguridad del Reich dirigida por Heydrich, y los ministerios y agencias que debían participar en la concreción de la “solución final”. Fue el comienzo de la última etapa: la incorporación de toda la Europa ocupada por los alemanes en un amplio programa de aniquilación sistemática de los judíos. En el verano del 42 los campos de exterminio funcionaban a pleno.
Para fines de ese año, la mayor parte de los millones de víctimas ya habían sido asesinadas. A diferencia de los campos de concentración como Dachau y de los campos de trabajo forzados, donde las altas tasas de mortalidad eran consecuencia de la inanición y de los maltratos, los campos de exterminio fueron diseñados específicamente para la eliminación de personas.
Seis de los siete campos de exterminio alemanes se construyeron en el actual territorio de Polonia. Auschwitz y Chelmno se encontraban en la zona occidental anexada por Alemania, y los otros cuatro: Belzec, Sobibor, Majdanek y Treblinka en la zona del Gobierno General.
Los judíos eran obligados a concentrarse en las cercanías de una estación de tren y de allí subían a vagones de carga carentes de ventilación, instalaciones sanitarias y agua. Los furgones se cerraban herméticamente y la travesía podía demorar varios días. El terrible hacinamiento causó la muerte de muchos. Cuando el prisionero arribaba al campamento, debía entregar su ropa y efectos personales, sus cabellos eran rapados y recibía como vestimenta un uniforme a rayas de prisionero y un par de zuecos de madera. Al frente del campo estaba el Lagerkommandant y bajo su mando un equipo de oficiales de bajo rango. Las SS generalmente seleccionaban prisioneros, llamados kapos, para supervisar al resto. Las durísimas condiciones de trabajo, unidas a la desnutrición y la poca higiene, hacían que la tasa de mortalidad entre los prisioneros fuera muy grande.
La expectativa de vida era por lo común muy reducida. Muchos presos caían en un agudo estado de decadencia física y mental; el Muselmann –en la jerga del campo– personificaba la muerte en todos sus repliegues: el debilitamiento físico por inanición, el deterioro psíquico y el abandono de sí mismo: el prisionero era un muerto en vida.
Sin Hitler el Holocausto no hubiera sido posible, pero tampoco sin la activa colaboración de la Wehrmacht, sin la efectiva complicidad de la burocracia de la administración pública, de los líderes de industrias alemanas que fabricaron los equipos de la muerte e instalaron fábricas en los campos de concentración; sin la “eficiente” decisión de las SS de aniquilar a “enemigos” y “razas inferiores”. La intención de Hitler fue un factor fundamental, pero más importante fue la naturaleza carismática del gobierno del Tercer Reich y el modo en que funcionaba manteniendo el impulso de creciente radicalización en torno a objetivos “heroicos” que iban corroyendo y fragmentando la estructura del Estado de derecho. Esta experiencia límite dejó instalada la angustia y el desafío respecto de cómo evitar su no imposible repetición.
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