VI. El 68
El obrerismo italiano
En Italia, los primeros en moverse fueron los estudiantes que ocuparon las principales universidades del país: Trento, Milán, Turín y Roma. Empezaron cuestionando el autoritarismo universitario y terminaron haciendo la crítica del capitalismo, el Estado, la patria, la religión, la familia. Guardaban un desprecio especial para los partidos de izquierda a los que acusaban de haberse convertido en engranajes fundamentales del régimen.
En el marco de la reforma de los planes de educación superior italianos, conocida como Plan Gui, en alusión al ministro demócrata-cristiano Luigi Gui, que pretendía adaptar la universidad a los requerimientos de la expansión económica de posguerra, se sucedieron importantes movilizaciones estudiantiles. Las ocupaciones de las casas de estudio se iniciaron en enero de 1966.
OCUPACIÓN DE FACULTADES EN ITALIA
En noviembre de 1967 estudiantes de la Universidad de Trento, entre ellos Renato Curcio -futuro fundador de la organización guerrillera Brigatte Rosse presentan el Manifiesto por una Universidad Negativa. Con él se inauguró un proyecto de educación crítica nacido al calor de la contestación del movimiento estudiantil que da lugar a una crítica radical del modelo oficial de la Universidad cuyo interés, según sus detractores, reside en convertir a los estudiantes en la mano de obra cualificada que sustente el sistema, actuando al mismo tiempo como transmisor del pensamiento dominante que se presenta como científico y objetivo. Los estudiantes denunciaron el academicismo que justificaba la exclusión de las aulas de las expresiones políticas críticas, Reclamaron una Universidad Negativa capaz de generar un pensamiento teórico, crítico y dialéctico para esto pusieron en práctica contra-lecciones y contra-cursos mediante los cuales reivindicaban colectivamente aquella literatura política, filosófica y económica excluida de las aulas: textos de Marx, de Mao, del Tribunal Russell, del filósofo Herbert Marcuse, de Malcom X, del sociólogo estadounidense Wright Mills.
A finales del 1968, y sobre todo en 1969, cuando se intensificaron las protestas obreras, el sistema entró en crisis. La gran ruptura social que en otras partes se consumó en unos cuantos meses, en Italia -y en esto radica su singularidad- se extendió durante unos diez años.
En esta época, Italia vivía el final del capitalismo agrario y el milagro económico derivado del acelerado proceso de industrialización. Eran los años de la Guerra Fría y en los que país padecía la ingerencia de Estados Unidos para evitar una mayor gravitación del fuerte Partido Comunista Italiano (PCI) y esto a través del apoyo a organizaciones neofascistas dedicadas a actuar contra las fuerzas de izquierda con el apoyo del Estado italiano. A pesar de su percepción como una fuerza amenazante, el comunismo italiano aceptaba las reglas del juego que implicaban su permanente alejamiento del poder central, a cambio de (reducidas) cuotas de poder local.
En el caso italiano, la oleada de huelgas se combinó con el debate en el campo de la izquierda sobre las condiciones y las acciones que harían posible la creación de un poder obrero capaz de quebrar la hegemonía del capital a través de la real apropiación de la forma de producir más que desde la toma del gobierno por parte del partido revolucionario.
Hasta ese momento, la figura pujante en las luchas sociales era el obrero profesional, es decir aquel trabajador que todavía ejercía cierto control sobre el proceso productivo, era poseedor de un importante acervo de conocimientos técnicos, y creía posible administrar la empresa mejor que el patrón. Pero en el presente, una serie de factores: el éxodo del campo, el despegue industrial, el aumento del sector terciario y la difusión del consumo masivo, modificaron profundamente la estructura social del país. Aunque siempre habían existido estratos de obreros no calificados, las industrias del norte empezaron a requerir cantidades crecientes de mano de obra barata para impulsar el desarrollo de los sectores automotriz y petroquímico. La producción se fragmentó y, con la difusión de la cadena de montaje, surgió una nueva generación de jóvenes emigrantes procedentes del sur, que no tenían la cultura política ni los valores de la Resistencia contra el fascismo. Vivían una situación particularmente difícil, pues la sociedad local los discriminaba y el sindicalismo desconfiaba de ellos. Pronto, sin embargo, serían protagonistas de importantes movimientos de protesta.
La corriente marxista que en Italia se conoce como obrerismo nació a principio de los años sesenta alrededor de las revistas Quaderni Rossi y Classe Operaia. Entre sus integrantes destacaban: Raniero Panzieri, Mario Tronti, Sergio Bologna, Alberto Asor Rosa, Gianfranco Faina, y Antonio Negri.
La reflexión de Quaderni Rossi, cuyo primer número salió en 1961, se centró en la explicación de esta trama de relaciones. La revista se publicaba en Turín, ciudad de la FIAT y centro neurálgico de las nuevas formas de organización del trabajo.
Su director, Raniero Panzieri, era un ex dirigente del Partido Socialista de tendencia luxemburguiana que mantenía relaciones con la izquierda internacional no stalinista. Años antes, en unas polémicas Tesis sobre el control obrero, había defendido la idea de una democracia obrera desde abajo, y sostenido que el partido, de instrumento de clase, se vuelve un fin en sí mismo, en un instrumento para la elección de diputados y un elemento de conservación.
Panzieri quería emancipar el marxismo del control de los partidos políticos, y asumir un punto de vista obrero intentando una lectura de Marx a partir de la lucha de clases. Le confirió un rol clave al entrelazamiento de técnica y poder, y llegó a la conclusión de que la incorporación de la ciencia en el proceso productivo era un momento clave del despotismo capitalista y de la organización del Estado.
Pronto los obreristas sostuvieron que el fenómeno de la migración interna tendía a volver obsoletos los antiguos desequilibrios entre norte y sur. Y esto, no porque el capitalismo italiano los hubiera resuelto sino, al contrario, porque la “cuestión meridional” se estaba ahora extendiendo a todo el país, y en particular a las fábricas del norte, donde se venía acumulando la rabia de este nuevo proletariado.
En 1962 explotó el caso FIAT. Al vencerse los contratos de trabajo del sector automotriz, la corporación se encontró en el centro de un grave conflicto laboral que desembocó en los violentos enfrentamientos de Piazza Statuto en julio de ese año. Acusados de firmar contratos–burla, los sindicatos oficiales se encontraron desplazados por decenas de miles de obreros en huelga que protagonizaron una verdadera revuelta urbana. La policía no pudo desalojar Piazza Statuto hasta tres días después de su ocupación. Otra vez los protagonistas eran, en gran parte, jóvenes y meridionales.
La discusión en Quaderni Rossi fue muy intensa y en 1963 sobrevino una primera ruptura. Si bien había acuerdo en valorar los potenciales revolucionarios de la nueva situación, también existían serias discrepancias sobre los pasos a dar. Mientras Panzieri era muy cauteloso, Mario Tronti y otros militantes querían actuar. En 1964, fundaron Classe Operaia, periódico político de los obreros en lucha. Además de la investigación teórica, el grupo se proponía consolidar la red de relaciones y contactos madurados en los años anteriores
Mientras en otras partes, los neomarxistas se enfrascaban en interminables diatribas sobre las teorías de la crisis y el derrumbe del capitalismo por causa de sus propias contradicciones, Tronti afirmaba la centralidad política de la clase obrera, destacaba el factor sujetivo y proponía un análisis dinámico de las relaciones de clase. La fábrica ya no era el lugar de la dominación capitalista sino el corazón del antagonismo.
Su planteamiento volteaba la tradición reformista: la lucha por el salario era considerada una lucha inmediatamente revolucionaria si lograba doblegar el poder del capital. La crisis no era entendida como el producto de las contradicciones intrínsecas del capital sino como consecuencia de la capacidad obrera de arrebatar ingresos al capital.
Contra la interpretación de que la extensión del sector terciario significaba un debilitamiento de la clase obrera, Tronti sostenía que, con la generalización del trabajo asalariado, un número cada vez mayor de personas se estaba proletarizando lo cual ampliaba el antagonismo en lugar de reducirlo. La principal función de Classe Operaia fue impulsar la articulación de diversos grupos locales que trabajaban sobre el tema de las fábricas en varias partes del país. El grupo, se disolvió a finales de 1966.
En 1969 hubo una multiplicación de grupos y grupitos radicales que se proponían reproducir en Italia la estrategia bolchevique es decir, crear un partido duro y puro con el objetivo de tomar el poder. Los obreristas fundaron Potere Operaio (PO) y Lotta Continua (LC),). El ciclo de luchas obreras arrancado a principio de los sesenta comenzó una fase descendiente. Una de sus últimas acciones fue la ocupación de la FIAT Mirafiori en Turín que, en marzo de 1973, cerró en Italia la época de los grandes enfrentamientos entre obreros y capitalistas. Como legado permanecería, durante largo tiempo, el Estatuto de los Trabajadores, un paquete normativo pro-laboral.
En lo que quedaba de la década, los conflictos sociales no mermaron, pero su centro de gravedad ya no estaba en las fábricas. Mientras las principales formaciones extraparlamentarias entraban en crisis Potere Operaio se disolvió en 1973, Lotta Continua en 1976, nacía una constelación de pequeñas y nuevos movimientos sociales. Ocupaban viviendas, formaban centros sociales, fundaban revistas, ponían en marcha proyectos de comunicación alternativa, creaban asociaciones feministas y ecologistas
A medida que los conflictos sociales ganaron terreno en la década de los sesenta, el Estado se volvió más agresivo. El desenlace fue la “estrategia de la tensión”; es decir, la serie de atentados y asesinatos cometidos por los servicios secretos italianos entre 1969 y 1980 con la complicidad de los gobiernos en turno. Miembros de la izquierda que habían participado en las jornadas de lucha de los estudiantes y los obreros y tras la violencia practicada por la ultraderecha se inclinaron por un cambio de dirección que incluyera las acciones armadas para avanzar hacia la organización revolucionaria y desarrollar una ofensiva generalizada contra el sistema. Esta opción se concretó con la formación de las Brigadas Rojas. El nombre fue elegido en referencia a la Brigada Garibaldi y el Ejército Rojo. Su distintivo, la estrella de cinco puntas se relacionaba con la bandera del Vietcong y con el grupo guerrilleroTupamarosde Uruguay.
FOTO DEL DEMÓCRATA CRISTIANO ALDO MORO EL SEGUNDO DÍA DE SU SECUESTRO.
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