III. Fascismo y nazismo
Del ingreso al gobierno a la concentración del poder
A lo largo de 1933 se consumó el proceso de coordinación (Gleichschaltung) que desembocó en la instauración de la dictadura nazi. La rapidez y la profundidad de los cambios que afectaron al Estado y la sociedad alemana fueron asombrosas. La transformación se concretó en virtud de una combinación de medidas pseudolegales, terror, manipulación y colaboración voluntaria. Mussolini tardó tres años para llegar a este punto.
El gabinete que acompañó a Hitler en su ingreso al gobierno era básicamente conservadorLos nacionalsocialistas solo contaban con el ministro de Interior, un futuro ministerio de Propaganda para ubicar a Göbbels, y con Hermann Göring como ministro sin cartera. Este ya dirigía el poderoso Ministerio del Interior de Prusia. Con el propósito de contar con mayoría propia en el Reichstag, Hitler dispuso convocar a elecciones para el 5 de marzo. El incendio del edificio del Reichstag el 27 de febrero le posibilitó desatar una brutal ola de violencia contra la izquierda. No obstante, en los comicios de marzo los nacionalsocialistas, con el 43,8 % de los votos, no alcanzaron el ansiado quórum propio. A pesar del terror desplegado, los votos socialdemócratas y comunistas apenas decayeron y el centro católico ganó algunas bancas. Cuando se reunió el Reichstag, sin la presencia de los comunistas encarcelados y perseguidos, todos los partidos, excepto los socialdemócratas, aceptaron votar la ley para la Protección del Pueblo y el Estado, que confería al gobierno plenos poderes para legislar sin consultar al Parlamento, e incluso para cambiar la Constitución. La liquidación del orden republicano se había concretado utilizando los mecanismos previstos en la Constitución.
Los adversarios políticos más activos fueron detenidos o huyeron del país. El primer campo de concentración se abrió en marzo de 1933 en Dachau, bajo la dirección de las SS, como centro de detención, tortura y exterminio de los militantes de izquierda. En mayo, después de la conmemoración del Día del Trabajo, fueron disueltos los sindicatos. A mediados de 1933 ya habían sido prohibidos o bien decidieron disolverse todos los partidos políticos. Entre marzo de 1933 y enero de 1934 se abolió la soberanía de los Länder (provincias) y se aprobó la ley que consagraba la unidad entre partido y Estado: el partido nazi era portador del concepto del Estado e inseparable de este, y su organización era determinada por el Führer. Casi todos los organismos de la sociedad civil fueron nazificados. Esta coordinación fue en general voluntaria. Las excepciones a este proceso fueron las Iglesias cristianas y el Ejército, que mantuvo su cuerpo de oficiales mayoritariamente integrado por hombres formados y consubstanciados con las jerarquías del orden imperial.
A mediados de 1934 se dio el segundo paso hacia el control total del poder por parte de Hitler. A fines de junio fue eliminada el ala radicalizada del nazismo, con la detención y asesinato de la cúpula de la SA. En segundo lugar, en agosto, después de la muerte de Hindenburg, el Ejército prestó juramento de lealtad a la persona de Hitler. Desde el ingreso al gobierno en las filas de la SA se había levantado el clamor a favor de una segunda revolución, sus miembros pretendían amplios poderes en la policía, en las cuestiones militares y en la administración civil. Sus aspiraciones generaban temor en las elites conservadoras y en el alto mando del Reichswehr, y eran resistidas por otros sectores del partido. Entre los dirigentes nazis que desaprobaban el estilo tumultuoso y anárquico de las tropas comandadas por Röhm se encontraba Göring, que quería librarse del polo de poder que constituía la SA en Prusia, mientras que Himmler y Reinhard Heydrich ambicionaban romper la subordinación de las SS respecto de la SA. Se encargaron de “probar” la existencia de un plan de golpe por parte de la SA. Hitler los dejó actuar a pesar de su estrecha relación con el hombre fuerte de la SA, y el 30 de junio, “La noche de los cuchillos largos”, desplegaron sus fuerzas asesinando y deteniendo a los supuestos complotados. No solo cayeron integrantes de la mencionada organización, también fueron ejecutados dos generales, dirigentes conservadores, el jefe de la Acción Católica y el dirigente nazi Gregor Strasser, que había competido con Hitler. Röhm fue asesinado en su celda luego de que se negara a suicidarse..
Después de la masacre, Hitler se presentó ante el Reichstag como “juez supremo” del pueblo alemán y reconoció que había dado “la orden de ejecutar a los que eran más culpables de esta traición”. Las Iglesias guardaron silencio. El Ejército salió robustecido solo en apariencia: había consentido una acción criminal que recayó sobre hombres de sus filas. La mayoría de la gente lo aprobó. El “asunto Röhm” benefició centralmente a las SS.
Al morir Hindenburg, se descartó el llamado a elecciones y fue aprobada la fusión de los cargos de presidente y canciller en la persona de Hitler. Una de sus consecuencias significativas consistió en que el Führer obtuviese el mando supremo de las fuerzas armadas; a partir de ese momento todo soldado quedó obligado a jurar lealtad y obediencia incondicional a Hitler. Los oficiales conservadores, muchos de ellos aristócratas que subestimaban al “cabo”, aceptaron subordinarse motivados por el plan de rearme y tranquilizados con la eliminación de la amenaza de la SA. El juramento de lealtad marcó simbólicamente la plena aceptación del nuevo orden por parte del Ejército que, por el momento, conservó su propia conducción.
A principios de 1938, Hitler alcanzó su mayor cuota de poder cuando avanzó sobre los espacios de poder aún en manos de los conservadores: la cúpula del Ejército y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Tanto el ministro de Guerra como el jefe del Ejército fueron obligados a renunciar por razones relacionadas con su vida privada. El primero porque salió a la luz el pasado “poco honorable” de su nueva esposa; el segundo, ante acusaciones de homosexualidad. Con el retiro de ambos, Hitler asumió el cargo de comandante general de la Wehrmacht (ex Reichswehr) y en pocos días se procedió a reorganizar la cúpula militar. Al mismo tiempo se aprobó el reemplazo del conservador Konstantin von Neurath por el nazi Joachim von Ribbentrop en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Estos cambios fortalecieron la posición del bloque nazi en la orientación de la política exterior y en la elaboración del planeamiento estratégico-militar, y erosionaron la influencia de la Wehrmacht. En 1938 el bloque de fuerzas militares y policiales encabezado por las SS ganó terreno frente al Ejército.
Una vez consolidada la posición de Hitler, la dictadura estuvo lejos de asumir una organización jerárquica centralizada; el gobierno personalizado se combinó con la fragmentación de la trama estatal. El Estado alemán quedó sin ningún organismo central coordinador y con un jefe de gobierno escasamente dispuesto a dirigir el aparato burocrático. La voluntad del Führer deformaba la trama de la administración del Estado haciendo surgir una variedad de órganos dependientes de sus directivas que competían entre sí y se superponían. Hitler recurrió a la creación de nuevos organismos para responder a la proliferación de las metas o para salvar deficiencias de los que existían. Las nuevas agencias, por ejemplo la Juventud de Hitler, las oficinas del Plan Cuatrienal, desvinculadas del partido y del Estado, solo eran responsables ante el Führer. Esta política restaba coherencia al gobierno, incrementaba la burocracia y propiciaba la autonomía de Hitler. La personalización extrema se combinó con una arbitrariedad creciente. Al mismo tiempo, la corrupción se extendió en los organismos del Estado en la medida en que gran parte de las relaciones se basaron en la entrega de recompensas a cambio de la obtención de fidelidad personal.
Los dos principales centros de poder fueron el partido y las SS. Una vez conseguido el poder en 1933, el nsdap (el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) engrosó sus filas y fue básicamente un vehículo de propaganda y de control social, pero nunca llegó a contar con una conducción unificada; su jefatura quedó en manos de un grupo de individuos sin lazos fuertes entre sí. Estas características lo inhabilitaron para imponer una orientación sistemática a la administración del Estado. No obstante, contó con amplias prerrogativas para incidir sobre nombramientos de funcionarios y para vetar los proyectos propuestos por los ministros. Una de las áreas en la que se comprometió con más celo fue la política racial: en este terreno, y mediante de la movilización de sus militantes, forzó la actuación legislativa del gobierno. Aunque nunca llegó a superarse el dualismo partido-Estado, se impuso el predominio del primero. Desde mediados de 1936 el aparato Policía-SS se constituyó en el principal pilar de un nuevo tipo de régimen. En este, el poder policíaco se hizo poder político y su misión de “defender la nación” careció de trabas y controles legales.
Desde el desfile a la luz de las antorchas organizado el 30 de enero de 1933, cuando Hitler fue nombrado canciller, Göbbels dejó claro la enorme significación de las ceremonias y de los recursos simbólicos para encuadrar la movilización social y forjar el vínculo entre el pueblo y el Führer. Al frente del Ministerio de Instrucción Popular y Propaganda manejó con extraordinaria eficacia los mítines de masas, los desfiles ritualizados y las coreografías colosales. Este ministerio tuvo a su cargo “todas las cuestiones de influencia espiritual sobre la nación”. El cine, en el que se destacó la producción de la controvertida actriz y directora Leni Riefenstahl, tuvo un valor especial para el ministro, que hablaba de actores y directores como “soldados de la propaganda”. La fiesta anual del partido, en el Luitpoldhain de Nuremberg, era un espectáculo grandioso al que asistían unos 100.000 espectadores y en el que se alineaban ante Hitler miles de hombres de la SA y de las SS, entre mares de esvásticas y de estandartes nacionales, en una formidable liturgia nacional que consagraba la vinculación orgánica del Führer con su partido y su pueblo. En el mismo espíritu, Göbbels hizo de los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín en 1936 una verdadera exaltación de la raza aria, de Alemania y de Hitler.
JUEGOS OLÍMPICOS, BERLÍN, 1936.
JESSE OWENS FOTOGRAFIADO POR
LENI RIEFENSTAHL