FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Las nuevas guerras

III. Imposición y crisis del neoliberalismo en el Tercer Mundo

 Entrevista con Ryszard Kapuscinski

“¿Cuáles son las características de las guerras actuales? ¿Estamos ante un nuevo tipo de guerra?

Tradicionalmente la guerra fue un enfrentamiento entre Estados. Un conflicto entre fuerzas armadas organizadas y jerarquizadas, representantes armados del Estado. El objeto de las guerras ha sido siempre la conquista territorial y la derrota del enemigo estatal. En ese sentido, la guerra tradicional es un fenómeno muy bien definido. Ahora tenemos un nuevo tipo de guerra. Ya no tenemos guerras de Estados como tales. El objeto ya no es la conquista territorial. En el mundo moderno el territorio dejó de ser símbolo de prestigio. Un país puede tener un territorio enorme, pero eso no significa que sea poderoso. Al revés. Muchos países con grandes territorios son muy débiles como Estados. Por ejemplo, Sudán. El territorio no tiene importancia. Lo que cuenta es el poder económico y militar. Se cambiaron los actores y los objetivos de la guerra. Ahora tenemos muchos actores distintos: mafias, milicias tribales, terroristas, narcotraficantes, mercenarios. Se trata de grupos armados que se independizaron del Estado. El Estado como tal ha perdido el monopolio del instrumento de la violencia, rompiendo con una de las definiciones tradicionales de la naturaleza de todo Estado: el de monopolista de los instrumentos de violencia. Los actores de la violencia se han "democratizado" y actúan de forma independiente, y son estos grupos los que empezaron a crear nuevas situaciones de conflicto militar.

La guerra tradicionalmente fue financiada por el Estado, con recursos del Estado. Ahora estos grupos que utilizan la violencia a su libre arbitrio se autofinancian, ya sea mediante el robo, o la inversión en paraísos fiscales, o el lavado de dinero, o la invasión y uso de las minas de diamantes o el dinero del narco, y se vuelven independientes económicamente. Ya no necesitan al Estado, al contrario, el Estado se convierte en su enemigo principal. En su competencia.

Esta es la primera diferencia: la independencia y proliferación de estos grupos armados autónomos. Junto a esto, tenemos un tremendo desarrollo de la tecnología en el armamento y un aumento espectacular del mercado negro de armas. Además, no sólo las armas ligeras actuales son muy precisas, sino que son muy fáciles de manejar, lo que permite a estos grupos contratar gente desesperada, niños huérfanos, desocupados, mercenarios, para engrosar las filas de sus ejércitos particulares.

En este escenario, las fuerzas armadas tradicionales son una cosa antigua, sin sentido, sin poder real para enfrentarse a estas nuevas situaciones. Los ejércitos tradicionales están estructurados para otros fines y no tienen capacidad de respuesta, son muy lentos y muy burocráticos. La situación actual es paradójica: cuanto más se desarrollan estos grupos militares autofinanciados no gubernamentales, más se empeñan las fuerzas armadas en un plan arcaico, estatal y sin sentido.

El sentido de la guerra, según Clausewitz y todos los clásicos del tema, es defender un Estado o atacar a otro Estado. Todo conflicto se daba en un plano estatal. De ahí nacen, por ejemplo, las alianzas militares y de defensa. Los nuevos actores de las guerras se basan no en el pensamiento estatal sino en el pensamiento tribal, racial, de identidad, religioso. Todos son objetivos particulares. Se lucha por promover un grupo étnico, los intereses de una minoría, ciertos objetivos religiosos, y esto cambia las reglas del juego.

En ese mundo descentralizado y posmodernista existe todo un conjunto de conflictos armados muy cambiante. Nada es permanente. Los aliados de hoy se enfrentan mañana y las alianzas se rompen cada día.

Lo curioso es que persisten los conflictos tradicionales entre Estados, como sucede entre la India y Pakistán.

Nuestro mundo es muy grande. Somos seis mil millones de hermanos en esta tierra. Tenemos una gran variedad de situaciones. Todo es posible, pero lo interesante es describir lo que es nuevo, no lo que ya se conoce. Además, el conflicto entre la India y Pakistán también está vinculado con estas nuevas situaciones por la guerrilla en Cachemira. Junto a las fuerzas armadas estatales tenemos a esos grupos armados y junto a esa situación de conflicto fronterizo entre Estados tenemos un conflicto religioso.

El nuevo problema es que los poderes estatales ya no controlan al cien por ciento la situación y eso los vuelve más peligrosos. Ni el presidente de Estados Unidos ni nadie. Los grandes líderes sólo pueden influir de manera parcial, porque la situación en el mundo contemporáneo tiende grandemente a la dispersión particular de los conflictos armados y eso los vuelve más peligrosos. […]

Y en el caso de las guerras de los grupos independientes y autofinanciados, ¿cómo acercarse a ellas?, ¿cómo reportarlas?
Un problema no menor es que todos los actores de estas nuevas guerras pierden sus rasgos distintivos. Todos tienen los mismos emblemas, trajes, armamentos. Y las alianzas cambian todo el tiempo. Todo se hace oscuro y poco definido.
Yo creo que no estamos todavía preparados mentalmente para ajustar nuestro oficio a esta situación. Por ejemplo, el material que he leído sobre la guerra de Afganistán refleja esta situación de falta de orientación. Detecto diferentes estrategias de los reporteros adscritos a la guerra: unos trataron de poner el énfasis en el conflicto religioso y leer el problema como un choque entre el Islam y la democracia; otros trataron de tener una perspectiva humanitaria y cubrieron los campos de refugiados y las condiciones de pobreza del pueblo afgano; pero nadie pudo tener una visión de conjunto. Antes, el corresponsal de guerra podía viajar de un lugar a otro, reportar el movimiento de las tropas, saber qué piensa la retaguardia, tener una visión del estado mayor y del soldado ordinario. Eso ya no existe. El mandato del estado mayor de vedar el acceso a los medios y el hecho de que no hay un campo de guerra definido y de que todo es muy frágil y cambiante han convertido el trabajo del corresponsal de guerra en algo imposible. Los soldados no se ven, quizá ni existen, y los otros están escondidos y son impermeables.
Paradójicamente estamos en la situación en que los que se encuentran en los lugares de control total tienen más información que los que se encuentran en el terreno mismo, ya que pueden reunir todas las informaciones parciales y manejarlas; en cambio, el enviado tiene sólo un fragmento de la realidad, lo que alcanza a ver con sus propios ojos, y el pobre reportero ve poca cosa. No se puede mover, no conoce el idioma local, no conoce las costumbres de la zona, no existen mapas ni carreteras, los lugares son inseguros y por ello sólo ve un fragmento limitado del conflicto.
La primera vez que me enfrenté a una situación como ésta fue en 1974. La guerra de Angola fue el principio de este nuevo tipo de guerras, sin fronteras, de unos grupos armados que cambian de bando todo el tiempo, robando, destruyendo, ocupando las minas de diamantes y los campos de explotación petrolera y autofinanciándose. Angola fue el origen de este nuevo tipo de guerra. Luego eso se repitió en Somalia. En aquel tiempo, como eso no tocaba intereses occidentales, no ameritaba ningún tipo de atención. En mi libro Another day of life (Vintage, Nueva York, 2001), dedicado a la guerra de Angola, hablo precisamente de este fenómeno y de cómo el Pentágono y la OTAN tarde o temprano tendrían que desarrollar nuevas formas de combatir a estos ejércitos particulares”.

Revista Letras Libres, julio 2002.


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