FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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II. El derrumbe del bloque soviético

El derrumbe de la URSS y la creación de nuevos países

 

La liquidación de la URSS y la creación de nuevos países no fueron consecuencia lineal del despertar de las nacionalidades en el marco de la glasnost. Entre lo que desaparecía y lo que emergía se procesaron diferentes tipos de conflictos muchos de los cuales enfrentaron a los vecinos antes que cuestionar a Moscú, por ejemplo, el caso del Cáucaso entre otros.

Al inicio de la perestroika, la URSS estaba integrada por quince repúblicas: las tres eslavas –Ucrania, Bielorusia y la Federación Rusa–, las tres del Transcáucaso –Azerbaiján, Armenia, Georgia–, las cinco de Asia Central –Kazajstán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán–, y, por último, las creadas en la Segunda Guerra Mundial: Moldavia y las tres bálticas –Lituania, Letonia y Estonia–. Casi todas englobaban unidades políticas y administrativas menores, parte de las cuales se correspondían con una nacionalidad reconocida como dominante. El caso extremo, en este sentido, era el de la Federación Rusa, un estado multinacional integrado por 89 entidades con diferentes estatus: 21 repúblicas, 6 territorios (krai), 49 regiones (oblast), una región autónoma, 10 territorios autónomos (okrug) y 2 ciudades federales, Moscú y Leningrado. Cabe destacar que la URSS, modificó sus fronteras interiores hasta en 94 ocasiones.

Es indudable que los grupos nacionales reprimidos por Stalin en la Segunda Guerra Mundial y subordinados política y culturalmente bajo el régimen soviético encontraron en el nuevo clima de apertura un escenario propicio para expresar sus reclamos. Pero la crisis del centralizado y multinacional Estado soviético fue producto de una compleja combinación de factores, en la que jugó un papel decisivo la desintegración del partido Comunista: organización y agente que, en forma cada vez menos eficiente, articulaba las diferentes piezas de ese rompecabezas que era la URSS. Las reformas introducidas por Gorbachov dieron lugar a una caótica situación económica, que a su vez fue acompañada por la aparición de grupos y facciones que alentaron y promovieron demandas conflictivas que socavaron las bases del Estado multinacional. La liberalización política, asociada con el cuestionamiento de Gorbachov a los dirigentes de las repúblicas consolidados al calor de la estabilidad de los cuadros sostenida por Brezhnev, hizo posible que parte de los gobernantes comunistas de las repúblicas y las figuras del campo disidente se lanzaran a la arena política esgrimiendo las consignas del multipartidismo y el nacionalismo. Pero el resquebrajamiento del entramado soviético también dio paso a la explosión de conflictos horizontales; es decir, entre los diferentes grupos étnicos y lingüísticos que cohabitaban en una misma república y ahora reivindicaban la creación de nuevas unidades políticas fundadas en el principio de las poblaciones homogéneas. Esta aspiración desembocaría en feroces combates armados y en el desplazamiento de cientos de miles de familias de sus hogares.

En el marco de la perestroika los movimientos nacionalistas periféricos asumieron diferentes fisonomías, dado que no había un conjunto de pueblos que compartiesen homogéneamente la subordinación a un centro dominante. El entramado de la URSS era más complejo. Las repúblicas que la componían tenían diferentes niveles de desarrollo económico, distintos grados de cohesión interna y sus poblaciones habían transitado disímiles trayectorias. Por ejemplo, si los bálticos recordaban que desde Versalles (1919) hasta el pacto Ribbentrop-Molotov (1939) habían contado con Estados soberanos, los kirguises y los turkmenos, por ejemplo, carecían de un pasado como nación. Si la URSS se desmoronó fue, en parte, porque entre las reivindicaciones nacionalistas se destacó la de la Federación Rusa esgrimida por Yeltsin para derrocar a Gorbachov. En segundo lugar porque en el marco del caos económico los gobiernos locales pudieron y tuvieron que encarar la gestión de sus propios recursos. Y en gran medida también, porque  frente a la decisión de Gorbachov de reformular la relación entre el centro y las repúblicas en un sentido federativo, los comunistas de la vieja guardia resolvieron dar el golpe del 19 de agosto de 1991.

En el proceso de desintegración de la URSS coexistieron diferentes trayectorias.

Por un lado, el camino recorrido por las repúblicas del ámbito occidental –las tres del Báltico: Lituania, Letonia y Estonia y las dos eslavas: Ucrania y Bielorrusia–, donde la reformulación del vínculo con el centro a través de la guerra de leyes primero y con las declaraciones de independencia poco después no fue atravesada por luchas internas. No obstante hubo marcados contrastes entre el curso de las repúblicas bálticas y el de las eslavas. Estonia, Lituania y Letonia encabezaron la oleada nacionalista y las decisiones separatistas de sus dirigentes –incluidas algunas figuras del partido Comunista como Algirdas Brazauskas, primer secretario del Comité Central lituano– fueron un factor decisivo para el desgaste del gobierno de Gorbachov y la temprana independencia respecto de Moscú.

El litoral báltico era la única zona de la URSS que contaba con un pasado inmediato que le permitía reivindicar su condición de sojuzgada por Moscú. Aunque su independencia en la entreguerras había sido precaria, en gran medida posibilitada por la presión antibolchevique de las potencias del período, también conservaban fuertes lazos de identidad con la cultura europea occidental: alfabeto latino, cristianismo no ortodoxo y sus vínculos históricos. Mientras la católica Lituania había estado unida a Polonia, Estonia y Letonia tuvieron una intensa influencia cultural alemana y estrechos nexos con Escandinavia. Su ingreso a la URSS se había concretado además vía el pacto Molotov-Ribbentrop, un legado del despótico régimen de Stalin. Las tres repúblicas contaban con un movimiento disidente que estaba más integrado socialmente que en el resto de la URSS. La perestroika fue recibida con beneplácito, especialmente después que al concluir la XIX conferencia del PCUS (julio 1988) se produjeron cambios en la conducción de los partidos comunistas locales quedando al frente de los mismos dirigentes bálticos. Además,  parte de los dirigentes comunistas se adaptaron a la situación y se pusieron al frente de partidos independientes.

La unanimidad y la actuación pacífica fueron los rasgos distintivos de la reivindicación nacionalista en los Países Bálticos. En agosto 1988, el aniversario del tratado secreto de 1939 entre Stalin y Hitler condujo a manifestaciones masivas en las tres repúblicas y a la formación de frentes populares. Desde fines de 1988 a mediados de 1989, Estonia, Letonia y Lituania proclamaron su soberanía. Estonia y Letonia encabezaron la presentación de demandas a favor de pasar el manejo de sus recursos desde el poder central al gobierno republicano. Muy rápidamente, las peticiones reformistas se transformaron en decisiones secesionistas. En agosto de 1989, un millón de personas tomadas de la mano formaron una cadena a través de las tres repúblicas como testimonio de su decidida voluntad por desligarse de la URSS. Entre fines de 1889 y principio de 1990 se aprobaron las declaraciones de independencia.

En Ucrania y Bielorrusia el cuestionamiento al poder central provino de los comunistas locales que ganaron las elecciones de marzo de 1990 y asumieron discursos nacionalistas. Sin embargo, en esta región la relación con Rusia siguió teniendo una fuerte gravitación. En el caso de Bielorrusia  prevaleció un definido y consistente reconocimiento del vínculo con Moscú. En Ucrania, en cambio, se plasmó una relación conflictiva en el seno de la nueva república que se fue profundizando en el tiempo en virtud de las divisiones existentes entre quienes postularon la estrecha alianza con Rusia y quienes propusieron el ingreso a la Unión Europea. Esta división se extiende hasta el presente (2018).

Hasta 1920, Ucrania fue un campo de batalla central en la guerra civil que libraron los bolcheviques contra sus enemigos internos y externos. En diciembre de 1922, Ucrania participó del Primer Congreso de los Soviets de toda Rusia reunido en Moscú, donde se aprobó la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La parte occidental de Ucrania repartida entre Checoeslovaquia, Polonia y Rumania, fue incorporada a la URSS a través del tratado de no agresión firmado en 1939 entre Alemania y la URSS. Al año siguiente, Ucrania se vio ampliada con Besarabia y Bukovina del Norte. En 1941, los nazis invadieron Ucrania y se generó un fuerte movimiento guerrillero de resistencia. Terminada la Segunda Guerra Mundial, todas las tierras de la etnia ucraniana quedaron incorporadas a la URSS. En 1954, el gobierno de Nikita Khruschev, ex primer secretario del Partido Comunista de Ucrania, entregó a esta república la región de Crimea, hasta entonces parte de la Federación Rusa.

El nacionalismo ucraniano surgió un año después que los del Báltico, posiblemente porque el parentesco con lo ruso complicaba la afirmación de una nacionalidad diferente. La tragedia de Chernóbil fue un factor decisivo para la activación de los disidentes y en 1989 hizo su aparición el Movimiento Popular Ucraniano por la Perestroika (Ruj), fundado por comunistas y nacionalistas que reivindicaban una mayor autonomía económica y política. El movimiento nacionalista más fuerte se dio en Ucrania occidental. En esta zona se mantenían vivos los recuerdos de la efímera independencia nacional que siguió a la Revolución bolchevique de 1917. En esta memoria colectiva también tenían un peso decisivo las acciones coercitivas y sangrientas que instrumentó Stalin en primer lugar con la colectivización forzosa de fines de la década del veinte y en el marco de la Segunda Guerra Mundial la represión a los ucranianos acusados de colaboración con la invasión nazi.

Tempranamente, Leonid Kravchuk miembro de la nomenklatura dio pasos pragmáticos para adecuarse al nuevo clima. Dejó el partido Comunista y empezó a apoyar la causa independentista. A mediados de 1990 el Soviet ucraniano proclamó la soberanía de la república en virtud de la cual tendría derecho a poseer su propio ejército y sus leyes prevalecerían sobre las del gobierno de Moscú. A fines de 1991, Kravchuk, presidente del parlamento ucraniano fue elegido presidente del país y la independencia fue ratificada en un referéndum, con el 90% de votos favorables. Kravchuk volvió a presentarse en las elecciones de 1994 pero fue derrotado por su antiguo primer ministro, Leonid Kuchma. La posición de este último recibió la etiqueta de centrista: favorecía las reformas de mercado, pero sin radicalismos, respetando los intereses del antiguo aparato industrial soviético. Además se apartaba visiblemente de Kravchuk en virtud de su interés por establecer relaciones constructivas con Rusia y de levantar todas las barreras que impedían la creación de un espacio económico único en la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la entidad que con escasa fortuna había sucedido a la URSS para mantener unos vínculos elementales. No obstante, el gobierno ucraniano decidió contar con fuerzas armadas propias y quedarse con parte de la flota del mar Negro que, según Moscú, constituía una fuerza estratégica y por lo tanto debía mantenerse bajo el mando conjunto de la CEI.

Para el movimiento nacionalista Ruj, ferviente defensor de la independencia ucraniana, Kuchma era un “proimperialista ruso”. Se mantuvo durante diez años al frente del gobierno.

 

LEONID KUCHMA (1938-)

LEONID KUCHMA (1938-)

 

 

Bielorrusia aprovechó la descentralización inducida por la perestroika, pero la sociedad no se movilizó en torno a reivindicaciones nacionalistas. Los comunistas de Bielorrusia aprobaron la independencia a fines de 1991 sin grandes movilizaciones y sin cuestionar estrecha relación con Moscú. La Bielorrusia eslava estaba fuertemente rusificada lingüísticamente, era menos urbana e industrial que Ucrania y estaba estrechamente incorporada a la estructura soviética.

Hubo un breve período después de declarar la independencia en que un reformista, Stanislav Shushkevich, estuvo al frente del gobierno. A principios de 1994 fue apartado de su cargo por el parlamento. Los diputados le criticaron que Bielorrusia hubiese tardado en volver a la zona económica del rublo. En la decisión del parlamento jugó un papel especial la negativa de Shushkiévich a firmar el Pacto de Seguridad Colectiva de la Comunidad de Estados Independientes  por considerar que tal pacto violaba el proyecto de Constitución en estudio que caracterizaba a Belarús como Estado neutral.

La política de Shushkevich fue cuestionada por el líder opositor Viacheslav Kebich, antiguo dirigente del Comité Central del Partido Comunista de Bielorrusia, que apoyó el golpe de Estado de agosto de 1991. Era uno de los principales representantes del complejo de industria militar, sumido en un proceso de desmantelamiento tras el derrumbe de la URSS. A principios de 1994 declaró que “continuaría haciendo campaña por una unión [monetaria] con [Rusia], como siempre lo he hecho y lo sigo haciendo. No es solo una cuestión de circunstancias económicas. Estamos unidos por los vínculos espirituales más cercanos; tenemos una historia común y culturas similares”.

Estados Unidos manifestó su preocupación por la destitución del presidente, quien durante todo su mandato promovió el diálogo a favor del  desarme nuclear. A partir de las elecciones de 1994 quedó al frente del gobierno Aleksandr Lukashenko.

 

ALEKSANDR LUKASHENKO (1954- ) EN UN ENCUENTRO CON PUTIN

ALEKSANDR LUKASHENKO (1954- ) EN UN ENCUENTRO CON PUTIN

 

El 14 de mayo de 1995, los bielorrrusos votaron a favor de una mayor integración económica con Rusia, así como por la permanencia del ruso como lengua oficial. Además aprobaron la ampliación de los poderes del presidente en desmedro de las atribuciones del Congreso. Lukashenko renovó su mandato hasta 2017 través de convocatorias a sucesivos referendos en 1996 y 2004.

En Moldavia como en Ucrania la toma de distancia respecto a Moscú se entrelazó con la ausencia de una identidad nacional compartida por el conjunto de la población que dio paso a reivindicaciones separatistas. La república de Moldavia fue creada en 1947 vía la fusión de la Besarabia rumana –había sido anexionada en 1940 por la URSS en virtud del pacto Molotov-Ribbentrop, perdida con el avance de los nazis y ocupada después de la derrota de los alemanes– con las tierras situadas al este del río Dniéster, la llamada Transnistria (también conocido como Transdniéster).

 

MAPA 2

 

Por una parte, entre la población de la antigua Besarabia se planteó el debate en torno a su identidad nacional entre los que se inclinaban a favor de la especificidad moldava y los que proponían el regreso a Rumania. Por otra, la población que ocupa la estrecha franja de Transnistria , predominantemente eslava (rusos y ucranianos), apoyó la incorporación a la Federación Rusa. Temían que esta importante zona industrial ex soviética se convirtiera en la periferia del latino Estado rumano unificado con el que soñaban muchos moldavos al derrumbarse la URSS.

En el marco de la glasnot, el nacionalismo pro rumano se convirtió en la tendencia dominante en detrimento de la diversidad histórica y cultural de sus habitantes y se puso en marcha un proceso secesionista. A fines de 1991 un reformista ex-comunista, Mircea Snegur, ganó las elecciones presidenciales. Cuatro meses más tarde, el país consiguió el reconocimiento formal como estado independiente por la Naciones Unidas. Inmediatamente las autoridades rusófonas de Transnistria proclamaron su independencia. En junio de 1992, una lluvia de balas recibió a los tanques moldavos dispuestos a cruzar el Dniéster para someter a los habitantes de Transnistria que se habían autoproclamado República Moldava de Dniéster, un Estado no reconocido por la comunidad internacional. El alto el fuego fue negociado inmediatamente por los presidentes Mircea Snegur y Boris Yeltsin. Se estableció una línea de demarcación mantenida por una fuerza de pacificación tripartita formada por fuerzas moldavas, transnitrias y rusas. A cambio Moscú retiraría el ejército pero no cumplió este compromiso. Además se acordó que Transnitria tuviera un status especial dentro de Moldavia y el derecho a la secesión en caso de que Moldavia se reunificara con Rumania.

En el Cáucaso al calor de la glasnost se desataron una compleja y sangrienta escalada de conflictos que entrelazaron los reclamos de autonomía respecto a Moscú con las protestas que condujeron a la lucha armada entre comunidades vecinas que pretendían controlar un mismo territorio.

Las campañas de Moscú por el control del Cáucaso Norte se remontan al siglo XVIII, cuando el ejército del zar Pedro el Grande llegó a la zona para mantener alejado al Imperio Otomano. La conquista rusa quedó oficialmente consolidada a mediados del siglo XIX pero se enfrentó con la feroz resistencia de los musulmanes de las montañas que fue registrada por León Tolstoi, combatiente en Chechenia, en la novela corta Jadzhi Murat. El zarismo recurrió a la entrega de tierras a los cosacos a fin de que defendiesen las fronteras creadas al calor de la expansión. También impuso el reemplazo de la cultura islámica por la rusa: cambio del alfabeto árabe por el latino y después por el cirílico. A pesar de la dureza de la política de Moscú, estos pueblos, en particular los chechenos, continuaron rebelándose en esta lucha colonial contra el poder de la metrópoli hasta bien entrada la Revolución Rusa de 1917. Contrariamente a lo sucedido en Asia Central, el Cáucaso Norte no fue acabadamente pacificado. En el marco de la desintegración de la URSS el Cáucaso Norte siguió integrado a la Federación Rusa, aunque atravesado por profundas resistencias contra el control de Moscú.

En el sur el panorama étnico también es complejo, cargado de tensiones y rivalidades. Se distinguen tres principales, aunque no únicos, centros culturales y políticos: Georgia, Azerbaiyán y Armenia.

El ingreso voluntario de Georgia en el Imperio Ruso en 1801, cuando sus príncipes buscaron la protección del zar frente a las potencias otomana e iraní, convirtió a la ciudad de Tiflis en el centro de la expansión zarista hacia el sur a principios del siglo XIX. Desde aquí los ejércitos del zar iniciaron su ofensiva hacia el este, primero hacia Bakú (Azerbaiyán) y después, a través del Caspio y los formidables desiertos turcomanos, hacia los oasis de Jiva, Bujara y Samarcanda en Asia Central.

La revolución de febrero de 1917 estimuló los movimientos nacionalistas en los tres países. Después de octubre se estableció el Comisariado Trascaucásico apoyado principalmente por Georgia. Cuando los bolcheviques impusieron la disolución de la Asamblea Constituyente en enero de 1918, el Comisariado no reconoció al gobierno bolchevique.

La firma de la paz con Alemania en marzo de 1918 obligó a los bolcheviques a permitir el ingreso del Imperio Otomano a esta zona. Ante la intención de Estambul de ampliar la esfera de sus dominios, el Comisariado Trascaucasiano decidió resistir y proclamó la efímera Republica Federal Trascaucasia que comprendía los territorios del antiguo imperio zarista excepto la ciudad de Bakú, capital de Azerbaiyán, donde se había instalado un gobierno bolchevique. Éste recibió el apoyo de la comunidad armenia que temía a la población turcófila azerbayaní de tierra adentro y también de la importante colonia de obreros rusos que trabajaba en la industria del petróleo.

En parte debido a la escasa cohesión entre los pueblos que integraban la mencionada Republica Trascaucasia fue posible que en el verano de 1918, Armenia y Azerbayián fueran ocupadas por Turquía. En Georgia, los mencheviques bien conectados con la socialdemocracia alemana se dirigieron a Alemania y proclamaron la independencia.

Con la caída de las potencias centrales, los poderes alemán y turco fueron sustituidos por el británico. Londres reconoció los gobiernos nacionales de Armenia, Georgia y Azerbaiyán que enviaron delegaciones a la conferencia de París. Los armenios creyeron que sus reivindicaciones territoriales sobre Anatolia oriental serían reconocidas en los tratados de paz, pero no fue así. En el tratado de Lausana (1923), los aliados occidentales reconocieron a Mustafá Kemal el derecho de Turquía sobre esa región. Los tres gobiernos nacionalistas que habían optado por la independencia fueron desalojados por los bolcheviques cuando finalizó la guerra civil.

Moscú impuso la creación de la Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas del Transcáucaso que incluyó a Georgia, Azerbaiyán y Armenia. En 1936, Stalin volvió a reconocer la existencia de tres unidades independientes y fijó sus fronteras: adjudicó el Alto Karabaj (también conocido como Nagorno Karabaj) a Azerbaiyán pese a las protestas de los armenios que eran el mayor grupo hablante de este territorio. Alto Karabaj fue declarado una región (oblast) autónoma dentro de Azerbaiyán. Además se creó un territorio azerbaiyano al oeste de Armenia, la franja de Najicheván, aislada del resto de la república.

 

Mapa3

Durante el período soviético el desarrollismo industrial –fábricas, carreteras, ferrocarriles, escuelas, hospitales-  transformó el panorama socioeconómico del Cáucaso y una Tiflis en plena modernización se posicionó como el principal centro industrial y cultural del Cáucaso sur.

Las cosmopolitas capitales de Georgia y Armenia se convirtieron en sedes del poder de los comunistas locales y se construyeron las infraestructuras propias de los Estados nacionales como óperas nacionales, academias nacionales de ciencias o estudios de cine nacionales.

A lo largo del período soviético, en la Transcaucasia, las comunidades más numerosas –georgianos, armenios y azerbaiyanos– tuvieron fuertes diferencias en términos económicos y sociales, destacados contrastes culturales, distintos lazos con Moscú, y fronteras artificiales y sujetas a los cambios impuestos por el poder soviético del centro. Tiflis, la capital de Georgia, por ejemplo, concentró más población armenia que ninguna otra ciudad de la región y ante el desarrollo de su burguesía se forjó un nacionalismo georgiano signado por un profundo sentimiento anti-armenio. nota

En el marco de la glasnot, que abrió las puertas para la creciente manifestación de reivindicaciones hasta entonces acalladas, los enfrentamientos étnicos y nacionalistas asumieron una destacada gravitación. En esta región se desataron luchas entre los grupos que compartían el territorio, tanto en pos de la reformulación de las fronteras entre los mismos como en relación con las rivalidades interétnicas. También existen factores económicos y geoestratégicos que inciden en la inestabilidad de la región. En el marco de la constitución de los nuevos Estados cada vez más se ha hecho evidente la rivalidad entre Rusia y Estados Unidos. Tanto Moscú como Washington consideran el Cáucaso como zona clave para sus intereses, en parte, por ser una de las puertas que comunican Asia con Europa y al mismo tiempo, por ser una zona rica en hidrocarburos y yacimientos de uranio. El control de las vías que posibilitan la exportación de los mismos es un factor de peso en la rivalidad entre Rusia y Estados Unidos que se entrelaza con los objetivos propios de los gobiernos locales.

Al calor de la glasnot las pugnas entre los vecinos ganaron mayor visibilidad que el rechazo a un poder central que los rusos ejercían a distancia y cuyo eslabón en la periferia, los secretarios de los partidos comunistas republicanos, pertenecían mayoritariamente a la nacionalidad dominante de cada república. Sin embargo hubo actitudes de rechazo hacia los rusos residentes en los países que obtenían su independencia.

El Cáucaso Sur fue escenario del primer enfrentamiento nacional en el territorio de la URSS: el que se desencadenó entre armenios y azeríes a partir de las movilizaciones de los armenios de Alto Karabaj en febrero de 1988 para que este territorio fuera parte de Armenia. Esta iniciativa dio lugar a sangrientas acciones de los azeríes contra los armenios en las ciudades de Bakú y Sumgait. A continuación de las declaraciones de independencia de Armenia y de Azerbaiyán, días después del golpe del 19 de agosto de 1991, Alto Karabaj hizo lo propio en enero de 1992. La guerra que hacía cuatro años venía incubándose estalló abiertamente y reavivó viejos agravios entre cristianos (armenios) y musulmanes chiíes (azeríes). Aparentemente se trataba de una guerra civil que enfrentaba a los secesionistas karabajíes con el gobierno de Azerbaiyán, pero el conflicto fue de alcances más amplios porque Armenia asistió con armas y voluntarios a sus compatriotas del este.

Cuando en 1994 se aprobó un alto el fuego, que continúa vigente, los armenios controlaban por completo el Alto Karabaj y además distritos azerbaiyanos a su alrededor (Kelbajar, Aghdam, Fizuli, Jebrail, Zangelan, Lanchin y Qubadl). Según ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, el conflicto obligó a 300 mil armenios y 350 mil azerbaijanos a abandonar sus casas.

El Alto Karabaj se autodefine como república independiente con capital en la ciudad de Xankendi, llamada Stepanakert en armenio. Ningún país le reconoce el estatuto de Estado independiente. La comunidad internacional, con excepción de Armenia, sigue considerando este enclave como parte integrante de Azerbaiyán. En las ruedas de negociación, el gobierno armenio propone quedarse con el control de la región y asimismo del corredor de Lachin, que une Alto Karabaj con Armenia; a cambio, restituiría a Bakú los territorios con población mayoritariamente azerbaiyana. Por su parte Azerbaiyán defiende la recuperación de todas las zonas ocupadas por los armenios durante la guerra y acepta la autonomía autogestionada de Alto Karabaj. Desde 1993, Turquía mantiene cerrada unilateralmente su frontera con Armenia, no solo por solidaridad con Azerbaiyán, sino también para obligar a los armenios a que renuncie a solicitar el reconocimiento internacional del genocidio armenio en la Primera Guerra Mundial.

 

ALTO KARABAJ ENTRE ARMENIA Y AZERBAIYÁN

ALTO KARABAJ ENTRE ARMENIA Y AZERBAIYÁN

 

El reclamo de Alto Karabaj es apoyado por la importante comunidad armenia en Estados Unidos, que está compuesta por dos grandes grupos de presión: Armenian Nacional Comité of America (ANCA) y Armenian Assembly of America (AAA). Las presiones de este “lobby” han permitido a Armenia recibir ayudas financieras norteamericanas desde los años 90. Aunque el conflicto parece estar en calma, en la frontera se suceden ocasionales tiroteos entre fuerzas azerbaiyanas y armenias. 

En Armenia la perestroika dio lugar a la creación en 1989 de la primera organización política propia, el Movimiento Nacional Panarmenio, que se centró en reivindicar la anexión del Alto Karabaj sin cuestionar el papel de Moscú. Los tres primeros presidentes armenios tuvieron un destacado protagonismo en Alto Karabaj: Levon Ter-Petrossian (1991-1998) fue miembro del Comité de Karabaj a finales de los ochenta, que preparó la secesión de la región, Robert Kocharian (1998-2008), nacido en Stepanakert/Xankendi, figuró como presidente de Alto Karabaj de 1994 a 1998, y su sucesor Serzh Sargsyan (reelegido en 2013, también nacido en Stepanakert, organizó las milicias del Alto Karabaj a inicios de los noventa.

Armenia no sufrió la inestabilidad política que atravesaron Georgia y en menor medida Azerbaiyán.

El gobierno de Putin ha tenido un destacado interés en mantener un vínculo estrecho con este país. En su visita con motivo de la conmemoración del centenario del genocidio armenio manifestó que:

 “Estamos desarrollando nuestros contactos en la esfera de la integración, me alegra mucho que Armenia se haya unido a la Unión Económica Euroasiática (UEE) y que nuestras relaciones económicas mantengan también un saldo positivo (…) Quisiera destacar el carácter especial de las relaciones entre Armenia y Rusia y entre los pueblos ruso y armenio y otros pueblos de la Federación Rusa, estos lazos tienes una profunda raíz histórica, siempre hemos sido socios muy cercanos, así seguimos siendo y permaneceremos en esa condición en el futuro”. (Sputnik 24 abril 2015)

 

SERZH SARGSYAN EN UNA ENTREVISTA CON EL PAPA

SERZH SARGSYAN EN UNA ENTREVISTA CON EL PAPA

 

En el caso de Georgia, las reivindicaciones nacionalistas respecto a Moscú, mucho más enérgica que la de los armenios, se entrecruzaron con las demandas de las etnias que reivindicaron sus propias señales de identidad frente al Estado de Georgia, el caso de Abjazia y de Osetia del Sur.

Las fuerzas nacionalistas aparecieron en la escena política bajo la figura de organizaciones y sociedades culturales entre ellas el bloque de partidos Mesa Redonda encabezada desde 1987 por Zviad Gamsajurdia. En principio agrupó a los intelectuales y activistas nacionales más reconocidos. Sin embargo, pronto se fragmentó en diferentes organizaciones y partidos políticos con la agenda común de llevar al país a la independencia y para algunos también hacia un mayor acercamiento a Occidente.

Las manifestaciones masivas comenzaron en 1988. En la atmósfera febril de los años 1989-1991, “Georgia para los georgianos” se convirtió en una potente consigna esgrimida tanto contra el poder central soviético como contra las minorías étnicas y culturales que habían sido sometidas a las campañas de “georgianización” impulsadas por Stalin, con consecuencias funestas para estas últimas.

Para los abjazos y los osetios del sur, la presencia rusa constituía la mayor garantía para preservar su identidad no georgiana. Moscú a su vez encontró en Abjazia y Osetia del Sur un factor de presión sobre Tiflis para seguir defendiendo sus intereses en el Cáucaso del Sur. La intención de las autoridades de Tiflis de hacer del georgiano único idioma oficial en el territorio de Georgia preocupó a los osetos de los cuales sólo una minoría tenía conocimiento de dicho idioma. Para protestar, el Frente Popular osetio envió en 1988 una carta a Moscú pidiendo la reunificación de Osetia del Sur con Osetia del Norte. En marzo de 1989, miles de abjazos, incluyendo líderes del foro popular, emitieron una declaración pidiendo a Moscú que reconociera a Abjazia como una república independiente. En abril de 1989, la manifestación de los georgianos a favor de la independencia y en contra de los reclamos separatistas de osetos y abjazos sufrió la represión del ejército ruso que produjo varias muertes y afectó la credibilidad de las promesas de Gorbachov a favor de la no intervención. La muerte de 19 jóvenes en una manifestación nacionalista en 1989 dio un fuerte empujón al movimiento independentista.

Los nacionalistas triunfaron en las elecciones parlamentarias de 1990 y en abril de 1991 se declaró la independencia de Georgia. El nacionalista de línea dura Zviad Gamsajurdia que fue elegido presidente con un alto porcentaje de votos impulsó un programa de “georgianización” y de privatización de las empresas estatales que fue resistido con protestas, concentraciones y huelgas generalizadas.

 

ZVIAD GAMSAJURDIA (1939- 1993)

ZVIAD GAMSAJURDIA (1939- 1993)

ACTIVO DISIDENTE DESDE SU JUVENTUD QUE FUE CONDENADO A PRISIÓN POR EL GOBIERNO SOVIÉTICO.

 

Después de un intenso enfrentamiento en la capital que duró más de quince días, fue derrocado por las milicias de los señores de la guerra. Dirigentes georgianos le propusieron a Eduard Shevardnadze, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Gorbachov y antes secretario general del Partido Comunista de Georgia, a asumir la presidencia en marzo de 1992.

Inicialmente el gobierno georgiano prometió conservar el status autónomo de Abjazia y Osetia del Sur. Sin embargo el parlamento de la nueva republica abolió la autonomía de los grupos nacionales que cuestionaban su inclusión en la esfera política y cultural de los georgianos. Las rebeliones oseta y abjaza a su vez indicaron el mayor problema inherente al proceso político de Georgia, que es la coexistencia de varias nacionalidades en el mismo territorio desde mucho antes de la independencia. A la inestabilidad generada por los conflictos nacionales se sumó la derivada de las pugnas por el control del gobierno entre diferentes fuerzas políticas que en el 2003 pondrían fin al gobierno de Shevardnadze en el marco de la “Revolución Rosa”.

También en Azerbaiyán la crisis de la URSS condujo a la declaración de la independencia. Ayaz Mutalibov, presidente elegido en el marco de la glasnot tuvo que dimitir en marzo 1992 después de ser considerado responsable directo de la muerte de varios cientos de azeríes por las fuerzas armenias en Alto Karabaj. El Frente Popular Azerbaiyano tomó el control a través de un golpe incruento a mediados de 1992 y Abulfaz Elchibey máximo responsable del Frente fue elegido presidente. Sin embargo, Elchibey pronto perdió popularidad a causa de su incapacidad para mejorar la economía y terminar la guerra en Alto Karabaj El año siguiente, los militares dieron otro golpe que puso fin al gobierno de Elichibey quien huyó a Najichevan. Después del llamado a elecciones la presidencia quedó en manos de Geydar Aliyev un ex dirigente soviético que se mantuvo en el gobierno hasta su muerte en el 2003.

Por último, en las cinco repúblicas de Asia Central ­Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán y Ubezkistán­ la secesión fue consecuencia directa de la desintegración de la URSS.

 

MAPA 4

El historiador Stanley Payne resumió con precisión el panorama de esta región soviética:

“Antes de 1985 se daba por supuesto que la principal presión para el separatismo étnico llegaría de los habitantes de las repúblicas centroasiáticas, con su tasa de natalidad muy alta y su religión y cultura islámicas. En ninguna otra parte del mundo soviético parecía la relación con Moscú tan típicamente “colonial” como en Asia central. En la práctica, sin embargo, estas repúblicas de la unión permanecieron en gran medida muy inactivas, debido en parte a sus niveles más bajos de modernización y urbanización y a una menor identidad cultural nacional, (…). Estas repúblicas pasaron a ser independientes sólo cuando todas las demás hicieron lo propio y se quedaron sin ninguna otra alternativa”

(Stanley Payne “El nacionalismo y el colapso de la Unión Soviética”, Revista de Libros, abril 2005).

Las repúblicas centroasiáticas fueron las más pobres de la antigua Unión Soviética. Los cinco Estados se mantuvieron al margen del proceso industrializador sólo se instalaron algunas industrias químicas y pesticidas altamente contaminantes. Esta zona se dedicó a la producción de materias primas, en especial el algodón, que como monocultivo histórico ha generado una sobreexplotación y degradación de la tierra. Dichas prácticas: uso indiscriminado de recursos hídricos, desertización, salinización tuvieron  nefastas consecuencias para el medio ambiente. El desecamiento del mar Aral es un caso paradigmático de destrucción ecológica.

Las repúblicas centroasiáticas a diferencia de las del Cáucaso no pueden referirse a su pasado presoviético como entidades estatales ya que su organización se basaba en kanatos y federaciones tribales. No obstante, bajo la influencia de la glasnost varios partidos, organizaciones y grupos políticos comenzaron a crecer rápidamente en Asia Central a finales de los ochenta. Su máxima actividad se registró entre 1990 y 1992. Estos tres años vieron nacer numerosas organizaciones políticas.  El llamado “resurgir de Asia Central” tuvo una vida muy corta, pues tan pronto como se independizaron, el poder recayó en ex-oficiales comunistas.. La mayor parte de la población de la región se mostró indiferente al colapso de la Unión Soviética. En la región había grandes porcentajes de rusos que no tenían ningún interés en la independencia.

Sin embargo, al ponerse en marcha la perestroika hubo enfrentamientos de diferente tipo, la mayoría en el seno de cada República. Estos conflictos fueron resultado de una combinación de factores. Junto a la negativa situación socio económica existían razones políticas y culturales que alimentaban las tensiones que atravesaban a estos países. Un factor de peso fue la división de la zona en naciones-estado impuesta por Stalin en los años veinte. Fue artificial porque se produjo antes la creación de un sentimiento nacional, y porque no reflejaba completamente la realidad de la composición étnica de la región. Las decisiones de Moscú estuvieron encaminadas a evitar cualquier proyecto unitario en Asia Central. Las repúblicas se diseñaron de forma tal que un mismo grupo étnico quedó fraccionado en las diferentes repúblicas. Por ejemplo, para debilitar a Tayikistán, las ciudades de Samarcanda y Bujará, con mayoría de población tayika, quedaron en territorio de Uzbekistán, al mismo tiempo que alrededor del 15 % de la población de Kirguistán pasó a ser uzbeca. En el clave valle de Fergana se impusieron diferentes áreas administrativas: kirguises, uzbekas y tayikas. Los rusos llegaron a ser una importante minoría, en algunos casos casi un tercio de la población del Estado en que residían.

Frente al avance de los nazis Stalin llevó a cabo masivos desplazamientos hacia Asia Central de los grupos que consideraba como posibles aliados de los alemanes. Entre los pueblos castigados estuvieron los kalmucos procedentes de las riberas del Caspio, los chechenos y balkares del Cáucaso que durante el gobierno de Kruschev fueron autorizados a volver a su suelo natal. Entre los que debieron permanecer en el exilio forzoso figuran los alemanes del Volga (descendientes de los colonizadores germanos convocados por Catalina II a mediados del siglo XVIII), los tártaros de Crimea, los llamados turcos mesjetos, un pueblo étnicamente georgiano que se había islamizado. Los mesjetos sobrevivieron en condiciones de vida muy penosa y no pudieron regresar a su zona de origen, se opusieron el Kremlin y las autoridades georgianas.

Cuando la mano de Moscú se aflojó se activaron los conflictos interétnicos. También incidieron en los enfrentamientos violentos que se manifestaron en esta región, las decisiones de Gorbachov que cuestionaron a la dirigencia autóctona consolidada durante el período de Brezhnev. Esto se manifestó en las luchas que se desarrollaron en Alma Ata la capital de Kazajistán en diciembre de 1986 cuando el dirigente enviado por Gorbachov intentó reemplazar al jefe del partido comunista kazako. La necesidad de una renovación de los jefes políticos brezhnevianos fue la chispa que encendió rencores étnicos entre kazakos y rusos que lucharon dos días en las calles donde hubo más de treinta muertos. La revuelta no fue espontánea había sido preparada por la dirigencia comunista local.

A través de los enfrentamientos se puso en evidencia un nacionalismo heterofóbico con carácter horizontal: pogroms desencadenados por las diferentes poblaciones autóctonas contra las diferentes minorías de cada territorio. En 1986 en las capitales de Tayikistán y de Kirguistán, en ambos casos la agresión recayó sobre aquellos que parecían extranjeros. Entre 1988 y 1989 en las capitales de Uzbekistán y Turkmenistán. Las expresiones más extremas se produjeron en el valle de Fergana (se extiende por Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán) en mayo y junio de 1989 con 112 muertos y en 1990 con 320 muertos.

 

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