FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La delación bajo el gran terror

IV. La experiencia soviética de la guerra civil a la Segunda Guerra Mundial


Algunos de los casos recogidos por el historiador Orlando Figes en su obra Los que susurran:

"En esta atmósfera de recelo, odio y resentimiento en que se vivía en la Unión Soviética, no hacía falta gran cosa para que disputas insignificantes y la envidia se convirtieran en denuncias. En 1937 Boris Molotkov, un médico rural de la región de Gorki, al nordeste de Moscú, fue abordado por el jefe de Distrito del NKVD, un viejo amigo de su familia, quien le pidió que practicara un aborto a su amante embarazada. Cuando Molotkov se negó, ya que el aborto había sido ilegalizado en los años treinta, el oficial del NKVD ordenó que una serie de informantes lo denunciaran como ‘contrarrevolucionario’. Boris fue detenido y enviado a la cárcel del distrito. Su esposa también fue detenida, acusada con pruebas falsas del asesinato de un auxiliar en el hospital de Gorki.

Con frecuencia los intereses amorosos y sexuales desempeñaban un importante papel en estas disputas, con resultados mortales para los menos avisados o los más honrados. Amantes no deseados, mujeres y maridos… todos ellos eran denunciados en gran número durante el Gran Terror. Nikolai Sajaron era un ingeniero cuyo padre, un sacerdote ortodoxo, había sido ejecutado en 1937, pero Nikolai era muy valorado por sus conocimientos como ingeniero industrial y creía que esa circunstancia lo mantendría a salvo de ser detenido. Sin embargo, cierto día alguien se interesó por su mujer y denunció a Nikolai como ‘enemigo del pueblo’. Lipa Kaplan se metió en problemas similares cuando trató de resistirse al acoso sexual de su jefe en la fábrica donde trabajaba. El jefe arregló que un informante denunciara a Lipa por un comentario que ella había hecho después del asesinato de Kírov, tres años antes. En ese momento Lipa no fue detenida –la denuncia fue considerada infundada–, pero en 1937 bastó para que la sentenciaran a diez años en el campo de concentración de Kolymá.

Los ascensos en la carrera profesional y las recompensas materiales eran un incentivo para casi todos los informantes, aunque en general esos estímulos se mezclaban de manera compleja con la convicción política y el temor. Miles de funcionarios comunistas de bajo rango se abrieron paso hacia las jerarquías superiores de su soviet local gracias a su papel como informantes de la policía política, un papel que era alentado por el régimen. Un hombre llamado Iván Miachin promovió su carrera gracias a las denuncias voluntarias que realizó contra al menos 14 líderes del soviet y del Partido Comunista de Azerbaiyán, entre febrero y noviembre de 1937. Para justificar su artera actitud, Miachin declararía más tarde: “Pensábamos que eso era lo que debíamos hacer [...]. Todos redactaban informes”. Tal vez Miachin pensara que era un mérito estar tan vigilante y alerta. Tal vez le causara un placer malicioso el hecho de arruinar las vidas de sus jefes, o le enorgullecía ayudar a la policía. Había informantes de esa clase: entrometidos corresponsales que numeraban cuidadosamente sus informes y los firmaban como “uno de nosotros” (svoi), “partisano”, para hacer gala de su lealtad. Sea como fuere, el ascenso personal, un sueldo más alto y mejores raciones, o la promesa de una vivienda más amplia, sin duda eran aspectos importantes para los denunciantes. Cuando un piso quedaba vacío debido al arresto de sus ocupantes, solía pasar a manos del personal del NKVD o se dividía y era ocupado por otros funcionarios del Estado, tales como choferes y administrativos, algunos de los cuales indudablemente recibían esa recompensa por haber delatado a los anteriores ocupantes.

Iván Maligin era un ingeniero de Sestroretsk, al norte de Leningrado. Era muy competente, una persona profundamente respetada por los obreros de su fábrica, que lo llamaban “el ingeniero zar” y que incluso ayudaron a su familia cuando Maligin fue detenido por el NKVD. El ingeniero era casi una celebridad local. Escribía manuales de ingeniería, panfletos populares y artículos para la prensa soviética. Vivía con su mujer y sus dos hijos en los suburbios de Sestroretsk, en una gran casa de madera que él mismo había construido. Pero como suele ocurrir, su prosperidad y su prestigio despertaron celos y envidias. Maligin fue detenido por una denuncia presentada por uno de sus colegas de la fábrica que envidiaba sus éxitos. Había atestiguado que Maligin usaba su casa para realizar reuniones clandestinas con los servicios secretos finlandeses. En realidad resultó que la denuncia había sido preparada por un pequeño grupo de agentes del NKVD, quienes obligaron a Maligin a venderles su casa por 7000 rublos, cuando había sido valorada por un precio de 500.000. Los policías amenazaron con detener también a su mujer si se negaba a venderles la casa. Maligin acabó por ser fusilado. Su mujer y sus hijos fueron desahuciados de la casa, que fue ocupada por los agentes del NKVD y sus familias. Los descendientes de los policías siguen viviendo en la casa arrebatada a Maligin".


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