FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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IV. La experiencia soviética de la guerra civil a la Segunda Guerra Mundial

Del imperio zarista a la URSS


Después de la guerra civil, los bolcheviques lograron imponer su poder en gran parte de los territorios que, anexados a Rusia durante el período zarista, en el curso de la Revolución se habían desvinculado de Moscú.

Rusia había resultado de la unificación de diversos principados eslavos orientales que se convirtieron al cristianismo en el siglo X y con el tiempo eligieron Moscú como su capital. En el siglo XIII fue conquistada por los mongoles, que fueron paulatinamente desalojados, y en 1613, el primer Romanov fue coronado en Moscú. Desde ese momento y hasta comienzos del siglo XX, la monarquía anexó nuevas tierras: hacia el sur, el mar Negro, el Cáucaso y el mar Caspio; hacia el este, Siberia, Asia Central e islas del Pacífico; hacia el norte y el oeste, Finlandia, la zona báltica y Polonia, de modo tal que los Romanov llegaron a reinar sobre una sexta parte del mundo.

Los mapas anteriores a la Primera Guerra Mundial no precisaban las fronteras de Rusia dentro del Imperio. Una vez conquistados, los países eran borrados como entidades independientes. Los otros imperios distinguían con precisión sus colonias; en cambio, el Imperio ruso quedó dividido en diferentes unidades sin que se deslindaran las regiones conquistadas. En algunos casos, para marcar la diferencia entre Rusia y las regiones conquistadas, se recurrió a términos como “ducado” –el Gran Ducado de Polonia, el Gran Ducado de Finlandia– o “región” –la Región Turquestana (hoy Tayikistán, Kirguizistán y Uzbekistán).

Bajo el gobierno bolchevique, en julio de 1918 el Congreso Panruso de los Soviets sancionó la constitución que dispuso la creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR). Esta englobaba a la mayor parte de los rusos, pero también incluía áreas mayoritariamente ocupadas por otras nacionalidades, entre ellas grandes extensiones de Siberia y Turquestán. La RSFSR era, en cierto sentido, un estado multinacional. Respecto del trazado de sus fronteras, la revolución y la guerra civil impidieron una definición precisa y, en este sentido, el término federativa dejaba abierta la posibilidad de incorporar las regiones que se desvincularon de Moscú en el marco de la guerra y la Revolución.

La unidad del Imperio fue cuestionada a partir de la Revolución, especialmente en la zona occidental. Las diferentes trayectorias seguidas por los países de esta región –Finlandia, Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Estonia y Letonia– resultaron de la combinación de tres factores: el principio de autodeterminación propuesto por los bolcheviques tras la revolución de febrero de 1917, las intervenciones de Alemania y las potencias aliadas y el grado de consistencia de los movimientos nacionalistas en cada uno de ellos. Al concluir el ciclo revolucionario y con el aval de Versalles, los países mencionados, excepto Ucrania y Bielorrusia, emergieron como nuevos Estados soberanos. Los movimientos nacionalistas ucraniano y, especialmente, bielorruso fueron más débiles que en los otros casos; además, sus lazos económicos y culturales con Moscú eran más consistentes. No obstante, hubo que esperar que concluyera la guerra civil para concretar, en 1920, la creación de la República Socialista Soviética de Ucrania y de la República Socialista Soviética de Rusia Blanca, sin intentar incluirlas en la Federación Rusa.

La sujeción de la zona del Cáucaso fue más compleja. El territorio de Transcaucasia era la patria de unos ocho grupos nacionales. Los más numerosos –georgianos, armenios y azerbaiyanos– tenían fuertes diferencias entre sí en términos económicos, sociales, culturales y políticos. Después de Octubre se estableció el Comisariado Transcaucásico, apoyado principalmente por Georgia. A partir de la disolución de la Asamblea Constituyente en enero de 1918, este Comisariado no reconoció al gobierno bolchevique. Por el tratado de Brest-Litovsk los bolcheviques reconocieron la autoridad del Imperio otomano sobre territorios de esta zona, pero el Comisariado Transcaucásico decidió resistir y proclamó una República Federal Transcaucasia, de la que quedó excluida la ciudad de Bakú, capital de Azerbaiyán. Aquí se había instalado un gobierno bolchevique que recibió el apoyo de la comunidad armenia, temerosa de la población azerbaiyana de tierra adentro ligada por fuertes vínculos con los turcos. El peso de los comunistas en esta ciudad se basó en la presencia de una importante colonia de obreros rusos en la industria del petróleo.

Las divergencias entre los pueblos que integraban la mencionada República Federal Transcaucasia hizo posible, en el verano de 1918, que Armenia y Azerbaiyán fueran ocupadas por Turquía, mientras Georgia buscaba la protección de Alemania. Después de la caída de las potencias centrales, los tres países, cuyos gobiernos fueron reconocidos por Londres, enviaron delegaciones a la conferencia de Versalles. Los armenios creyeron que sus reivindicaciones territoriales sobre Anatolia oriental serían satisfechas, pero no fue así. En el tratado de Lausana (1923), los aliados occidentales reconocieron a Mustafá Kemal el derecho de Turquía sobre esa región. Finalmente, los tres gobiernos nacionalistas que habían optado por la independencia fueron desalojados por los bolcheviques, y en 1922 Armenia, Georgia y Azerbaiyán formaron la Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas del Transcáucaso.

La nueva Constitución soviética aprobada en 1924 consagró la existencia de la URSS, a la que se sumaron dos nuevas repúblicas: Turkmenistán y Uzbekistán. Fueron creadas en tierras que hasta ese momento formaban parte de la Federación rusa. Doce años después, la Federación rusa volvió a perder territorios para crear otras tres repúblicas –Tayikistán, Kirguistán y Kazajstán– que también se sumaron a la URSS. Al mismo tiempo, La Federación del Cáucaso dejó de existir y fue reemplazada por la antigua división en tres unidades: las repúblicas de Armenia, Azerbaiyán y Georgia.

Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la URSS estaba integrada por once repúblicas: las tres eslavas, Ucrania, Bielorrusia y Federación rusa, las tres del Transcáucaso, Azerbaiyán, Armenia y Georgia, y por último, las cinco de Asia Central: Kazajstán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirghizistán y Ubezkistán.

En virtud del pacto Molotov-Ribbentrop, en 1940 Moscú anexó los países del Báltico: Estonia, Lituania y Letonia, independientes desde 1918, y además, la zona de Besarabia –en manos de Rumania desde el fin de la Gran Guerra– donde creó la República Socialista Soviética de Moldavia.

En teoría, la Unión Soviética se componía de repúblicas federadas que gozaban de una amplia autonomía para su administración interna. Cada una de ellas, con excepción de Rusia, tenía su propio Partido Comunista y todas eran “soviéticas”, es decir que, en principio, el poder político residía en los soviets. Estos organismos colegiados presentes en los distintos niveles administrativos conformaban una estructura piramidal que, partiendo de los soviets locales, pasaba por las repúblicas y llegaba al Soviet Supremo de Diputados del Pueblo, con sede en Moscú. Si bien su posición era equivalente a la de los cuerpos legislativos nacionales de las democracias europeas, como organismo de gobierno carecía de poder efectivo. En gran medida lo mismo ocurrió con el poder ejecutivo a cargo del Consejo de Comisarios del Pueblo de la URSS. El poder real residió en el Partido Comunista, que organizó una estructura paralela a la de la administración estatal. Los organismos estatales recibían órdenes directas del partido y la designación de los funcionarios de alto nivel estuvo en manos de la cúpula partidaria, con el consiguiente vaciamiento de los organismos a cargo del gobierno.

El concepto “república soviética” era una cáscara vacía: los soviets nunca intervinieron en la designación de las autoridades, ya que los miembros de los gobiernos republicanos eran designados por el Comité Central del Partido Comunista. En el plano local, los soviets quedaron subordinados a los comités del partido, en los que prevalecía la voz del secretario general sujeto, a su vez, a la cúpula bolchevique. Así como no fue “soviética”, la URSS tampoco fue “federal”: la autonomía de las repúblicas era nominal y sus autoridades dependían de la dirigencia comunista. Según el reglamento del partido redactado en 1919, todas las organizaciones comunistas de las diferentes repúblicas eran consideradas simples unidades regionales del PCUS. Bajo este principio, los organismos comunistas de Ucrania, por ejemplo, estaban estrictamente subordinados al Comité Central de Moscú. Tampoco se permitía que las repúblicas tuvieran vínculos entre sí: solo podían relacionarse con la RSFSR.

En el PCUS todas las riendas del poder quedaron en manos de la cúpula partidaria. Los comités comunistas respondían disciplinadamente a las directivas de los órganos superiores, y aunque formalmente los secretarios eran elegidos por las bases, en los hechos los nombramientos y las destituciones quedaron en manos de la Secretaría del Comité Central. El partido gobernante era una organización piramidal con el poder concentrado en un pequeño círculo: los hombres del Politburó y el jefe político máximo de este entramado. El primero fue Lenin, quien controló con dureza los resortes del poder hasta que cayó enfermo en 1922; después se impuso Stalin, quien tuvo en sus manos un poder inmenso que utilizó despóticamente hasta su muerte en 1953.



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