FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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III. Fascismo y nazismo

La Marcha sobre Roma y el ingreso al gobierno


Frente a la violencia en las calles que el mismo fascismo promovía, y a la creciente debilidad del grupo gobernante, los fascistas decidieron organizar, a fines de octubre de 1922, la Marcha sobre Roma, para ingresar al gobierno. Las poco organizadas huestes fascistas habrían podido ser detenidas por las fuerzas militares si hubiera existido la voluntad de frenarlas. El ministro Facta quiso proclamar el estado de excepción, pero el rey Víctor Manuel III se negó a firmar el decreto. Los ministros renunciaron y el monarca pidió a Mussolini que formase un nuevo gabinete.


Marcha sobre Roma  ESCENA DE LA MARCHA SOBRE ROMA


El Duce se puso al frente de un gobierno de coalición integrado por algunos fascistas y una mayoría de dirigentes de otras formaciones políticas, excluida la izquierda. No hubo golpe ni éxitos electorales, los fascistas llegaron al gobierno de la mano de los notables, los militares y la monarquía.

Hasta 1925, Mussolini fue solo el primer ministro de una monarquía semiparlamentaria, la vida pública –partidos, sindicatos, prensa– siguió funcionando bajo una cierta apariencia de normalidad. La política económica no se apartó de la ortodoxia liberal y favoreció el libre juego de la iniciativa privada a través de las privatizaciones –los casos de teléfonos y seguros–, los incentivos fiscales a la inversión y la reducción de los gastos del Estado. No obstante, se dio curso a las primeras medidas destinadas a fortalecer al Partido Fascista. Fue creado el Gran Consejo Fascista como órgano consultivo paralelo al parlamento. A principios de 1923 todas las asociaciones y unidades paramilitares fueron integradas en una milicia voluntaria encargada de la seguridad nacional, una medida que legalizó a la fuerza de choque fascista, las Camisas Negras. Los nacionalistas, además, se incorporaron al Partido Fascista.

Mussolini había llegado al gobierno con el apoyo, o bien la complacencia, de distintos sectores que mantenían un equilibrio inestable entre sí. Por una parte, el partido, cuyos miembros más radicales exigían su promoción personal y cambios más “revolucionarios” para avanzar hacia el igualitarismo y el fortalecimiento de los sindicatos fascistas frente a la patronal. Por otra, los grupos de poder –grandes propietarios industriales y agrarios, la Iglesia, la elite política– junto con funcionarios y organismos estatales, a favor de un autoritarismo tradicional respetuoso de la propiedad privada y de la jerarquía social. Las decisiones del caudillo, a pesar del peso de su autoridad carismática, fueron condicionadas por las relaciones de fuerza entre estos sectores. El Duce avanzó menos que Hitler en el proceso de fascistización del Estado. A partir de su desconfianza hacia los activistas del partido se esforzó por subordinarlos a un Estado poderoso. El Duce no logró el grado de autonomía que llegara a ostentar Hitler: tuvo que compartir la cúspide del poder con el rey y debió convivir con una Iglesia católica fuerte. En el marco de estas restricciones, los más altos niveles de la burocracia y los grandes grupos de interés políticos y económicos se reservaron cuotas de poder que les posibilitarían destituir al Duce en 1943, cuando Italia perdía la guerra.

A fines de 1923 fue aprobada una nueva ley electoral según la cual la lista que obtuviera más del 25 % de los votos ocuparía el 66 % de las bancas. La medida, resistida por los socialistas, recibió el respaldo de los liberales y los populares. Al iniciarse las sesiones del cuerpo legislativo en mayo de 1924, el diputado socialista Giacomo Matteotti denunció la violencia empleada por los fascistas en las elecciones y mantuvo un tenso debate con Mussolini.fuente

Días después, Matteotti fue secuestrado en pleno centro de Roma, y a mediados de agosto su cuerpo fue hallado en un bosque.

Las primeras investigaciones condujeron a revelar la participación de miembros de las bandas armadas fascistas. El fascismo apareció sentado en el banquillo de los acusados. Los legisladores que encabezaron la llamada “secesión de Aventino” abandonaron sus bancas reclamando la supresión de la milicia fascista y la normalización de la vida constitucional. El rey se negó a tomar alguna medida. Al cabo de cinco meses, con la Cámara clausurada, los principales jefes fascistas desataron una escalada de violencia en Florencia, Pisa, Bolonia, exigiendo el establecimiento de un régimen unipartidista: había llegado el momento de hacer la revolución liquidando al régimen liberal. Finalmente, el Duce decidió actuar. Pidió al rey que disolviera la Cámara y en su discurso del 3 de enero de 1925 asumió la responsabilidad de cuanto había sucedido: “Si el fascismo es una asociación de delincuentes... Si toda la violencia ha sido el resultado de un clima histórico político y moral, pues bien, para mí toda la responsabilidad, porque este clima lo he creado yo”.

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