FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Autos y ancianos


Podemos situar en los polos de la situación histórica que presentan El camino del tabaco  y Viñas de ira a los automóviles y a los abuelos. No son elementos centrales de las tramas, no ocupan un lugar decisivo en el transcurrir o en el giro de las historias, pero están ahí para simbolizar lo que cambia y lo que se pierde en el punto crítico en el que la tecnología y la modernización son la otra cara de la desolación y la pérdida. Si pensamos en los automóviles que aparecen en los filmes, percibiremos sin gran esfuerzo que su lugar es el del progreso, el del cambio tecnológico y el de la diferenciación social. En Viñas de ira, un agente visita las tierras que alojan a las familias campesinas a bordo de un elegante y lujoso descapotable del que no se apea jamás. Desde allí, cómodamente instalado y sin asomo de contrición o solidaridad, explica a los ocupantes la nueva situación: tierras estériles, propietarios endeudados que las perdieron a manos de los bancos, burócratas que en ciudades lejanas tomas decisiones racionales que reemplazan la mano de obra campesina familiar por el cultivo tecnificado con tractores y jornaleros asalariados. “No me culpen a mí”, agrega el mensajero, “es lo que pasa en todas partes y no hay nada qué hacer ante esto”.

La imagen se repite en El camino del tabaco. De talante más amable y sinceramente preocupado por los Lester, el heredero Tim se acerca a bordo de otro largo descapotable a dar la noticia a los viejos aparceros de su padre. A su lado va el agente bancario que representa a los nuevos dueños. A pie sobre la tierra que deberán dejar pronto, los Joad y los Lester ven pasar la Historia en automóviles caros y confortables, un contrapunto fuerte que Ford subraya con el camión ruinoso de los Joad y la antigualla que maneja Jeeter Lester, siempre a punto de destartalarse.

 

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Pero así como ambos filmes dejan en claro cómo y quiénes traen las noticias sobre el futuro, en las figuras de los abuelos podemos encontrar los signos más evidentes de aquello que se deja atrás y cómo sale de escena. En Viñas de ira los abuelos mueren uno a uno en el camino a California, malamente alimentados, sin posibilidad de atención médica alguna, la familia se reserva el tiempo de un mínimo ritual y los entierra al costado de la ruta, rezando al morir el abuelo una plegaria profundamente humana que Casey, que ya no encuentra a Dios en su alma ni en el mundo, vacía de contenido religioso. Los abuelos quedan atrás, como en toda larga marcha hacia el futuro, pero lo hacen violentamente desarraigados, oponiéndose hasta el final a un destino que no les pertenece y que no comprenden ni llegan a conocer. Alejados de la tierra en la que pasaron su vida entera, se quedan muy pronto al costado de un camino inhóspito y ajeno.

En El camino del tabaco, la presencia y la ausencia de la abuela es menos evidente y, acaso por ello mismo, más significativa. En medio de la tristemente pintoresca miseria de la casa, la abuela aparece y desaparece en algunas escenas, siempre en silencio, cruzando al fondo de la acción principal, renga y jorobada, acercándose cuando Jeeter consigue los nabos para mendigar algo para comer y rondando la vieja casa familiar en la primera mitad del relato. Después dejamos de verla. En la escena final, Jeeter y Ada se dan cuenta que hace unos cuantos días que no merodea, llevan tiempo preocupados por el desalojo y no se han percatado que la abuela ya no está alrededor… Dude y Pearl se han marchado detrás de sendos estrafalarios matrimonios. Sólo quedan ellos dos, ni el pasado ni el futuro los acompañan.

Ruptura abrupta y definitiva de una forma de vida, de organización social y de trabajo, catástrofe humana que empujó al desarraigo, la miseria o la muerte a las clases populares del campo sureño, el avance capitalista sobre el mundo rural de los Estados Unidos a la salida de la crisis de Wall Street provocó profundas transformaciones en la vida de millones de norteamericanos y llevó a muchos de ellos a la lucha social y política a la que, sin ponerle nombre de partido, se suma Tom Joad siguiendo el ejemplo de su amigo Casey.

¿Cómo se puede restablecer la fe en los viejos valores de la nación en el marco de un deterioro semejante de la confianza de los individuos respecto de la sociedad en la que viven y de sus instituciones? En La ruta del tabaco no hay salida. Si Ford evita subrayar el drama de los protagonistas recurriendo, incluso en el final, a la ligereza de tono y a la simpatía por los personajes humildes habitual en su cine, queda claro de todos modos que el círculo se ha cerrado, y que a los Lester y a todos sus semejantes los espera el final del mundo al que pertenecen.  

Frente al desastre y sus ejecutores, en Viñas de ira sólo parece quedar el camino de la lucha, que “los rojos” han abierto en distintos lugares y que promete conducir a la dignidad de los campesinos y los desheredados. Por supuesto, no se habla explícitamente del Comunismo, pero la lógica del relato, que descansa en la novela de Steinbeck, lleva a Tom al compromiso político y a la necesidad de pelear junto con otros por justicia e igualdad.      

En La diligencia, una obra más personal y surgida de su propia iniciativa, Ford ofrecía otras respuestas a los dilemas de la hora.

 

 

 

 

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