FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Barridos por la Historia, narrados por el cine


Fue necesario el paso de una década para que el cine comenzara a registrar de forma más o menos sistemática el conjunto de transformaciones económicas, sociales y culturales que empujó la gran crisis de Wall Street sobre la sociedad de los Estados Unidos y sobre el espíritu y el ánimo de sus habitantes. En parte por tratarse en sus orígenes de un entretenimiento barato para el disfrute de las clases populares, el cine de la gran industria de Hollywood que consiguió afirmarse como tal con el correr de la década de 1930, estuvo tradicionalmente alejado de las preocupaciones sociales corrientes y, en general, los productores huían como de la peste de los proyectos que se organizaban en torno de alguna inquietud social de guionistas o directores. En este sentido, es difícil encontrar una vertiente o un género de cine social en la industria del cine norteamericana, por lo menos hasta bien entrada la década de 1950.

Lo antedicho no quita que en las realizaciones más importantes de esa industria y en las obras de algunos de sus grandes maestros se puedan encontrar los principales problemas de la realidad contemporánea, ya sea como temas centrales, como en Viñas de ira o El camino del Tabaco, o mirando al sesgo, como en el caso de La diligencia. Al fin y al cabo, los grandes artistas siempre dejan testimonio de la época en la que viven y desarrollan sus obras, de manera más o menos directa o en el trasfondo o el ambiente de sus relatos. Por supuesto, Ford, pero también Frank Capra, Howard Hawks, Raoul Walsh o William Wyler, por citar sólo a algunos de los grandes cineastas clásicos en plena actividad entre la década de 1930 y de 1940, han dejado en sus obras las marcas más claras y evidentes pero también las más oscuras y profundas de las transformaciones históricas del país entre el final de la primera guerra mundial y la victoria en la segunda. En el caso de Ford, su obra ilumina incluso la construcción de la nación y el avance definitivo del capitalismo sobre el territorio unificado.

El paso de la comunidad a la nación y de la nación primitiva a la sociedad moderna, ha quedado registrado en sus obras con sensibilidad, pasión y sentido histórico, lo que nos permite muchas décadas más tarde repasar en ese puñado de ficciones del cine, cómo afectaron el curso de las vidas de las personas sencillas y corrientes de las ciudades o de la vieja tierra rural todos esos cambios que llevaron alternativamente los rostros de la crisis y del progreso.

Los laboriosos y esperanzados Joad y los improductivos y resignados Lester comparten un pasado y un destino comunes: fueron durante más de medio siglo ocupantes de tierras del sur de los Estados Unidos, cultivadas, en Oklahoma o en Georgia, como en cualquier otra comarca del viejo sur esclavista, mediante el sistema del arriendo o la aparcería. Campesinos criados en la tierra, que criaron a su vez sus hijos en las granjas familiares como todo el mundo alrededor, asisten entre incrédulos y pasmados a una realidad que está completamente fuera de sus previsiones y de su cosmovisión: deben abandonar la tierra en la que pasaron su vida entera. Casi ancianos, con padres e hijos a cuestas, son obligados a partir, desde que las condiciones de propiedad se modifican a raíz de la crisis y alguna corporación radicada quién sabe dónde se ha favorecido de la inmensa concentración efecto de la crisis y ha decidido implementar el cultivo industrial. Las familias campesinas arrendatarias ya no son necesarias, molestan ellas y sus viviendas, deben ser desalojadas con todas sus pertenencias, y sus casas derrumbadas por los mismos tractores que reemplazarán sus brazos en la siembra y la cosecha.

 

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La famosa escena la que el vecino Muley y su familia ven su casa derribada por el paso del tractor, inermes, asombrados, demudados, sintetiza de forma contundente el sentimiento de los desposeídos de la tierra: no sólo se quedan sin nada, además no tienen con quién enfrentarse, dado que, como les explica el conductor –otro vecino del lugar- la orden emana de algún oscuro y distante escritorio y ha sido firmada por alguien a quien jamás le verán la cara. El tractor avanza, derriba la casa y continúa su marcha sin detenerse. La secuencia se cierra sobre los Muley, expulsados por la mano anónima del mercado, sin pasado que defender, sin futuro a la vista, sólo les queda sus sombras largas y fantasmagóricas, en las que el director detiene un plano por demás elocuente, rendidas a la marcha de los tiempos.

En el inicio de El camino del tabaco la desesperación se presenta sobre otro elemento común a ambos filmes: el hambre. Es cierto que Ford elige un tono costumbrista menor para toda la obra, pero esto matiza apenas el tremendo dramatismo de la situación: los Lester no tienen alimentos a la vista, tampoco cómo comprarlos ni producirlos, y ante el menor descuido del torpe Lov, se le abalanzan sin contemplaciones para robarles los nabos que trae en su bolsa. Está claro, por la violencia del asalto y el entusiasmo ante tan módico banquete, que llevan días sin comer.

 

 

 

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