FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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En torno de John Ford y su cine: luces y sombras de la Historia


 

Presentar una semblanza de la figura y de la obra de John Ford: he aquí una tarea difícil. Es probable que con el paso del tiempo la consideración retrospectiva de la importancia de Ford para la historia del cine siga en ascenso, tal cual ha venido sucediendo en las últimas décadas entre críticos e historiadores. Este reconocimiento póstumo expresa algo tardíamente aquel que sus propios colegas cineastas le rindieron en vida, señalándolo permanentemente como el gran maestro o, como dijo Akira Kurosawa promediando la década de 1950: Ese hombre que sólo hace películas maravillosas”. Hay que decir que Ford se sentía molesto ante los elogios y que siempre eludió la consideración de su propia obra como un corpus trascendente que merecía mayor atención de parte de los críticos y los pensadores del cine. De carácter parco y malhumorado, Ford prefería definirse a sí mismo simplemente como un “tipo que hace westerns”, aludiendo al oficio al cual dedicó su vida entera desde que a fines de la década de 1910 empezó a recorrer su amado Monumental Valley en Utah, con una cámara al hombro, un par de actores y una cafetera de metal, durmiendo en el desierto mientras rodaba cortos de aventuras o pequeñas comedias del oeste que constituyeron el punto de partida de su obra.

 

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Sean Martin Feeney nació en febrero de 1894 en Maine, Estados Unidos, el hijo decimoprimero de una familia de irlandeses que llegaron al país huyendo de la miseria de su tierra natal. Siguiendo a un hermano actor, John se acercó a la naciente industria de Hollywood y empezó a dirigir bajo el nombre de Jack Ford en 1917. Muy pronto comenzó su colaboración con Harry Carey, actor con el que recorrió Utah haciendo películas de corta duración llevando la misma vida de los personajes de las obras que tramaban y rodaban juntos. Ford dirigió entre 1917 y 1930 setenta películas, echando las bases de una obra monumental, diversa y compleja que, si bien se apoyó fundamentalmente en el western, ofrece grandes películas en géneros variados. Toda una obra, 145 filmes dirigidos hasta su muerte en 1973, que permite situar a Ford como uno de los grandes artistas del siglo XX.

Para señalar algunos hitos fundamentales de su carrera como realizador, vamos a destacar algunas de sus películas más célebres, intentando sintetizar su interés histórico y algunas de las constantes temáticas y estilísticas del director.

En la década de 1930 pueden encontrarse sus primeras películas prestigiosas, como La patrulla perdida (The lost patrol, 1934) o El delator (The informer, 1935), primer Oscar como director; pero antes Ford ya había realizado filmes valiosísimos, como El caballo de hierro (The iron horse, 1924), filme mudo de ficción en el que se planteaba como fondo la expansión del ferrocarril hacia el oeste de los Estados Unidos.

Elemento central de toda su obra, el interés de historiador de Ford sigue ofreciendo un relato humano sensible y complejo del paso del tiempo y de las transformaciones históricas y sociales de su país entre la victoria del norte en la guerra de secesión y el avance de hombres, máquinas y organización social capitalista en las primeras décadas del siglo veinte, sobre un territorio todavía dispersamente habitado por sus pobladores originales, los distintos grupos indígenas que se batían en retirada resistiendo la invasión de la civilización de origen europeo.

El western clásico, del que Ford es el autor fundamental, narró la historia de los Estados Unidos durante el avance definitivo de las instituciones políticas, sociales y económicas propias de la imposición del orden capitalista. Lejos de presentar este episodio clave de la Historia como el triunfo de un modo de vida que debía ser saludado, la obra de Ford desarrolla una mirada profunda y multifacética sobre el problema del progreso, poniendo siempre en el centro de sus relatos las experiencias de la gente común: colonos, granjeros, vaqueros, soldados e indígenas y destilando muy frecuentemente una impresión amarga y contradictoria respecto del avance de la modernidad y de la marcha de la Historia. Todo esto puede percibirse con claridad en Un tiro en la noche (The man who shot Liberty Valance, 1961), una síntesis extraordinaria de los temas y de la mirada del director y, de paso, una obra fundamental sobre la construcción de los relatos históricos y la relación entre la propia vida, la memoria y la Historia.

Con El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939), La diligencia (Stagecoach, 1939) y Viñas de ira (Grapes of wrath), Ford pasó a ser considerado el gran director norteamericano capaz de presentar dentro de un registro clásico un conjunto de conflictos y personajes que el público y los críticos reconocían como representativos de los grandes temas actuales o recientes de la sociedad estadounidense. Este reconocimiento se extendió incluso a una figura como Sergei Eisenstein, quien veía en los filmes de John Ford, particularmente en El joven Lincoln, una armonía y una magia únicas en el cine contemporáneo. (Lindsay Anderson, Sobre John Ford, escritos y conversaciones; Paidós, Barcelona, 2001; pág. 320-321). La obra de Ford se iba a hacer más diversa, sutil e inclasificable con el paso de los años. El director combatió en la segunda guerra mundial practicando personalmente el oficio militar, una forma de vida que apreciaba desde joven y que describió con cariño en muchas de sus obras. Como señaló Lindsay Anderson: Entre 1941 y 1944 Ford sirvió en la Armada, llegando a conseguir el grado de Capitán (y más tarde el de Almirante). Participó en la batalla de Midway, que rodó cámara en mano; filmó también la participación del escuadrón Doolittle en el ataque a Tokyo; tomó parte en los ataques a las islas de Marcus y Wotje, envió a miembros de su unidad a la campaña del norte de África, sobrevoló varias veces el Himalaya y filmó el desembarco de Normandía en la playa de Omaha en el Día D. (Lindsay Anderson, Op. Cit.; pág. 118).

Algunas de las películas imprescindibles de su filmografía, particularmente las que ofrecen más material para la reflexión histórica, son: Qué verde era mi valle (How green was my valley, 1941) que cuenta las desventuras de una familia de mineros en el marco de una huelga en una comarca galesa a fines del siglo XIX; Fuimos los sacrificados (They were expendable, 1945), en torno a la experiencia terrible de un grupo de soldados norteamericanos combatiendo en el sudeste asiático durante la segunda guerra; Sangre de héroes (Fort Apache, 1947), la típica de indios y soldados, pero en la que quedan bien los indios y muy mal el Coronel a cargo del fuerte interpretado por Henry Fonda; El precio de la gloria (What price glory, 1952), un insólito filme de guerra con James Cagney que incluye secuencias de comedia musical y que ofrece una mirada amarga sobre la experiencia de los soldados estadounidenses en Europa; y El ocaso de los Cheyennes (Cheyenne autumn, 1964), donde contaba el lento pero definitivo exterminio cheyenne a manos de los blancos al final del proceso de ocupación del territorio occidental de los Estados Unidos. 

Señalada una y otra vez como la expresión más acabada del clasicismo cinematográfico, la obra de Ford motivó controversias en torno a la ideología del director y a su evidente simpatía por la vida militar. Una mirada más atenta de sus películas permite señalar que el cine de Ford eludió toda representación simple de la sociedad de su tiempo y de su historia y clausuró cualquier clase de triunfalismo, aun el más declamado por Hollywood en torno a la segunda guerra mundial y al papel de los Estados Unidos en la misma. Más allá de las polémicas, las películas de John Ford siguen sorprendiendo: son a la vez simples y profundas, simpáticas y amargas, diáfanas y oscuras.

Integrando en su cine de forma admirable el paisaje natural y el drama social, poniendo la cámara siempre en el lugar preciso en el que las acciones y los gestos humanos se desarrollan y se explican dentro de un contexto temporal y geográfico determinado y determinante, Ford narró toda una etapa de la historia de los Estados Unidos y de la historia universal: la del avance inexorable del capitalismo y la ocupación completa del territorio arrancado violentamente a los indígenas y puesto al servicio de la producción comercial y la explotación racional, que se refleja en su obra con la complejidad histórica, sociológica y cultural inherente a toda gran empresa humana.

Al principio y al final del cine de John Ford están siempre las personas de simple condición viviendo vidas atravesadas profundamente por su tiempo. Y si uno mira con atención, no es el relato positivo del progreso lo que se desprende de la mirada del director, sino una aguda consideración retrospectiva de los efectos humanos, sociales e históricos de una empresa civilizatoria cuyos resultados no deberían ser celebrados.

 


 

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