FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Pol Pot y el genocidio camboyano

III. La imposición y crisis del neoliberalismo en el Tercer Mundo


pol pot 

 

SE LLAMABA EN REALIDAD SALOTH SAR Y HABÍA NACIDO EL 19 DE MAYO DE 1928 EN LA LOCALIDAD CAMBOYANA DE PREK SBAUV, EN EL SENO DE UNA FAMILIA DE CAMPESINOS ACOMODADOS. EN 1949, RECIÉN CUMPLIDOS LOS 21 AÑOS Y GRACIAS A LOS CONTACTOS DE SU HERMANO EN EL PALACIO, SALOTH SAR RECIBIÓ UNA BECA PARA ESTUDIAR EN PARÍS. ALLÍ, ENTRÓ EN CONTACTO CON LAS TEORÍAS MARXISTAS-LENINISTAS. SU INTERÉS POR LA POLÍTICA DESPLAZÓ TODO LO DEMÁS, Y JUNTO A OTROS COMPATRIOTAS FUNDÓ EL CÍRCULO DE ESTUDIOS COMUNISTAS.

 

EN 1953, SALOTH PERDIÓ SU BECA Y REGRESÓ A CAMBOYA UNOS MESES ANTES DE QUE EL PAÍS SE INDEPENDIZARA DE FRANCIA, EN 1954. UN VIAJE A CHINA EN 1965, DONDE PUDO CONOCER DE CERCA EL FENÓMENO DE LA REVOLUCIÓN CULTURAL Y LOS PLANES MAOÍSTAS DEL "SALTO ADELANTE", LE CONVENCIÓ DE QUE ALGO ASÍ ERA POSIBLE TAMBIÉN EN CAMBOYA.

 

El genocidio camboyano fue negado como tal durante mucho tiempo, con el argumento de que se había producido sobre el propio pueblo y el autogenocidio era una contradicción en sus términos. Los jemeres rojos asesinaron a prácticamente todos sus oponentes políticos: más del 80% de los oficiales del ejército republicano controlado por el dictador Lon Nol, títere norteamericano; más del 65% de los policías; más del 60% de los funcionarios. De los quinientos cincuenta magistrados del país solo se salvaron cuatro. Se trata de muchísimos muertos, pero en total ellos y sus familias “solo” suponían un 5% de la población de Camboya en ese momento, que era de unos siete millones y medio de personas.

La violencia se va a descargar sobre tres grupos arbitrariamente definidos: el primero es el de “los traidores que originalmente incluyó solo a los oponentes políticos, citados anteriormente; sin embargo, rápidamente se ampliará a los enemigos interiores, o sea dentro del propio partido.

La por desgracia célebre prisión de Tuol Sleng, S-21, museo del genocidio, era la cabeza de una red de prisiones, más de ciento cincuenta, que buscaban extirpar la enfermedad, el germen burgués que anidaba también en el partido, como decía el propio Pol Pot. La finalidad higienista se evidencia en el hecho de que se arrestaba al “traidor” y a todos los miembros de su familia y casi todos eran ejecutados, normalmente tras terribles períodos de tortura y confesiones.

Cada purga iba reduciendo los cuadros del partido y cada vez eran más jóvenes y menos instruidos los que los sustituían, los verdugos que serían ejecutados por la siguiente generación de verdugos. Al final, solo el 25% de los carceleros de S-21 tenía más de veintiún años.

La voluntad genocida se demuestra en las otras dos categorías de perseguidos. La segunda fue la del “subpueblo”, los intelectuales, la gente con algún tipo de formación (incluidos especialmente los comerciantes), relacionada con el antiguo régimen y no reeducable. Más del 50% de los que fueron incluidos en esta categoría, a veces simplemente por llevar gafas o no tener callos en las manos, fue exterminado. Como ejemplo, solo cuarenta y ocho de los cuatrocientos cincuenta médicos que había en Camboya en 1975 vivía en 1979. Aquí también se incluyó al clero.

El tercer grupo objeto de genocidio fue el “pueblo nuevo”, definido así en contraste con el viejo pueblo campesino. Eran los habitantes de las corruptas ciudades, la mayoría de ellos obreros, empleados y muchos incluso campesinos refugiados en Phnom Penh, como consecuencia de la guerra civil. Se los etiquetó como los del “75” porque habían permanecido en las ciudades y no se habían unido al movimiento de los jemeres antes de la caída de la capital. Eran en teoría reeducables y para ello fueron dispersados en comunas populares, en las que iban a conocer las condiciones de vida del campesinado, empapándose del espíritu que les libraría de pertenecer a la categoría de enfermos. La sobremortalidad en este grupo fue tan elevada (más del 40% de los habitantes de las regiones más urbanizadas murió en esos años), que resulta difícil no creer en la existencia de una voluntad auténticamente genocida. Las condiciones de insalubridad, la insuficiente alimentación y el trabajo agotador, unido a las ejecuciones directas de naturaleza arbitraria o por infracciones nimias de reglamentos rigurosísimos son un diseño conocido en otros ejemplos de genocidio.

Durante mucho tiempo se negó el genocidio camboyano. Hubo dos razones principales: por un lado, que fueran precisamente los comunistas vietnamitas los que abriesen el museo del genocidio, tras la derrota de los jemeres y, en segundo lugar, que en los años siguientes, Pol Pot fuese protegido por el mundo occidental, en su condición de peón importante de la coalición antivietnamita. Los mandos de los jemeres rojos eran, en su mayoría, profesores, intelectuales, muchos por cierto de origen “extranjero” (con antecedentes chinos y vietnamitas en su mayor parte). Cuando huyeron a los bosques se encontraron con una sociedad para ellos desconocida, de campesinos supuestamente no infectados por el capitalismo, y organizaron su ideología sobre una base pura y dura: la del hombre que nace del grano de arroz, aplicándole sus modelos teóricos. Desconectados prácticamente durante los cinco años de guerra civil del mundo, crearon una cultura paranoica de la autosuficiencia.

El genocidio camboyano es un crimen sin castigo. Un crimen que intentó justificarse por las condiciones previas: las persecuciones y matanzas salvajes en Indonesia de comunistas; la dictadura de Lon Nol sostenida por Washington para llevar a cabo la criminal campaña de bombardeos en los estertores de la guerra vietnamita.

En ellos vemos una serie de elementos comunes: la mayoría eran de clase media y alta; todos tenían estudios; la mayoría estudió o trabajó en el Liceo Sisowath, la escuela más prestigiosa de Camboya; la mayoría estuvó en París donde absorbió la doctrina comunista imperante en el entorno del Partido Comunista Francés; casi todos trabajaron más tarde como profesores; todos eran comunistas; muchos de ellos tenían razones para el resentimiento; la mayoría fueron genocidas.

Se calcula que este genocidio condujo a la muerte a la cuarta parte de la población camboyana. La película de Roland Joffe Los gritos del silencio brindó en 1984 un estremecedor retrato de la situación en Camboya durante la dictadura de Pol Pot a través de la historia real de un periodista, Dieth Pran, confinado en un campo de trabajo. Su papel fue interpretado por el doctor Haing S. Ngor, refugiado camboyano y víctima también de la represión polpotista. Al recoger el Oscar con que la Academia premió su trabajo, declaró: Una película no basta para describir el sangriento golpe comunista de Camboya. Es real, pero no es realmente suficiente. Es cruel, pero no es suficientemente cruel.

Los vietnamitas expulsaron a los jemeres rojos e impusieron su control sobre Camboya durante diez años (1979-1989), China, sin lograrlo, intentó frenar este avance. Tras la retirada vietnamita en 1989, los acuerdos de paz de París, en 1991, omitieron el genocidio, y los genocidas pudieron integrarse en el nuevo sistema. Es cierto que Pol Pot, en 1993, volvió al bosque con un grupo de antiguos jemeres rojos, pero una amnistía del nuevo Gobierno, en 1994, provocó que fuese abandonado por la mayoría de sus simpatizantes y su movimiento despareció tras su muerte en 1998.

En noviembre de 2005 el diario español, El País informaba sobre la muerte de Pol Pot en estos términos.

“El 15 de abril de 1998, una noticia llegaba a las redacciones de los diarios: Pol Pot, el dictador camboyano, el antiguo líder de los jemeres rojos, el responsable de un genocidio que había acabado con uno de cada tres habitantes de Camboya, había muerto en un campamento cercano a la frontera tailandesa donde vivía en situación de arresto domiciliario. Aquel teletipo fue recibido sin demasiado interés: la muerte de Pol Pot había sido anunciada y desmentida tantas veces que no valía la pena levantar páginas ni guardar columnas para ofrecerla en primicia. Pero los rumores se confirmaban: Pol Pot estaba muerto, y, para demostrarlo, los jemeres rojos exhibieron su cadáver ante un grupo de periodistas.

Aquellos informadores fueron conducidos al campamento jemer en compañía de una escolta militar de Tailandia, y caminaron por la selva a través de un pasillo formado por soldados con ametralladoras y llegaron a la choza donde yacía el jefe guerrillero.

Según su esposa, murió sin enterarse de que abandonaba el mundo en el que un día había dejado más de dos millones de cadáveres. Oficialmente, la causa de la muerte fue un infarto […] O quizá no. Porque enseguida empezó a rumorearse que habían sido los jemeres quienes habían dado muerte a su antiguo líder, evitando así que fuese juzgado y condenado por un tribunal internacional”.

 

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