FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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II. El derrumbe del bloque soviético

Introducción

 

La economía central planificada –con su rígida subordinación de los trabajadores y su devastación de los recursos naturales– posibilitó la industrialización del bloque soviético pero no logró avanzar al mismo ritmo que las potencias capitalistas. Independientemente del alto costo de la carrera armamentista con los Estados Unidos, el gran escollo de la economía planificada residió en que su propia dinámica generaba barreras casi insalvables para el desarrollo científico y tecnológico y para una mayor productividad. En virtud de estos obstáculos, las condiciones de vida de la población –que habían dado un salto casi increíble desde aquella sociedad agraria con arados de madera y analfabeta– se estancaron en niveles de consumo mediocres.

El desplazamiento de Kruschev y la invasión a Checoslovaquia en 1968 congelaron las iniciativas reformistas dando paso a la consolidación de una gerontocracia inmovilista en el plano interno, pero embarcada en riesgosas aventuras en el exterior, difíciles de explicar sólo a partir de su rivalidad con los Estados Unidos.

El hundimiento del comunismo como alternativa al capitalismo no fue el resultado inevitable de un proceso de decadencia económica. De hecho, tuvo una peculiaridad paradójica: tanto en la Unión Soviética como en China, en el principio del fin de la economía sujeta al poder del Estado intervino una oleada de reformas internas radicales e inesperadas. En la Unión Soviética, los cambios económicos impulsados desde 1985 terminaron por abarcar las dimensiones política, cultural e ideológica, y, en un breve período, el partido Comunista perdió la conducción del Estado. Además ese complejo entramado de naciones que era la URSS se fracturó en numerosos países nuevos. En China, en cambio, el giro de los comunistas a fines de los años setenta trastocó de raíz la política económica del maoísmo, pero manteniendo el respetuoso reconocimiento del Gran Timonel. Todo esto sin que el partido Comunista perdiera el control del poder a pesar de las profundas transformaciones sociales asociadas al avance del mercado.

Las fronteras de la Europa Oriental fueron cambiadas en numerosas ocasiones  a lo largo de la historia de modo tal que las fronteras entre gran parte de los países que abandonaron el bloque soviético han estado afectadas por tensiones previas. Las más profundas en Yugoslavia donde condujeron a la desintegración del Estado nacional.

En estos países, la ruptura de los lazos con Moscú dio paso a fuertes crisis económicas y al decidido afán de los gobiernos a ser aceptados como miembros de la Unión Europea. Con el fin de la Guerra Fría triunfó la decisión de unirse a Europa Occidental con el propósito de cerrar la brecha económica entre ambas regiones.

Con la desintegración de la URSS los límites administrativos de las repúblicas soviéticas se convirtieron en las fronteras internacionales de las nuevas naciones. En el seno de varias ex repúblicas soviéticas algunas regiones no reconocieron a los nuevos Estados. En virtud de las reivindicaciones encontradas no tardaron en surgir conflictos armados. Así ocurrió en el Transnistria en Moldavia, Osetia del Sur y Abjazia en Georgia y en las tensiones entre el oeste y el este de Ucrania. En estos casos, fuerzas separatistas con bases territoriales propias cuestionaron el nuevo ordenamiento y se definieron a favor de su integración en la Federación rusa. En otros, por ejemplo la disputa por el control de Nagorno Karabaj, enfrentó a dos repúblicas vecinas: Azerbaiyán y Armenia.

Más tarde, a principios del siglo XXI, en algunas de las nuevas repúblicas surgieron movilizaciones protestando contra los gobiernos autoritarios y la corrupción y a favor de elecciones democráticas. Las llamadas “revoluciones de color” se desplegaron en Georgia (2003), en Ucrania (2004), en Kirguistán (2005) y en Bielorrusia (2006)

 

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