FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La conciencia de los ex-comunistas

I. La guerra fría


En su reseña sobre este texto, escrita en 1950, el historiador Isaac Deutscher desplegó una aguda argumentación dirigida a quienes abjuraban de su pasado comunista y pasaban a encabezar la denostación del comunismo desde una posición, según el autor, pro capitalista.

“Ignazio Silone cuenta que una vez dijo jocosamente a Togliatti, el líder comunista italiano: La lucha final será entre los comunistas y los ex-comunistas. Hay en esa broma una amarga gota de verdad. En las escaramuzas de propaganda contra la U.R.S.S. y el comunismo, los ex-comunistas o los ex-compañeros de viaje son los tiradores más activos. Con la displicencia que le distingue de Silone, Arthur Koestler hace una observación similar: A todos los comodones insulares anticomunistas anglosajones os pasa lo mismo. Odiáis nuestros lamentos de Casandra y os resentís de tenernos por aliados; pero, en fin de cuentas, nosotros, los ex-comunistas, somos las únicas personas de vuestro bando que saben de qué se trata.

El ex-comunista es el enfant terrible de la política contemporánea. Aflora en los lugares y los rincones más singulares. Nos aborda y nos obliga a escucharle en Berlín, para contar la historia de su “batalla de Stalingrado”, librada allí, en Berlín, contra Stalin. Se le puede encontrar junto a de Gaulle: nada menos que André Malraux, el autor de La condición humana. En el más extraño proceso político de los Estados Unidos, los ex-comunistas han apuntado con el dedo, durante meses, a Alger Hiss. Otra ex-comunista, Ruth Fischer, denuncia a su hermano, Gerhart Eisler, y echa en cara a los británicos que no le entregasen a los Estados Unidos. Un ex-trotskista, James Burnham flagela a los hombres de negocios norteamericanos por su verdadera o supuesta falta de conciencia de clase capitalista, y esboza un programa de acción para nada menos que la derrota universal del comunismo. Y, ahora, seis escritores — Koestler, Silone, André Gide, Louis Fischer, Richard Wright y Stephen Spender — se reúnen para exhibir y destruir al Dios que cayó.

La “legión” de los ex-comunistas no marcha en estrecha formación. Está desperdigada y ofrece un espectro amplio y prolongado. Sus miembros se parecen mucho los unos a los otros, pero también difieren. Tienen rasgos comunes y características individuales. Todos han abandonado un ejército y un campamento: algunos como objetores de conciencia, algunos como desertores, y otros como merodeadores. Unos cuantos se aferran serenamente a sus objeciones de conciencia, mientras que otros reclaman vociferantemente comisiones en un ejército al que se han opuesto de un modo encarnizado. Todos ellos llevan sobre sí pedazos y andrajos del antiguo uniforme, complementados con los más fantásticos y sorprendentes trapos nuevos. Y todos llevan dentro de sí sus comunes resentimientos y sus reminiscencias individuales. […]

Aún peor es la característica incapacidad del ex-comunista para la imparcialidad. Su reacción emocional contra su anterior milieu no le suelta de su garra mortal y le impide la comprensión del drama en que se vio implicado o medio implicado. El cuadro del comunismo y del stalinismo que pinta el ex-comunista es el cuadro de una gigantesca cámara de horrores intelectuales y morales. Al contemplarlo, el no iniciado se siente transportado de la política a la demonología. A veces el efecto artístico puede ser vigoroso: horrores y demonios entran en muchas obras maestras; pero es políticamente indigno de confianza, e incluso peligroso. Desde luego, la historia del stalinismo abunda en horrores. Pero ése no es más que uno de sus elementos; e incluso ése, el demoníaco, tiene que traducirse en términos de motivos e intereses humanos. Y el ex-comunista ni siquiera intenta esa traducción. […]

Ese emocionalismo irracional domina la evolución de muchos ex-comunistas. La lógica de la oposición a toda costa — dice Silone — ha llevado a muchos ex-comunistas muy lejos de sus puntos de partida; en algunos casos, hasta el fascismo. ¿Cuáles fueron aquellos puntos de partida? Casi todos los ex-comunistas rompieron con el partido en nombre del comunismo. Casi todos ellos se propusieron defender el ideal del socialismo de los abusos de una burocracia sometida a Moscú. Casi todos empezaron por vaciar el agua sucia de la revolución rusa para proteger al niño que se estaba bañando en ella.

Más pronto o más tarde, aquellas intenciones se olvidan o se abandonan. Después de romper con una burocracia de partido en nombre del comunismo, el hereje rompe con el comunismo. Pretende haber descubierto que la raíz del mal alcanza una profundidad mucho mayor de lo que él imaginó al principio, aun cuando es posible que su ahondamiento en busca de aquella raíz haya sido muy perezosa y superficial. El ex-comunista no defiende ya el socialismo de los abusos poco escrupulosos; lo que ahora hace es defender a la humanidad de la falacia del socialismo. Ya no trata de vaciar el agua sucia de la revolución rusa para proteger al niño del baño: descubre que el niño es un monstruo al que hay que estrangular. El hereje se convierte así en renegado. […]

El paralelo histórico aquí trazado se extiende al paisaje general de las dos épocas. El mundo está escindido entre el stalinismo y la alianza anti-stalinista de modo muy parecido a como estuvo escindido entre la Francia napoleónica y la Santa Alianza. Es una escisión entre una revolución “degenerada”, explotada por un déspota, y una agrupación de intereses conservadores predominantes, aunque no exclusivos. En términos de política práctica, la elección parece estar ahora, como lo estuvo entonces, limitada a esas alternativas. Sin embargo, los aspectos buenos y malos de esa controversia están tan desesperadamente confundidos que, cualquiera que sea la elección que se haga, y cualesquiera que sean los motivos prácticos de la misma, es casi seguro que a la larga, y en el sentido más ampliamente histórico, esté equivocada.

Un hombre honrado y de mente crítica podría reconciliarse tan poco con Napoleón como con Stalin. Pero, a pesar de la violencia y engaños de Napoleón, el mensaje de la revolución francesa sobrevivió para resonar poderosamente durante todo el siglo XIX. La Santa Alianza liberó a Europa de la opresión napoleónica y, por algún momento, su victoria fue aclamada por la mayoría de los europeos. No obstante, lo que Castlereagh, Metternich y Alejandro I tenían que ofrecer a la Europa “liberada” era meramente la conservación de un viejo orden en descomposición. Así, los abusos y la agresividad de un imperio engendrado por la revolución permitieron seguir viviendo al feudalismo europeo. Ése fue el más inesperado triunfo de los ex-jacobinos. Pero el precio que pagaron fue que ellos mismos, y su causa antijacobina, aparecieron como anacronismos viciosos y ridículos. […]

Parece que la única actitud digna que el intelectual ex-comunista puede adoptar es la de elevarse au-dessus de la mêlée. No puede unirse al campo stalinista, ni a la Santa Alianza anti-stalinista, sin hacer violencia a lo mejor de sí mismo. Dejémosle, pues, que se mantenga aparte de ambos campos. Dejémosle que trate de recuperar el sentido crítico y la imparcialidad intelectual. Dejémosle superar la pequeña ambición de meter un dedo en el pastel político. Dejémosle en paz al menos con su propio yo, si el precio que ha de pagar por una falsa paz con el mundo es la renuncia de sí mismo y la denuncia de sí mismo.

Eso no quiere decir que el ex-comunista que sea escritor, o intelectual en general, deba retirarse a la torre de marfil. (De su pasado le queda un desprecio por la torre de marfil.) Pero sí puede retirarse a una torre de observación, a una atalaya. Observar alerta y con imparcialidad este inquieto caos de mundo, estar al acecho de lo que pueda brotar del mismo e interpretarlo sine ira et studio; ése es ahora el único servicio honorable que el intelectual ex-comunista puede ofrecer a una generación en la que la observación escrupulosa y la interpretación honrada se han hecho tan tristemente raras. (¿No es chocante lo poco que se encuentra de observación e interpretación, y lo mucho de íilosofismos y sermoneos, en los libros de la pléyade de los escritores ex-comunistas de talento?) […]

Isaac Deutscher, Herejes y renegados, Barcelona, Ariel, 1970


ISAAC DEUTSCHER (1907-1967)


ESCRITOR BRITÁNICO DE ORIGEN POLACO. NACIDO EN EL SENO DE UNA FAMILIA BURGUESA DE ORIGEN JUDÍO, FUE EDUCADO EN LA ESTRICTA OBSERVACIÓN DE LOS DOGMAS HEBREOS HASTA QUE, A LOS DIECINUEVE AÑOS DE EDAD, SE AFILIÓ EN VARSOVIA AL PARTIDO COMUNISTA POLACO. SE MANTUVO EN SUS FILAS HASTA 1932 CUANDO FUE EXPULSADO POR SU SEVERO ENJUICIAMIENTO DE LOS MÉTODOS ESTALINISTAS. EN 1934, DESPUÉS DE HABER MILITADO EN ALGUNOS GRUPOS TROTSKISTAS, SE AFILIÓ AL PARTIDO SOCIALISTA POLACO, Y AL CABO DE CINCO AÑOS ABANDONÓ DEFINITIVAMENTE EUROPA DEL ESTE Y SE INSTALÓ EN LONDRES.

ENTRE SUS TÍTULOS MÁS IMPORTANTES CABE CITAR SU ESPLÉNDIDA BIOGRAFÍA DE TROTSKI, PUBLICADA EN TRES ENTREGAS BAJO LOS TÍTULOS: THE PROFET ARMED (EL PROFETA ARMADO, 1954), THE PROFET UNARMED (EL PROFETA DESARMADO, 1959) Y THE PROFET OUTCAST (EL PROFETA DESTERRADO, 1963).


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