FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La radicalización en la Guatemala de Arbenz

V. El tercer mundo


El testimonio del cientista social Edelberto Torres Rivas, entrevista por Gilles Bataillon

Rivas fue uno de los creadores del paradigma de la dependencia en América Latina en los años 1960-1970. Director de FLACSO entre 1985 y 1993 y coordinador de los seis volúmenes de la Historia General de América Central publicados en 1993.

“Edelberto, ¿tú naces en qué año y dónde?

Nací en Guatemala el 22 de noviembre de 1932. Mi padre era un profesor universitario especializado en literatura e historia. Pero desde que tuvo posibilidades de hacerlo su pasión fue seguirle la pista biográfica y poética a Rubén Darío, al punto que dedicó 20 años de su vida a buscar materiales sobre su obra […]. Después le dedicó mucha importancia a la vida de Sandino. Hizo una biografía de Sandino, y luego otra, Sandino y sus pares, donde está la biografía de Sandino y de 20 persona-jes, como por ejemplo el Che Guevara.

¿Y él era de origen guatemalteco?

Él era nicaragüense, de Managua; pertenecía a una familia muy humilde, de la tradición artesana de los liberales, liberales que fueron sandinistas en su momento y antisomocistas después. El liberalismo se dividió con Somoza: una fracción importante se queda con él y una minoría, sobre todo de intelectuales, le hace la oposición. Es esa oposición encabezada en el periodo de la revolución sandinista por el doctor Virgilio Godoy, cuyo padre era íntimo amigo de mi padre. Mi padre se exilió a Guatemala después de una crisis política, porque en el acto de graduación como maestro dio un discurso contra la presencia norteamericana en Nicaragua. Años después, en el primer año de gobierno de Anastasio Somoza, fue llamado a colaborar en el ministerio de Educación Pública; renunciaría al poco tiempo y volvimos a Guatemala. […]

¿Y tu familia y tú participaron en la primavera de Guatemala? ¿Qué significó para ustedes?

Fue por supuesto una experiencia muy importante y definitiva para mi generación y la de muchos guatemaltecos. En el momento en que está cayendo la dictadura de Ubico, papá fue electo secretario general de la Asociación Nacional de Maestros, formada en esos días. Encabezó la huelga de los maestros en contra del gobierno que había dejado Ubico y fue expulsado a El Salvador. En esos momen-tos se estaban formando otros movimientos sociales de trabajadores, de intelectuales y estudiantes universitarios. De modo que él es expulsado como dirigente del gremio de maestros y regresa inmediatamente convertido en partidario de la re-volución. Era amigo personal de Arévalo. Cuando Arévalo llegó a ser presidente, estuvo en diversos cargos, entre éstos en el consejo técnico de educación. Y como pedagogo fue fundador de la Facultad de Humanidades en San Carlos.

¿En ese entonces tu padre era miembro de algún partido político o era un intelectual destacado cercano a Arévalo?

Él era un demócrata radical, un liberal de pensamiento avanzado que estuvo muy cerca del pensamiento de Arévalo y que tuvo algunas discrepancias en la época de Arbenz. No era marxista, pero sus lecturas y su militancia lo fueron radicalizando gradualmente y lo llevaron en la última etapa de su vida a estar muy próximo a posiciones marxistas. Fue sobre todo simpatizante de la revolución cubana. La amistad con el Che, que vivió por unos pocos días en nuestra casa en Guatemala, y luego la revolución cubana lo aproximó a posiciones que terminaron siendo radi-cales. No las buscó como tales pero, que como le sucedió a muchos intelectuales liberales, se hizo radical por las circunstancias mismas, sin un respaldo teórico adecuado.

La caída de las potencias del Eje (los nazis, Italia, Japón), la creación de la Carta Magna de la ONU, ¿influenciaron en la idea de que había que borrar las tiranías de Martínez en El Salvador, de Ubico en Guatemala y de Somoza en Nicaragua?

Tal vez habría que plantear la pregunta de otra manera. Hubo causas internas po-derosas, antioligárquicas, populares. Lo que tú mencionas fue muy importante, nunca ha sido subrayado suficientemente, pues el clima intelectual del exterior siempre ha influido en los países pequeños. Por ejemplo, la Carta del Atlántico firmada por Roosevelt, las cuatro libertades y luego la fundación de las Naciones Unidas y los derechos del hombre, todo eso fue creando un ánimo nuevo, sobre todo en la gente joven, en la juventud universitaria. […]

Cuando el régimen de Arbenz, mientras tú eras un joven estudiante, ¿qué hiciste?

En el año 49 yo entré a la universidad; en la Escuela de Derecho había una gran efervescencia política, éramos arevalistas. La elección de 1950 de Arbenz no me motivó mucho porque era militar y hubiéramos querido votar por García Granados, que era el candidato de Centro. Pero finalmente, en el grupo de izquierda en el que yo me movía, decidimos conjuntamente que había que votar por Arbenz. En el 51 entré a una organización que se llamaba Alianza de la Juventud Democrática Guatemalteca, una organización de fachada, formada por un grupo de marxistas que ya en ese momento habían fundado el PGT, nacido con el nombre de Partido Comunista de Guatemala. Cambió de nombre en su segundo congreso en 1951 y se llamó Partido Guatemalteco del Trabajo. Ingresé al PGT en 1953.

¿Qué representaba para ti el PGT?

Había estudiado derecho y por influencia del medio leíamos mucho, poesía sobre todo. Leía muchos textos que papá tenía de los anarquistas españoles, recuerdo incluso las tapas de las ediciones barcelonesas. Yo tenía entonces lecturas muy dispares, poca filosofía, más de política, historia, biografía. Era yo un estudiante de derecho que se movía en base a la militancia. Pensábamos los compañeros de la Asociación que organizados podíamos contribuir mejor al proceso revolucionario, sobre todo cuando se habló de Reforma Agraria. La conciencia que yo tenía personalmente de la sociedad guatemalteca era la de una sociedad muy injusta. Habiendo estudiado en un colegio privado, pasé algunas de mis vacaciones en haciendas de compañeros terratenientes. Yo me daba cuenta con horror, con verdadero horror, de cómo trataban a los indígenas. Eran bestias de carga, los trataban como tales. Recuerdo que en una oportunidad uno de los compañeros dijo: “Hoy en la noche vamos a ver qué indias nos cogemos.” “¿Oye –le dije– cómo? “Sí –me respondió–, cuando van al río y vienen con sus cántaros de agua, tú lo que tienes que hacer es quitarles el cántaro, les jalas el refajo que es el cinturón y te las coges.” Yo tuve miedo y no quise ir, pero eso es un ejemplo de cuál era la actitud cotidiana hacia la población indígena. Mis compañeros del colegio no eran gente mala, eran chicos de 17 o 18 años acostumbrados a hacer eso porque lo habían visto hacer. Lo cierto es que teníamos la sensación de un país injusto, cruel, inhumano. Nos identificamos mucho con la población indígena, pero era una identificación emocional. De tal suerte que con la Reforma Agraria el Estado nos llevó casi a dejar los estudios y a participar en las brigadas sindicales que los partidos políticos habían hecho para agitar en el campo y entregar la tierra. En el último semestre de 1953 dejé de estudiar. Me incorporé a un grupo que andaba repar-tiendo tierra. Era un instante vital para creer que uno estaba haciendo justicia. En ese momento entré al Partido Guatemalteco del Trabajo, un año antes de la caída de Arbenz. Me tocó dirigir el periódico de la Alianza de la Juventud cuando tenía unos 18 años.

¿Para ti la idea de una reforma agraria tenía que ver con lo que se había hecho en México, en la Unión Soviética o en la China comunista, o era algo diferente?

No teníamos ninguna percepción de la URSS y mucho menos de China. Sabíamos de la existencia de la URSS, pero el único texto que se estudiaba en los comités de base del partido era la Historia del Partido Bolchevique de la URSS. Estudiábamos el famoso capítulo cuarto de ese texto, que contenía las famosas cuatro tesis de la dialéctica y alguna otra cosa. Pero el ejemplo de la reforma agraria mexicana sí estuvo siempre presente. Porque, algo que no se dice, el primer proyecto de la reforma agraria guatemalteca y la ley final fueron inspiradas en la reforma agraria mexicana. El autor del proyecto era un hombre muy competente, abogado y economista. Para nosotros, el socialismo era el futuro de la juventud. El socialismo, todas esas cosas, eran más bien retórica de la cual uno formaba parte muy emocionalmente. Como sea, en esa época se celebraban los famosos Festivales de la Juventud. A mí me tocó ir primero al de Moscú, que iba encabezado por Huberto Alvarado y siete guatemaltecos. Luego, al Festival Mundial de la Juventud en Rumania en 1953. Yo encabecé la delegación guatemalteca y llevamos la marimba cuache de la Policía que un coronel nos prestó. Así que a los 21 años entré en contacto con el socialismo.

¿Qué impresión te dio?

La impresión fue muy contradictoria, y ahora podría decir que mi fe no se perdió en Moscú, como en el famoso libro Retour URSS, de André Gide. Me surgió un cierto desencanto en Bucarest. Nos tenían muy vigilados. Hablábamos sólo con cierta gente. Una noche salí y decidí hablar con otras personas, que resultaron ser de la oposición. Me dijeron que ahí había una dictadura, me dieron literatura, me dieron cosas. Fui objeto de una reprimenda terrible cuando los responsables del partido rumano se dieron cuenta. Entonces pensé: esto es como Guatemala, hay oposición y hay persecución. Esos detalles me impactaron mucho, creía sinceramente que el socialismo era el paraíso. Fue un desencanto muy cuidadoso, lento pero gradual. Yo mismo me sentía mal cuando me decía: eso no. Hay rupturas brutales pero en el caso mío fue una lenta desilusión, sobre todo después de la invasión a Hungría, frente a la que protestamos.

En 1954 ocurre el golpe contrarrevolucionario a Arbenz. ¿Qué hiciste?

Nos tomó por sorpresa. Estaba en la dirección de la Juventud y conjuntamente decidimos no correr a una embajada. No nos exilamos, dizque pasamos a la clan-destinidad. Por supuesto que fue una clandestinidad que, vista hoy, no sirvió para nada, porque en mi caso me escondí en la casa de un amigo sin ningún contacto con nadie más. Cuando a los cinco meses establecí un contacto estaba muy enfermo del ojo, sin ninguna posibilidad de actuar. Entonces me fui a México. […]

Mientras te sucedía todo esto había estallado la Revolución cubana. ¿Qué significó para ti? ¿Les cayó de sorpresa o ya sabían que había gente organizándose y que había una lucha guerrillera?

Nos cayó de sorpresa, fue como experimentar el inicio de una gran época. Yo ha-bía sido amigo del Che, discutía con él largamente, jugábamos ajedrez. Durante el proceso de desarrollo de la lucha en Cuba, la figura del Che empezó a ser mencionada y a crecer, yo no podía creerlo. Cuando triunfó la revolución, el Che era la segunda o tercer figura en importancia, y a mí me parecía extraordinaria su actuación porque yo lo había conocido como alguien que hablaba sólo de política pero que no era marxista. Había salido de Argentina con cierto espíritu aventurero, tenía una mente lúcida, audaz pero contradictoria, pues a veces me dio la impresión de tener algo de peronista, marcado por la cosa obrera, por el justicialismo. Él empezó a radicalizarse en Guatemala. Cuando yo me fui a México lo busqué y lo encontré un día, hacia marzo de 1955, con un libro bajo el brazo. Me dijo: “Estoy leyendo El capital y lo voy a leer en alemán”. Eso nos revela su voluntad. La Re-volución cubana fue como el horizonte de luz que se abre para todos los pueblos: cambió nuestro estilo de pensar, nuestro estilo de vida y todo giró en torno a esos ideales. Fue realmente un fenómeno extraordinario por contagioso, terriblemente influyente en toda América Latina.

Para toda una generación de jóvenes de izquierda.

Yo diría que sobre todo para los jóvenes comunistas, o no, y no tanto entre los adultos. Los partidos comunistas estuvieron en contra de lo que llamaban “una aventura sin pueblo”, una “aventura sin masas”. Las masas no están allí, decía el PGT, “éstos son aventureros, golpistas, sólo las masas pueden hacer la revolución”. La revolución cubana demostró que no, que podían hacerlo de otra manera, conducidas incluso por un programa nacionalista, más de reforma. Esto produjo una cierta pero sólo inicial confusión en la juventud. Entre nosotros, mi amigo Ricardo Ramírez fue probablemente la expresión más nítida de esta contradicción. Él acababa de entrar al PGT cuando estalló la Revolución cubana, y como había sido amigo del Che se fue para Cuba de inmediato. Regresó absolutamente castrista y rompió con el PGT, era anticomunista siendo castrista. Después el PGT cambió, cambió porque hubo un poderoso fermento interno. No me tocó vivir esta etapa porque yo me fui en el 64 a Chile y mi vida cambió. […]”

En Istor “Guatemala y su historia” nº 24, primavera del 2006.



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