FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Los juicios a los dirigentes comunistas europeos

IV. El escenario comunista


El testimonio de Jorge Semprún sobre los juzgados y condenados en Checoslovaquia. Sus recuerdos sobre aquel período conectados con el tiempo en que estuvo prisionero en el campo de concentración emergieron en la reunión del Partido Comunista español concretada en los primeros días de abril de 1964 para examinar las diferencias de Claudín y las del mismo Semprún con la línea del Partido.

“[…] Un día, hacia el final de la larga semana de sesiones plenarias […] volvió a surgir en la discusión la cuestión del estalinismo. Aquel día, en respuesta a una de mis intervenciones anteriores, Carrillo declaró que lo del estalinismo ya era historia pasada, que no interesaba a los jóvenes militantes. Que eso preocupaba tan solo a algunos dirigentes del Partido, tal vez porque se sentían culpables y necesitaban hacer penitencia. El obstáculo mayor, dijo Carrillo, no viene tanto de los jóvenes, sino de la malsana actitud, del regodeo, con que algunos camaradas se lanzaban sobre esas cuestiones, movidos por una especie de arrepentimiento.

Y terminó gritando, casi fuera de sí: “¡Hurgar en ese pasado es masoquismo de intelectual pequeño-burgués!”.

Volví a pedir la palabra.

Como buen intelectual pequeño-burgués –o mejor dicho, gran-burgués; todavía hay clases–, volví a hurgar en la herida del estalinismo. Pero en mi propia herida. Nunca me ha gustado hurgarme las heridas en la piel ajena. Conté a los venerables representantes de la clase obrera allí reunidos un pequeño recuerdo personal. No vienen mal, a veces, incluso en las reuniones de los Comités Ejecutivos de los partidos comunistas, los recuerdos personales.

[…] De 1943 a 1945, en el campo de concentración de Buchenwald, yo había trabajado, por encargo de la dirección clandestina de la organización del PCE en el campo –y es que yo era el único de los deportados españoles que supiera el alemán– en un servicio administrativo interno, la Arbeitsstatistik, junto a un grupo de camaradas comunistas de diversas nacionalidades.

Uno de esos comunistas era checo. Se llamaba Frank, Josef Frank. Más tarde, después de la guerra, Frank llegó a ser secretario general adjunto del PC de Checoslovaquia. Y en 1952 fue uno de los juzgados en el proceso Slánský, el último gran proceso espectacular de la era estalinista. El mismo proceso en que fue juzgado Artur London y cuya preparación nos ha relatado en La confesión. Confesó Frank, como todos los demás, crímenes imaginarios y fue condenado a muerte.

En 1952, leí en L’Humanité, diario del PC francés, el resumen del acta de acusación contra los encartados en el proceso Slánský. Vi que a Josef Frank se le acusaba, entre otras cosas, de haber estado al servicio de los nazis en Buchenwald. Leí varias veces esa acusación. Me entró un sudor frío. Pensé que no era posible, que tenía que ser un error de transmisión. Yo sabía que Frank no había estado al servicio de los nazis, en Buchenwald, lo sabía muy bien.

Recordé que a comienzos de 1945, cuando ya se vislumbraba la derrota alemana, la dirección clandestina del PC francés en Buchenwald me pidió ayuda para organizar la evasión de dos camaradas. Se trataba de Pierre Durand, actual redactor-jefe de L’Humanité, y de Marcel Paul, dirigente comunista del sindicato de la electricidad, que luego fue ministro del gobierno de DeGaulle, en la época de la alianza tripartita. Acepté esa tarea. Mi puesto de trabajo en la Arbeitsstatistik me permitía saber, en efecto, cuáles eran los kommandos que salían a trabajar, durante el día, fuera del recinto de alambradas electrificadas del campo propiamente dicho, con misiones de reparación de carreteras, de vías férreas, de postes telefónicos, y otras tareas similares, cada vez más necesarias y urgentes, a medida que los sistemáticos bombardeos de la aviación angloamericana iban paralizando la vida productiva del Tercer Reich.

Durand y Paul querían ser destinados a un kommando de ese género para estudiar desde allí, concretamente, las posibilidades de evasión. Bien, acepté la tarea.

Uno de los responsables de la distribución de la mano de obra deportada entre los diferentes kommandos de Buchenwald era Frank, precisamente. Le fui a ver. Era una mañana de invierno, lo recuerdo ahora como lo recordé en 1952, al leer la acusación contra Frank en el periódico, como lo recordé en 1964 en el antiguo castillo de los reyes de Bohemia. […]

Recuerdo aquella mañana de invierno, en Buchenwald, el segundo invierno mío en el campo. Fui a ver a Frank y le pedí que me encontrara dos puestos de trabajo en un kommando que saliera durante el día del recinto alambrado del campo. Dos puestos de trabajo para dos camaradas franceses. […]

Finalmente, el plan de evasión de Pierre Durand y de Marcel Paul fue abandonado, no recuerdo ya por qué razones. Pero Frank cumplió su promesa. Encontró los dos puestos de trabajo que le había pedido.

Recuerdo la nieve de aquel día lejano de 1945. Recuerdo el humo gris del crematorio. Le di la mano a Frank, mi compañero. Ninguno de nosotros dos podía imaginar que siete años más tarde, en el otoño de 1952, Josef Frank confesaría haber sido un criminal de guerra, en Buchenwald, al servicio de la Gestapo. No sabíamos que moriría en la horca, asesinado por los suyos –los nuestros– en un país que había contribuido a libertar. No sabíamos que sería incinerado su cadáver y que las cenizas, junto con las de los demás ajusticiados, serían esparcidas en la nieve de los alrededores de Praga, para que no quedara ni huella de su paso por la tierra. Ninguno de nosotros podía imaginar que yo evocaría su memoria, tristemente, desesperadamente, un triste y desesperante mes de marzo de 1964, ante un tribunal de representantes de la clase obrera española, ¡oh siniestra farsa!, en un antiguo castillo de los reyes de Bohemia.

Evoqué la memoria de Josef Frank ante los miembros del Comité Ejecutivo del PCE. Yo sabía que era inocente, en 1952, y no había dicho nada. No había proclamado en ninguna parte su inocencia. Me había callado, sacrificando la verdad en aras del Espíritu Absoluto, que entre nosotros se llamaba Espíritu-de-Partido […]”

Jorge Semprún. Autobiografía de Federico Sánchez, [1977] Barcelona, Planeta, 1995.

En 1970 el director griego Costa-Gavras filmó la película La confesión, basada en el texto de Artur London, sobreviviente de este juicio. Semprún escribió el guión, Artur fue interpretado por Yves Montand, y su esposa Lise por Simone Signoret.




Los juicios fueron llevados a cabo en todos los países del bloque soviético. En Hungría una de las víctimas principales fue László Rajk, que desde la guerra de España mantenía estrechas relaciones con los comunistas yugoslavos y cuyas declaraciones proporcionaron un material muy oportuno para la campaña propagandística contra Tito. En Bulgaria fue condenado el que fuera el principal dirigente del Partido, Traicho Kostov. En Albania, fue ejecutado Koçi Xoxe, quien se había desempeñado como viceprimer ministro y ministro de Interior. Gheorghiu-Dej, en Rumania a principios de 1952, aprovechó el clima de antisemitismo que predominaba en la URSS para eliminar de la dirección del Partido a dos altos dirigentes de origen judío: Ana Pauker y Vasile Luca. Esta acción le permitió quedar como jefe absoluto del gobierno y del Partido. Dej se convirtió luego en un jefe nacional comunista enfrentado a la hegemonía del Kremlin. En Alemania del Este, Ulbricht, luego del proceso a Slansky ordenó el arresto del dirigente judío Paul Merker y de su rival Franz Dahlem. En el caso de Polonia, el primer secretario del Partido, Gomułka, a mediados de 1948, planteó objeciones frente a la colectivización forzosa. Estas provocaron su destitución. Recién a fines de 1949 fue expulsado del Partido y a fines de 1951 detenido sin que se recurriera a la instrumentación de un juicio.


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