Críticos de la dinámica de la contracultura
VI. El 68
Hacia fines de la década de los sesenta, las democracias occidentales experimentaron un conjunto de fenómenos que presagiaban el fin de una época. Para las élites políticas neoconservadoras, la imagen dominante era de una situación potencial de ingobernabilidad política y anomia social.
En su artículo de 1969 “Las contradicciones culturales del capitalismo” un texto clásico incluido luego en un libro con el mismo título, el sociólogo norteamericano Daniel Bell argumentó que el Estado del bienestar producía fuerzas que socavaban el orden capitalista desconectando a los individuos de las limitaciones materiales y psicológicas de su posición económica: la expansión de la educación superior y la ampliación de una atmósfera social permisiva ha extendido el ámbito del comportamiento social discrecional. Según el autor, los jóvenes de origen relativamente modesto se sentían libres de las restricciones de clase y creían que también para ellos la vida podría ser un terreno de participación y posibilidades ilimitadas.
DANIEL BELL (1919-2011)
Para Bell era preciso restaurar la racionalidad del mercado en el ciclo vital de cada individuo eliminando la dimensión social de la gestión keynesiana, la oferta de servicios sociales y la redistribución.
En este contexto, surge la iniciativa de tres países, Francia, Estados Unidos y Japón por realizar un diagnóstico de la situación.Para esto, se acuerda la creación de un grupo de trabajo compuesto por tres especialistas—Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki—para analizar las relaciones entre gobierno y democracia.
En 1975, el informe de la Comisión Trilateral sobre la crisis de la democracia fue un hito en la identificación de los problemas que afrontaba el orden dominante durante aquel período. Sus autores partían del argumento de Bell de que la riqueza relativa había creado un problemático síndrome de valores. Entre las recomendaciones del informe se destacaba la idea de que era necesario reducir la carga de las demandas democráticas apartando las aspiraciones niveladoras del abanico de cuestiones encaradas por los gobiernos.
“La inflación, obviamente, no es un problema peculiar de las sociedades democráticas […] Puede ser, sin embargp exacerbada por una política democrática y es, sin duda alguna, un problema que las sociedades democráticas dificilmente resuelven con eficacia. La tendencia natural de las demandas políticas permitidas y apoyadas por la dinámica del sistema democrático ayuda a los gobiernos a tratar los problemas de la recesión económica, particularmente del desempleo y los obstaculiza para enfrentarse a la inflación con eficacia. Frente a las reclamaciones de grupos de interés, de los sindicatos y de los beneficiarios de la generosidad del gobierno, resulta difícil, si no imposible, que los gobiernos democráticos reduzcan sus gastos, aumenten los impuestos y controlen precios y salarios. En este sentido, la inflación es la enfermedad económica de las democracias”
A fines de abril de 2007, el futuro presidente francés, Nicolás Sarkozy, en el cierre de su campaña electoral afirmaba:
“No me da miedo la palabra ‘moral’. Desde mayo de 1968 no se podía hablar de moral. [...] Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no hay diferencias de valor y de mérito. [...] El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética […]
Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideología de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabilidad. Yo quiero rehabilitar el trabajo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la sociedad. [...]”
Este tipo de críticas fue esgrimida también por intelectuales que habían transitado activamente por el proceso de la contracultura de fines de los años sesenta
Los cambios de rumbo de los intelectuales de izquierda según Alain Badiou
Alain Badiou (1937-)
NACIDO EN MARRUECOS ESTE ESCRITOR Y FILÓSOFO FUE PROFESOR EMÉRITO DE LA ÉCOLE NORMALE SUPÉRIEURE DE PARÍS Y DE LA UNIVERSIDAD DE PARÍS VIII. MILITANTE DESDE MUY JOVEN FUE FUNDADOR DEL PARTIDO SOCIALISTA UNIFICADO EN LOS AÑOS SESENTA. PARTICIPÓ EN LAS JORNADAS DEL MAYO FRANCÉS COMO SIMPATIZANTE DE LA IZQUIERDA MAOISTA.
Hazan- Uno de los aspectos más sorprendentes del ascenso al poder de Sarkozy fue el apoyo que recibió por parte de renegados de la izquierda, el caso de André Glucksmann. En tanto que alguien que todavía lleva la misma chaqueta, ¿cómo explicarías este extraño fenómeno?
Badiou- Creo que es preciso considerar la cuestión en perspectiva o, para ser más exactos, examinarla desde más cerca. En primer lugar, habría que preguntarse más bien: ¿por qué tantos maoístas de Gauche Proletarienne? Puesto que uno descubre que los que se han echado a perder de esa manera proceden de aquella organización. En segundo lugar, que yo sepa, sólo unos pocos militantes de base de GP dieron ese bandazo. Así que, para dar a su pregunta un carácter algo más técnico, diría: ¿por qué tantos miembros de la dirección de GP dieron ese giro tan grave? […]
Hay varias maneras de entender este fenómeno del «cambio de chaqueta». La primera es que muchas de estas personas manejaban un análisis erróneo de la situación de aquel periodo, durante los años 1966-1973; pensaban que era realmente revolucionario, en un sentido inmediato. Los hermanos Miller me respondían con las fórmulas más tajantes al respecto. Unos años más tarde, alrededor de 1978, les pregunté: ¿Por qué abandonáis así, tan de repente? Puesto que lo dejaron todo bruscamente –todavía hoy hay trabajadores de cierta edad, malíes que trabajan en albergues, marroquíes que trabajan en las fábricas, que nos preguntan: ¿Cómo es posible que, de la noche a la mañana, no volviéramos a ver a esos tíos?»–. Jacques Alain-Miller me dijo: Porque un día me di cuenta de que el país estaba tranquilo. Y Gérard: Porque comprendimos que no íbamos a tomar el poder. Fue una respuesta muy reveladora de personas que no concebían su empresa como el comienzo de un largo viaje con muchos flujos y reflujos, sino como un paseo hacia el poder. Gérard no dijo otra cosa de modo completamente inocente, y más tarde ingresó en el Partido Socialista, lo que a su vez es otra cosa distinta.
Así pues, una comprensión errónea de la coyuntura, que condujo a la frustración de las ambiciones o a la constatación de que aquello iba a acarrear grandes dificultades y una dura labor en una situación que no era en absoluto prometedora. Cabría considerarlos, desde una óptica balzaciana, como jóvenes ambiciosos que pensaban que iban a tomar París a fuerza de entusiasmo, pero que terminaron dándose cuenta de que las cosas eran algo más complicadas. La prueba de ello es que buena parte de estas personas se han hecho con posiciones de poder en otras partes, en el psicoanálisis, en los medios de comunicación de masas, como comentaristas filosóficos, etc. Su renuncia no fue del tipo volveré al anonimato, sino más bien del tipo no tenía buenas cartas, así que voy a buscarme otra partida.
Hubo un segundo principio implícito en este cambio total de posicionamiento político, menos balzaciano y más ideológico. Éste fue encarnado por los nouveaux philosophes –quienes a su vez forman parte de una larga historia– y por aquellos que les siguieron, a menudo con una cierta honestidad y no necesariamente movidos por intereses personales. Lo que pasó entonces fue una transición desde la alternativa entre el mundo burgués o el mundo revolucionario hacia aquélla que oponía el totalitarismo o la democracia. Cabe fechar con exactitud ese desplazamiento: empezó a articularse en 1976, y un cierto número de antiguos activistas de Gauche Proletarienne estuvieron envueltos en su presentación. […]
Aquí puede verse en acción el cambio total de posicionamiento político. Éste gira en torno a la idea de que, llegado a un cierto punto, el compromiso total se torna indistinguible de la esclavitud total, y la figura de la emancipación, indistinguible de la de la barbarie. Sobre esto se injerta la cuestión de los campos soviéticos tal como fue descrita por Solzhenitsyn. Por encima de todo estaba el tema de Camboya y de Pol Pot, que tuvo una importancia fundamental para aquellos que habían estado implicados activamente en el apoyo a la causa de los jemeres rojos y que descubrieron el horror que contenía aquella historia. Todo esto dio pie a una especie de pauta discursiva del arrepentimiento: He descubierto que el radicalismo absoluto puede tener consecuencias espantosas. Por consiguiente, sé que, por encima de todo lo demás, debemos asegurar la conservación de la democracia humanista como barrera contra el entusiasmo revolucionario.
Puedo aceptar, desde luego, que mucha gente creyera esto sinceramente, y no sólo porque buscaran ser un foco de atención mediática. […]. Por regla general, estas personas, los que podríamos denominar renegados honestos, se resignaron a la política del mal menor, que por una u otra vía siempre conduce al Partido Socialista. Pero otros, como Glucksmann, instrumentalizaron ese miedo al totalitarismo y cabalgaron la ola que ese miedo creó. Vieron que la figura del renegado del proyecto comunista, que aparece en la escena mediática para estigmatizar su horror y que es capaz de decir que ha sufrido ese horror en su propia carne y relatar cómo se salvó por los pelos, cómo estuvo a punto de convertirse en un polpotista, podía llenar un hueco de mercado. No estaban equivocados: fue una maniobra orquestada, se les abrieron todas las puertas, era difícil ver a alguien más por televisión; crearon un imperio mediático intelectual a partir de ese asunto. […]”
La entrevista de Eric Hazan “Los caminos de la renegación” en New Left Review 53, noviembre-diciembre 2008.