FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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VI. El 68

La crisis en el mundo laboral

 

En los principales países capitalistas europeos se conjugaron dos críticas principales: la de los jóvenes, básicamente sectores medios universitarios, y la de los obreros que, después de un período de escasa conflicitividad, se rebelaron contra el orden industrial vigente y cuestionaron sus organizaciones sindicales.

Estas dos críticas no se articularon ni dieron paso a la construcción de una alternativa política capaz de competir por el poder. No hubo revoluciones, pero el capitalismo entró en crisis. Una crisis que fue resultado, en parte, del agotamiento del incremento de la productividad en el marco del fordismo pero también debido a la protesta social y cultural. nota

Los conflictos que a lo largo del mundo marcan el año 1968 son la expresión de un aumento muy importante del nivel de la crítica del que fueron objeto las formas de organización capitalista y el funcionamiento de las empresas en las sociedades occidentales. El número de las jornadas de huelga es un indicador aproximativo del nivel de crítica: entre 1971-1975 fue de cuatro millones como media, este número estará por debajo del medio millón en 1992. En mayo de 1971 tuvo lugar en París, bajo el auspicio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) una reunión de expertos patronales pertenecientes a diferentes países de Europa Occidental, Estados Unidos y Japón para reflexionar sobre el fenómeno de degradación que caracterizaba el comportamiento de los trabajadores. Según el informe aprobado, las economías industriales sufren una revolución que atraviesa todas las fronteras culturales, no se limita únicamente a los trabajadores ya que también influye sobre las concepciones y las reacciones de los cuadros (los técnicos y el personal administrativo). Esta revolución se manifiesta fundamentalmente a través de un desafío a la autoridad. Según los expertos, el movimiento de protesta en las empresas a finales de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 afectó a la mayoría de los países de Europa Occidental (Francia, Bélgica, Italia, Reino Unido y Alemania Occidental) y a Estados Unidos. En estos países el número de huelgas, el de huelguistas y el de jornadas de huelgas aumentaron en proporciones considerables durante el período 1968-1973. También se produjo una radicalización de las formas de acción tales como las ocupaciones, las expulsiones de la dirección, los sabotajes, el control creciente por parte de los obreros de la seguridad, de los horarios, de la organización del trabajo. Se reconoce una crisis del capitalismo, especialmente fuerte en Francia, Italia y Alemania Occidental en la cual la autoridad establecida ha sido seriamente atacada de forma organizada y deliberada llegando a veces hasta la violencía física explícita. Además de las huelgas la crisis se manifiesta en la vida cotidiana de las empresas: el absentismo, la rotación del personal, la calidad del trabajo y del servicio se deteriora. El incumplimiento de plazos y el desinterés de los trabajadores obligan a las empresas a incrementar sus costos en las áreas de control y supervisión. El descenso de la productividad se automantiene según un efecto de bola de nieve: la disminución de la productividad lleva a una taylorización creciente y a un aumento de los ritmos de trabajo para incrmentar los rendimientos al menor coste posible, lo que conduce a su vez a la resistencia obrera. Una declaración del presidente de Alfa-Romeo ­publicada en Il Giorno en mayo de 1970­ expresa bastante bien el ánimo de la patronal europea. Desde su percepción, el salario no era el verdadero problema, la industria italiana podía digerir los aumentos salariales, pero con la condición de que el trabajo pueda ser organizado y la producción marche en forma ininterrumpida. Italia había conseguido su milagro económico porque trabajó con creatividad y ardor. Sin embargo, actualmente, prevalecía un espíritu de permanente rebelión, de política fatalista, de agitación desordenada.

Durante la década de 1970 el reforzamiento de los sindicatos responsables es considerado como uno de los medios para enfrentar el riesgo de anarquía suscitado por el exceso de democracia y de igualitarismo. El informe de la Comisión Trilateral de 1975 sostuvo que contar con líderes sindicales responsables que tengan una autoridad real sobre sus miembros es menos un desafío a la autoridad de los líderes políticos nacionales que un prerrequisito para el ejercicio de esta misma autoridad. Esta Comisión que expresaba las posiciones de las organizaciones financieras y de las multinacionales se mostró favorable a la colaboración con los líderes responsables que tuvieran una autoridad real sobre sus miembros. Tres años después promovió el desarrollo de formas de participación directa en el lugar de trabajo. El núcleo de su planteo consistió en reemplazar a la gestión empresarial autoritaria por grupos  de trabajo semiautónomos que tienen la responsabilidad de la organización del trabajo confiado al grupo. La experimentación sobre las condiciones de trabajo cuyos dispositivos se generalizan en la segunda mitad de la década de 1980 condujo a un incremento de la flexibilidad y a una redifinición del papel de los sindicatos.

El informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos de 1972 cuando aborda la crisis de autoridad insiste en que para superar esta situación es necesario desarrollar la responsabilidad, la autonomía y la creatividad individual. El criterio utilizado para medir el éxito individual descansa cada vez menos en la comptencia técnica, insistiéndose cada vez más en la aptitud permanente para adquirir nuevas cualificaciones y para acometer nuevas tareas: de este modo, la madurez social se expresará a través de la imaginación creativa y no a través del dominio de un oficio secular.Las múltiples transformaciones de la década de 1970 se encontrarán a lo largo de la década siguiente etiquetadas en un vocablo único: flexibilidad. La seguridad ha sido intercambiada por la autonomía abriendo la vía a un nuevo espíritu del capitalismo que alaba las virtudes de la movilidad y de la adaptación mientras que el precedente se preocupaba más de la seguridad del conjunto que de la libertad individual.

En la segunda mitad de la década de 1970 el lugar central que tuviera la crítica social asumida por el movimiento obrero fue ocupado por una variedad de movimientos sociales ­feministas, homosexuales, ecologistas, antinucleares­ y a lo largo de la década de 1980 se le sumó una crítica muy severa del comunismo que se elaboró utilizando las categorías de análisis del totalitarismo de modo tal que tanto el comunismo como el nazifascismo compartieron la subordinación de los individuos a una maquinaria totalitaria definidamente opuesta al ordenamiento de las democracias.

Mayo del 68 fracasada como revolución, triunfó como reforma. Tras el desengaño del socialismo real los nuevos movimientos sociales no pretendieron elaborar y ofrecer un proyecto alternativo totalizante a la sociedad de consumo, tal como hizo el marxismo respecto de la sociedad industrial. La crítica al orden social, económico, político y cultural de la sociedad de consumo se resuelve en los años ochenta mediante la valorización del papel del individuo frente a la perspectiva colectiva. La disolución de lo colectivo en lo individual se tradujo en una fragmentación de los discursos, los referentes se transforman en individuales, los metarrelatos desaparecen frente a los juegos del lenguaje que caracterizarían a la condición posmoderna. Con el apelativo de nuevos movimientos sociales, tanto sus agentes sociales como los investigadores, quieren marcar las distancias que les separan de los movimientos sociales tradicionales surgidos con la sociedad industrial, en particular con el movimiento obrero. Los nuevos movimientos sociales se nutren de activistas y simpatías de todos los sectores de la estructura de las sociedades industrialmente avanzadas. Sus discursos, mensajes y demandas van dirigidos al conjunto de la sociedad y no a un grupo en particular definido en relación con la posición que ocupa social y económicamente. Se caracterizan por el carácter global de sus reivindicaciones y, a la vez, por el carácter particular de los objetivos y propuestas. Actúan más en la dirección de provocar cambios globales en la escala de valores que de provocar alteraciones en las bases funcionales del sistema político. Los movimientos ecologistas y por la paz reclutan efectivos y simpatías de un arco difuso de la estructura social. El movimiento feminista obtiene apoyos sobre la base de la desigualdad de las mujeres como género, obteniendo la adhesión de las mujeres independientemente de su posición en la estructura social.

El cambio de valores y de costumbres producido en el ámbito sociocultural habría sido impensable sin la significación y el alcance que tuvo el 68. A partir de entonces entra en auge lo que se ha dado en llamar posmaterialismo o posconsumismo y que viene a sintetizar una voluntad de poner en cuestión el paradigma hegemónico productivista, preocupado tan sólo por el bienestar material de la mayoría satisfecha. La flexibilidad organizativa con la consiguiente entrada y salida permanente de activistas, responde al carácter difuso del apoyo social que obtienen, en concordancia con los ciclos de movilización y desmovilización que les caracterizan, al inclinarse por actuar sobre la opinión pública más que desde el entramado institucional conformado por el sistema de partidos y organizaciones sociales tradicionales, como los sindicatos, a los que influyen transversalmente en función del eco social alcanzado por sus demandas. Sus formas de actuación tratan de optimizar los mecanismos de las sociedades mediáticas, las campañas son pensadas y organizadas para obtener la mayor repercusión en los medios de comunicación e influir desde ahí a la opinión pública, combinando marchas masivas y actuaciones espectaculares, basadas en la no-violencia y la acción directa, que involucran a núcleos reducidos de activistas, el ejemplo paradigmático sería la actividad de Greenpeace.

El sistema social de los países industrialmente avanzados ha mostrado una gran flexibilidad a la hora de incorporar algunas de las demandas de estos movimientos. A ello ha contribuido la consolidación de la democracia como el sistema político asociado a las sociedades del bienestar. El juego político del sistema de partidos se fundamenta en la conquista de mayorías sociales, obligando a los partidos a presentar programas y actuar en conformidad con los valores y reivindicaciones de los diferentes grupos sociales. El espacio del conflicto se desplaza desde el centro de trabajo -la fábrica- a la calle y a los medios de comunicación, en función del carácter global de sus reivindicaciones y de las transformaciones socioculturales asociadas al papel dominante de los medios de comunicación.

 

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