Sobre el interés histórico del film
Sinopsis
C.R. Mc Namara, gerente de la Coca Cola en Berlín, espera ser promovido al cargo de máximo director de la Compañía para Europa, lo que lo llevaría a Londres a prolongar su vida holgada de ejecutivo plena de beneficios y privilegios. Con el fin de dar el salto, concibe el plan de vender la célebre gaseosa en el mundo comunista, para lo cual se pone en contacto con tres delegados del gobierno de Moscú que visitan Alemania Oriental. Mc Namara sabe que cerrando el negocio va a quedar en la historia de la empresa y sus superiores sólo podrán ascenderlo. Dos problemas se le plantean de pronto a su ambiciosa idea: los rusos acaban de decidir el fin del libre paso entre las dos Alemanias, de esta manera se limita el tránsito de personas entre uno y otro lado de la monumental puerta de Brandenburgo, y así las posibilidades de extender el comercio al otro sector quedan aún más reducidas. Mientras Mc Namara negocia con los rusos, el director general de Coca Cola lo llama desde la sede central en Atlanta, para anunciarle que su hija está paseando por Europa y que visitará pronto Berlín; la misión de Mc Namara y familia es recibirla, alojarla y mostrarle la ciudad. La llegada de la joven Scarlett, una muchacha de sólo 17 años difícil de cuidar en todo sentido, pone en marcha una serie de enredos que hacen que el mundo capitalista, representado por Mc Namara y la Coca Cola, y el mundo comunista, del que proviene el joven con quien inusitadamente la muchacha se casa y de quien queda embarazada, queden reunidos de la manera más estrafalaria. Detrás del embrollo de comedia y de las maniobras que practica Mc Namara para evitar el desastre, están los alemanes que ocultan apenas su inconfesable pertenencia al reciente pasado nazi, y los comisarios rusos que ansían quedarse con la despampanante secretaria de Mc Namara. Cuando los padres de Scarlett visiten la ciudad, Mc Namara habrá recompuesto todo el asunto y salvado su pescuezo; su carrera sigue en marcha y su familia sigue en pie. La nobleza alemana, la burguesía norteamericana y el proletariado soviético se han reunido en el matrimonio más conveniente.
UN MILITANTE COMUNISTA EN APUROS
Uno, dos, tres: el muro ilusorio
A más de medio siglo de su realización, Uno, dos, tres mantiene intactos su brillo, su gracia y su frescura. Pensándolo bien, parece mentira que la película haya sido hecha en 1961, cuando la guerra fría estaba a punto de alcanzar su momento más dramático alrededor de la casi inmediata instalación del muro en Berlín y de la posterior crisis de los misiles en Cuba – de paso, la película desliza graciosos apuntes sobre la posibilidad de una situación de este tipo, aun antes de que sucediera-.
¿Por qué el film parece tan actual? En principio, porque el tono delirante y el ritmo vertiginoso del relato hacen que siga luciendo como una comedia brillante y redonda. Especialista en guiones cómicos, pupilo del gran Ernst Lubitsch, con quien había colaborado como guionista en la célebre Ninotchka, Wilder se mueve como pez en el agua dentro del registro de la comedia política. A la destreza y el oficio del director hay que sumar el extraordinario trabajo de James Cagney encarnando al farsante y despótico Mc Namara. El despliegue y la energía del actor, su concentración y la precisión de su tono sostienen la película de principio a fin: los demás personajes se mueven alrededor de la danza dislocada que él propone desde el comienzo y que es el centro de gravedad de toda la trama.
Pero más allá de la indudable capacidad de director e intérprete, creemos que la actualidad del film debe ser atribuida sobre todo a la mirada que proponía sobre su tema: las convulsionadas relaciones políticas, comerciales y personales entre el este y el oeste en una escalada de la guerra fría aparecen a lo largo de toda la obra desprovistas de contenido ideológico; o bien, su contenido ideológico es superficial o aparece desprovisto de toda consistencia.
Pero tal vez el rasgo más sobresaliente de este film sea el de haberse atrevido a imaginar una ficción insólita para los parámetros de su propio presente, tanto que resultó una de las películas menos taquilleras de su director, quien se encontraba en ese momento en el cenit de su carrera. En una entrevista varios años posterior al estreno, el director atribuía el fracaso comercial del film a que entre el rodaje final y su presentación, se empezó a construir el muro de Berlín: “este golpe de efecto gélido en plena guerra fría convirtió mi comedia en superflua durante muchos años”1. Quizá esa inactualidad periodística que advertía el director esté paradójicamente en la base del valor renovado que ha cobrado el film con el paso de los años y de los acontecimientos históricos.
Wilder, que siempre estuvo un paso delante de lo que se podía mostrar, imaginar o preguntar a sus contemporáneos por medio del cine, se adentró en el corazón de la política mundial de su tiempo para deslizar allí una comedia disruptiva, sagaz, precisa e inteligente. Y si en algunos aspectos, sobre todo en el lugar y en el trato que se les otorga a las mujeres en el film, la mirada del director empezaba a quedar por detrás de su tiempo, la aguda percepción de que hay ciertas aristas de la vida en común, de los individuos y de las naciones, que sólo se pueden tocar o insinuar apelando al humor, a la sátira, a la audacia de buscar por medio del enredo, el malentendido, la mordacidad o la burla, lo que no se muestra en el lado visible de los hechos, los discursos y las relaciones. Para Wilder, el humor nunca fue un fin en sí mismo, sino el medio más poderoso para conocer el mundo del derecho y del revés.
C.R.MC NAMARA: SÓLO IMPORTAN LOS NEGOCIOS
Pondremos bajo nuestra mirada una serie de instancias, relaciones y actitudes personales que el film desarrolla y que convergen en un mismo punto: sea cual sea la procedencia nacional o ideológica de los personajes, todos se reúnen al final de la historia en torno de ciertos intereses materiales alrededor de una charada empujada por un capitalista tan emprendedor como inescrupuloso. Un final con triunfo evidente del mercado y del individualismo, que se adelanta en algunas décadas al curso de la Historia y que Wilder deslizaba con una sonrisa suspicaz entre los labios.
Un empresario modelo
Si C.R. Mc Namara es la personificación de un ejecutivo en la cima del mundo de los negocios que propone la sociedad capitalista, hay que decir que Wilder no tiene empacho en desmitificar por completo la seriedad, el decoro, el cuidado de la apariencia y la responsabilidad que deberían formar parte de su comportamiento2. El gerente de la Coca Cola en Berlín es sobre todo un personaje ambicioso, hedonista e inescrupuloso; firmemente decidido a escalar dentro de la compañía y alcanzar un puesto de comodidad definitiva. Su evidente olfato para los negocios lo lleva a explorar la posibilidad de vender la bebida en el mundo comunista: no importa en absoluto que los rusos y sus estados anexados no pertenezcan a la economía de mercado y practiquen una forma diferente de organización política y social; no hay ninguna cuestión ideológica que considerar en el asunto: para Mc Namara, el mundo soviético es una porción inmensa de potenciales compradores que harán la fortuna de la empresa y, sobre todo, la suya propia, asegurándole esa plaza en Londres que tanto desea.
Así, a medida que la trama se enreda y se desenreda, McNamara no vacila un instante en utilizar una batería de trampas y recursos estrafalarios, casi todos sucios, que le van a permitir: contactar con el mundo soviético para hacer negocios; deshacer el sorpresivo matrimonio de la hija de su jefe que resultaría desastroso para sus intereses; entregar al novio a las autoridades soviéticas para librarse de él; liberarlo luego mediante soborno y traerlo de nuevo al oeste cuando sale a la luz el embarazo de Scarlett; comprar para el muchacho un título de nobleza y liquidar toda la farsa presentándolo a los suegros como un joven de sangre aristocrática e iniciativa empresaria; es decir, el partido ideal para la muchacha descarriada, y a la vez, el matrimonio perfecto entre la Europa caída en desgracia -pero aún reluciente de prestigio- y los emprendedores Estados Unidos, en la cumbre de la economía mundial pero sin glorias ancestrales que exhibir.
Respecto de su propia familia, McNamara es un personaje más bien impresentable. Su esposa se refiere a él como mein führer, harta de seguirlo a los lugares más ignotos del planeta ante cada traslado y de cumplir el papel de mujer sumisa ante las evidentes y reiteradas infidelidades de su marido. La relación con su secretaria, a la que compra desembozadamente sus favores sexuales y a la que utiliza sin vergüenza como señuelo para tentar a los rusos, expone con toda claridad la concepción que tiene el protagonista de las relaciones humanas: simples medios para alcanzar sus objetivos personales. Lo cierto es que McNamara hace lo que quiere, maneja a todos a su alrededor a su antojo y no tiene empacho en sobornar funcionarios extranjeros o nobles de prosapia caídos en la ruina cuando necesita arreglar asuntos legales o lustrar de un barniz presentable al joven comunista que le ha caído del cielo para su desdicha.
Interesante imagen de un encumbrado empresario capitalista: Mc Namara cree que puede comprarlo todo, y que tomando las decisiones correctas en el momento indicado, los intereses personales terminarán poniendo en orden las cosas. Eso sí, que nadie se equivoque, se reserva para el final la cuenta de sus gastos: “¿He sido un capitalista por tres horas y ya debo diez mil dólares?”, reclama el muchacho ex comunista a punto de ser presentado a sus suegros. “Eso es lo que hace funcionar a nuestro sistema: todos deben.” Ese diálogo final entre el joven Otto y Mc Namara sintetiza con precisión el espíritu crítico, socarrón y desprejuiciado que anima toda la película. Bienvenido al capitalismo: aquí todos somos alegres esclavos del dinero.
Tres burócratas y un militante
Si la imagen que Wilder brinda sobre el capitalismo resulta deliciosamente crítica, el tono con el que se refiere al mundo soviético, representado por el fervoroso joven Otto y los tres delegados de Moscú, no se queda atrás en contenido irónico y burlón.
LAS CONVERSACIONES ESTE – OESTE SEGÚN WILDER
Wilder establece aquí una filiación con el maestro Lubitsch: los tres delegados soviéticos en Berlín recuerdan a los otros tres de Ninotchka, rodada veinte años antes: pícaros, tramposos, suspicaces, los comisarios representan sólo unos instantes la fachada de disciplina inherente a sus cargos, para soltar luego a lo largo de todo el film sus propias ambiciones personales. Al principio, alrededor del posible negocio con Mc Namara y después en torno a la figura excitante de Fräulein Ingeborg, la rubia secretaria que quieren para ellos. Dispuestos a cualquier cosa para obtenerla3, los rusos terminan cediendo a las presiones de McNamara cuando éste, desesperado, intenta recuperar al joven Otto al que había enviado a la cárcel de Berlín Oriental. Resuelto el intercambio, Mc Namara obtiene al muchacho y los rusos, estafados, descubren que la rubia no es otra que el servil Schlemmer, disfrazado de la manera más grotesca, que incluye entre sus ropas sendos globos en lugar de los pechos que tienen escritas las leyendas: “Yankee go home” y “Russki go home”, respectivamente. Wilder vuelve a reírse a carcajadas de la guerra fría.
Más tarde, uno de los tres comisarios traiciona a los otros dos para desertar, marcharse a occidente y quedarse con la rubia: “Si no lo hacía yo, lo hubieran hecho ellos”, le dice al indignado Otto que lo escucha. “¿Qué crees que le hizo Stalin a Trotsky?”
Otto Ludwig Piffl, después Otto von Dröste Shattenburg, pasa en la película de la convicción absoluta por la causa comunista al ingreso por adopción comprada a una familia noble alemana; de proletario militante a Conde de estirpe prusiana. En su trayecto sigue gritándole a Mc Namara los más encendidos discursos contra la explotación capitalista y a favor de la lucha de clases, pero en ningún momento se opone de verdad a su tránsito veloz hacia el mundo de la libre empresa. Cada vez más convencido, Otto va a terminar dialogando en confianza con su suegro, el director mundial de la Coca Cola, en torno a las necesidades de ampliar el negocio implementando nuevas estrategias de marketing…
ENTRE LENIN Y EL TÍO SAM, MC NAMARA PASA LA CUENTA
Ni los funcionarios ni los simples proletarios soviéticos que presenta el film se quieren quedar dentro del mundo comunista. Para el obeso comisario Peripetchikoff, la causa del partido es una suma de traiciones, vigilancias y controles de los que hay que huir como sea posible. Para el muchacho de firmes ideales, la causa se desvanece ante la tentación del ascenso social en la economía de mercado y la posibilidad de convertirse, en el mismo movimiento, en descendiente de la gloriosa nobleza germana y alto ejecutivo de una corporación.
Ante la mirada sin concesiones de Billy Wilder, todos los ideales desaparecen detrás del interés material de sus criaturas. Al final, ya no hay discursos que sostener, ni los de las profundas convicciones clasistas que habían sustentado la causa comunista, ni los de las supuestas bondades del capitalismo, que somete a todos los personajes a sus reglas implacables en torno a un statu quo renovado, en el que ahora conviven la aristocracia alemana, el proletariado soviético y la corporación norteamericana.
Uno, dos, tres; mientras ex nazis apenas reconvertidos circulan de fondo, la política y la economía mundial convergen en Berlín unos meses antes de la construcción del muro. Si la recepción contemporánea de la obra fue víctima de una coyuntura adversa, hay que decir que la mirada de Wilder sobre el asunto resistió la marcha de la historia con más firmeza que los ladrillos que dividieron al mundo en dos bloques por casi tres décadas.
1 Karasek, Helmut, Nadie es perfecto, entrevistas con Billy Wilder, Barcelona, Grijalbo, 1992, Pág. 126.
2 Dato anecdótico pero significativo: en 1961, cuando Wilder rodó y estrenó el film, Mc Namara era el apellido del gerente general de la Ford Motor Company, quien sería designado Secretario de Defensa de los Estados Unidos por John F. Kennedy en 1963.
3 Uno de los tres, el calvo Borodenko, es en realidad un espía que Moscú ha enviado para vigilar a los demás. Otro subrayado mordaz de Wilder: Borodenko es el que convence a los otros de negociar con Mc Namara el intercambio de personas para obtener a la secretaria.
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