Introducción
Las vanguardias latinoamericanas se desarrollaron alrededor de una década después que las europeas, pero no resultaron una copia de aquella experiencia sino que tuvieron su propia especificidad. La mayoría de sus autores no lograron ingresar al canon y, más allá de rescates puntuales en los cincuenta, sesenta y setenta, muchos de ellos ya no son leídos. Sin embargo,la relación entre literatura y vida cambió a partir de sus gestos.
Bajo la denominación vanguardias latinoamericanas se agrupan movimientos artísticos disruptivos –muchos de ellos altamente comprometidos con la problemática política y social de la región–que tuvieron lugar alrededor de los años veinte en países americanos de habla hispana y portuguesa. Nos detendremos en las experiencias de Brasil, Cuba y México, pero hay otros movimientos muy importantes como el creacionismo de Vicente Huidobro en Chile, o el proyecto de Mariátegui en Perú, ligado este último al gran poeta César Vallejo.
El caso argentino es mucho más visitado. Güiraldes reescribe en los años veinte la gauchesca como mito de la virtud nacional, mientras que Arlt narra la traición en el seno de la ciudad de los inmigrantes. Para Arlt, que necesita escribir para comer y se siente un escritor proletario, la literatura está lejos de la academia, en circuitos más populares como diarios y revistas. En la década del treinta, además de continuar con las Aguafuertes porteñas, produce obras de teatro, al igual que otros integrantes de Boedo, a quienes el acento en lo social aleja cada vez más de Florida, el otro grupo con el cual habían tenido puntos de contacto antes de la crisis económica y el golpe de Estado de José Félix Uriburu.
En la calle Florida, alrededor de la revista Martín Fierro y la editorial Sur se congregan autores que, más allá de la experiencia ultraísta, revitalizan el modo de concebir lo fantástico y el género policial, estableciendo reglas claras de producción por las que la literatura debe ser un juego de piezas breves y perfectas, y las problemáticas abordadas son de índole más física que social. Borges comienza durante la década del veinte una intensa producción literaria que continuaría hasta su muerte. Reconoce –como señala Piglia– dos linajes: por un lado el criollismo, que le inspira esas historias de cuchilleros, del arrabal –un espacio suspendido en el tiempo, especie de purgatorio, de lugar intermedio que ya no es el campo y todavía no es la ciudad–, y, por otro lado, la biblioteca europea de su padre. A partir de esta apropiación de la literatura universal que realiza Borges, la literatura argentina ya no puede ser considerada periférica.
Luego de la Década Infame, el progresivo empoderamiento de las clases históricamente oprimidas se hace cada vez más evidente a través del temor de perder los privilegios de clase que muchos de los escritores de este grupo inscriben magistralmente en sus obras.
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