FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Contar con Hemingway

 

Pero las literaturas más influyentes del período de entreguerras fueron sin dudas la de Ernest Hemingway y la del sureño William Faulkner. Quizás los dos estilos que moldearon los modos narrativos de los escritores posteriores, y no solo dentro de los EE.UU.

Hemingway

 

 

 

 

 

ERNEST HEMINGWAY

 

 

 

 

 

 

 

 

En este sentido Hemingway (1899-1961) encarnó como pocos los efectos monstruosos de la guerra en los cuerpos. Aunque, bien mirada, quizás la guerra estaba de antes: las excursiones de pesca junto a su padre en la infancia, las acampadas en los bosques de las afueras de Oak Park, en Illinois, la carabina para ir de caza a la edad de doce años o los rounds de boxeo con sus compañeros de instituto, ¿habrán abonado la búsqueda de acción y aventura con que Hemingway encaró la guerra? Y, esto es seguro, la guerra estuvo después, en una inquietud parecida al malestar que acaso agitó su trashumancia por actividades y disciplinas, de donde se derivaron muchos de sus personajes: cazadores de safaris, boxeadores, toreros, exsoldados, contrabandistas, pescadores y otros rubros adrenalínicos pueblan sus escritos e inflaman los conflictos en los que se juega virilmente la hombría o el honor. Que Hemingway haya estado en el frente de batalla asume una significación directa en buena parte de su literatura; sus heridas, no obstante, podrían remontarse a dilemas personales más remotos. Una épica del desasosiego que perduraría a lo largo de su vida, y que disparada en su vejez por achaques y enfermedades terminaría por llevarlo al suicidio. A pesar de sus impronunciables alcances, la guerra, y en especial sus consecuencias, proveen a su literatura de materia prima para el desarrollo de su verdadero campo de batalla: los miedos deben ser desafiados y vencidos, pues en ellos, y en la respuesta que cada personaje les tribute, se dirime la integridad del individuo masculino, que en ese plano de exasperación podría incluso ser entendida como su razón de ser.

Acaso el ingreso temprano al periodismo en Kansas haya modelado un estilo tan poderoso como su propia herencia a futuro. “Salvo Mark Twain –sostiene Peter Conn en su Literatura norteamericana– fue el único escritor capaz de alterar el lenguaje del país”. Posiblemente lo había aprendido en el periodismo: contar es atenerse a los hechos, deshacerse de lo que sobra; ningún adjetivo excesivo, ninguna calificación que no sea imprescindible, ausencia absoluta de lirismo. Se trata de avanzar sobre el conflicto de una manera agónica, y para ello cualquier vocablo de más, cualquier desvío sería menos autocomplacencia que timidez: tal la arena literaria de sus narraciones. Y esta concisión estoica logra un efecto demoledor, una tensión que lleva a la superficie situaciones extremas. Como pocos, Hemingway dispuso de un increíble talento para construir intrigas que se estrangularan en el avance episódico, que se desarrolla muchas veces como si en la historia no estuviese sucediendo nada. Y eso porque en la superficie aparece nada más que una parte del conflicto; es bien conocida la teoría del iceberg que el autor expusiera a la revista The Paris Review en 1958, y que aplicara como técnica en la mayoría de sus relatos: apenas el diez por ciento del cuento es lo que vemos, el resto de su basamento, de su realidad, permanece debajo del agua. Indudablemente fue en el género cuento donde alcanzó sus textos más acabados; se podría pensar en Hombres sin mujeres, de 1927, y La quinta columna y los primeros cincuenta y nueve relatos, de 1938, volumen en el que figuran los antológicos “La breve vida feliz de Francis Macomber” y  “La nieves del Kilimanjaro”. Con todo, su éxito y popularidad fueron producto de sus novelas: Fiesta (1926), Adiós a las armas (1929) y ya más tardíamente El viejo y el mar (1952) acompañaron un itinerario que llenó de reconocimiento al escritor. No alcanzaba. El insomnio, las declinaciones físicas y seguramente un aturdimiento espinoso, asolaban una personalidad que se imponía a sí misma el deber del heroísmo, de la aventura y de los viajes. Su vida tuvo el cierre menos inesperado ante su dilatada costumbre de agudizar las crisis.

 

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