La caída de Yezhov
IV. La experiencia soviética de la guerra civil a la Segunda Guerra Mundial
Nikolai Yezhov se unió a los bolcheviques en 1917, apoyó la Revolución de Octubre y a principios de 1918 ingresó en el Ejército Rojo. Se puso al frente de la NKVD después de la destitución de Guénrij Yagoda, quien había supervisado el primer juicio de Moscú en agosto de 1936. Pocos meses después, Yagoda fue arrestado. Se lo acusó de traición y de conspirar contra el gobierno; fue condenado a muerte en el último juicio de Moscú en marzo de 1938.
También Yezhov fue removido de su cargo, acusado de conspiración y espionaje al servicio de Polonia, Alemania, Gran Bretaña y Japón, y fusilado en febrero de 1940. La caída del jefe de la NKVD, que había estado al frente de la represión más cruel y extendida, permitió a la cúpula estalinista adjudicarle la culpa del gran terror. A partir de su muerte se dijo que Stalin había corregido sus “excesos” y desenmascarado a Yezhov como un “enemigo del pueblo” que pretendió debilitar al Estado soviético mediante la detención de sus funcionarios y sembrando el “descontento”.
NIKOLAI YEZHOV (1895-1940)
Declaración de Yezhov efectuada a puertas cerradas el 3 de febrero de 1940 frente al órgano colegiado militar del Tribunal supremo de la URSS:
“Durante mucho tiempo he pensado qué se sentiría cuando se era sometido a un juicio y en cómo debería comportarme en el juicio, y he llegado a la conclusión de que la única forma en la que podría aferrarme a la vida es contarlo todo honestamente. Ayer mismo, charlando conmigo, Beria me dijo: “No des por hecho que se te ejecutará necesariamente. Si confiesas y lo cuentas todo honestamente, se te perdonará la vida”. Tras esta conversación con Beria, decidí lo siguiente: es mejor morir, es mejor dejar este mundo como un hombre digno y no contar nada más que la verdad en el juicio. En la investigación preliminar declaré que no era un espía, que no era un terrorista, pero no me creyeron y me dieron una paliza tremenda. Durante los 25 años de trabajo para el partido, he luchado de manera honrosa contra los enemigos y los he exterminado. He cometido delitos por los que se me podría ejecutar perfectamente.
Hablaré al respecto más adelante. Pero no he cometido los delitos que la acusación me ha imputado en su alegato y soy inocente de ellos.
Yo no organicé ninguna conspiración contra el partido y el gobierno. Al contrario, utilicé todo los medios a mi disposición para develar conspiraciones. En 1934, cuando empecé a dirigir el proceso en el “caso Kirov”, no tuve miedo de denunciar a Yagoda y a otros traidores de la Comisión Extraordinaria (ChK) [Cheka] al Comité Central. Como miembros de la Cheka, enemigos como Agranov y otros nos manejaban a su antojo alegando que era obra del Servicio de Inteligencia de Letonia. No les creímos a estos chekistas y los obligamos a revelarnos la verdad [sobre] la participación de la organización derechista trotskista. Estando en Leningrado en el momento de la investigación del asesinato de S.M. Kirov, vi cómo los chekistas intentaban sabotear el caso. A mi llegada a Moscú, redacté un informe detallado sobre estos hechos para Stalin, quien inmediatamente después convocó una reunión.
Alguien podría preguntarse por qué le planteé repetidamente a Stalin el problema de la negligencia de la Cheka si de verdad formaba parte de una conspiración antisoviética.
Al llegar al NKVD, en un primer momento me vi solo. No tenía asistentes. Primero me familiaricé con el trabajo y solo entonces comencé mi labor aplastando a los espías polacos que se habían infiltrado en todos los departamentos de los órganos de la Cheka. La inteligencia soviética estaba en sus manos. De modo que yo, “un espía polaco”, comencé mi trabajo aplastando a espías polacos. Después de aplastar a los espías polacos, me dispuse inmediatamente a purgar el grupo de chekistas. Así fue como empezó mi trabajo para el NKVD. Desenmascaré personalmente a Molchanov y, junto con él, a otros enemigos del pueblo que se habían infiltrado en los órganos del NKVD y que habían ocupado cargos importantes en él. Tenía la intención de detener a Liushkov, pero se me escurrió de las manos y huyó al extranjero. Purgué a 14.000 chekistas. Pero mi gran culpa consiste en el hecho de que purgué a demasiado pocos. Mi forma de actuar era la siguiente: le encargaba la tarea de interrogar a la persona arrestada a uno u otro jefe de departamento pensando: “Vamos, interrógalo hoy, mañana te arrestaré a ti”. Estaba rodeado de enemigos del pueblo, de mis enemigos. Purgué a chekistas por doquier. Los únicos lugares donde no los purgué fueron Moscú, Leningrado y el Cáucaso septentrional. Pensaba que eran honestos, pero resultó que de hecho había estado cobijando bajo mis alas a saboteadores, alborotadores, espías y enemigos del pueblo fieles a otras banderas [...]. No he participado jamás en una conspiración antisoviética. Si se leen cuidadosamente todos los testimonios de los miembros de la conspiración, se comprobará que me estaban difamando no solo a mí, sino también al CC y al gobierno.
Se me acusa de corrupción en relación con mi ética y mi vida privada. Pero ¿dónde están los hechos? He estado en primera plana ante el público por el partido durante 25 años. En estos 25 años, todo el mundo me ha visto, todo el mundo me ha querido por mi modestia y honestidad. No niego que bebía mucho, pero trabajaba como una bestia de carga. ¿Dónde está mi corrupción? Comprendo y declaro honestamente que el único motivo para que me perdonen la vida sería admitir que soy culpable de los delitos que se me imputan, arrepentirme ante el partido e implorarle que me perdone la vida. Quizás el partido me perdone la vida al sopesar los servicios que le he prestado. Pero el partido nunca ha tenido necesidad de mentiras y declaro nuevamente ante ustedes que no he sido un espía polaco y no quiero declararme culpable de esa acusación porque solo sería un regalo para los terratenientes polacos, del mismo modo que si me declararse culpable de actividades de espionaje para el Reino Unido y el Japón, sería un regalo para los lores ingleses y los samuráis japoneses. Me niego a conceder dichos regalos a esos caballeros [...]. Ahora concluye mi alocución final. Pido al órgano colegiado militar que me conceda las siguientes solicitudes: 1) Mi destino es obvio. Evidentemente, no se me perdonará la vida, porque yo mismo he contribuido a que así sea en mi investigación preliminar. Solo solicito una cosa: fusílenme con cuidado, sin que tenga que agonizar. 2) Ni el Tribunal ni el CC creerán en mi inocencia. Si mi madre vive, solicito que se la mantenga cuando sea mayor y que se cuide a mi hija. 3) Solicito que no se someta a mis parientes y sobrinos a medidas punitivas porque no son culpables de nada. 4) Solicito al Tribunal que investigue cuidadosamente el caso de Zhurbenko, al que consideraba y todavía considero un hombre honesto dedicado a la causa estalinista-leninista. 5) Solicito que se informe a Stalin que, en mi vida política, no he engañado jamás al partido, un hecho conocido por millares de personas que están al corriente de mi honestidad y modestia. Solicito que se informe a Stalin que soy únicamente víctima de las circunstancias, aunque es posible que los enemigos que he olvidado también hayan tenido algo que ver en este asunto.
Decidle a Stalin que moriré con su nombre en los labios”.