FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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El asesinato de León Trotsky

IV. La experiencia soviética de la guerra civil a la Segunda Guerra Mundial


El testimonio de su nieto Vsevolod Volkov en el artículo que escribió en agosto de 1999 para la revista In defence of Marxism.

Han pasado 59 años desde esa tarde caliente del 20 de agosto de 1940 en una vieja casa rodeada por árboles frondosos y cactus en un suburbio pacífico de Coyoacán, en la capital de México. Lev Davidovich Bronstein, mejor conocido como León Trotsky, marxista revolucionario y, junto con Lenin, uno de los líderes más descollantes de la Revolución de 1905 y la Revolución de Octubre en Rusia, cayó víctima de un asesinato expresamente ordenado por José Stalin.

En esa tarde del 20 de agosto, un asesino profesional de la siniestra GPU o NKVD, de la cual la mera mención de sus iniciales hacía temblar a cualquier ciudadano soviético, llevó a cabo un plan pérfido y traicionero que había sido cuidadosamente desarrollado. Bajo el pretexto de corregir un artículo, el asesino logró acceder al estudio del creador del Ejército Rojo. Cuando los dos hombres estuvieron solos, el asesino lo atacó por la espalda blandiendo un picahielos de acero afilado con un mango corto, utilizado por los montañistas. En unos segundos, fue destruido el cerebro de uno de los luchadores más brillantes por la causa del socialismo.

Con el asesinato de León Trotsky –ese enemigo implacable de la burocracia que usurpó el poder de las manos del proletariado revolucionario– se completó el exterminio contrarrevolucionario, llevado a cabo por Stalin, de una larga lista de líderes y participantes de la Revolución de Octubre. Así, Stalin fue confirmado como el enterrador de la revolución bolchevique –un título que su víctima ya le había concedido mucho antes.

A mí me parece como si aquella tarde sangrienta y trágica del 20 de agosto hubiese ocurrido ayer. Yo era un joven de 14 años, Vsevolod (Seva) Esteban Volkov, nieto de Trotsky por parte de mi madre. Había llegado a México solo un año antes después de un período viviendo con los Rosmers, esos amigos íntimos de Natalia y Lev Davidovich. Me dieron una habitación al lado de la de mis abuelos, y ya había probado el sabor de la pólvora y el calor de una bala rozando mi pie derecho durante el primer ataque contra la familia llevado a cabo por el pintor estalinista Alfaro Siqueiros y sus pistoleros en las primeras horas del 24 de mayo de 1940.

Casi tres meses después, estaba volviendo alegremente a casa desde la escuela, caminando por la calle Viena, al final de la cual se encontraba la vieja casa. De repente, noté algo raro a la distancia: un automóvil evidentemente mal estacionado se conducía irregularmente por la polvorienta calle y varios policías de uniforme azul marino y boinas militares parecían estar parados en la entrada de la casa. Semejante perturbación era algo inusual. Una afilada punzada de angustia me cruzó el pecho cuando tuve el presentimiento de que algo horrible había pasado en la casa y que esta vez no íbamos a tener tanta suerte.

Instintivamente aceleré mi paso atravesando rápidamente la verja que estaba abierta, corriendo hacia el jardín, donde tropecé con un camarada norteamericano, Harold Robins, uno de los secretarios y guardaespaldas de mi abuelo. Estaba muy agitado, con un revólver en su mano, y solo pudo gritarme con una voz desesperada: “¡Jackson!, ¡Jackson!”,

En ese instante no pude entender el significado de su apresurada exclamación. ¿Qué tenía que ver con lo que estaba ocurriendo el marido o novio de la trotskista norteamericana Sylvia Ageloff y amigo de los Rosmers y los guardias? Pero mientras atravesaba el jardín hacia la casa, me crucé con un hombre con la cara cubierta de sangre, a quien no reconocí inmediatamente, retirado por dos policías. El hombre quien yo supuse debía ser el Jackson al que se refería Harold estaba haciendo mucho ruido, quejándose y sollozando, lo que se transformaba en una especie de aullido. Este hombre era realmente desagradable.

Cuando entré a la biblioteca y miré por la puerta entreabierta del comedor, entendí inmediatamente la magnitud de la tragedia. Mi abuelo yacía en el suelo con una herida en la cabeza, en un charco de sangre, con Natalia y un grupo de camaradas a su alrededor aplicando hielo a la herida para cortar el flujo de sangre.


EL ESTUDIO DE TROTSKY.






EL ESTUDIO DE TROTSKY








Entonces, Jackson -el marido generoso y atento de la camarada trotskista Sylvia Ageloff, el hombre que llevó a los Rosmers en su automóvil a Veracruz cuando regresaron a Europa, y que entretuvo a algunos de los guardias en buenos restaurantes del centro de la Ciudad de México, el hombre que mostraba una indiferencia total hacia la política, y que alegaba tener una madre belga adinerada que siempre cuidaba de su bienestar material, y un jefe en otro país que le pagaba jugosas comisiones por sus tratos comerciales - no era más que un agente vulgar de la siniestra GPU que se había introducido en la vida del líder revolucionario.
Él pertenecía a ese ejército de asesinos y torturadores que ejercían su reino de terror sobre el pueblo ruso. Eran las tropas de choque de la contrarrevolución, el pilar principal de la dictadura de Stalin y su burocracia. Disponían de recursos ilimitados derivados de la riqueza extraída de la clase obrera soviética por la burocracia. Eran la élite de la élite y los favoritos mimados del dictador.

"¡Mi madre está en sus manos! ¡Ellos me obligaron a hacerlo"! dijo Jackson bruscamente entre lloriqueos y quejas, mientras los guardaespaldas, alertados por los primeros gritos ensordecedores del "Viejo", corrieron a la escena del crimen y se abalanzaron y golpearon al asesino. "¡Jackson!" dijo Lev Davidovich, mientras se aferraba al marco de la puerta de su oficina, cubierto en sangre y señalando el agresor a Natalia, quien llegó corriendo. Era como si estuviera intentando decir: aquí está, el ataque de Stalin que estábamos esperando. Con gestos dificultosos, intentó señalar el estudio, "¡no lo maten - él debe hablar!" logró decir mientras yacía en el suelo del comedor a aquellos que lo rodeaban. Y tenía razón. Ésta era la mejor manera de echar luz sobre el carácter del crimen.
Ahora ya no hay ningún secreto. La conspiración procedió por etapas: Stalin, Beria, Leonid Eitingon, su amante Caridad Mercader y su hijo, el catalán Ramón Mercader (alias Jackson) eran las personas que asesinaron al fundador del Ejército Rojo y el camarada de armas de Lenin. (…)”.

Texto tomado de la versión publicada en 2003 en Estrategia Internacional. Fracción  Trotskista

Sobre este tema, en la década de 1990, José Luis López-Linares y Javier Rioyo filmaron Asaltar los cielos. El documental reconstruye el asesinato de Trotsky a través de la articulación de tres historias: la de Ramón Mercader, el asesino, la de su madre, Caridad del Río, y la de Trotsky a partir de su exilio de la Unión Soviética.

Caridad del Río miembro de una familia burguesa y adinerada vivió entre Cuba y la Barcelona de principios de siglo. Frustrada por un matrimonio de conveniencia con Pablo Mercader y con fuertes ideas radicales decidió colaborar con grupos anarquistas. Sus hijos recibieron una educación favorable a las ideas socialistas. Durante la Guerra Civil española tomaron parte activa en el bando republicano: Caridad pidiendo armas y dinero para los republicanos en México; Ramón como comandante en la columna Lina Odena.


MARÍA EUSTAQUIA






MARÍA EUSTAQUIA CARIDAD DEL RÍO HERNÁNDEZ (1892 -1975)









Al terminar la guerra ambos se trasladaron a París donde trabajan para los servicios secretos soviéticos y se involucran en el plan para asesinar a Trotsky, el antiguo líder soviético y ahora enemigo de Stalin

Ramón Mercader asume la misión y adopta otra identidad para introducirse en los círculos trotskistas de París. En su papel de Jacques Mornard, un aristócrata belga que simpatiza con el trotskismo, conoce y enamora a Silvia Ageloff, hermana de la secretaria de Trotsky. Juntos viajan a Nueva York donde se transforma en el canadiense Frank Jackson con el pretexto de no ser movilizado para la guerra. Desde allí se trasladan a México donde, finalmente, Trotsky ha establecido su residencia tras su exilio forzado por Stalin.

A su llegada, Trotsky fue acogido por Diego Rivera y Frida Kahlo y después de residir en su casa se trasladó a una vivienda propia.


EN LA CASA AZUL. COYOACÁN, DE DIEGO RIVERA






LEÓN TROTSKY Y SU ESPOSA NATALIA SEDOVA












EN LA CASA AZUL. COYOACÁN, DE DIEGO RIVERA Y FRIDA KAHLO.


El primer intento de asesinato fue protagonizado por el pintor mexicano Siqueiros.

Finalmente, tras varios encuentros con Jackson-Mornard-Mercader, éste acaba con la vida de León Trotsky con un golpe en la cabeza. Pero Mercader no consigue escapar como estaba planeado y es detenido y encarcelado durante 20 años en los que guardará silencio.

Caridad que no aguanta vivir en la URSS, viaja a México para intentar liberar a su hijo, pero las autoridades, alertadas, ordenan el traslado de Ramón a un pabellón de alta seguridad. Caridad regresa a París donde trabaja en la embajada de Cuba y muere en 1975.

Cuando Ramón sale de la cárcel viaja a la Unión Soviética. Aunque extraoficialmente era considerado un héroe, lleva una vida apartada, sin poder hablar sobre su pasado y su identidad. Debido a problemas de salud recurrió a Fidel Castro para contar con el permiso que le posibilite vivir en un clima más cálido. Castro le dio asilo y Ramón con su mujer e hijos se instaló en Cuba. Un cáncer óseo acabó con su vida en 1978.

La URSS se encargó de sus funerales y fue enterrado bajo el nombre de Ramón Ivanovich López junto a otros héroes del Estado soviético. Años después lo reconocerán como Ramón Mercader del Río, héroe de la Unión Soviética.


RAMÓN MERCADER










RAMÓN MERCADER (1913-1978)










CON LA MEDALLA DE HÉROE DE LA URSS


A lo largo de la película son entrevistados parte de los protagonistas tanto en España como en Moscú, México o Cuba. Hay mucho material de Trotsky en su refugio, pero también mucho de Frida Kahlo y Diego Rivera, Sara Montiel o Cabrera Infante y además se escucha el testimonio de un preso anónimo que conoció a Mercader en prisión. También se incluye material sobre los niños españoles de la guerra civil enviados por sus padres a la Unión Soviética.




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