FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Lawrence de Arabia

VI. El mundo colonial y dependiente


La figura del multifacético Thomas Edward Lawrence vista a través del periodista norteamericano Lowell Thomas conocido por sus despachos radiofónicos sobre la marcha de la Primera Guerra Mundial. Thomas entabló relación con Lawrence en Jerusalén y lo acompaño a los escenarios del levantamiento árabe contra los turcos donde presenció numerosas acciones de guerra, así como algunas de las reuniones con los jeques de las tribus del desierto en las que se debatía el futuro de Arabia.

Después de la guerra, el periodista publicó el libro Con Lawrence en Arabia que le hizo ganar fama y al mismo tiempo dio a conocer la vida del militar y escritor británico.


LOWELL THOMAS Y A SU IZQUIERDA LAWRENCE DE ARABIA.






LOWELL THOMAS Y A SU IZQUIERDA LAWRENCE DE ARABIA









El verdadero Lawrence de Arabia

Artículo publicado por Lowell Thomas en la Selecciones del Reader’s Digest de octubre de 1964.


“Lo vi por primera vez en una populosa calle de Jerusalén durante la Primera Guerra Mundial. Por la polvorienta avenida transitaban mercaderes árabes con sus chilabas y sus vistosos turbantes, sacerdotes griegos con sus altísimos gorros negros, turcos barbados con sus pantalones bombachos como globos. Entre el gentío había un hombre de talla menos que mediana que contrastaba violentamente con los demás. Vestía el flotante albornoz de los jeques beduinos y llevaba al cinto el alfanje de los príncipes de la Meca. No obstante, su tez era clara, limpia su barba y azules sus ojos.

Me intrigó tanto su extraña apariencia que quise saber quién era. Nadie parecía conocerlo. Más tarde pregunté por él a sir Ronald Storrs, gobernador británico de Jerusalén. El gobernador abrió la puerta de un despacho contiguo y... allí estaba sentado el misterioso extranjero, absorto en un libro de arqueología. […]

Hacía ya varias semanas que oía hablar de este misterioso personaje; desde que crucé en avión el desierto del Sinaí para informar acerca de la campaña británica contra los turcos en Palestina. Corría el año de 1917 y los turcos se habían aliado con los alemanes para robustecer su vasto imperio, que entonces abarcaba todos los territorios que hoy constituyen Siria, Líbano, Iraq, Yemen, Jordania, Israel y Arabia Saudita. Pero los árabes, heridos en carne viva por la dominación turca, habíanse rebelado, y corrían rumores de que un joven oficial inglés (a quien los árabes llamaban El Aurens) era quien los dirigía contra sus opresores en los desolados desiertos de Arabia.

Parecía extraño que este hombre tímido, casi endeble, pudiera ser el misterioso jefe de los guerrilleros. Solamente después, cuando lo vi galopando audazmente sobre su camello, rodeado de su fiera e impetuosa escolta, pude creer al fin.

En busca de un líder árabe

A poco de nuestra entrevista, me uní a él en el desierto para ver algo de la revolución árabe. Allá, y después en Londres, llegué a conocer a este extraño joven. Aunque era hijo ilegítimo de un barón irlandés, en su campamento del desierto parecía tan árabe como cualquier jeque: vestía como los árabes, hablaba árabe y montaba y tiraba las armas como un beduino.

Había llegado al Oriente Medio cuando era todavía estudiante de Oxford, y vagó a pie por el desierto investigando la arquitectura de la época de las cruzadas. Después de graduarse formó parte de una expedición que excavó las ruinas hititas en el Éufrates.

Cuando estalló la Primera Guerra, Lawrence quiso alistarse en él ejército inglés, pero lo rechazaron por su escasa estatura. Más tarde, cuando entró Turquía en la guerra al lado de Alemania, ingresó en el servicio secreto británico con el grado de subteniente. Lawrence había hecho un estudio de la península del Sinaí antes de la guerra, y además entendía los problemas del pueblo árabe y sentía simpatía por él; por lo tanto lo enviaron al cuartel general en El Cairo. Allí irritó a muchos de sus superiores con su actitud de indiferencia hacia la disciplina militar. Saludaba al desaire y mostraba poco respeto por la autoridad. También contrariaba la opinión de ciertos oficiales arguyendo que era posible formar con los árabes indisciplinados una fuerte combativa útil, si se les inflamaba con la idea de la independencia.

En el verano de 1916 los árabes, capitaneados por el jerife Hussein, se levantaron contra sus opresores turcos. Se apoderaron de la ciudad santa de La Meca, pero muy pronto se estancó su embestida. En este punto el cuartel general de El Cairo permitió a su irreverente subalterno que se les uniera. Lawrence encontró a los árabes desmoralizados tras una serie de derrotas. Al cabo de varios días penosos por el desierto llegó a la tienda del emir Feisal, uno de los hijos de Hussein.

—¿Le gusta nuestro puesto, aquí en Wadi Safra? – le preguntó el moreno y barbado emir.

—Sí –le respondió Lawrence–, pero está muy lejos de Damasco.

Al oír nombrar a Damasco, la ciudad que una vez fuera centro del poderío árabe, el emir miró de reojo a sus mal equipadas huestes.

—Me temo que las puertas de Damasco están más lejos que las puertas del Paraíso.

A pesar del aspecto melancólico de Feisal, Lawrence comprendió que era un caudillo astuto en torno al cual se podía reunir mucha gente, y con su asentimiento anduvo de aduar en aduar exhortando a los nómadas a que se unieran en la lucha. A la luz indecisa de las fogatas, el joven subteniente de 28 años les habló de la independencia árabe, y recordó a sus anfitriones beduinos el glorioso pasado árabe y los incitó a atacar a los turcos mientras peleaban contra Inglaterra y sus aliados.

Poco a poco, las tribus fueron dejando sus viejas rencillas hasta que se unieron bajo las banderas de Feisal. Un renombrado adalid del desierto se llamaba Auda abu Tayi, bravo guerrero de perfil aguileño, casado con 28 mujeres; trece veces había sido herido en otros tantos combates en los que dio muerte a 75 árabes. Los turcos que había matado no se cuidaba de contarlos. Entre todos los moros que conocí por intermedio de Lawrence, este fue mi favorito. Parecía un personaje de Las mil y una noches. […]

Golpes maestros de estrategia

Lawrence pronto comprendió que, en una lucha a pie firme contra los turcos, mejor disciplinados, los árabes llevaban las de perder; pero confiaba en que, si sus hombres se limitaban a lanzar cargas por sorpresa con sus ligeros camellos, podrían no solo igualar, sino aventajar al enemigo.

Su método favorito de ataque era volar trenes de ferrocarril. Él mismo solía colocar las minas y luego, agazapado con sus beduinos detrás de las dunas, aguardaba a que apareciera el tren turco. Cuando empujaba el pistón disparador, retumbaba la explosión como bramido en el silencio del desierto, el tren descarrilaba y los beduinos se precipitaban sobre los despojos humeantes, ávidos de matanza y de botín. Durante los 18 meses de campaña dinamitaron 79 objetivos entre trenes y puentes.

En una ocasión cerca del mar Muerto, no lejos del sitio donde estaban las ciudades de Sodoma y Gomorra; encontraron unos barcos turcos, sus hombres se lanzaron sobre ellos como piratas y tomaron 60 prisioneros. Probablemente la única vez en la historia que se gana una batalla naval con caballería.

La antigua ciudad de Petra, que en otros tiempos se resistió a Alejandro fue usada por Lawrence como escenario de una cruenta batalla. Sus conocimientos de arqueología hicieron que dominara el terreno palmo a palmo. Desde sus gargantas de lava, emboscaron a 7000 turcos. Desde los templos y mausoleos dirigieron su mortífero fuego sobre los turcos acorralados en el desfiladero.

Entrada triunfal en Damasco

En un claro amanecer del desierto entró Lawrence en Damasco. La antigua ciudad se hallaba repleta de árabes ebrios de entusiasmo. La población delirante arrojaba sobre Lawrence y sus jefes pañuelos de seda y flores. Fue aquel un momento embriagador para el joven inglés que acababa de cumplir 30 años. Había acabado con la enemistad entre las tribus nómadas para unirlas en lucha contra los opresores turcos... cosa que no habían logrado califas y sultanes en un esfuerzo de muchos siglos.

Pero su regocijo fue fugaz. Como delegado de Feisal emprendió la formación del gobierno de la ciudad, mas los árabes volvieron a dividirse en belicosas facciones; Damasco se convirtió en un hervidero de intrigas; tramaban botines y asesinaban a mansalva a civiles turcos.

Lawrence no pudo hacer nada. Había llegado al borde de su ruina física y espiritual. Estaba agotado por dos años de increíbles padecimientos, hastiado del desierto, asqueado de ver tanta sangre. Al fin estalló la crisis.

Allenby se hizo cargo de la situación y Lawrence salió para Londres. “Esta vieja guerra se está acabando, ya no me necesitan”.

En busca de un rinconcito apartado

Pero sus servicios a la causa árabe no habían terminado. El armisticio se declaró apenas llegó él a Londres y la Conferencia de Paz se inauguró en París en enero de 1919. En la guerra del desierto Lawrence había prometido a los árabes completa independencia; mas los británicos y los franceses deseaban establecer zonas de influencia en las tierras recién liberadas. Cuando el emir Feisal llegó a París, Lawrence se unió a él como su consejero e intérprete. […]

Con todo, los diplomáticos británicos y franceses no abandonaron sus pretensiones, y Lawrence salió para Inglaterra preocupado por lo que él consideraba una traición a los árabes. Cuando el rey Jorge V lo quiso nombrar caballero, declinó el honor. Volvió a su casa de Oxford. Después de años de lucha e inquietudes solo quería paz y sosiego, un rincón apartado, desde donde perderse silenciosamente. […]


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