VI. El mundo colonial y dependiente
Introducción
Tanto en Asia como en África, la imposición de colonias, básicamente europeas, dejó marcas significativas: resquebrajó el orden social tradicional, dio paso a fuertes contrastes entre las actividades económicas ligadas al mercado mundial y las vinculadas con el consumo local, y condujo a la emergencia de elites nativas formadas en los ámbitos académicos y culturales occidentales. Después de la fase de conquista, la dominación europea implantó su administración y la explotación de los recursos coloniales, dando lugar a la gestación de nuevos actores en la sociedad colonial: la burguesía agraria y comercial, el proletariado de las plantaciones, de las minas, de las actividades productivas locales, y los funcionarios que se sumarían en los niveles más bajos a la gestión del gobierno metropolitano. Gran parte de los intelectuales reconoció en la ciencia y la tecnología europeas, y en su ideario político, los medios para superar el estado de atraso en que se encontraban sumidos sus pueblos. Pero hubo también otros que reivindicaron y recrearon las tradiciones, las lenguas y las religiones propias para recuperar la independencia perdida.
En buena medida, el nacionalismo fue involuntariamente favorecido por la acción colonizadora. El desarrollo de los medios de comunicación, la imposición de una administración centralizada sujeta a normas, el fomento de la educación y la adopción de una lengua común actuaron como corrosivos del viejo orden y propiciaron los contactos, el reconocimiento de afinidades y el quiebre de los particularismos locales. Estos procesos no se produjeron en forma homogénea, hubo marcados contrastes en virtud de las diferentes trayectorias históricas de los pueblos colonizados y también a raíz de las distintas formas en que los principales países europeos organizaron sus imperios.
Los primeros movimientos nacionalistas surgieron en las sociedades que ya poseían culturas asentadas y conciencia sobre la existencia de un pasado que era factible reelaborar para actuar en el presente. Estas condiciones se dieron de manera más consistente en los antiguos imperios asiáticos y entre quienes reconocían el islam como rasgo distintivo de su identidad.
En África al sur del Sahara, la construcción de un “nosotros” como conciencia compartida capaz de esgrimir una alternativa a la dominación colonial fue más frágil y tardía. La mayoría de los movimientos nacionalistas organizados alcanzaron una resonancia significativa después de la Segunda Guerra Mundial.