FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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sobre interés histórico del filme: El camino del tabaco


 

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La larga tradición del cultivo de tabaco y algodón por el método de la aparcería llega a su fin. Georgia, en la década de 1930: los bancos se han quedado con la tierra y se disponen a explotarla a la manera “científica”, lo que expulsa para siempre a los viejos cultivadores ya empobrecidos y arruinados por la crisis. Hace siete años que los Lester no consiguen una cosecha, pero sobreviven malamente, arracimados en torno de una casa que conoció épocas mejores y a la que le aguarda, como a sus ocupantes, el encuentro inexorable con una modernización que no los necesita.

Ma y Pa Lester han tenido tantos hijos que no pueden recordar todos sus nombres, solo les quedan tres a mano: el joven Dude, haragán y de escasas luces; Ellie May, bonita pero prácticamente muda y ya mayor para conseguir marido, y Pearl, a la que han casado con Lov, un vecino patético y bruto, a cambio de 7 dólares y un par de acolchados. Una abuela vive con ellos y ronda la casa sin emitir palabra. El hambre y la amenaza de desalojo son los dos ejes que sostienen la trama entera. En una de las primeras secuencias, los Lester, echados en la puerta de la cabaña, avizoran la visita de Lov relamiéndose por la bolsa que trae colgada de los hombros y terminan atacándolo para robarle los nabos que el otro no quiere convidarles. Casi inmediatamente, el hijo del antiguo dueño de las tierras les toca bocina desde su lujoso auto estacionado en el camino: ha venido a anunciarles, acompañado de un representante del banco, que deberán dejar la tierra en una semana, a menos que puedan pagar por adelantado el arriendo de todo un año. El contraste entre la forma y el ambiente en los que sobreviven los Lester y la racionalidad económica que introducen los visitantes señala la brecha enorme entre el pasado y el futuro, un abismo por el que se fueron tradiciones y formas de vida y de trabajo de larga data, vínculos personales y familiares con la tierra y con la producción, y que se produjo, como un auténtico vendaval, en un lapso de tiempo no superior a una década, justamente la que siguió a la crisis de 1929 y que supuso la reconfiguración de las relaciones de propiedad y de producción en toda la economía agrícola tradicional del sur de los Estados Unidos. Es decir, afectó decisivamente la vida de millones de personas.

La adaptación cinematográfica de Ford procede de la obra teatral que fue suceso en Broadway durante casi una década. Aquí radica el tono entre distendido y dislocado del relato, que no se encuentra en la novela de Caldwell, más seca y sombría. Pero más allá de esto, los hechos son elocuentes por sí mismos, y atraviesan la aparente suavidad y la ligereza con que se los narra. Así, entre la desesperación, la resignación y el manto de humor caricaturesco que Ford tiende sobre todo el relato, se suceden una serie de situaciones en las que el viejo Jeeter Lester intenta conseguir, como sea, los 100 dólares que le permitirían quedarse un año más en la vieja y estéril granja familiar: trata de pedirle prestado a la vecina Bessie, devenida estrafalaria nuera; se roba un montón de leña que trata sin éxito de vender en la ciudad; hace el intento de venderle a un policía un coche ajeno y, colmo de sus desventuras, entra en el banco de Augusta a solicitar un préstamo, solo para comprobar que se trata justamente de sus acreedores. De vuelta en la desvencijada casa familiar, solo un milagro podría salvarlos a él y su mujer, de la granja para pobres del gobierno federal, único destino posible para que los desarraigados no mueran de hambre en los caminos.         

 

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