Novecento Italiano en Buenos Aires

La casa roja de Carlo Carrá, que hoy puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes, fue una de las 208 obras que se exhibieron en 1930 bajo el título Novecento Italiano en la Asociación Amigos del Arte, sobre la calle Florida.

CARLO CARRÁ, LA CASA ROJA (1927)

La exposición se inauguró el 13 de septiembre de en presencia de su organizadora, Margherita Sarfatti, estuvo abierta hasta el mes de diciembre y luego se trasladó a Montevideo. En Argentina, pocos días antes había tenido lugar el primer golpe de estado: el 6 de septiembre de 1930 una revuelta militar de carácter filofascista apoyada por la derecha interrumpió el régimen democrático.

CATÁLOGO NOVECENTO ITALIANO. BUENOS AIRES, ASOCIACIÓN AMIGOS DEL ARTE, 1930.

Según analiza Diana Wechsler, la prensa local se limitó a traducir al castellano el catálogo o los discursos de Sarfatti y del profesor de la Universidad de Roma Arduino Colasanti, que tendían a desmarcar a las obras de la adhesión de los artistas al régimen. Pero la inmigración italiana era sustancial en Buenos Aires y los periódicos de la comunidad italiana local tomaron partido respecto de la muestra de acuerdo con sus respectivas posturas políticas. Si Il Mattino fue abiertamente promocional respecto de la exposición, en cambio, el periódico antifascista Il Risorgimento hablaba de “la fascista Margherita Sarfatti” y de la idea de que se exportara desde Italia algo así como un fascismo en imágenes.

Las evidencias del impacto de la exposición entre los artistas locales son numerosas. La más clara tal vez sea el cuadro Tradición, que Victor Cúnsolo pintó al año siguiente.

VÍCTOR CÚNSOLO, TRADICIÓN (1931)

En primer plano puede verse el catálogo de Novecento Italiano, entre algunas otras publicaciones y objetos bien elocuentes respecto de sus referentes artísticos. En este sentido, Wechsler propone pensar Tradición como una obra manifiesto. Las bellísimas naturalezas muertas de otros pintores de La Boca bien diferentes entre sí, como Fortunato Lacámera o Miguel Diomede, podrían considerarse algo así como excusas para concentrarse en los problemas plásticos como la incidencia de las luces en los volúmenes y los diferentes materiales o el peso visual de formas y colores.

FORTUNATO LACÁMERA, SERENIDAD (C.1948)

MIGUEL DIOMEDE, NARANJAS

En cambio, esta tela de Cúnsolo no reúne frutas, flores o loza. Al lado del catálogo de la exhibición porteña de arte italiano, puede verse con claridad una edición del Martín Fierro ilustrada por el grabador contemporáneo Adolfo Bellocq  y editada por la misma institución que había recibido la exposición de Novecento Italiano, la Asociación Amigos del Arte. Por detrás, un tintero de vidrio con una pluma, y una cajita de pomos de pintura de los colores primarios: las herramientas tradicionales para pintar. Y apoyado contra la pared del fondo, un relieve policromado que representa una sagrada familia nos retrotrae a la historia de la pintura italiana.

Del mismo modo que la pintura de Sironi con la que abrimos este texto, Cúnsolo recreaba una nueva tradición a partir de elementos diversos y referencias a la propia producción artística en una reflexión visual sobre el lenguaje plástico. Pero, a diferencia de Sironi, el pintor de La Boca combinaba objetos de procedencia local y extranjera. Nacido en Italia y llegado con su familia a Buenos Aires con 10 años, Cúnsolo consideraba propios tanto el arte italiano del Quattrocento y del Novecento, como el criollismo de José Hernández y la modernidad de los grabados de Bellocq.