Las pautas artístico-políticas de Novecento Italiano
Nacida en el seno de una familia judía veneciana y casada con el abogado Cesare Sarfatti, en 1909 Margherita Grassini se había trasladado a Milán, donde había comenzado su carrera escribiendo sobre artes visuales. Desde 1919 había integrado la redacción del diario de Benito Mussolini, Il Popolo d’Italia, y desde estas páginas ya puede seguirse el proyecto estético-político de esta crítica de arte. Como señala Cristina Rossi, en esos artículos expresaba cuestiones que tuvieron continuidad en Novecento Italiano, algunos años más tarde: el artista debía dar al nuevo arte nacional capacidad comunicativa, fuerza plástica y poder persuasivo. La estética era un canal de trasmisión de contenido político ya que, superado un realismo llano, la dimensión política del arte debía ser puesta en obra a partir de una forma anclada en el clasicismo.
Convencida de que Milán podía conquistar un lugar central en la cultura italiana, junto al galerista judío Lino Pesaro, hacia 1922 Sarfatti impulsó el grupo Il Novecento. Señalo que ambos eran judíos para remarcar la paradoja que atraviesa la trayectoria de Sarfatti: a pesar de la particular relación que había mantenido con Mussolini (se dice que fueron amantes), no pudo escapar a las normas antisemitas instauradas en 1938 por el régimen fascista, y se exilió en Montevideo. La denominación “Novecento” refería al siglo XX del mismo modo que “Quatrocento” al siglo XV, el momento del Alto Renacimiento italiano. En sintonía con esa referencia, el grupo de artistas nucleados depositaba su confianza en la restauración de las glorias del pasado con las que manifestaba su adhesión a la retórica fascista apoyándose en la tradición y la disciplina académica. Pero si bien ll Novecencto fue el favorito del régimen y sus artistas recibieron encargos oficiales para realizar murales, por ejemplo, ciertos sectores del fascismo no veían con buenos ojos la rudeza de pinturas como Periferia de Mario Sironi, otro futurista devenido en clasicista.
MARIO SIRONI, PERIFERIA (1922).
La experiencia fue breve: para 1924 el grupo se había dispersado. Pero a Sarfatti, le había servido para demostrar –anticipándose al mismo Musollini– que las artes visuales podían contribuir a la legitimación política y cultural de la nación fascista. En 1926, volvió a dar vida al grupo, llamándolo Novecento Italiano. Organizó una exposición en Milán donde reunió a los artistas del primer grupo (Sironi, Leonardo Dudreville, Achille Funi, Anselmo Bucci, Piero Marussig, Ubado Oppi y Emilio Malerba) con algunos otros, como el mencionado Carlo Carrá, Arturo Marini, o Máximo Campigli. Según escribió Sarfatti en su libro Storria della pittura moderna, publicado en 1930, esa exposición había sido inaugurada con un memorable discurso de Mussolini dirigido a los artistas. En palabras de Margherita Sarfatti:
Era un acto de orgullo. Ciertamente, era un acto de fe en aquellos primeros años grises y oscuros de la posguerra. Por esto, gustó más a los jóvenes artistas de vanguardia, muchos de los cuales habían sido soldados y en el fascismo continuaban siendo milicianos de Italia […] En realidad, aquellos artistas solamente querían proclamarse italianos, tradicionalistas, modernos. Afirmaban orgullosamente que querían detener en el tiempo algún aspecto nuevo de la tradición. (Citado en Cristina Rossi, p. 55).
Sarfatti entendía que este grupo encarnaba en la producción artística la voluntad de grandeza, la imaginación vigorosa y la reconstrucción heroica italianas. Mucho antes de que ella tuviera que exiliarse en el Río de la Plata, este escenario fue receptivo a su propuesta. No solo se realizó la exposición Novecento Italiano con 45 artistas en Buenos Aires y Montevideo, sino que esta resultó de gran impacto para una serie de artistas locales y ciertas obras fueron incorporadas al patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes.