FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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El modernismo hispanoamericano


Para la historia cultural el modernismo latinoamericano se constituirá como el primer aporte surgido desde territorios periféricos al sistema de dominación cultural europeo. Por vez primera una producción de sesgo americanista interviene en el concierto cultural y pone un mojón que en algún sentido prefigura el descentramiento que sobrevendría durante el siglo xx.

El legado poético español y sus siglos de dominación no ofrecían mayores esperanzas ni modelos satisfactorios, y los poetas latinoamericanos dirigieron sus miradas hacia el simbolismo francés como fuente nutricia, acaso porque encontraron allí la renovación y vitalidad necesarias para estar a la altura de los nuevos desafíos de la época. Las transformaciones industriales, los avances tecnológicos, el ingreso de la economía latinoamericana en el sistema mundial, y más que nada la urbanización y el peso decisivo de las grandes ciudades y de su población, generaron la sensación y la idea de que se vivía en medio de un progreso que ya no iría a detenerse nunca. El tránsito de algunos de los poetas americanos más destacados visibiliza a las claras la madurez de una conciencia de sí que dio por tierra con la hegemonía española dentro de la lengua castellana. Se diría que una nueva lengua buscaba abrirse paso en el interior del castellano con una porosidad diferente –otra sensualidad, otras búsquedas y demandas– del estado castizo –o casto– que imperaba en su tradición hispánica.

Tanto en Centroamérica como en Sudamérica las sociedades sufrieron a fines del siglo xix procesos similares. El liberalismo económico se había apropiado de explotaciones mineras y de sus reservas en países como México, Perú y Chile, y en territorios de estructura agricologanadera como la Argentina manejaba el comercio en alianza con la oligarquía de los antiguos hacendados devenidos exportadores, modernizados. Este proceso estimuló cambios notorios en la vida cotidiana de los centros urbanos (las zonas campesinas y rurales quedaron exceptuadas y conservaron muchas de las características de la antigua sociedad hispánica): la reconfiguración de los espacios edilicios, los avances en la atención de la salud –un nuevo saber científico sobre el organismo humano– y el acortamiento de las distancias a través de las comunicaciones instalaron por aquellos años una nueva forma de relacionarse con lo real. Y los escritores no se abstrajeron de estos efectos. Como muchos artistas de otras disciplinas, detectaron la transición que vivían de una sociedad colonial a otra liberal, y en el fuero íntimo de la intelectualidad de entonces se generaron contradicciones de índole cultural y política.

Acaso la contradicción más radical y a su vez configurativa del movimiento modernista haya sido la que se entabló entre los anhelos de cosmopolitismo y su origen americanista. Deudor del ideario romántico en el interés por las cuestiones políticas y sociales, los afanes revolucionarios del modernismo fueron más allá de la renovación del lenguaje y se revelaron concretamente en la lucha por la independencia de los países latinoamericanos (de hecho José Martí, el extraordinario intelectual cubano, murió en un campo de batalla) fuente

José Martí








JOSÉ MARTÍ










No es de extrañar entonces que muchos de sus autores indagasen en las raíces de los pueblos originarios, donde creyeron ver rasgos fundacionales para el desarrollo futuro. Pero, en simultáneo, los modernistas abogaban por un universalismo que pretendía superar las fronteras, traspasarlas en el terreno artístico más allá del orden geopolítico imperante. ¿Querían forjar así una literatura latinoamericana? En ese campo de tensiones se produjo un híbrido que podemos leer como contradictorio o paradójico, en tanto desde el vamos el carácter propio de la poesía latinoamericana consistiría en reconocerse cosmopolita.

“Los modernistas no querían ser franceses: querían ser modernos. El progreso técnico había suprimido parcialmente la distancia geográfica entre América y Europa. Esa cercanía hizo más viva y sensible nuestra lejanía histórica. Ir a París o a Londres no era visitar otro continente sino saltar a otro siglo. Se ha dicho que el modernismo fue una evasión de la realidad americana. Más cierto sería decir que fue una fuga de la realidad local –que era a sus ojos un anacronismo– en busca de una actualidad universal, la única y verdadera actualidad. En labios de Rubén Darío y sus amigos, modernidad y cosmopolitismo eran términos sinónimos. No fueron antiamericanos, querían una América contemporánea de París y Londres”, asegura Octavio Paz en su ensayo Cuadrivio.

Y es cierto que los modernistas se pensaron menos como habitantes de una región que como pobladores del mundo, y que sus deseos enfocaron horizontes de la Europa no ibérica en razón de que distinguían en las sociedades americanas los efectos retrógrados del orden feudal ligado al colonialismo español y a su lastre contrarreformista, la influencia política de la Iglesia y del Ejército. Sin embargo este salto hacia las culturas francesa e inglesa no necesariamente indicó una visión denigratoria de sus contextos culturales. Al contrario, una y otra vez sus escritos vuelven sobre lo propio –sus lugares de pertenencia, su lenguaje– para incorporarlos al proceso modernizador de los países más avanzados. La estrategia es extraterritorializarse, seguir el impulso universalista que el empobrecido cepo cultural hispanista desconocía o negaba. Ese paso será primordial incluso en la potenciación de las formas: Darío atribuía la elogiada musicalidad métrica de sus poemas a que había aprendido a “pensar en francés”; asimismo innegable es la presencia de la poesía anglosajona en la adecuación entre recursos expresivos e ideas a lo largo de la obra de José Martí.

Un aporte significativo al análisis de las condiciones de emergencia del ideario modernista propone el magnífico libro Modernismo. Supuestos históricos y culturales, del crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, quien elabora sus hipótesis atendiendo al proceso de secularización que se vivió durante el período. Gutiérrez Girardot entiende que la fantasía ocupó el lugar de una religión en ruinas, con visiones construidas justamente con los restos de esa misma religión. De allí que se resacralice la noción de arte, liberados los sentidos: en el erotismo y en el culto a la patria percibe el crítico colombiano la plasmación de un proceso que abarcó a la época entera. Es el momento del mundo y lo mundano; la sensibilidad, el subjetivismo, la sensualidad apuntalan el cambio. Cabría preguntarse si en los dominios semánticos de la palabra profano (tan cara a Rubén Darío), en su uso y repetición, no se concentra ya esta transferencia simbólica, incluso con el cariz antinómico tan propio de los modernistas.

Da un paso más el análisis de Gutiérrez Girardot: detecta que la modernidad no es la misma en los países centrales y en los periféricos. La ausencia de una conciencia histórica y política, y de un bagaje cultural solvente, plantea una asimetría insalvable entre ellos. Sin embargo, este vacío en la mirada del latinoamericanista se resuelve en un impulso creativo, y he aquí otra paradoja. La producción de poesía, así como el campo reflexivo que genera, suplantan en el contexto latinoamericano la carencia de una matriz filosófica, en concreto la remplazan y convierten a la literatura en una herramienta moderna. En un terreno cenagoso como el de las sociedades latinoamericanas, con sus arraigadas tradiciones religiosas, la secularización en el plano artístico produce un impacto estético que termina imponiendo sus pautas en el idioma castellano. La época sacraliza el progreso, la ciencia y, cómo no, el arte, al menos la literatura como expresión y como pensamiento acerca de sí misma: el lenguaje se quiere refinado (va más allá de una aristocracia como filiación de clase) y ensancha su relación con el sentido de lo real; las opacadas historias sagradas y fantásticas descubren su tinte erótico (no se trata de una deliberada voluntad herética, más bien de revalorizar lo mundano con residuos del instrumental religioso); la conciencia del giro estético estimula oposiciones semánticas como el cielo y la tierra, y lo sagrado y lo profano, claro está, que amplían el volumen de reflexión inherente al acto creativo. El modernismo latinoamericano fue fiel a sí mismo, es decir, se constituyó sobre una paradoja y aportó una nueva inflexión a la literatura en lengua castellana y a la poesía occidental. Fue, si se quiere, la única heterodoxia posible; al menos se construyó ese lugar.

Cosmopolitismo, pero también esteticismo (la consagrada “torre de marfil”), y en simultáneo elitismo, agudización de las diferencias con el mundo social. Algunas de las variables más identificadas con la mirada modernista finisecular descubren el dandismo de algunos autores a cuenta de la relación con la sociedad liberal burguesa de su tiempo. Se movieron dentro de los parámetros de la ideología liberal-conservadora, lo que no quita que hayan producido transformaciones decisivas en el plano formal, más que nada en la lírica en lengua castellana. Como subrayó Pedro Henríquez Ureña, “de cualquier poema en español puede decirse con precisión si se escribió antes o después de él”, en referencia a Rubén Darío y su poesía.

Rubén Darío







RUBÉN DARÍO (1867-1916)












EN 2010 LA ASAMBLEA NACIONAL DE NICARAGUA DECLARÓ AL POETA PRÓCER DE LA INDEPENDENCIA CULTURAL DE LA NACIÓN.

Es indudable que el movimiento modernista latinoamericano catapultó para la historia de la poesía un listado de nombres propios que en dos etapas bien definidas dejaron su sello y restituyeron por primera vez desde el siglo xix al idioma castellano su importancia lírica. La primera generación, que se extiende desde 1880 hasta fines del siglo xix, en la que se destacaron poetas del hemisferio norte, como los mexicanos Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) y Salvador Díaz Mirón (1853-1928), los cubanos José Martí (1853-1895) y Julián del Casal (1863-1893), el colombiano José Asunción Silva (1865-1896) y por supuesto el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), quien, se podría pensar, ofició como bisagra con la segunda generación de poetas modernistas –ahora del hemisferio sur–, constituida entre otros por los uruguayos Julio Herrera y Reissig (1875-1910) y José Enrique Rodó (1871-1917), el peruano José Santos Chocano (1875-1934), el boliviano Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933) y el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938). El itinerario de Darío, su presencia en los países de Sudamérica quizás haya colaborado para que las cabezas visibles de la segunda fase modernista surgiesen en territorios más australes.


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