FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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II. La Belle Époque y el capitalismo global

Sobre los autores

 

Geoff Eley (1949 - )

 

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Historiador británico con estudios en Oxford. Sus primeros trabajos trataron sobre el nacionalismo alemán y su impacto en la forjación del nazismo. Posteriormente incursionó en las corrientes historiográficas. Actualmente es profesor en la Universidad de Michigan donde desarrolla estudios sobre Alemania, y coordina el programa Comparative studies of social transformation.

Entre sus publicaciones se encuentran: Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa 1850 2000,  2003; Una línea torcida. De la historia social a la historia de la sociedad, 2005; Futuro de la clase en la Historia: ¿Qué queda de lo social, 2007.

 

Comentario de Eley, Geoff, Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa 1850 2000, Barcelona, Crítica, 2003, Cap. 3  “La industrialización y la formación de la clase obrera”, Cap. 4 “La ascensión de los movimientos obreros”.

Capítulo 3

 En este capítulo el autor analiza la conformación de la clase obrera durante el período 1780-1840, décadas de industrialización en Gran Bretaña y agitación política en Francia. Eley hace especial hincapié en lo complejo de este proceso de entrada del proletariado a la historia, que es a la vez el de aparición de la cuestión social, que reflejaba los temores de las clases dirigentes ante un sector que se resistía al control social y político y no parecía tener mayor interés en el orden naciente, ni en sus leyes .

 Sin menospreciar los profundos cambios de esos primeros años del capitalismo industrial, el autor matiza el escenario de transformaciones. El paisaje de las sociedades rara vez fue transformado de manera total, y el obrero industrial prototípico siguió conviviendo con un cúmulo de formas de trabajo, que Eley se niega a considerar preindustriales, toda vez que fueron habituales y persistentes en el mundo productivo y no meros resabios de tiempos anteriores. Por esta razón afirma que el proceso no fue simplemente moldeado por la relación entre obreros y capitalistas, ni por la presencia de las fábricas y las máquinas.

En el caso de los trabajadores además de las experiencias comunes de desposeimiento, explotación y subordinación, también influyeron en su conformación identitaria otros procesos convergentes que incluyeron desde su ubicación espacial común en las ciudades hasta sus costumbres de socialización en el ocio, la religión y el deporte.

Es a partir de esas consideraciones que el autor, sin quitarle mérito al enfoque marxista, considera que el mismo fue demasiado lineal para analizar la constitución de la clase obrera, su conciencia e identidad como colectivo social. Esta afirmación es respaldada, por ejemplo, por el hecho de un balance del proceso realizado desde principios del siglo XX, no confirmaría ni cuantitativa ni cualitativamente los pronósticos de Marx.

Todas estas características influyeron en las formas de politización de la clase obrera, y a las heterogeneidades mencionadas deben sumarse la mayor o menor incidencia de los artesanos especializados, el rol de las mujeres e incluso la mayor o menor rapidez con la que las comunidades se proletarizaron. Este estado de cosas significó un dilema importante para los partidos socialistas que desde una concepción unitaria y monolítica de la clase, se encontraban sin embargo con una realidad más compleja a la cual darle contención política. Esto no fue óbice para que efectivamente consiguieran éxitos electorales que los depositaran en el poder del estado, al menos de estados comunales, que dieron vida a la conformación de “ayuntamientos socialistas”, como la famosa Viena Roja desde los cuales buscaron efectivizar sus propuestas políticas.

 

Capítulo 4

 En este capítulo el autor analiza la aparición de los partidos socialistas de masas en Europa, y su relación con el crecimiento de la sindicalización y las subculturas obreras.

 En la década de los años 60 comenzó a gestarse según el autor un nuevo ideal de partido obrero nacional y parlamentarista. El proceso de generalización de este tipo de partidos se dio con la fundación de los mismos en varios países europeos y la constitución de la IIº internacional socialdemócrata en 1889.

Su aparición, pero sobre todo su capacidad de crecimiento, tuvieron que ver, según Eley con dos variables fundamentales: el grado de industrialización y liberalización política, aunque también influyó la existencia de competidores en la organización de la clase obrera como el caso de los anarquistas. La liberalización política contribuyó a la generalización del sufragio, la aceptación de la existencia de los partidos obreros, aunque no exenta de oleadas de persecución y represión, y una paulatina identificación de la política obrera con el Estado.

En los países del Norte y Centro de Europa, ya a mediados de la década del 90 ese primer ciclo de fundación de los Partidos Socialdemócratas estaba completo, así como el proceso de sindicalización sostenida, estados parlamentarios estabilizados y el aumento del caudal electoral de los partidos obreros. En el mediterráneo europeo y en el oriente atrasado, los otros dos escenarios que caracteriza el autor, el menor impacto de las variables mencionadas generaron situaciones menos propicias para el crecimiento de estos partidos.

También el aumento de la sindicalización estuvo relacionado con el crecimiento de estos grandes partidos Socialistas. En la creación de las centrales obreras nacionales generalmente fue definitoria la iniciativa de los partidos, con la excepción importante de Gran Bretaña, donde son los sindicatos ya organizados en central los que decidieron conformar un partido obrero de masas, dando nacimiento al laborismo.

Más allá de ello, Eley resalta que el panorama sindical en crecimiento, siguió manteniendo rasgos heterogéneos. A pesar de que la tendencia general fue de transición de sindicatos de artesanos a sindicatos industriales, siguieron conviviendo organizaciones por rama, con organizaciones por oficio, organizaciones de alcance nacional con otras locales y expresiones más politizadas con otras más apolíticas.

 Esta etapa de ampliación de la organización política y sindical de la clase obrera fue contemporánea del crecimiento del nivel de conciencia e identificación de la clase trabajadora. Sin embargo el autor advierte sobre el peligro de sobrestimar la incidencia o incluso reducir las subculturas obreras a la actividad de partidos y sindicatos. Tal como menciona en el capítulo anterior, la identidad obrera fue resultado de un sinnúmero muy complejos de procesos de socialización.

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