FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Niza o la Constitución: hay que elegir

I. La crisis en el ámbito capitalista

 

Posición del eurodiputado Alain Lipietz, miembro del Grupo Verde en el Parlamento europeo

“Fue hace doce años. Jacques Delors, en persona, volaba en auxilio del Tratado de Maastricht ante el Consejo Nacional de los Verdes. Este Tratado –decía-, que unifica a la Europa económica como un gran mercado con una moneda única, es peligroso si no se completa con una Europa política, que fije reglas sociales comunes. Pero incluso así, vótenlo, pues la Europa política pronto vendrá. Si no es así, se lo garantizo, los pueblos de Europa no lo soportarán. Los Verdes se dividieron. Poco convencido, yo voté No. Maastricht pasó por escaso margen, pero, sacralizado por el voto de todos los países, lo esencial continúa en la actual “constitución” de Europa.
Hay que reconocer que la primera parte de la profecía de Delors se ha cumplido: la Europa económica sin la Europa política ha visto cómo se han desarrollado las desigualdades y el paro. Sin embargo, a lo largo de estos últimos 12 años, la segunda parte de su profecía ha sido sistemáticamente desmentida. Todos los tratados que, a intervalos regulares, han querido enmendar o completar al de Maastricht sólo han podido confirmar la dictadura de las reglas del mercado sobre la democracia política. No solamente la independencia del Banco Central no ha sido atemperada por un compromiso de responsabilidad, sino que la política presupuestaria restrictiva de Maastricht se encuentra grabada sobre el mármol del Tratado de Ámsterdam. Finalmente, en Niza, los gobiernos nacionales conservaron el monopolio de la decisión, concediéndose unos a otros un derecho de veto recíproco, organizando de esta forma la parálisis de la Europa política en nombre de la defensa del interés de cada país. Libre cambio, más parálisis de lo político: Niza es la Constitución ideal para el liberalismo económico.

Sobre este escenario debemos juzgar las inflexiones aportadas por el Tratado Constitucional que se nos propone. Hay que decirlo honestamente: es la primera vez, después de Maastricht, en que se abre la esperanza de introducir, frente al gran poder del mercado, la voz de los ciudadanos en una Europa política. Nueva definición de los objetivos de la Unión (art. I-3), aumento de las competencias del Parlamento Europeo elegido por sufragio universal, derecho de iniciativa legislativa por petición de los ciudadanos, simplificación y ampliación de la regla de la mayoría en el Consejo, reconocimiento de un derecho específico de los servicios públicos (art. III-122), Carta de los derechos fundamentales, opción de alianza por fuera de la OTAN… Estos avances esenciales permiten, por ellos mismos, decir que Europa, con el texto que se nos propone, será más democrática, más soberana y, por lo tanto, potencialmente más social y ecologista, que si nos mantenemos en los tratados actuales de Maastricht-Ámsterdam-Niza.

Desgraciadamente, el Consejo de jefes de Estado, hoy dominado por la derecha liberal, ha reducido al mínimo el alcance de esta reforma. Los aspectos más sombríos de los tratados actuales han sido cuidadosamente conservados. La irresponsabilidad del Banco Central, el Pacto de Estabilidad, la competencia fiscal, la ausencia de mínimos sociales europeos: todo esto quedará, como actualmente, sometido a la regla de la unanimidad.

La Constitución es un 90% de lo que hoy tenemos (Maastricht-Niza) y que no nos gusta, y un 10% de reformas que aprobamos. Durante un año, los Verdes europeos intentaron trasladar a un anexo, modificable por mayoría, la totalidad de la tercera parte, en la que están contenidas las actuales políticas liberales. Esta batalla se ha perdido. No queda tiempo para los subterfugios. Hay que responder Sí (“tomamos el 90% que criticamos y el 10% de mejoras”) o No (“nos quedamos con el 90% que criticamos”). Las intenciones íntimas, los estados de ánimo de unos y otros, las carambolas a tres bandas se olvidarán tan pronto se den los resultados. En 2006 Europa continuará gobernada por las reglas actualmente en vigor (Maastricht-Ámsterdam-Niza) o por aquellas, reformadas, que propone el tratado constitucional.

Nuestro corazón se revuelve ante la idea de conservar políticas que reprobamos. Pero nuestra razón nos dicta reformarlas antes que dejarlas en estas condiciones. Yo por mi parte, propongo, por lo tanto, votar sí.

Ante este desafío, casi la totalidad de la izquierda europea, los ecologistas y el centro-derecha han elegido igualmente la vía de la reforma. Sólo la derecha dura, liberal o soberanista, reclama abiertamente “¡Niza o la muerte!” En este contexto, la posición de la izquierda francesa desentona. No solamente la extrema izquierda “soberanista” y de cualquier forma antieuropea, sino una gran parte del PS se pronuncia por el No. Por lo tanto, por mantenerse en Niza. ¿Cómo explicar esta paradoja?

La oposición de la extrema izquierda se explica, en parte, por el rechazo a las reformas y la opción “revolucionaria” de la política de lo peor: “no mejorar el capitalismo”. Pero, por otra parte, se trata de una ilusión soberanista: la defensa del Estado francés que ha permitido un siglo de reformas sociales, carcomidas hoy por la globalización. Solamente la experiencia les hará comprender que en la era de las multinacionales es necesario un poder político supranacional, reglas comunes (al menos en Europa) para impedir las deslocalizaciones.

Pasemos ahora rápidamente al argumento, formulado hasta en las columnas de Le Monde, por cuadros socialistas: ¡No vamos a votar como Chirac! ¿Deberían, pues, votar los socialistas sobre un proyecto europeo en función de la coyuntura política del país en donde habitan? ¿Los españoles deberían votar Sí con Zapatero y los italianos No contra Berlusconi? Impensable. Para evitar esta trampa, el Partido Verde Europeo propuso que la adopción de la Constitución pasara por un referéndum organizado el mismo día en todos los países de Europa, al tiempo que consideraba abstenerse de plantear sus propias posiciones en aras de un referéndum interno europeo.

Vayamos a la argumentación de Laurent Fabius. Subrayando, con razón, los males que se desprenden de la ausencia de una Europa política capaz de promover una Europa social, llama a rechazar el futuro tratado con motivo de que conserva ciertos trazos negativos de los actuales tratados. Lo ilógico, de fondo, de esta posición es que el No significa precisamente ¡mantenerse en los actuales tratados de Maastricht y de Niza! Caen bajo la misma crítica todos aquellos que subrayan uno por uno los párrafos inaceptables del tratado, olvidando recordar que estos párrafos están en vigor desde hace años (desde Maastricht, y aún después de Roma), y que votar No es votar por conservarlos, esos y solamente esos.

[…] Hay que entender esta decepción, este sufrimiento, esta desconfianza, hay que respetarlas. Algunos votarán No a la Constitución porque votaron Sí a Maastricht y se pillaron los dedos… Tenemos algunos meses para convencerlos: la Europa que no quieren es la Europa actual, la de Maastricht y Niza. Votar No es quedarse en esta Europa, es capitular ante las políticas ultraliberales, es renunciar a la reforma. La Constitución es el inicio del largo proceso que permitirá reparar los defectos de Maastricht. Pero también hay que tener el coraje de decirlo: la reforma que permitirá la Constitución es apenas la décima parte de la tarea que falta para conseguir una Europa digna de ser querida.

De ahí el último argumento de los partidarios del No en la izquierda: Si gana el No, la crisis será tal que todos los tratados serán cuestionados y, os lo garantizamos, será posible conseguir una mucho mejor Constitución. ¡Cómo recuerda al alegato inicial de Delors! Si pudieran tener razón… Pero, desgraciadamente, tenemos que hacer balance de las elecciones europeas: la victoria de la derecha neoliberal o soberanista (o, lo que es lo mismo: ningún contrapeso político europeo en oponerse a las fuerzas transnacionales del mercado). Si el nuevo Parlamento se proclamara “Constituyente” reescribiría… el Tratado de Niza. De hecho, si ganara el No, los gobiernos continuarían aplicando tranquilamente Maastricht-Niza y nosotros deberíamos volver al combate una vez digerido el fracaso de la reforma.
Si, por el contrario, gana el Sí, la dinámica de reformas será escalonada. Ya se están moviendo las cosas, más allá del proyecto constitucional. Incluso el pacto de estabilidad, “grabado en mármol” desde Ámsterdam (1977), está en los talleres de reparación, para desesperación de la derecha.
Votar Sí es útil, pero está lejos de ser suficiente. El camino de la Europa social y ecologista será largo, y la Constitución nos ofrece una herramienta: el poder de iniciativa legislativa popular con un millón de firmas. Las principales fuerzas sociales que a nivel europeo han optado ya por el Sí (como la Confederación Europea de Sindicatos) tienen que apropiársela. Votar Sí, claro, pero al mismo tiempo lanzar o relanzar campañas de firmas sobre iniciativas precisas: por la Europa Social, contra los OGM (organismos genéticamente modificados), por una ciudadanía de residencia...

El Sí de izquierdas a Europa es posible, pero exigente. Como la Europa que queremos”.

 

En Iniciativa Socialista, nº 74, España, invierno 2004-2005.

 

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