FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Tipos de Estado de bienestar

III. Los años dorados en el capitalismo central


Sobre la base del grado de desmercantilización y teniendo en cuenta quiénes promovieron el Estado de bienestar, existe un destacado consenso en reconoce tres principales tipos de Estado de bienestar: el liberal, el conservador y el socialdemócrata. El primero se basa ante todo en un principio de asistencia social con verificación de ingresos. Los niveles de los subsidios –pensiones, salud, desempleo– son bajos y se les suman pensiones complementarias y seguros de salud privados (o negociados por los sindicatos), que a su vez se ven favorecidos por exenciones impositivas concedidas a empresas privadas. Los servicios de bienestar se encomiendan en gran medida al mercado. La consecuencia es que este tipo de régimen minimiza los efectos de desmercantilización, limita el alcance de los derechos sociales y construye un orden estratificado. En la base, una relativa igualdad entre los beneficiarios, pobremente atendidos por los programas de protección social; por encima de ellos, diferentes grupos con niveles de atención más amplios y eficientes suministrados por el mercado. El Estado de bienestar liberal arraigó en países como Estados Unidos, Canadá y Australia.

El Estado de bienestar conservador y fuertemente corporativista predominó en naciones como Austria, Francia, Alemania e Italia. Uno de sus principios rectores consistió en preservar las diferencias de status. Por lo tanto, cada clase y jerarquía social era beneficiada con derechos diferenciados. En Alemania, por ejemplo, los trabajadores de cuello blanco recibían beneficios de mayor nivel que los obreros manuales. No obstante, en los años dorados, cuando el paro no era aún un problema, el Estado era un buen proveedor de bienestar social para quienes gozaban de empleo. En consecuencia, los seguros particulares y los beneficios adicionales jugaron de hecho un papel marginal. Fueron particularmente privilegiados los empleados públicos, sobre la base de contar con su lealtad hacia la autoridad central. Por lo general los regímenes corporativistas fueron influidos por la Iglesia y estuvieron fuertemente comprometidos con la conservación de la familia tradicional. La seguridad social solía excluir a las mujeres que no trabajaban, y los subsidios familiares estimulaban la maternidad. Estado y familia eran los dos pilares que sostenían al individuo, y aquel estaba concebido para reforzar y elevar el nivel de la asistencia que ofrecía la familia a sus miembros.

El Estado de bienestar socialdemócrata alcanzó su mayor desarrollo en los países escandinavos. Más que atender las necesidades mínimas y tolerar un dualismo entre Estado y mercado, entre la clase obrera y la clase media, los socialdemócratas buscaron promover la igualdad en el acceso a los bienes sociales más elevados. Esto implicó, en primer lugar, que los servicios y prestaciones se elevaran hasta unos niveles equiparables con los gustos más particularizados de la nueva clase media; y en segundo lugar, que se garantizaran a los obreros los mismos servicios que disfrutaban los más pudientes. Todos los estratos quedaron incluidos en un sistema de seguro universal, si bien los subsidios se graduaron de acuerdo con los ingresos habituales. Este modelo relegó al mercado y avanzó hacia una solidaridad extendida. Todos tenían subsidios, todos dependían de los servicios públicos y, probablemente todos se sentían obligados a pagar. Esta política liberó al individuo de su dependencia de la familia tradicional, básicamente a las mujeres. El Estado asumió gran parte de las tareas reservadas al ama de casa para que esta ingresara al mundo del trabajo. Paradójicamente, las mujeres dejaron su hogar para emplearse, en su gran mayoría, como trabajadoras sociales en el cuidado de los niños, los viejos y la atención de la salud, mientras que en aquellas actividades ya ocupadas por los hombres quedaron relegadas. En contraste con el modelo corporativista, el Estado de bienestar socialdemócrata no pretendió la complementación de la familia, sino que socializó los costes de reproducción de los miembros de la sociedad. Se pretendió generar condiciones que favoreciesen la independencia individual; en cierto sentido, este tipo de Estado combinó aspiraciones liberales y socialistas. Uno de sus objetivos centrales fue mantener el pleno empleo; en esta empresa aunaron esfuerzos el empresariado, el movimiento sindical y la burocracia estatal a través de una red de acuerdos que todos respetaron. Los capitalistas crearon trabajo a través de inversiones con tasas de ganancia atractivas, el movimiento sindical negoció la indexación del salario en términos que no afectaran la tasa de ganancia y hubiera inversiones, el Estado capacitó a la fuerza de trabajo para que pudiera adaptarse a los cambios promovidos por los empresarios en la localización y organización de sus industrias.


Los países del Este asiático que deben su ventaja competitiva en gran parte a sus favorables costos laborales se mostraron muy prudentes respecto de los avances de los programas del Estado de bienestar. Sin embargo, concedieron gran importancia a la existencia de una fuerza de trabajo bien instruida. Comparte con el modelo de Europa continental una red muy poco desarrollada de servicios de atención a los niños y viejos, confiando su atención a la familia. En Japón en 1970, el 77 % de las persona mayores vivían con sus hijos, y en 1992, el 65 %. En Corea del Sur, en 1992, el 76 % vive con sus hijos, el 44 % tiene una dependencia económica completa. Los programas embrionarios de seguridad social tienden a seguir la tradición corporativa europea de planes segmentados laboralmente, que favorecen a ciertos grupos asalariados bastante privilegiados: funcionarios públicos, maestros o militares. El vacío de protección social alentó el auge de planes de cobertura de las empresas, especialmente en Japón, aspecto que comparte con Estados Unidos.

Los Estados de bienestar de Europa occidental y los desarrollistas del este de Asia se forjaron en sociedades de fisonomía muy diferente y con prioridades políticas también muy distintas. Pero en el vínculo entre Estados y economías presentaron dos importantes rasgos en común. En primer lugar, ambos mantuvieron una decidida orientación hacia el exterior, dependieron en gran medida de las exportaciones al mercado mundial. En los países ricos de la OCDE hubo una correlación positiva y coherente entre el vínculo con el mercado mundial y la largueza de los derechos sociales: cuanto más dependía un país de las exportaciones, mayor era su generosidad social: este fue el caso de los países escandinavos. En segundo lugar, pese a esta receptividad hacia el exterior, ni los Estados de bienestar ni los desarrollistas estuvieron del todo abiertos a las fluctuaciones del mercado mundial. Ambos establecieron, y mantienen, sistemas de protección de la producción doméstica. Japón y Corea del Sur impusieron sostenidas y eficaces vallas a la inversión extranjera.


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