FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La catástrofe del cultivo intensivo de algodón

IV. El escenario comunista


“Kruschev quería tener el yermo Kazajstán convertido en fértiles surcos; Brezhnev, su país de algodón en Uzbekistán. Los dos profesaban un gran cariño hacia sus ideas y nadie se atrevía a preguntar qué precio tenían.

La fisonomía de la tierra cambiaba deprisa. Desaparecían arrozales, trigales, verdes prados, caballones de repollos y de pimientos, huertas de melocotoneros y de limoneros. Hasta donde alcanzaba la vista, por todas partes crecía el algodón. Sus plantaciones se extendían a lo largo de decenas, de cientos de kilómetros, el velludo mar blanco lo inundaba todo. La planta de algodón tarda varios meses en madurar, después llega el tiempo de la cosecha.

En la época de la recolección de algodón, el corazón de Asia Central deja de latir […] todo el mundo va a recolectar el algodón bajo el sol abrasador […] todos se han visto obligados a cambiar de profesión: ahora son trabajadores de las plantaciones de algodón. Trabajan allí a la fuerza y por miedo (cita del texto La catástrofe del Aral). […]

Los mafiosos se enriquecieron a costa de millones de sus paisanos, los infelices recolectores de algodón, que se hundieron en la miseria. El meollo de la cuestión consiste en que el trabajo de algodón es temporal, como máximo un trimestre al año, y ¿qué hacer después? Ya no existen los huertos y los jardines, ya no hay cabras ni ovejas. Millones de personas deambulan en busca de trabajo que no podrán conseguir. […]

Una situación colonial típica: la colonia abastece de materia prima y la metrópoli fabrica el producto final. Un máximo del diez por ciento del algodón recogido en Uzbekistán nutre la industria de esta república. El noventa por ciento restante se envía a las fábricas de las partes centrales del imperio. Si Uzbekistán deja de cultivar algodón, se detendrán los complejos textiles de Rusia”.

Ryszard Kapuściński, El imperio, Barcelona, Anagrama, 1994.

 

 RYSZARD KAPUŚCIŃSKI




RYSZARD KAPUŚCIŃSKI (1932-2007)

 











Nació en Pinsk (Bielorrusia), ingresó en 1951 en la Universidad de Varsovia, en la que estudió Historia y obtuvo un máster en Arte (1955). Entre 1959 y 1981, se dedicó al periodismo, trabajando como corresponsal de la agencia de noticias Polish Press en África, Asia y América Latina y colaborando con publicaciones como Time, The New York Times y Frankfurter Allgemeine Zeitung, siendo considerado uno de los mejores reporteros del mundo

Es autor de diecinueve libros, entre ellos: El Emperador, sobre la decadencia del reinado en Etiopía de Haile Selassie; El Sha sobre la crisis del Imperio iraní; El imperio, sobre la descomposición de la Unión Soviética; Ébano, sobre el continente africano.

Fue uno de los grandes viajeros del último medio siglo: “Nunca ha sido sencillo cruzar una frontera”, asegura en una de sus entrevistas. “A menudo cruzarla resulta peligroso, es algo que puede costar la vida; es la barrera entre la vida y la muerte. En Berlín, hay un cementerio con la gente que no lo logró. Las fronteras se guardan con armas y en ellas se exigen documentos para pasar al otro lado. En la Guerra Fría, a las nuestras las llamaban telón de acero y más que países separaban mundos opuestos. El Mediterráneo es ahora una gran frontera en la que muchos mueren ahogados al intentar pasar de África a Europa. También sucede con los latinoamericanos entre México y EE.UU. Personas que están dispuestas a morir en el mar o en el desierto porque buscan algo”.



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