FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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De cadenas y de hombres

En el contexto del movimiento de proletarización de universitarios, impulsado por las organizaciones maoístas, Robert Linhart entra en la fábrica de la Citroën de la Porte de Choisy, en París; experiencia que recogería en su obra más célebre. En la misma relata la experiencia vivida como uno más de los obreros de la fábrica Citroën, escribe acerca de su ineptitud para la tarea manual, de su conversión en eslabón de la cadena, de sus relaciones con los demás obreros -franceses o inmigrantes yugoslavos, argelinos, españoles-, de su participación en la resistencia y en la huelga, y de las represalias que restablecieron el orden. De cadenas y de hombres  es el relato de lo que significa ser obrero en una gran empresa, de París o del resto del mundo; el relato de la fuerza y debilidades de la clase trabajadora.

 

 

imag 50 ROBERT LINHART (1943- )

SE DOCTORÓ EN SOCIOLOGÍA Y TRABAJA EN EL DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE PARÍS VIII. EN LOS AÑOS SESENTA SE SUMÓ A LA UNIÓN DE ESTUDIANTES COMUNISTAS, PRÓXIMA AL PARTIDO COMUNISTA FRANCÉS. EN VIRTUD DE SUS CRÍTICAS A LA LÍNEA DE ESTE PARTIDO FUE EXPULSADO DE LA AGRUPACIÓN ESTUDIANTIL Y A FINES DE 1966 INTERVINO EN LA CREACIÓN DE LA UNIÓN DE JÓVENES COMUNISTAS MARXISTA-LENINISTAS.

 

“Media hora después estoy convencido de que tengo tanto porvenir en el recubrimiento de vidrios como en la soldadura con estaño. Jamás hubiera imaginado cuántas sorpresas pueden reservar un pedazo de caucho, un vidrio "de seguridad" y un polvo blanco, con el cual rápidamente he cubierto la mesa, los vidrios, mi chaqueta, mi cara. De cada tres vidrios dos me salen mal, y a fuerza de recomenzar no he hecho más que seis en media hora, en lugar de los dieciséis del mínimo. La existencia de reserva está casi agotada. Me enjugo la frente, aturdido, cuando llega un socorro inesperado.

Un tipo grandote con aspecto de play-boy, de jeans y cuello de tortuga, que trabajaba silbando en la cadena de las puertas, a unos metros de mi mesa, abandona su puesto y sin decir palabra se pone a recubrir mis vidrios. En diez minutos confecciona seis o siete.

Pausa de las ocho y cuarto: le doy las gracias. "No es nada, no es nada." Me asombro de que haya podido abandonar su puesto en la cadena por diez minutos. Ríe: "¡Ah! ¡Pero si están Pavel y Stepan!" Me explica que son tres yugoslavos que ocupan puestos sucesivos: entre los tres montan las cerraduras, tarea delicadísima, con muchos tornillos diminutos que hay que apretar en recovecos inaccesibles. Pero son tan hábiles y trabajan tan rápido que han logrado reorganizar los tres puestos en dos, así uno de ellos puede estar permanentemente libre, por turno, para irse tranquilamente a fumar a los baños o a conversar con las mujeres de la planta de vestiduras. Tal es el sistema que ha permitido a Georges —así se llama— venir en mi ayuda. Y el jefe cierra los ojos ante el arreglo de los tres yugoslavos, pequeño grupo espontáneo de socorro mutuo, porque nunca hay problemas en ese eslabón de la cadena de las puertas (el "carrusel de las puertas", como le dicen). Obviamente, la administración debe haber acariciado la idea de suprimir uno de los tres puestos, en vista de que los yugoslavos logran reducirlos a dos, pero basta verlos trabajar para comprender que normalmente nadie podría resistir semejante ritmo. Parecen prestidigitadores.

Poco después sabré que Georges disfruta de una posición de jefe de banda. No sólo en el pequeño grupo de los tres del carrusel, sino en toda la comunidad yugoslava de la fábrica, que es numerosa. La Citröen concentra las nacionalidades por establecimiento: en Choisy yugoslavos, en Javel turcos... Devora colectividades enteras para poder controlarlas en bloque, cuadricularlas, espiarlas: infiltra intérpretes de la casa, combina la vigilancia en la fábrica y en la residencia, facilita la penetración de las temibles policías políticas, de la secreta española y marroquí, de los informantes de la pide portuguesa. A Javel, los turcos llegan por aldeas enteras, transportando intactas sus jerarquías feudales. El feudalismo es buen negocio para la Citröen. El jefe de la aldea llega a la fábrica por la mañana a la cabeza de su grupo de veinte o veinticinco hombres que hasta le llevan su maletín. En todo el día no tocará una herramienta. Aunque en el papel es un obrero como cualquier otro, en realidad se limita a vigilar, con la bendición de la Citröen. Y además los otros turcos le entregan una parte de su salario. Vertiginoso torbellino de naciones, de culturas, de sociedades destruidas, atomizadas, saqueadas, que la miseria y la expansión mundial del capitalismo arrojan, en migajas, a los múltiples canales de drenaje de la fuerza de trabajo. Camaradas turcos, yugoslavos, argelinos, marroquíes, españoles, portugueses, senegaleses, no he conocido más que jirones de vuestra historia. ¿Quién podrá alguna vez narrar entera la larga marcha que os ha traído, uno a uno, hacia el puesto de obrero o de peón, quién describirá a los vampiros reclutadores de mano de obra, lacayos de las multinacionales dedicados a exprimir la miseria de las más remotas aldeas, los burócratas y los traficantes de autorizaciones de todo tipo, los contrabandistas de personas y los barcos sobre­cargados, los camiones destartalados, los desfiladeros pasados al frío del alba, la angustia de las fronteras, los negreros y los vendedores de sueño?

La Citröen que los ha importado, jirones de sociedades arrancados vivos, piensa, dejándolos así coagulados, controlarlos mejor. Quizás sea cierto. Pero lo que conservan de organización nacional también es, para ellos, un medio de resistir, de existir cuando todo los rechaza. Algunos inmigrantes ejercen entre sus camaradas una autoridad que, lejos de duplicar la autoridad multiforme del patrón, se opone a ella y la contrabalancea. Autoridad espontánea de una personalidad más fuerte que impone respeto a la administración, o punto de resistencia cultural de un letrado en la cadena (es inimaginable la importancia que tiene para la colectividad el "escriba" que, después de sus diez horas de cadena, en la residencia, todavía tiene energías suficientes para caligrafiar las cartas de sus camaradas analfabetos), o herencia de luchas pasadas (el Frente de Liberación Argelino ha dejado hábitos)”.

 

imag 51 LINHART, ROBERT: DE CADENAS Y DE HOMBRES, MÉXICO, SIGLO XXI, 1979.

¿ESTUDIO SOCIOLÓGICO? ¿NOVELA?

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