FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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III. Los años dorados en el capitalismo central

El “milagro” de Japón

 

Sobre la indefensa población civil de Japón cayeron dos bombas atómicas, con terribles y dolorosas consecuencias inmediatas y de largo plazo. Nunca hubo un cuestionamiento institucional a esta decisión unilateral de Estados Unidos.

 

ESCENA EN TOKYO, 1960

 

 

 

 

 

 

ESCENA EN TOKYO, 1960

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UNA DE LAS IMÁGENES DE ELLIOT ERWITT, QUIEN REALIZÓ UN AMPLIO REGISTRO FOTOGRÁFICO DEL JAPÓN DE POSGUERRA

 

 

La guerra arrasó Japón: unos diez millones de desocupados, gran parte de ellos excombatientes desmovilizados, destrucción general de viviendas y plantas industriales, una inflación creciente y el país ocupado por las fuerzas militares norteamericanas. El gobierno de Japón ocupado quedó en las manos del general Douglas MacArthur hasta 1950. Contra todo pronóstico, los aliados aceptaron su criterio de mantener al emperador como garantía de estabilidad y de reconstrucción del Japón vencido. fuente

 

 

HIROHITO Y MACARTHUR

 

 

 

 

HIROHITO Y MACARTHUR

 

 

 

 

 

 

MACARTHUR RECIBIÓ LA RENDICIÓN JAPONESA A BORDO DEL PORTAAVIONES MISSOURI, EL 2 DE SEPTIEMBRE DE 1945. A PARTIR DE ESE MOMENTO ORGANIZÓ LAS LABORES DE RECONSTRUCCIÓN DE LA POSGUERRA, EL PAGO DE REPARACIONES, EL REGRESO DE LOS PRISIONEROS. TAMBIÉN PROPICIÓ REFORMAS DE FONDO –COMO POR EJEMPLO LA CONSTITUCIÓN DE 1946–, CON EL PROPÓSITO DE ADAPTAR EL PAÍS AL MODELO INSTITUCIONAL OCCIDENTAL

 

 

Los japoneses recuperaron el control de su gobierno con la firma del Acuerdo de Paz de San Francisco, en 1952.

Bajo la ocupación estadounidense, la monarquía japonesa adoptó las normas formales de la democracia liberal. La Constitución de 1946 estableció que la Dieta era el órgano superior de gobierno y que el primer ministro sería elegido por el voto de los diputados de la Cámara Baja. La Ley Fundamental redactada por los ocupantes reconoció los derechos políticos a todos los habitantes –las mujeres obtuvieron el derecho al voto–, y garantizó las libertades individuales. Sin embargo, esto no supuso una ruptura radical en la naturaleza del gobierno japonés. No se modificó la cuestión de quién tenía el derecho último a determinar la agenda del país. Si bien se declaró que la soberanía residía en la ciudadanía japonesa, que delegaba sus poderes en la Dieta, y al emperador solo se le dejaron funciones decorativas, las grandes burocracias retuvieron las riendas del poder sin tener que rendir cuentas ni al emperador ni a la Dieta, y además el Poder Judicial siguió siendo independiente tan solo nominalmente.

Sin embargo, dos cosas cambiaron. En primer lugar, las burocracias anteriores que retenían el control de los medios de coerción física –el Ejército y el Ministerio del Interior– quedaron fragmentadas y privadas del poder que tuvieron durante la guerra. En cambio, los grandes ministerios económicos –el de Finanzas y el Ministerio de Industria y Comercio Internacional– seguían en gran medida intactos. En segundo lugar, Estados Unidos asumió en nombre de Japón dos funciones claves: proporcionar seguridad nacional y dirigir las relaciones exteriores. La superpotencia capitalista brindó un paraguas militar y de seguridad que hizo innecesarios una política exterior y dispositivos de seguridad independientes. Pero también ofreció un paraguas económico que, entre otras cosas, aseguraba el acceso al mercado mundial de las mercancías japonesas con un tipo de cambio competitivo (es decir, infravalorado). Este vínculo ahorró a Japón gastos militares, le permitió contar con las tecnologías estadounidenses y, muy especialmente, le dio acceso al más importante mercado de consumo del mundo capitalista, el de Estados Unidos.

El fin primordial de la política económica no fue mejorar el nivel de vida o ganar la confianza de los mercados, sino construir las infraestructuras propias de una economía avanzada. Si la industria siderúrgica, por ejemplo, era un prerrequisito para conseguirla, todos los esfuerzos se destinaban a producir acero, aunque los bancos tuvieran que prestar a empresas no rentables con intereses subvencionados y se violaran las normas del libre mercado. Los administradores económicos de Japón juzgaron su rendimiento con criterios de aptitud tecnológica y de la fuerza industrial de su país. Para comprender el “milagro japonés” es preciso no olvidar que la decisión de embarcarse en el desarrollo industrial para evitar la pérdida de la soberanía estatal había arraigado con notable fuerza en la segunda mitad del siglo xix. En la segunda posguerra, el país ya contaba con un notable desarrollo tecnológico endógeno y con capacidades organizativas y sociales que hicieron factible dar el gran salto adelante desde 1950.

El vínculo especial entre Japón y Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría se gestó básicamente a partir de la guerra de Corea. Aunque desde el armisticio Japón tenía expresamente prohibido el rearme, con la invasión a Corea Washington pensó que sería útil valerse del potencial tecnológico japonés para abastecer el poderío bélico de los ejércitos de las Naciones Unidas. Estados Unidos invirtió 23.000 millones de dólares en gastos militares. Las fuerzas de ocupación ordenaron que las fábricas de armamentos cerradas algunos años antes fueran puestas en servicio a plena capacidad productiva.

En el plano interno dos pilares centrales fueron el papel del Estado como guía y garante de las inversiones destinadas a las grandes corporaciones y la trama de relaciones económicas y socioculturales en las que se apoyaron las normas de producción y de consumo. En este segundo punto, la producción en masa asociada al mercado de consumo, distintiva de la edad dorada, tuvo en Japón marcados contrastes respecto de las relaciones laborales fordistas y los Estados de bienestar europeos.

El suministro estatal de capital de bajo costo a las principales corporaciones se materializó través de los nexos forjados entre la burocracia estatal y los grandes oligopolios –Mitsubishi, Mitsui, Sumtono y Fuji– a cargo de la producción industrial. El control estatal sobre el sistema bancario dio a las autoridades inmensa influencia sobre la inversión. Entre los años 1950 y 1970 la tarea de los bancos consistió sencillamente en poner a disposición de la industria, a bajo costo, los ahorros de las familias canalizados por la Caja de Ahorro Postal. Este organismo fue el principal pilar financiero del sistema japonés. Una densa red de oficinas postales por todo el país le permitían recoger las enormes sumas provenientes del ahorro familiar. Estas se transferían al Ministerio de Finanzas, que utilizaba el dinero para absorber los bonos del Tesoro japoneses, financiar los proyectos de los políticos del partido gobernante en los distintos distritos del país y apoyar al dólar. La Caja Postal ofrecía tipos de interés ligeramente más altos, tenía más sucursales y su servicio era más amigable que el de los bancos, distantes del ahorrista. Los jefes de las oficinas de correos, particularmente en las áreas rurales, fueron importantes figuras locales, a menudo estrechamente relacionadas con el partido Liberal Democrático a cargo del gobierno.

El Estado también controló las divisas adquiridas por vía de las exportaciones y a través de la ayuda estadounidense. Cuando el Ministerio de Industria y Comercio Internacional decía que determinadas industrias eran estratégicas, los bancos no dudaban en proveer el capital necesario; ellos no asumían el riesgo, de hecho actuaban como instrumentos de la administración. El Ministerio de Finanzas conducía el sector financiero privado como motor de la locomotora. La posibilidad de que un banco grande pudiera quebrar estaba básicamente excluida. Este circuito suponía la interrelación de las élites políticas y económicas, íntimamente vinculadas a través de redes personales y acostumbradas a coordinar sus decisiones en conversaciones informales. Esta cooperación entre los políticos, la burocracia y las élites económicas no fue transparente ni democráticamente legitimada. El excedente obtenido por las principales corporaciones gracias al capital barato y a la protección proporcionada por el gobierno no se “malgastó” en dividendos o aumentos de salarios: se acumuló internamente y se usó para expandir la capacidad productiva.

Si gran parte del capital invertido provino del elevado nivel de ahorro de la población, fue porque un Estado de bienestar social muy pobre –visto desde la perspectiva europea– exigía ahorrar para la vejez y para el acceso a la vivienda, muy costosa. Los trabajadores también fueron explotados fuera de la empresa: se les pagaban bajas tasas por sus ahorros, y el precio de la vivienda era altísimo. Las mujeres fueron doblemente sojuzgadas debido a la discriminación laboral y a su papel protagónico en la provisión de las necesidades básicas de los ancianos, niños y hombres a través de sus tareas en el hogar.

La ley sindical de diciembre de 1945, inspirada en la legislación norteamericana, permitió el desarrollo de los sindicatos, que a principios de los años 50 llegaron a agrupar al 50 % de la población asalariada. En los primeros años de la posguerra hubo un alto grado de conflictividad social, con el estallido de numerosas huelgas. En el marco de la Guerra Fría –y especialmente del conflicto coreano– se produjo una importante depuración de los elementos más activos y se redujo la afiliación sindical. El cada vez menor número de estallidos sociales tuvo que ver, como en Europa, con el nuevo orden productivo, el toyotismo, la versión japonesa del fordismo, y con la consolidación del Estado desarrollista, el equivalente japonés del Estado de bienestar europeo.

El toyotismo, la versión japonesa del fordismo, fue la vía para dar respuesta a dos desafíos: el reducido número de obreros calificados y la estrechez del mercado interno, que obstaculizaba la producción de bienes de consumo en forma estandarizada y masiva. Se necesitaban fábricas más flexibles que pudieran producir distintos tipos de productos, en pocas cantidades para no acumular stocks, y en el menor tiempo posible. Había que reorganizar a los relativamente pocos y veteranos obreros calificados para abastecer una pequeña y variada demanda. El obrero flexible del toyotismo debía adaptarse a diferentes tareas según las necesidades de la producción, en lugar de repetir rutinariamente determinadas acciones impuestas por la cadena de montaje fordista. Además, las tareas parceladas se reorganizaron para dar paso a equipos de trabajo que proponían las normas de las tareas, no solo ejecutaban los que otros ordenaban; eran capaces de elaborar soluciones frente a problemas no previstos. Los obreros calificados intervinieron en la supervisión y los controles de calidad del proceso productivo, y las mejoras en el rendimiento les proporcionaron jugosos premios que alentaban el compromiso activo de los trabajadores con la mayor eficiencia de la industria. El toyotismo promovió la producción justa en el momento preciso, eliminando gastos en la supervisión y en los controles de calidad. Los compromisos entre industriales y trabajadores se tejieron en torno a tres factores claves: el sindicalismo de empresa con un carácter cooperativo más que conflictivo, el empleo de por vida y el reconocimiento salarial a la antigüedad en el empleo.

El esquema de acumulación japonés también incluyó el mercado de trabajo segmentado. El término keiretsu refiere a un sistema de subcontratación multiestratificado: una gran compañía matriz a la cabeza y pequeñas empresas supeditadas a ella. Por lo general el subcontratista depende del contratista, no solo para el trabajo sino también para el financiamiento de las compras de equipos. Al contrario de la unidad productiva fordista de integración vertical, la subcontratación permite a la compañía matriz ahorrar en costos de capital y trabajo. En el primer caso, porque la inversión fija de la gran empresa concentra la inversión en los segmentos más vitales y lucrativos del proceso de producción. En el segundo, porque los trabajadores de las empresas periféricas trabajan en condiciones muy precarias y por salarios bajos. El grupo más discriminado fue el de las mujeres. El nivel inferior del sistema de subcontratación multiestratificado estaba compuesto por fábricas familiares donde las mujeres, como obreras, no tenían salario, y además, atendían las necesidades del grupo familiar. Las trabajadoras han sido una de las principales fuentes del excedente acumulado por las mayores corporaciones japonesas.

En los años 50 los sectores estratégicos fueron las industrias siderúrgicas, petroquímicas, textiles, de maquinarias y de construcción naval. La mayoría de los que ocuparon los diez primeros puestos en la lista de ingresos más altos en el año fiscal 1951 se dedicaban a la minería del carbón. A mediados de los años sesenta, cuando los crecientes déficits de Estados Unidos originados por la guerra de Vietnam dieron lugar a una inflación acelerada, asociada a un alto nivel de demanda, el crecimiento de las exportaciones japonesas llevó a Japón al cenit de su apogeo.

El objetivo central fue construir una potencia industrial bajo la protección militar estadounidense y en un marco financiero global estable centrado en el dólar. En el plazo de un par de décadas, Japón volvió a convertirse en un importante protagonista económico, a la sombra de la superpotencia de la época. Fue funcional a Estados Unidos como escudo frente a los grandes imperios comunistas continentales de Eurasia. Además depositó las ganancias de sus exportaciones en el sistema bancario de la potencia hegemónica, brindando un apoyo financiero indirecto a la capacidad de esta para desplegar su fuerza militar.

 

 

LA TOKYO TOWER; PINTADA EN BLANCO, ANARANJADO Y ROJO

 

 

 

 

 

LA TOKYO TOWER; PINTADA EN BLANCO, ANARANJADO Y ROJO

 

 

 

 

 

INAUGURADA EN DICIEMBRE DE 1958 OSTENTÓ EL TÍTULO DE  LA TORRE DE METAL MÁS ALTA DEL MUNDO. SU FUNCIÓN PRINCIPAL ES LA DE ANTENA DE TRANSMISIÓN DE SEÑALES DE RADIO Y TELEVISIÓN. SE CONVIRTIÓ EN UNA DE LAS MAYORES ATRACCIONES TURÍSTICAS DE LA CAPITAL JAPONESA. NO CONCRETÓ EL PROYECTO INICIAL, QUE PRETENDÍA SUPERAR AL EMPIRE STATE. UNA TERCERA PARTE DEL METAL UTILIZADO PERTENECÍA A MAQUINARIA BÉLICA NORTEAMERICANA TRAS LA GUERRA DE COREA

 

 

Con las relaciones exteriores y la seguridad fuera del alcance de los propios japoneses, y con la reconstrucción convertida en prioridad, el debate político casi desapareció. Este vacío obstaculizó el arraigo de una prensa de calidad e independiente y limitó la formación de grupos políticos y de ideas capacitados para gestionar políticas públicas, al margen de las concentradas en el crecimiento económico. Las fuerzas de derecha, con la intención de impedir el avance del comunismo, condición para que concluyera la ocupación de los Estados Unidos, se unieron para formar el Partido Liberal Democrático, que prácticamente controló el gobierno hasta nuestros días, a pesar de la intensa fricción entre distintas facciones.

La burocracia japonesa ha sido la institución clave en la creación del entorno para la eficaz acumulación de capital. Los políticos japoneses carecen de poder real. El Partido Demócrata Liberal proporcionó durante mucho tiempo la cobertura política a la burocracia sin interferir en sus planes, a cambio de financiación para mantener sus principales bases de poder: el ámbito rural y el hipertrofiado sector de la construcción. Los contratistas han sido uno de los principales socios de los políticos corruptos del partido gobernante. Al mismo tiempo, la burocracia ha forjado estrechos y sólidos vínculos con el empresariado. Estos lazos simbióticos tienen su origen histórico en la época Meiji, cuando las funciones de dirigente político, alto funcionario y empresario no se distinguían claramente, y aunque, obviamente, evolucionaron después, siguen siendo mucho más estrechos y orgánicos, menos conflictivos, que en los países occidentales.

 

 

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