FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Las consecuencias de 1948

V. El tercer mundo

Artículo de Edward Said (1935-2003)



FUE UN CRÍTICO Y TEÓRICO LITERARIO Y MUSICAL, Y ACTIVISTA PALESTINO-ESTADOUNIDENSE. HASTA SU MUERTE. DICTÓ CLASES DE LITERATURA INGLESA Y LITERATURA COMPARADA EN LA UNIVERSIDAD DE COLUMBIA.

EN SU OBRA ORIENTALISMO (1978), SAID REGISTRA LOS 'PERSISTENTES Y SUTILES PREJUICIOS EUROCÉNTRICOS CONTRA LOS PUEBLOS ÁRABES-ISLÁMICOS Y SU CULTURA'. ARGUMENTA QUE UNA LARGA TRADICIÓN DE IMÁGENES FALSAS DE ASIA Y EL MEDIO ORIENTE EN LA CULTURA OCCIDENTAL HAN SERVIDO DE JUSTIFICACIÓN IMPLÍCITA A LAS AMBICIONES COLONIALES E IMPERIALES DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS.

EN 1999, JUNTO AL MÚSICO DANIEL BARENBOIM, FUNDÓ LA ORQUESTA DEL DIVÁN DE ORIENTE Y OCCIDENTE, UN PROYECTO IDEADO PARA REUNIR, CON ESPÍRITU DE CONCORDIA, A JÓVENES TALENTOS MUSICALES PALESTINOS, ÁRABES E ISRAELÍES, ASÍ COMO UN FORO PARA EL DIÁLOGO Y LA REFLEXIÓN SOBRE EL CONFLICTO ISRAELÍ-PALESTINO


“Permítanme comenzar con mi propia experiencia de 1948, y lo que significó para muchas de las personas de mi entorno. Hablo largo y tendido sobre ello en mi autobiografía titulada Out of Place. Mi propia familia cercana se libró de los peores estragos de la catástrofe: teníamos una casa en El Cairo y mi padre tenía un negocio allí. Por eso, aunque permanecimos en Palestina durante casi todo el año 1947, cuando nos fuimos en diciembre de aquel año, no tuvimos que soportar el carácter catastrófico y desgarrador de la experiencia colectiva (cuando 780.000 palestinos, literalmente dos terceras partes de la población del país, fueron expulsados por las tropas sionistas y su proyecto). Yo tenía 12 años en aquel tiempo, por lo que sólo tengo un recuerdo un tanto limitado y no muy consciente de lo que ocurrió. Sólo dispongo de escasos recuerdos, aunque algunas cosas puedo evocarlas claramente, con especial lucidez. Una de ellas es que todos los miembros de mi familia, tanto materna como paterna, se convirtieron en refugiados durante este periodo; ninguno de ellos permaneció en nuestra Palestina, es decir, la parte de territorio controlado por el Mandato británico que no incluía la orilla este del río Jordán, la cual fue entregada a Jordania. Por lo tanto, aquellos de mis parientes que vivían en Jaffa, Safad, Haifa y Jerusalén Oeste quedaron sin hogar de repente, y en muchos casos arruinados, desorientados y atemorizados de por vida. Pude ver de nuevo a la mayoría de ellos tras la caída de Palestina, pero su situación económica había empeorado y sus rostros mostraban preocupación, enfermedad y desesperación. Mi familia extendida perdió sus propiedades y sus hogares y, como tantos palestinos de su tiempo, soportaron el dolor, no tanto como un desastre político sino como si se tratase de un desastre natural. Esto se grabó en mi memoria de manera permanente, sobre todo por los rostros que yo una vez recordé contentos y tranquilos, pero que ahora estaban envejecidos por la preocupación del exilio y la ausencia del un hogar. Muchas familias e individuos tenían sus vidas rotas, habían consumido sus energías y su tranquilidad había quedado destruida para siempre, en el contexto de una serie de trastornos que parecían no tener fin. Esto es lo que me resultaba, y todavía me resulta, más patético. Uno de mis tíos fue de Palestina a Alejandría, de allí a El Cairo, de El Cairo a Bagdad, de Bagdad a Beirut, y ahora, a sus ochenta años, vive en Seattle como un hombre triste y taciturno. Ni él ni su familia cercana se han llegado a recuperar por completo. Esto sirve como ejemplo de una historia más amplia de perdidas y expulsiones que hoy todavía continúa.

Lo segundo que recuerdo es que, para mi tía paterna, una viuda de mediana edad con ciertos recursos económicos y la única persona de mi familia que de algún modo se las arregló para mantenerse cuerda tras las secuelas de la nakba, Palestina supuso estar al servicio de los desdichados refugiados, muchos miles de los cuales acabaron sin dinero ni trabajo, perdidos y viviendo como indigentes en Egipto. Ella les dedicó su vida, en vista de la intransigencia y la sádica indiferencia del gobierno. De ella aprendí que mientras la mayoría acostumbra a defender la causa de palabra, sólo unas pocas personas están dispuestas a hacer algo al respecto. Por lo tanto, como palestina que era, convirtió en su deber de por vida ponerse al servicio de los refugiados –escolarizando a sus hijos, convenciendo a los doctores y los farmacéuticos para que los trataran y les dieran medicinas, encontrando trabajos para los hombres y, sobre todo, permaneciendo allí por ellos, con una presencia entusiasta, comprensiva y, por encima de todo, desinteresada. Sin ningún tipo de asistencia administrativa ni financiera, ha sido para mí una figura ejemplar desde mi temprana adolescencia, una persona frente a la que mis propios esfuerzos terriblemente modestos siempre resultaron discretos y, por desgracia, también se mostraron deficientes. La tarea para nosotros durante toda mi vida iba a ser literalmente interminable, y ya que provenía de una tragedia humana tan profunda, la cual ha calado de un modo tan extraordinario en la vida social y familiar de sus gentes hasta en los más pequeños detalles, ha sido y continúa siendo necesario recordarla, darla a conocer y tratar de remediarla. Para nosotros los palestinos, una enorme sensación colectiva de injusticia continúa aplastando nuestras vidas con un peso que no ha disminuido. Si ha habido algo, algún delito en concreto que el actual grupo de líderes palestinos ha cometido, éste es, en mi opinión, su formidable habilidad y capacidad para olvidar: cuando hace poco le preguntaron a uno de ellos qué sentía con la llegada de Sharon al Ministerio de Exteriores de Israel, considerando que era responsable del derramamiento de sangre de tantos palestinos, este líder dijo alegremente que estamos preparados para olvidar la historia –y este es un sentimiento que no puedo compartir ni, me apresuro a añadir, perdonar fácilmente.

En contraste, es necesario recordar la declaración de Moshé Dayán en 1969: Llegamos a este país que ya estaba poblado por árabes y establecimos aquí un país hebreo, es decir, un Estado judío. En bastantes áreas del país tomamos las tierras de los árabes. Las aldeas judías se construyeron en el lugar de las árabes, de las que ni siquiera sé sus nombres. Pero no me culpo, pues estos libros de geografía ya no existen; y no sólo los libros, sino tampoco las aldeas árabes. Nahalal [la aldea del propio Dayan] se levantó en el lugar de Mahalul, Gevat en el lugar de Jibta, [el Kibbutz] Sarid en el lugar de Haneifs y Kefar Yehoshua en el lugar de Tel Shaman. No hay un lugar construido en este país donde no haya habido antes población árabe.”

Lo que también me duele de las primeras reacciones palestinas es hasta qué punto fueron poco adecuadas. Aunque durante veinte años después de 1948 hubo algunas tentativas de infiltrarse en Israel, se intentaron algunas acciones militares, se trató de escribir algo y se llevaron a cabo algunos intentos de agitación, los palestinos se vieron inmersos en los problemas de la vida diaria, disponiendo de poco tiempo para organizarse, analizar y planificar. A excepción del trabajo desarrollado en el Ahram Strategic Institute de Mohammed Hassanein Haykal, Israel fue un cero a la izquierda para la mayoría de los árabes, incluso para los palestinos. Su lenguaje desconocido, su sociedad inexplorada, su gente y la historia de su movimiento en gran parte negadas y reducidas a eslóganes y frases de fácil uso. Vimos y experimentamos su conducta hacia nosotros pero nos llevó mucho tiempo comprender lo qué veíamos o lo que experimentábamos.

La tendencia general en todo el mundo árabe fue pensar en las soluciones militares frente a ese país apenas conocido, con el resultado de una amplia y repentina militarización de todas las sociedades del mundo árabe casi sin excepción; los golpes de Estado se sucedieron uno tras otro de un modo casi constante y, peor aún, cada vez que avanzaba lo militar, disminuía de igual modo y en dirección opuesta la democracia en el ámbito social, político y económico. Recordándolo ahora, el hecho de que el nacionalismo árabe asumiera la hegemonía dejó muy poco margen de actuación a las instituciones civiles democráticas, sobre todo porque el lenguaje y las ideas de ese mismo nacionalismo prestaban poca atención al papel de la democracia en la evolución de esas sociedades. Hasta ahora, la presencia de un supuesto peligro para el mundo árabe ha provocado el constante aplazamiento de cuestiones tales como la libertad de prensa, la educación despolitizada, o la libertad para investigar, penetrar y explorar nuevos ámbitos de conocimiento. Nunca se ha hecho una inversión masiva en el terreno educativo, a pesar de los intentos en gran medida satisfactorios para disminuir el índice de analfabetismo llevados a cabo por el gobierno de Nasser en Egipto y por otros gobiernos árabes. Se creía que, dado el constante estado de emergencia provocado por Israel, tales asuntos, que sólo pueden ser el resultado de una planificación y una reflexión a largo plazo, eran lujos que no podíamos permitirnos. En lugar de eso, las armas obtenidas a gran escala sustituyeron al auténtico desarrollo humano, con unos resultados negativos que todavía sufrimos hoy en día. Los países árabes seguían comprando el treinta por ciento de las armas mundiales en 1998-99. Junto a la militarización se produjo la persecución sistemática de colectivos, principalmente judíos aunque no exclusivamente, cuya presencia entre nosotros durante generaciones se consideró peligrosa de repente. Por un lado, sé que los sionistas jugaron un papel activo para estimular el malestar entre los judíos de Irak, Egipto y en otros lugares, pero, por otro lado, me parece incuestionable que hubo una agitación xenófoba la cual decretó a nivel oficial que éstas y otras de las llamadas comunidades “extranjeras” debían ser arrancadas de nuestro entorno. Y eso no fue todo. En nombre de la seguridad militar, en países como Egipto se produjo una tenaz, indigna y descomunal campaña contra los disidentes, sobre todo de izquierdas, aunque también contra pensadores independientes, cuya vocación de hombres y mujeres críticos e inteligentes concluyó brutalmente en prisión, acompañada de mortíferas torturas y ejecuciones sumarísimas.

Cuando se recuerdan estas cosas en el contexto de 1948, el vasto panorama de desprecio y crueldad es lo que destaca como resultado inmediato de la propia guerra. Junto a todo esto, se produjo un malísimo trato hacia los propios refugiados. Este sigue siendo el caso, por ejemplo, de los entre 40.000 y 50.000 refugiados palestinos residentes en Egipto que deben presentarse todos los meses en la comisaría local; se restringen sus oportunidades profesionales, educativas y sociales, y los acompaña una sensación general de exclusión, a pesar de su nacionalidad y lengua árabes. La situación en el Líbano es todavía más desesperada. Casi 400.000 refugiados palestinos han tenido que soportar, no sólo las masacres de Sabra, Shatila, Tell el Zaatar, Dbaye y otros lugares, sino que han permanecido confinados en un terrible aislamiento durante casi dos generaciones.

No tienen derecho a trabajar en al menos sesenta profesiones, no disponen de suficiente cobertura médica, no disfrutan de libre tránsito, y son objeto de sospecha y desprecio.

Han heredado en parte –y volveré sobre esto más tarde– el manto de oprobio arrojado sobre ellos por la presencia de la OLP (y desde 1982 su ausencia no lamentada) , y por eso algunos libaneses de a píe todavía los consideran como una especie de “enemigo en casa” que debe ser rechazado y/o castigado de cuando en cuando. En Siria existe una situación del mismo tipo, aunque no tan grave. En cuanto a Jordania, aunque en su favor hay que decir que fue el único país donde se concedió la nacionalidad a los palestinos, existe una clara fractura entre la mayoría desfavorecida de ese colectivo muy numeroso y la clase dirigente jordana, por razones que apenas necesitan ser explicadas aquí.

Podría añadir, sin embargo, que para la mayoría de estas situaciones –todas ellas consecuencia de 1948–, donde los refugiados palestinos subsisten formando  grandes grupos en distintos países árabes, no es previsible que existan soluciones simples, y mucho menos dignas o justas. También merece la pena preguntar por qué se ha condenado a la prisión y al aislamiento a unas personas que, por razones muy comprensibles, acudieron en tropel a los países vecinos cuando fueron expulsadas del suyo, a unos países donde todo el mundo pensó que los recibirían y los apoyarían. Pero ocurrió más bien todo lo contrario: excepto en Jordania, no fueron bien recibidos –otra desagradable consecuencia de la primera expulsión de 1948.

Esto nos conduce a un asunto especialmente significativo. En concreto, la aparición de un nuevo estilo en el discurso político a partir de 1948, tanto en Israel como en los países árabes. Para los árabes, libros de referencia como Ma´anat al-Nakba (“El significado del desastre”), de Constantine Zurayk, dieron a conocer la idea según la cual, debido a los sucesos de 1948, había surgido una situación absolutamente sin precedentes que requería mantenerse en un estado de alerta y vitalidad también sin precedentes. Lo que encuentro más interesante que la propia aparición de un nuevo discurso u oratoria políticos –con todas sus fórmulas, tabúes, circunloquios, eufemismos y, a veces, arrebatos inútiles– es su total “impermeabilidad” (por acuñar un término) respecto a sus homólogos. Quizá pueda afirmarse que este bloqueo respecto al otro tenga su origen en la incompatibilidad entre la conquista sionista y la expulsión de los palestinos, pero los acontecimientos al margen de esa oposición básica llevaron a una separación de ambos bandos a un nivel oficial, la cual nunca fue del todo real, aún cuando a nivel popular hubiera un verdadero acuerdo de intereses al respecto. De este modo, sabemos que Nasser, cuyo discurso implacable y decidido iba más allá que ningún otro, estaba en contacto con Israel a través de varios intermediarios como Sadat y, por supuesto, Mubarak. Esto es incluso más cierto en relación a los gobernantes jordanos, y algo menos con respecto a Siria, aunque también se dio el caso. No estoy expresando un simple juicio de valor sobre este punto, pues tales contrastes entre la teoría y la práctica son bastante habituales entre todos los políticos. Lo que estoy indicando es que se desarrolló una especie de “ortodoxia de la hipocresía” dentro de los campos árabe e israelí que, de hecho, estimuló y sacó provecho de los peores aspectos de ambas sociedades. La tendencia hacia la ortodoxia, la repetición de ideas aceptadas de manera acrítica, el miedo a lo nuevo, uno o más tipos de doble discurso, etc, han tenido una vida extremadamente activa.

Quiero decir que, en el caso árabe, la hostilidad verbal y militar hacia Israel condujo a una ignorancia mayor, y no menor, sobre este país y, en consecuencia, a los desastrosos resultados políticos y militares de los años sesenta y setenta. El culto a las armas que implica adoptar únicamente soluciones militares para los problemas políticos prevaleció hasta tal punto que eclipsó el principio por el cual las acciones militares de éxito deberían proceder de unas fuerzas armadas motivadas, conducidas con valor, y educadas y equilibradas desde el punto de vista político, lo cual sólo podría brotar de una sociedad civil. Tal modelo nunca se dio en el mundo árabe, y raramente fue planteado o puesto en práctica. Además, se consolidó una cultura nacionalista que estimuló, en vez de mitigar, el aislamiento árabe respecto al resto del mundo moderno.

Israel pronto fue percibido no sólo como un Estado judío, sino como un Estado occidental, y como tal fue rechazado por completo, incluso como objeto de estudio adecuado para aquellos que estuvieran interesados en informarse sobre el enemigo.

Partiendo de esta premisa, circularon una serie de ideas tremendamente equivocadas, entre las cuales estaba la de pensar que Israel no era una verdadera sociedad, sino un pseudo-estado improvisado; sus ciudadanos estarían allí sólo el tiempo suficiente para marcharse empujados por el miedo; Israel era una absoluta quimera, una “supuesta” o “presunta” entidad, no un verdadero Estado. La propaganda sobre este asunto era burda, infundada e ineficaz. El conflicto cultural y dialéctico –esto sí que era real– se desplazó de un escenario local –por decirlo así– a un escenario mundial, y allí también fuimos derrotados, excepto a los ojos del Tercer Mundo. Nunca dominamos el arte de plantear nuestras demandas frente a Israel en términos humanos, no se elaboró ningún discurso, no se usó ni se presentó ninguna estadística, no surgió ningún portavoz cualificado y perspicaz. Nunca aprendimos a hablar con un solo discurso, en lugar de varios discursos contradictorios. Recordemos los días inmediatamente anteriores y posteriores a la debacle de 1948, cuando personas como Musa al-Alami, Charles Issawi, Walid Khalidi, Albert Hourani, y otros como ellos emprendieron una campaña para informar sobre el caso palestino al mundo occidental, del cual Israel obtenía su principal apoyo. Ahora comparemos esos primeros esfuerzos, que pronto se desvanecieron debido a las luchas internas y la envidia, con el discurso oficial de la Liga Árabe, o el de uno o varios de los países árabes. Éste era (y, por desgracia, continúa siendo) rudimentario, mal estructurado, impreciso y no lo bastante meditado. En resumen, la tragedia palestina, desmañada hasta la vergüenza, especialmente en lo que se refiere al contenido humano mismo, era de una magnitud enorme, mientras que el argumento y el plan sionistas respecto a los palestinos resultaba absolutamente escandaloso. En claro contraste, el sistema israelí de información era eficaz y profesional en la mayoría de los casos, y casi siempre se imponía en occidente. Se reforzaba en lugares del mundo como África y Asia con la exportación de conocimientos agrícolas, tecnológicos y académicos, algo en lo que los árabes nunca se implicaron realmente. El hecho de que el discurso de los israelíes fuera un tejido de medias verdades es menos importante que el hecho de que fuera una creación destinada a promover una causa, una imagen y una idea acerca de Israel que marginaba a los árabes y que, en muchos sentidos, los deshonraba".

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Revista Alif Nun, nº 259, abril 2008.



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