FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Testimonio de un estudiante sobre la Revolución Cultural

IV. El escenario comunista


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PÓSTER DE LA REVOLUCIÓN CULTURAL








“[…] ¿Podrías contarnos algo acerca de tus orígenes?

−Nací y crecí en Nanning, capital de Guangxi, en la China sudoccidental, donde mis padres trabajaban en el departamento de educación de la administración provincial. Ambos habían participado activamente en el movimiento estudiantil contra el régimen de Chiang Kai-Shek en Guilin, donde mi padre era un estudiante local en la Escuela Normal Superior. Mi madre había llegado a la ciudad como refugiada en 1937, proveniente de Zhejiang. Ambos pertenecían a la Alianza Democrática, un pequeño partido de intelectuales próximo al PCCh. A principios de la década de 1950, solicitaron sin éxito el ingreso en el partido y en 1957 escaparon de milagro a la campaña antiderechista. Bajo su influencia, empecé muy pronto a interesarme en temas políticos e intelectuales. Puedo recordar escuchar emisiones de las Nueve cartas abiertas al PCUS del PCCh a principios de la década de 1960, cuando tenía apenas diez años. Podía recitar de memoria el texto completo de algunos de aquellos polémicos intercambios de la disputa chino-soviética.

Terminé la escuela primaria en 1966, año en el que se desató la Revolución Cultural. Pasé los siguientes tres años nominalmente en la escuela secundaria, pero como se había suspendido la docencia no había clases y mis compañeros de clase y yo andábamos por ahí sueltos. Cuando se formó en nuestro colegio la primera ronda de Guardias Rojos –dirigida no contra los partidarios de la “vía capitalista”, sino contra las “cinco castas negras”–, yo me quedé fuera debido a mis orígenes familiares “no rojos”. No obstante, como en todas partes en China, esta primera avalancha de Guardias Rojos pronto se vio rebasada por una oleada más amplia de jóvenes que respondían a la llamada de Mao a rebelarse y, más tarde, el mismo año, en la vertiginosa proliferación de nuevas organizaciones de Guardias Rojos. Me metí rápidamente en un grupo disidente, como uno de sus miembros más jóvenes. Sin atraer en un principio ni supervisión ni atención, algunos de nosotros empezamos a publicar un boletín informativo. Fue una experiencia muy apasionante para mí, que hizo crecer la confianza que tenía en mí mismo. Hacia principios de 1967, se abrió una nueva fase en la que se asistió a la fusión de distintos grupos más pequeños en dos grandes organizaciones contrarias de Guardias Rojos. Aquel fue el inicio de un conflicto que condujo a algunas de las batallas más sangrientas de la Revolución Cultural.

Pronto Guangxi se hizo famosa en toda China por las violentas luchas entre diferentes facciones de sus Guardias Rojos, que acabaron desencadenando una guerra civil en toda regla. Esto se debía en parte a que Guangxi era la única región del país en la que el secretario provincial del partido no soltó el poder durante toda la Revolución Cultural; en todos los demás sitios, los secretarios provinciales fueron derrocados. Pero Guangxi controlaba las rutas de suministro hacia Vietnam, donde la guerra con Estados Unidos estaba por entonces pasando por sus momentos más críticos, y el secretario local del partido, Wei Guoqing, disfrutaba de excelentes relaciones con el partido vietnamita del otro lado de la frontera, de modo que Mao no quería verle destituido. Nuestra facción luchó contra Wei en 1967 y 1968. Nuestras bases estaban en su mayor parte en un barrio pobre de la ciudad. Allí recibí reveladoras lecciones de sociología. Nuestros seguidores eran habitantes pobres y marginados de la ciudad, que no prestaban demasiada atención a nuestra retórica ideológica, pero expresaban con increíble energía las quejas que tenían acumuladas contra los funcionarios del gobierno. Asimismo, las actividades económicas en nuestras “zonas liberadas” distaban mucho de estar “planificadas”. Por el contrario, el área de gueto del barrio estaba plagada de puestos y vendedores callejeros. Cuando en determinado momento, nosotros, los estudiantes, después de que la dirección del Grupo Central de la Revolución Cultural declarara su apoyo inequívoco a nuestros adversarios, empezamos a considerar la claudicación, los pobres querían seguir luchando. Entre ellos se encontraban trabajadores portuarios y de los transbordadores del río Yong, a los que la facción encabezada por Wei acusaba de lumpemproletariado, más parecidos a una mafia que a una clase trabajadora industrial moderna. El contraste entre los eslóganes retóricos de las facciones estudiantiles rivales y las divisiones sociales reales entre los grupos que las seguían era notable también en Guilin, adonde viajé en el invierno de 1967. En esta región, a diferencia de lo que sucedía en Nanning, nuestra facción ostentaba el poder municipal, mientras que la mayor parte de los pobres apoyaba la facción de Wei y se resistía a los esfuerzos de meterles en cintura. En efecto, la gente común tendía en estos conflictos a apoyar al bando más débil –a quien no estuviera en el poder– y, una vez que había elegido, era también más firme que los estudiantes a la hora de luchar hasta el final.

El enfrentamiento final se produjo el verano de 1968, cuando Mao lanzó una campaña para parar el caos que sacudía todo el país antes del IX Congreso del Partido de principios de 1969. En Guangxi, Wei y sus aliados movilizaron alrededor de 100.000 tropas y militantes para aplastar a la oposición, superando a nuestro grupo en número por mucho. Hubo duros enfrentamientos en Nanning, donde nuestra gente había levantado barricadas en un barrio antiguo de la ciudad, con apenas cien rifles a nuestra disposición. Tanto los habitantes pobres de la ciudad como los trabajadores portuarios sufrieron importantes bajas, al igual que los estudiantes que se quedaron con ellos. Veinte de mis compañeros de colegio fueron asesinados en el asedio. Yo escapé de milagro: justo antes del enfrentamiento final, me había ido a la ciudad natal de mi madre en Zhejiang, así que estaba fuera cuando se lanzó el ataque. Cuando volví, nuestra escuela secundaria, al igual que sucedía en todos los demás centros de trabajo y comités barriales de Nanning, estaba consolidando la victoria del régimen con la creación de una nueva organización estudiantil bajo control oficial, que sobre el papel conservaba todavía el nombre de los Guardias Rojos. Las secuelas del enfrentamiento tenían mucho peso en esta nueva organización y no ingresé en ella. Pero todos los estudiantes fueron movilizados para llevar a cabo trabajo “voluntario” de limpieza de las calles, muchas de las cuales habían quedado arrasadas por completo, en escenas que recordaban La batalla de Stalingrado. […]”.

Qin Hui, Dividir el gran patrimonio familiar, en New Left Review Nº 20, mayo-junio de 2003.


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