FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La desilusión de los comunistas occidentales

IV. El escenario comunista

 

 

 


El testimonio del escritor Howard Fast en su libro de memorias

 

“Después, tuvo lugar el discurso secreto de Nikita Kruschev. Se trataba del análisis demoledor y terrible sobre Stalin y sus crímenes, y los crímenes de quienes actuaron a sus órdenes, y fue expuesto durante las sesiones del Vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. El congreso se reunió durante once días, desde el 14 hasta el 24 de febrero de 1956. El día en que Kruschev expuso su discurso, se hizo todo lo posible por mantenerlo en secreto. No se permitió la presencia de miembros de la prensa y además de los delegados soviéticos solo se admitió a unos pocos delegados, de plena confianza, de otros países. Uno de los delegados húngaros demostró ser menos que “de plena confianza”, y a su debido momento entró en contacto con el Departamento de Estado de Estados Unidos. Lo analizaron, lo revisaron de arriba abajo, y concluyeron que la copia del húngaro era válida. Después de varios meses, lo pasaron al New York Times. Esto ocurrió la primera semana de junio de 1956. El mismo día en que los editores del Times lo recibieron y lo estudiaron, contactaron con John Gates.

“Lo tenemos –le dijo la gente del Times–. Estamos convencidos, como en el Departamento de Estado, de que es auténtico, sin que se le haya cambiado una coma, y de que es una traducción precisa. Si quieres, te enviamos una copia, y si deseas publicarla, podrás hacerlo el mismo día que nosotros”.

En el Worker lo queríamos. John Gates lo leyó, y los miembros de la redacción lo leímos, cada una de las veinte mil palabras escalofriantes, y luego lo debatimos. Lo único bueno y positivo que en aquel momento se podía decir sobre los líderes soviéticos era que tuvieron el valor y la integridad de concebir este documento. Al menos, podría argumentarse que la Alemania postnazi no había generado un documento semejante y que les faltaba la voluntad y el coraje para hacerlo.

Y Kruschev, que no era ningún estúpido, sabía que al final no hay secretos y que este discurso secreto dejaría de ser secreto y sacudiría el mundo comunista como nada lo había hecho con anterioridad. Esto es precisamente lo que ocurrió, y en esta parte del mundo comunista donde se publicaba The New York Worker, en los despachos de este pequeño e intrépido periódico que nunca había faltado a su cita diaria durante treinta y dos años, que había combatido los grandes negocios y la reacción y el antiunionismo, que había combatido por los pobres y los oprimidos –aunque había apoyado servilmente todas las acciones de la Unión Soviética–, nos sacudió violentamente.

No hay manera de resumir el contenido de este discurso; es una lista horrible y terrorífica de infamias, asesinatos, torturas y traiciones. Sin embargo, Kruschev decía en un pasaje: “No podemos decir que esto sea el inventario de un déspota atolondrado. Él [Stalin] consideraba que estas cosas se hacían por el bien del partido, por el de las masas trabajadoras, en nombre de la defensa de los beneficios de la revolución. Aquí reside la tragedia absoluta”. ¡Qué triste y terrible comentario! Cuando leí por primera vez estas veinte mil palabras de horror e infamia, exploté con rabia, como muchos otros de la redacción del Worker. Hoy miro atrás con enorme tristeza, pero con cierta comprensión de las fuerzas que crearon la situación y algún atisbo de por qué la humanidad paga un precio imponente por un pequeño paso adelante, por un poco de conocimiento.

Publicamos el texto completo del discurso secreto en el Worker. Fuimos en todo el mundo el único diario comunista que lo hizo, y lo hicimos con la oposición del grupo de Foster. Estos aún mantenían el control del Partido Comunista –o lo que quedaba de él–, y no aprobaban el periódico. Al final, algunos meses después, vencieron, y la vida del Daily Worker llegó a su fin.

Todo tiene su final. Ser parte de este periódico decente y valeroso ocupó un importante período de mi vida. Entonces, el 13 de junio de 1956, un par de días después de la publicación del discurso secreto, escribí mi última columna para The Daily Worker.

La escribí a salvo de la angustia; se podría haber dicho más y se podría haber dicho menos. ¿Quién era yo para juzgar, para prescribir el futuro? Despertaba de un sueño y me encontraba en un mundo donde un puñado de almas compasivas habían reclamado justicia desde que el hombre comenzó a vivir en sociedad. Cuando llevé la columna a las oficinas del Worker, esperé a que Johnny Gates lo leyera y se lo pasara a los otros. Le pregunté si lo iba a publicar.

—Por supuesto –dijo.

—Es el último –le dije.

Otros miembros de la redacción intentaron disuadirme, pero no insistieron. Habíamos pasado demasiadas cosas juntos y pienso que Johnny y ellos sabían cómo me sentía.

—¿Y el Partido? ¿Qué pasa con el Partido?

—Esto es demasiado. Se acabó.

Deseaban saber si tenía la intención de hacer algún anuncio público y les dije que no lo haría. No quería más publicidad, ese interminable desfile de historias ladinas y calumniosas sobre Howard Fast. Parecía que, para mí, todo había acabado. Había dejado de escribir y, en cierto sentido, había dejado de vivir. Ahora solo deseaba descansar, pensar, intentar recomponer mi mundo lo mejor que pudiera, estar con mi mujer y mis hijos. [...]”

 

 

howard fast

 

 

 

 

 

 

HOWARD FAST (1914-2003)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nació en Nueva York. De origen humilde, en los años cuarenta se convirtió en uno de los autores estadounidenses más populares. Durante el “pequeño terror” desatado por el senador McCarthy, fue detenido. En 1957 renunció al Partido Comunista estadounidense, hizo público su alejamiento en El dios desnudo. El escritor y el Partido Comunista. Se trata de una novela acerca de la ilusión de un joven que se adhiere al Partido y que, en vez de un espacio de lucha contra las injusticias, encuentra en los dirigentes una dudosa calidad moral y política.

Autor de varias decenas de títulos, entre estos se cuenta Espartaco. De esta última novela, autoeditada en 1951, se vendieron cuarenta mil ejemplares, muchos de ellos por correo. Su libro de memorias, Being Red, permanece inédito en español.
Las novelas de Fast suman docenas. Un recuento de ellas, junto con numerosos textos alusivos a la obra de ese autor, se encuentra en el sitio sobre Howard Fast creado por Steve Trussel (http://www.trussel.com/f_how.htm).

Fast también incursionó, exitosamente, en la novela policíaca y, con relatos cortos, en la ciencia ficción. Con el seudónimo E.V. Cunningham, que comenzó a utilizar para evadir las prohibiciones del macartismo y que mantuvo por varias décadas, publicó obras como las que integran la serie Los asesinatos de Hollywood, donde un detective de origen japonés investiga casos policíacos en la zona de Beverly Hills, con un estilo que recuerda a Raymond Chandler.

 

 

El testimonio del comunista español Fernando Claudín

 

“El año 56 fue para mí, como para tantos otros comunistas, el comienzo de la ruptura con una confortable y optimista representación del Estado y las perspectivas de nuestro movimiento. Hasta entonces, su pasado y presente –e incluso su futuro– no eran problemas. Marx y Engels, Lenin y Stalin, los supergenios de la humanidad, habían despejado todas las incógnitas fundamentales. Cierto, el camino de la revolución resultaba más largo y espinoso de lo que supusimos en nuestra juventud, describía una gran curva –por los países atrasados– no prevista por Marx, pero seguía pareciéndonos diáfano y seguro. Instaurado definitivamente en la sexta parte del globo habitado, el socialismo empezaba a ser construido con el mismo éxito en nuevos países, mientras que el capitalismo se debatía agónicamente en la “segunda etapa” de su “crisis general”. La victoria de la gran Revolución china anunciaba el derrumbamiento de la “retaguardia colonial” del imperialismo. En el resto del planeta nosotros, los comunistas, gentes de un “temple especial, constituíamos la única fuerza revolucionaria consciente y organizada. Dotados de una teoría científica, archicomprobada en la práctica, y respaldados por la formidable superpotencia que había aplastado a los ejércitos hitlerianos, el porvenir nos pertenecía indiscutiblemente. Las derrotas pasadas se explicaban por las “condiciones objetivas” y las “traiciones de la socialdemocracia”: nuestra política siempre había sido justa en lo esencial. Desaparecida la Internacional Comunista, seguíamos contando con un guía tan sabio y experto como el partido de Lenin y Stalin, cuya ayuda en todos los órdenes compensaba las insuficiencias de los otros partidos comunistas, sus discípulos. En una palabra, el triunfo final, a escala planetaria, estaba asegurado. Era cuestión de tiempo, perseverancia y esfuerzo.

Las revelaciones del “informe secreto"” de Jruschev y las sublevaciones de los proletarios e intelectuales húngaros y polacos contra el sistema estaliniano destruyeron de golpe esa representación confortable y optimista. Y sobre sus ruinas se alzaron inquietantes signos de interrogación. Entre ellos, uno que englobaba todos los demás : ¿Qué marxismo era el nuestro –en su doble vertiente teórica y práctica– que en lugar de servirnos para descifrar la realidad nos la ocultaba y mistificaba? En mi caso, la respuesta a este interrogante capital fue abriéndose paso a través de un largo y penoso ajuste de cuentas con veinticinco años de educación estaliniana, y de sucesivos conflictos en el seno de la dirección del Partido Comunista de España (a la cual pertenecía desde 1947). Junto con Federico Sánchez [Jorge Semprún] –el más joven de la dirección, cuya evolución había sido similar a la mía–, fui expulsado del partido en 1965. Como según la sabiduría popular no hay mal que por bien no venga, este inevitable acontecimiento me dejó tiempo libre y libertad de espíritu para darme hasta el fin, en el límite de mis conocimientos y experiencias, la respuesta que buscaba al interrogante más arriba formulado. Tal es el origen de este libro.

En el curso de la investigación emprendida llegué a una conclusión que inicialmente no era evidente para mí: el movimiento comunista –el partido estaliniano, tanto en sus dimensiones nacionales como internacionales, lo mismo en el ejercicio del poder que como instrumento de lucha por el poder– había entrado en los años cincuenta en una crisis general, irreversible. Y por su propia naturaleza no tiene posibilidad de autotransformarse, de “negarse” en el sentido hegeliano. Lo que no excluye, naturalmente, que fracciones más o menos importantes de ese movimiento contribuyan a crear la nueva vanguardia revolucionaria marxista, cuya necesidad en los tiempos que corren ofrece pocas dudas. Es preciso distinguir entre la subjetividad revolucionaria de innumerables comunistas y el sistema ideológico-organizacional que la esteriliza.

Digo nueva vanguardia revolucionaria marxista, porque a mi juicio –el trabajo sobre el tema de este libro disipó las dudas que me habían asaltado al respecto– lo que ha fracasado históricamente no es el marxismo, sino determinada dogmatización y perversión del pensamiento marxiano. Su esencia crítica-revolucionaria, no pocas de sus principales concepciones y tesis, siguen vivas, actuales. A condición, claro está, de que nos decidamos resueltamente a situar a Marx en su tiempo histórico y a continuarlo de acuerdo con el nuestro. O en otros términos: a considerar y utilizar el marxismo de manera marxista. Lo que implica, entre otras cosas, no perder de vista que en la propia función que desempeña de ideología del movimiento revolucionario existen las premisas de su dogmatización y perversión. Por algo la estaliniana no ha sido la primera, y quién sabe si será la última, de esas deformaciones Mi investigación de la crisis del movimiento comunista es un intento de utilizar el marxismo, así concebido, para la crítica del marxismo mismo, tanto en sus formas muertas como vivas.

El problema que abordo es tan vasto y complejo que su esclarecimiento solo puede resultar de múltiples contribuciones en todas las ramas de las ciencias sociales. No pocas existen ya, pero el grueso de la tarea está por delante. La mía es una contribución más, circunscrita en lo esencial a la esfera política. No es una historia del movimiento, sino un análisis de los principales factores y procesos que han determinado su crisis. Lo que acentúa, indudablemente, su aspecto “negativo”. Pero si esta negatividad ayuda en algo a desbrozar el camino hacia nuevas formas del movimiento revolucionario, liberadas en la medida de lo posible de los mitos, las ataduras y los errores del pasado, será –como es mi intención– una negatividad dialéctica, marxista.

No hace falta decir que este libro no es solo una crítica del movimiento comunista sino una autocrítica del autor. Pero este último aspecto no tiene la más mínima importancia”.

 

Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista. I. De la Komintern a la Kominform [1970], Barcelona, Ruedo Ibérico, 1978.

 

 

 

claudín

 

 

 

 

 

 

FERNANDO CLAUDÍN (1915-1990)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SE AFILIÓ EN 1933 A LAS JUVENTUDES COMUNISTAS DE ESPAÑA. DESPUÉS DEL VI CONGRESO DEL PCE, CELEBRADO EN 1960, CLAUDÍN FUE ELEGIDO MIEMBRO DEL COMITÉ CENTRAL.

A PARTIR DE ENTONCES COMIENZAN A SURGIR DIVERGENCIAS POLÍTICAS ENTRE CLAUDÍN Y EL RESTO DE LOS DIRIGENTES ACERCA DE LA SITUACIÓN DE ESPAÑA Y DE LAS TAREAS QUE EL PCE HABRÍA DE AFRONTAR CUANDO SE PRODUJERA LA CAÍDA DEL RÉGIMEN FRANQUISTA. EN 1964 CLAUDÍN EXPUSO ANTE EL COMITÉ EJECUTIVO SUS POSTURAS. MIENTRAS QUE LA DIRECCIÓN SOSTUVO QUE LA TAREA PENDIENTE PARA EL PERÍODO POSFRANQUISTA DEBÍA SER UNA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA, DEBIDO A QUE LOS OBJETIVOS PARA ESPAÑA SEGUIRÍAN SIENDO LA ABOLICIÓN DE LAS ESTRUCTURAS SEMIFEUDALES Y ATRASADAS DEL CAPITALISMO, Y EN LA QUE EL PCE TENDRÍA UN PAPEL DIRIGENTE, EL SECTOR DE CLAUDÍN PLANTEÓ QUE EXISTÍA UNA NUEVA REALIDAD SOCIOECONÓMICA EN EL PAÍS Y QUE DEBÍA TENDERSE A BUSCAR APOYOS EN NUEVOS SECTORES OPOSITORES, COMO LOS INTELECTUALES O LOS ESTUDIANTES, Y FORJAR UNA AMPLIA PLATAFORMA DE LA OPOSICIÓN. POR OTRO LADO, EL ANÁLISIS DE LA DIRECCIÓN DEL PCE SE SUSTENTABA EN LA INMINENCIA DEL PROCESO REVOLUCIONARIO EN ESPAÑA Y EN EL AISLAMIENTO DE LA BURGUESÍA MONOPOLISTA RESPECTO DEL RESTO DE LA SOCIEDAD; MIENTRAS QUE CLAUDÍN DEFENDÍA QUE EL CAPITALISMO ESPAÑOL HABÍA CONSEGUIDO, BAJO LA DICTADURA FRANQUISTA, EVOLUCIONAR HACIA UNA SITUACIÓN AVANZADA, LO QUE IMPLICARÍA A NIVEL POLÍTICO LA POSIBILIDAD DE LA BÚSQUEDA POR PARTE DE LAS CLASES DOMINANTES DE LA INSTAURACIÓN DE UNA DEMOCRACIA LIBERAL EQUIPARABLE A LAS DEL RESTO DE EUROPA OCCIDENTAL. A FINES DE 1964 FUE EXPULSADO DEL PARTIDO JUNTO CON EL DIRIGENTE “FEDERICO SÁNCHEZ” (JORGE SEMPRÚN).

 

 

 


 

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