Veinte años después del 68
VI. El 68
Dany Cohn-Bendit entrevistando a los antiguos compañeros.
“En marzo de 1985 nos reunimos con Abbie Hoffmann en Nueva York, en el minúsculo estudio abarrotado de discos y libros donde vive con su compañera. Les sirve de cocina, dormitorio y local del movimiento contra la intervención americana en Nicaragua.
Dany Cohn-Bendit: ¡Hola, Abbie!
Abbie Hoffmann: ¡Hola, Dany! Cuánto tiempo...
D. — Ya lo creo. ¡Siete años!
A, — ¿Te dejaron entrar?
D. — Con dificultades. El servicio de emigración lo intentó todo. El pasaporte, el visado, los cuestionarios... Pero hablemos de ti; pareces muy ocupado... ¿Sigues militando a jornada completa?
A. — Me he convertido en un militante viejo. Ya sabes, al envejecer uno se vuelve más blando, eso está claro. Ahora tengo niños, soy responsable de su bienestar, de su salud, de su educación... Reparto el tiempo entre mis obligaciones personales y mis deberes hacia la comunidad. Las ideas progresistas en las que sigo creyendo,
D. — En los años 60, eras un ardiente aficionado a la droga, al rock, a la música...
A. — Y al sexo...
ABBIE HOFFMANN EN EL 68
D. — ¡Sí, y al sexo! ¿Y ha desaparecido todo eso de tu vida?
A. — Hace años que no tomo drogas, aunque sigue gustándome la música y lo demás. Por cierto, ahora es diferente. Ya no hay una contracultura donde apoyarse para provocar una toma de conciencia política. Lo único que hoy tiene una dimensión política en este país es la cultura latinoamericana. En otros tiempos, llevábamos el pelo largo, ropa hippy, los pies descalzos, fumábamos droga, escuchábamos rock, le decíamos «mierda» a la sociedad. Estaba muy claro para todo el mundo, y la sociedad reaccionaba brutalmente enviando a sus polis para impedirnos vivir de aquella manera. Era el movimiento hippy, que no fue en absoluto político. Los hippies no pretendían modificar el orden político del país, pedían simplemente que les dejaran en paz. Nosotros quisimos cambiar eso. Creamos el movimiento «Yippy», para politizar el movimiento contestatario.
En 1967, hicimos salir a la gente a la calle, y fundamos el Partido internacional de la juventud, el «YIP» (Youth International Party). Así, en 1968, movilizamos a los que se oponían a la guerra del Vietnam para manifestarnos durante el Congreso del partido demócrata en Chicago. Decíamos: El partido demócrata es la muerte. Nosotros los yippies organizamos la fiesta de la vida mientras se celebra el congreso demócrata. ¡Ved la diferencia! Organizamos conciertos gratuitos en las calles y reunimos a la gente en los parques. Creamos los Juegos Olímpicos yippies. Durante toda una semana, mostramos a los habitantes de Chicago otro estilo de vida. No vacilamos en hacer circular informaciones surrealistas: les hicimos creer que habíamos puesto LSD en el agua potable de la ciudad y cosas así. El alcalde se puso como loco, gritaba: ¡Son asesinos en potencia!» Envió a la policía contra nosotros. Luego los policías afirmaron haberse contenido..., ¡pero te juro que muchos de nosotros no opinamos lo mismo! A pesar de todo, resultó muy divertido.
Más tarde fundamos periódicos, creamos comités de defensa contra la policía, utilizamos toda esa contracultura para atraer a la juventud que rechazaba el modo de vida americano. Nos apoyamos en la rebelión espontánea de toda una generación. […] Era divertido, pero tras estas provocaciones había una verdadera fuerza política que llegó incluso a amenazar directamente el poder del gobierno. Creo que si Johnson y Nixon cayeron se debió en parte a las manifestaciones que nosotros organizábamos. Obligamos a los diferentes gobiernos a modificar su política militar en el Vietnam. Fue algo único en la historia de la civilización occidental. Es una locura pensar que un pueblo se haya atrevido a rebelarse contra su gobierno en tiempo de guerra.
Hasta entonces, en Occidente las guerras fueron siempre populares, la gente se mostraba encantada de poder agruparse tras una bandera, de cantar himnos sanguinarios y marciales, e ir a masacrar al enemigo fuera del país mientras dentro se silenciaba al enemigo interno. En aquella época, para los americanos el enemigo interno éramos nosotros, los jóvenes. Las guerras en el extranjero son siempre muy, muy populares: no hay que olvidarlo. Por eso es tan difícil luchar contra un gobierno que dirige una guerra en el extranjero. Los franceses que lucharon contra la guerra de Argelia pueden entenderlo, aunque las dificultades que encontraron fueron menores que las nuestras durante la guerra del Vietnam. Por eso hoy digo, repasando todo aquello, que nosotros, los Yippies, salvamos la democracia americana.
D. — ¿Para ti es lo más importante?
A. — Sí... Con Woodstock. Dentro de treinta o cuarenta años, cuando se escriba la historia de nuestro siglo, Woodstock será reconocido como uno de los acontecimientos más importantes de estos tiempos...
¡Tan importante como Stravinsky! Un suceso único, extraordinario... Estoy convencido de que más adelante se reconocerá la capital importancia que tuvo en cuanto comunión espontánea de toda una generación. Hoy nadie puede imaginar lo que fue aquella concentración de quinientos mil jóvenes que, durante tres días, escucharon a los mejores y más originales músicos de la época. Toda aquella gente, una verdadera marea humana, tendida en la hierba, tranquila, feliz. Se había anunciado un cataclismo, una hecatombe. El gobernador del Estado (Rockefeller) la declaró zona catastrófica. Para el New York Times, era una auténtica pesadilla, y para todas las instituciones biempensantes del país, una tragedia. Era monstruoso, inaceptable. Nosotros en cambio decíamos: Será formidable... Ya veréis, será maravilloso. Y lo fue. […]
Después cometí un estúpido error. Fue en 1973. Entonces probábamos todas las drogas posibles. Para saber cuáles eran nocivas y seleccionar las substancias que podían tomarse y las que no, pensamos que debíamos probarlo todo. Y me pilló la policía. No les fue difícil. Estaba claro que yo era culpable ante la ley. Hubiera podido arriesgarme a un gran proceso donde defender nuestras ideas pero, en aquella época, bajo la Administración Nixon, nuestras posibilidades de tener un proceso justo eran prácticamente nulas. Me arriesgaba a ser condenado a cadena perpetua. Preferí desaparecer, cambiar de nombre y sumergirme en la clandestinidad.
D. — Desapareciste.
A. — Cambié de vida. Tal vez era lo que deseaba sin saberlo. Tal vez estaba cansado del personaje Abbie Hoffmann, un personaje público que ya no se me parecía, tal vez deseaba desaparecer. Y lo hice. Cambié todo en mi vida. Durante un año, aprendí a hablar sin agitar las manos, a no mirar de hito en hito a la gente cuando me paseaba por la calle... Realmente me convertí en otro hombre (…).
D. — Dime una cosa, tú y Jerry Rubín erais como dos hermanos durante el movimiento yippie. Siempre se decía: Abbie Hoffmann y Jerry Rubin, algunos llegaban a decir: Abbie Rubin y Jerry Hoffmann, tan próximos estabais el uno del otro.
A. —Es verdad. Nuestro análisis de la sociedad, nuestra comprensión de la realidad, nuestras propuestas, eran casi idénticas.
D, — Y sin embargo hoy, cuando llego a los Estados Unidos, os encuentro frente a frente, en un debate público en el que discutís con gran aspereza. Le sueltas que es un antidemócrata, que está cercano a los peores reaccionarios, que obedece una ideología de corte fascista, y él te responde que los combates de los años 60 ya no tienen sentido.
Esto es lo que os decís, y hay odio entre vosotros... ¿Por qué te impones esos debates públicos?
A. — Porque nos hemos divorciado. (Sonríe)”.
“Me reuní con Jerry Rubin en su soberbio estudio con terraza, en Nueva York. Magnifico lugar, lujosamente amueblado, en un piso 23 con vistas a Manhattan. Me encontré con un hombre joven, pletórico de salud, radiante de satisfacción y contento de su suerte, absolutamente distinto del que yo había conocido.
Mientras me dirigía a verle, recordé la declaración que hizo en otros tiempos: Yo soy, hoy en día, la encarnación de la paranoia americana. Yo solo me basto y sobro para ser un complot internacional. Hace tres años, era todavía un soldado revolucionario americano. Un guerrillero del pasado. Hoy, soy un guerrillero del futuro.
JERRY RUBIN EN LOS AÑOS 60
Esperaba con impaciencia que me aclarara esta sorprendente y sibilina declaración de fe. No me fui decepcionado.
Dany Cohn-Bendit. — Jerry, a lo largo de los años 60, Abbie Hoffmann y tú estabais unidos como hermanos. Hoy sois enemigos. ¿Qué ocurrió?
Jerry Rubín. — Es cierto, en aquella época estábamos muy unidos. El mundo entero me consideraba como el político del movimiento, y a Abbie como el hombre del good time y la contracultura. Formábamos un tándem muy complementario. Abbie, como sabes, pasó a la clandestinidad en los años 70. La clandestinidad cambia al hombre. Te condena a seguir oponiéndote a la sociedad. Y más en esa época en que combatíamos al Estado. Así pues, Abbie fue durante largos años un fugitivo, perseguido por toda la policía del país. Después estuvo en la cárcel, y durante todo ese tiempo se consagró a la lucha contra el Estado.
D. — Y tú, ¿ya no luchas contra el Estado?
J. — No, ya no lucho contra el Estado. No merece la pena, ya no es una buena lucha. En lo sucesivo es preciso que yo sea el Estado. No yo personalmente, por supuesto. Todos nosotros. Toda la gente de la generación de los años 60, que nos hemos convertido ahora en las masas de los años 80.Hoy en día, la mejor manera, la única manera de combatir al Estado, es reemplazarlo. Y somos lo bastante numerosos para hacerlo. Nosotros, los banqueros, los dentistas, los médicos, los empresarios: el Estado somos nosotros. ¿Por qué luchar contra uno mismo? Abbie lucha contra él mismo. Abbie es magnífico, sobre todo no hay que cambiarle. Necesitamos a hombres como Abbie, pero ¿en qué concierne a las clases medias su modo de vida, sus preocupaciones? A todos los que tienen una familia, que viven aquí, en América, que son felices, ¿en qué les afecta? ¿Y a los obreros? ¿Y a los pobres? Vete hoy en día a hablar a los pobres, ¿qué quieren? ¡Triunfar! Quieren el éxito, no la revolución. ¡Ni siquiera piensan en la revolución! Sólo quieren triunfar como los demás. Debemos inventar una filosofía del éxito que integre la democracia y el idealismo.
JERRY RUBIN ACTIVISTA YUPPIE
D. — Tú sigues hoy una carrera de Yuppie. Antes eras Yippie, y ahora eres Yuppie. ¿Qué es exactamente un Yuppie?
J. — Como te decía, los militantes de los años 60 y 70 han comprendido que ahora son el motor de la sociedad. Han evolucionado mucho a lo largo de estos veinte años. Cambiaron de actitud en lo que se refiere al antimachismo, la igualdad de las mujeres, y la importancia que conviene darle al cuerpo y a la salud.
Son Young, Urban y Professionnal. Jóvenes porque siguen sanos. Urbanos porque han ocupado las grandes ciudades y desempeñan los cargos importantes. Profesionales porque son activos y competentes, ¡los Yuppies! Así es como se ha creado un movimiento que reúne a los mejores de los años 60 y a sus herederos”.