La matanza de Tlatelolco
VI. El 68
Desde principios de 1968, los estudiantes se movilizan en pos de una reforma universitaria y contra el fuerte carácter represivo del régimen mexicano. A mediados de agosto en las calles del Distrito Federal se libraron fuertes enfrentamientos con numerosos muertos y heridos. El 30 de septiembre las fuerzas armadas abandonan la sede universitaria. Las asambleas estudiantiles deciden no volver a las aulas hasta que sean atendidas todas sus peticiones y convocan un gran acto público para la tarde del miércoles 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco, también conocida como de las Tres Culturas. El encuentro acabaría en una brutal matanza. Diez días más tarde serían inaugurados los Juegos Olímpicos.
Algunos testimonios de los jóvenes que vivieron esa tragedia, fueron rescatados por escritores como Elena Poniatowska, en su libro La noche de Tlatelolco (1969). Otros han recorrido el mundo, como por ejemplo el de Fernand Choisel, periodista francés que trabajaba en la radioemisora Europa Uno y presenció la represión del 2 de octubre.
“Fue terrible, todo fue tan repentino, tan violento...Me sentí atrapado, impotente, espantado. Pensé que nunca iba a salir vivo de esa pesadilla. Tuve miedo, mucho miedo. No me avergüenza reconocerlo.
Llegué a México con un programa de trabajo bastante cargado. Me tocaba cubrir las protestas de los estudiantes, luego los juegos olímpicos, después el Gran Premio de México de la Fórmula Uno. No estaba muy enterado de la situación política en México. Lo que vi me desconcertó, acababa de vivir la efervescencia de mayo en París y cuando llegué a México, pensé que iba a encontrar huelgas y discusiones por todas partes. Pero no había todo eso. Todos los acontecimientos habían ocurrido antes de mi llegada en septiembre.
El día 2 de octubre pensé que iba a ser un mítin más. De repente vi llegar tanquetas. Los estudiantes dijeron: llegaron los soldados. Pensé que eso empezaba a oler mal. Poco a poco empezaron a llegar más tanquetas. Me puse nervioso. Un helicóptero que sobrevolaba la Plaza, soltó una bengala verde. Alguien me dijo: ¡cuidado, esto se va a poner feo! Unos segundos después estalló la balacera. Las ametralladoras empezaron a rociarlo todo. Me tiré al suelo y fue el caos.
Estaba boca abajo.
Ya no veía nada. Había un ruido ensordecedor. Mi única obsesión era salirme del
balcón. Correr hasta las escaleras. No recuerdo si corrí o me arrastré. […],
Imagínese: el ruido de las ametralladoras afuera... las balas que rebotaban por
todas partes... el agua que caía y caía.
Y yo, en medio de todo esto, preguntándome qué diablos estaba haciendo ahí...
cuidando mi grabadora para que no se mojara... ¿Y qué fue lo que vi en medio de
todo esto? Pues a unos tipos vestidos como estudiantes, pero no lo
suficientemente jóvenes para ser estudiantes, que se ponen un guante blanco en
la mano izquierda y sacan pistolas.
Creí que estaba alucinando. Pero me descontrolé aún más cuando los vi disparar hacia abajo, sobre la gente. No entendía si se trataba de un grupo de autodefensa estudiantil, que disparaba contra los policías, o policías vestidos de civil que disparaban contra los estudiantes.
Cerca de mí se encontraba un periodista mexicano. Le pregunté si esos tipos eran estudiantes. Me dijo que no, que eran policías. Fue una eternidad.
Cuando se callaron las ametralladoras, los tipos de guante blanco nos agarraron a los periodistas y a los estudiantes que estábamos ahí y nos encerraron en un departamento. Nos ordenaron ponernos de espalda contra la pared. Y empezaron a hacer una selección. Se llevaban a unos, regresaban, se llevaban a otros, recuerdo que tenía mi credencial de prensa metida entre los dientes.
Llegó un oficial de la policía. Ordenó que todos los periodistas fueran trasladados a otros departamentos. Fuimos escoltados por estos tipos de guante blanco. Uno de ellos disparó contra la cerradura para abrir la puerta.Me confiscaron mis cintas, menos una, en la que tenía grabado el principio de la balacera. Luego la usé cómo sonido de fondo para mis crónicas. Nos sentamos en unos sofás bastante elegantes y esperamos.
Llegó un oficial, nos pidió pasaportes, credenciales de prensa, nos preguntó en qué hoteles estábamos hospedados. Se fue con nuestros documentos y seguimos esperando. Afuera, de vez en cuando, se oían disparos. Estábamos todos muy nerviosos. Nadie se atrevía a hablar.
Nos soltaron varias horas después, en la madrugada. Nos devolvieron nuestros documentos y nos dejaron en la Plaza. Todo el suelo estaba mojado, había muchos soldados, policías también. Con los otros periodistas nos miranos y entendimos en seguida porqué nos habían detenido durante todo ese tiempo.
¡Habían limpiado la Plaza para que no viéramos los muertos! Pudimos ver manchas de sangre, pero no vimos cadáver alguno.
Años después me sigue impresionando que se hayan podido borrar tantos muertos. Y fueron tan inexorablemente borrados que actualmente, en Francia por lo menos, casi nadie recuerda que ocurrió semejante matanza en México en víspera de los Juegos Olímpicos. Cuando cuento lo que presencié, la gente se queda asombrada”.
En la ceremonia de entrega de los premios de la prueba de los 200 m lisos de los Juegos Olímpicos, Tommy Smith (medalla de oro) y John Carlos (medalla de bronce) recogieron las medallas descalzos y saludaron los compases del himno norteamericano con el puño envuelto en un guante negro, símbolo del Poder Negro (Black Power). Fueron expulsados de sus respectivos equipos y al volver a EEUU fueron tratados como delincuentes y no encontraron trabajo durante muchos años.