Sobre el interés histórico del film
Sinopsis
Praga, en algún momento de los años cincuenta. Ludvik, diputado del gobierno comunista y Anna, su esposa, regresan a casa luego de una recepción oficial compartida con otros altos funcionarios. En la puerta, se encuentran con que han perdido las llaves y deben buscar cómo entrar a la casa a altas horas de la noche. Anna ha bebido más de la cuenta y trae aún sobre su cabeza un gracioso gorro de papel que le da un tono aún más grotesco a la discusión con su esposo, que finalmente decide saltar la cerca y tentar alguna de las entradas interiores, mientras ella comprueba que la puerta de calle estaba sin llave e ingresa. Dentro de la casa, las dudas se acumulan ¿por qué están abiertas las puertas interiores y la ventana lateral? ¿Quién se quedó con las llaves perdidas en la recepción? ¿Por qué no hay electricidad en la casa? Ludvik empieza a sospechar que alguien ingresó a la residencia durante su ausencia y, de a poco, mientras sostiene el encarnizado intercambio cotidiano con su esposa en el que circulan todo tipo de recriminaciones, acusaciones y reproches, el diputado y funcionario del ministerio de la construcción asume que su gobierno lo acecha, lo espía y lo escucha y entonces, una serie de pequeñas señales que percibió durante la recepción empiezan a cobrar sentido: Keplak, su colega y vecino ha sido detenido, su superior no estaba en la recepción ¿han llegado también para Ludvik las sombras de las sospechas, la delación y las purgas? Lo sabrá luego de una noche de agonía entre el temor, la angustia y la desesperación.
La oreja, una lectura:
Una larga noche sobre Ludvik y Anna
Abundante literatura testimonial y de ficción y unas pocas películas han narrado circunstancias históricas personales y sociales en el marco de los dispositivos del terror estalinista y de los procesos de persecución, represión y purgas que se pusieron en marcha en el interior del partido en la propia Unión Soviética en los años treinta y, que como parte establecida del funcionamiento de la política soviética, se extendió hacia los países satélites de la URSS, aquellos que se incluyeron dentro del Pacto de Varsovia, a la salida de la segunda guerra mundial. Sin embargo, muy pocas veces el arte ha alcanzado un nivel de síntesis tan contundente y preciso sobre una experiencia política que es clave para comprender una parte constitutiva de la historia del socialismo real y, por extensión, una parte fundamental de la historia del siglo XX.
LUDVIK Y ANNA ATRAPADOS AFUERA
Acaso su condición de tardío respecto de los hechos que narra le confiere al film una perspectiva especialmente sagaz que le permite ordenar en un relato pequeño y particular todo un modo de funcionar de un sistema; tal vez, la certeza de los realizadores de que estaban trabajando en un film cuyas posibilidades de ver la luz pública en su contexto eran prácticamente nulas les dio un margen de libertad y una capacidad de penetración en su asunto que es muy difícil de hallar en otros filmes de cualquier período. O, más simplemente, al no centrarse en una historia personal verídica –como la contemporánea La confesión, que analizamos en el mismo apartado-, La oreja gana en lucidez, profundidad y rigor y deja la impresión de reponer cabalmente una parte sustantiva de la experiencia del terror a la soviética con una elocuencia insólita dada su economía de recursos.
Indagaremos en lo que sigue en ciertas instancias de la trama del film de Kachyna procurando señalar lo que juzgamos sus principales elementos de interés en relación con su tiempo y con ciertos rasgos formales que refuerzan su singularidad y su valor.
Un régimen de sombras
La llegada a la casa del matrimonio protagonista adelanta la zozobra constante que vivirán a lo largo de la noche infinita en la que parece dirimirse el destino de Ludvik en el gobierno y, por extensión, su porvenir y el de su familia. Ni él ni ella saben qué pasó con las llaves y a partir de allí se adentran en un territorio cada vez más cenagoso en el que poco a poco las dudas, los temores, las señales de peligro, se tornan cada vez más ominosas y acuciantes.
El film presenta esta situación apelando a una fotografía en blanco y negro muy rugosa, que subraya la oscilación permanente de los protagonistas y su lenta inmersión en las tinieblas en planos cercanos de sus rostros y mediante el uso de lentes de aproximación que deforman las subjetivas de Ludvik al recordar ciertos momentos importantes de la fiesta de la que regresa con sensaciones ambiguas.
A TIENTAS, ACORRALADO, EL FUNCIONARIO SOSPECHA
La zozobra se va ampliando a partir de la entrada curiosa de la pareja a la casa y de la comprobación de que la luz está cortada sólo en su domicilio; para Ludvik son demasiadas señales evidentes en un lapso muy corto de tiempo para adjudicárselas al azar. Todo parece indicar que alguien entró en la casa durante la ausencia de sus ocupantes y este dato pone en marcha una progresión paranoica en torno de la cual el protagonista va reuniendo información elocuente que lo lleva a deducir que se encuentra bajo asedio y vigilancia del partido y que su caída es inminente. No exagera, sabe muy bien que esto le ha ocurrido y le sigue ocurriendo a muchos de sus colegas y amigos; sin ir más lejos, en la casa de enfrente, la familia Keplak ha sido desalojada y el funcionario retirado súbitamente de su cargo.
Instalada la sospecha, Ludvik comienza a sentirse preocupado por tres frentes diferentes: su propia actuación como funcionario y la redacción de un documento que, vista la reciente caída de su jefe, podría incriminarlo. Decidido a deshacerse de cualquier evidencia, rebusca el voluminoso expediente e intenta destruirlo hoja por hoja quemándolo y arrojando los restos al inodoro. La operación, lenta e ineficaz, hunde aún más al protagonista en la impotencia y la desesperación, mientras trata de repasar cada uno de los intercambios gestuales o de palabras con sus superiores en la reciente recepción. La sonrisa de este ¿era por simpatía o por procurar evitarlo? ¿El secretario dijo o no dijo su nombre al entregarle a Anna el ramo de flores por el aniversario? ¿Por qué fue reemplazado el chofer usual por otro que, de todos modos, ya sabía dónde vivían? ¿Debió o no nombrar a su superior ausente cuando aludieron ambiguamente a él por lo bajo en un par de ocasiones? Ludvik cree haberse comportado con la compostura habitual, administrando esas medias sonrisas que resultan convenientes para cualquier circunstancia; pero el mismo protocolo puede tener que ver con situaciones opuestas: ser aún parte de o haber ya caído en desgracia definitivamente sin saberlo. Y entonces, cada pequeño mohín, cada palabra o cada broma soltada al pasar puede haber contenido el secreto de su destino sin que él haya sido capaz de descifrarlo.
¿CÓMO HABÍA QUE INTERPRETAR LAS SEÑALES DE LOS SUPERIORES?
El otro frente de preocupación, el más inmediato y concreto, proviene de Anna y del vínculo entre ambos. Desgastada por el tiempo y la irritación trabajada de a dos, la relación entre los esposos destila amargura, rencor y agresividad y Anna no escatima reproches y actitudes de revancha para provocar a Ludvik y sacarlo de lo que ella considera su habitual frialdad y su apatía. Así, juega a hablarle a “la oreja”, los micrófonos ocultos que creen tener en casa y a los que declara toda clase de cosas inconvenientes y comprometedoras, un poco exaltada por el alcohol y por la pasividad de su marido.
Ludvik no habla mucho, pero pasa a la acción cuando entiende que Anna atenta contra la seguridad de la familia y la sumerge en un violento baño de agua fría buscando calmarla y hacerla callar. La escena, que da un paso más allá en la descripción del vínculo entre los esposos, da cuenta de que Ludvik está acostumbrado a convivir y a aceptar la brutalidad y que es muy capaz de practicarla sin pasión y con destreza.
En contrapeso, Anna fluctúa entre el hastío y los reproches a viva voz y un temor tímido que por momentos la acerca a su esposo y la lleva a consolarlo o, a su turno, buscar su consuelo. Frágil e inestable, la mujer registra en su carácter y en su posición ante su marido, la verdadera situación de precariedad constante en la que viven y que ha ganado también profundamente su matrimonio.
La estabilidad de Ludvik y de la familia parece hundirse de a poco en una fatalidad con la que no puede enfrentarse cara a cara. Después de todo, el ingeniero no es inocente y sabe cómo funcionan las cosas en el partido. Ha visto antes esta historia y conoce las reglas del juego, que incluyen, entre otros muchos sobreentendidos, que nunca deben ser puestas de relieve. Restablecido el servicio eléctrico, el sonido del timbre a altísimas horas de la noche anuncia que los temores no son infundados.
Los queridos camaradas
El auto apostado en la calle con las luces apagadas, al que los esposos dedican constantes miradas recelosas, descubre al fin su contenido. El sonido insistente del timbre sólo puede significar lo peor: Ludvik encomienda a Anna cuidar del hijo de ambos que duerme plácidamente en un rincón aislado de la casa y guardar las joyas que ocultan y que podrían salvarla de eventuales apuros económicos. Ella asume por primera vez que Ludvik está realmente amenazado y se aprieta a su cuerpo en muestra de un afecto tan contradictorio como desesperado.
VISITAS INESPERADAS Y ENIGMÁTICAS
Pero al franquear el ingreso a los desconocidos, cuatro –y un quinto que apenas puede tenerse en pie- el tono de algarabía y complicidad desorienta a los esposos y los hace intercambiar miradas de confusión. Uno de ellos saluda con efusividad y entusiasmo a Ludvik, quien apenas lo reconoce, hablándole de los buenos viejos tiempos como camaradas que combatieron codo a codo en la guerra y de la alegría de un reencuentro que es preciso celebrar con los colegas que lo acompañan. ¿Un coro de funcionarios bebidos dispuestos a seguir la fiesta? Eso parece, pero Ludvik no termina de confiar y Anna, harta de que la hagan trabajar para los hombres de la política, deja una botella y unos entremeses y huye de la reunión estrafalaria abundantemente regada de alcohol, matizada por anécdotas gritadas a viva voz e interrumpida por las urgencias de los hombres para usar los baños de la casa. ¿Hemos exagerado nuestras prevenciones y nuestra suspicacia? Ludvik parece distenderse por un rato, hasta que, apenas se van los visitantes, él y Anna descubren nuevos micrófonos en diferentes rincones de la casa evidentemente colocados por ellos.
El terror es la forma
Y entonces, las dudas se disipan: como su jefe, como su colega, Ludvik comprende que las sombras lo han alcanzado y que la oficialización de su caída es sólo cuestión de horas. Resignado, comparte con Anna en el balcón los últimos tragos de aquel licor delicioso que trajo de un viaje a Moscú. Despunta la mañana y los esposos la contemplan por un instante aparte del mundo, viviendo un tiempo extra que la burocracia parece haberles obsequiado por razones desconocidas.
Volvamos entonces, como Ludvik y como Anna, a revisar qué han hecho y qué no han hecho para merecer su destino. Nada parece determinante y los signos de la noche, que ahora parecen haberse aclarado del todo, siguen provocando en su repaso impresiones ambivalentes. Y aunque no alcanzan a entrever qué o quién ha provocado la desgracia, sin embargo, la incertidumbre que los ha acompañado durante la velada –desde la propia recepción oficial- no puede resultarles del todo sorprendente; y es aquí donde el film de Kachyna encuentra la distancia justa respecto de sus personajes y de sus propias perspectivas: no los condena por sus complicidades, pero tampoco los presenta como simples víctimas inocentes de un destino imprevisible.
Y la distancia del director proviene de que el registro de la obra se mueve en un terreno inestable entre el thriller político y el film de terror, tejiendo en su propia forma lo que comunica la experiencia particular de sus protagonistas y el marco histórico político que habitan y que la propicia y la despliega. Si la larga noche para la angustia de Ludvik y Anna se narra con los elementos clásicos del suspenso en torno de una intriga que sólo se develará en la última escena, las formas en las que los protagonistas conviven con sus circunstancias dentro del partido y la zozobra irreductible que se extiende más allá del desenlace, se muestran en el film por medio de ciertos recursos clásicos del cine de terror: candelabros que iluminan la oscuridad de la casa, flashbacks con voces que murmuran o secretean, rostros distorsionados y amenazantes, conspicuas sonrisas de expresión maligna y un fondo tenebroso de principio a fin, delineado también por una banda sonora de tonos ominosos y amenazantes, sobre el que se depositan cada uno de las acciones y de los diálogos actuales o recordados por los protagonistas. En esta opción de trascender los tópicos del testimonial político para presentar su historia en un registro que se entrama con ciertos signos codificados del terror, los realizadores dan un paso más allá en la búsqueda de una forma que trasciende la denuncia histórica directa[1]: La oreja captura en su propia sustancia la idea de que el terror no es un elemento lateral o un efecto indeseado del sistema, sino que es su propia dinámica, su forma de seguir adelante y de sostener su funcionamiento.
LA SENTENCIA
En el plano final, el llamado telefónico del primer ministro lo confirma: Ludvik ha sobrevivido a la larga noche de su calvario sólo para seguir siendo parte de una maquinaria que ha pospuesto su desgracia, nombrándolo ahora ministro. No hay felicidad ni alivio en su rostro que parece enfrentarse por fin con las fauces del monstruo al que ha servido y seguirá sirviendo al menos por un tiempo más. Anna, siempre sensible y demostrativa, lo comprende y lo pronuncia en voz alta: el terror nos gobierna.
[1] Registro en el que se mueve de principio a fin La confesión, el film de Costa Gavras que analizamos en este mismo apartado.
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