FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Sobre el interés histórico del film

 

Sinopsis

 

Entre 1951 y 1952, Artur London, activo comunista y dirigente checo, vivió la experiencia de la persecución, el encarcelamiento, la tortura, el juicio público y la condena a cadena perpetua como resultado de la acusación de formar parte de una conspiración contra el partido desde su cargo de viceministro de Relaciones Exteriores de Checoslovaquia. Liberado en el marco del “deshielo” en 1956, rehabilitado en 1963, London emigró más tarde a Francia sin renunciar a su afiliación al Partido Comunista y escribió allí junto con su esposa el libro en el que narró la historia de su desgracia personal y política que constituye la parte central del film de Gavras. Decidido a presentar el libro entre sus compatriotas y con el amparo de las autoridades que impulsaban los cambios que propiciaron la “primavera de Praga”, London –presentado en el film bajo el seudónimo de Gerard- se traslada en 1968 a Checoslovaquia, con la intención de contribuir al proceso de apertura política que se vive en su país. Al llegar, lo reciben los tanques soviéticos... El círculo de la represión trazado desde Moscú, vivido sobre su propia persona y las de muchos compañeros de militancia de toda una vida, se cierra de manera implacable sobre el destino histórico de su nación.  

 

Oscuridad a media tarde

 

A partir de La confesión: en el engranaje del proceso de Praga, el libro que su autor se propone presentar en su país sobre el final de la película, Costa Gavras construye un temprano y contundente film de denuncia sobre las relaciones políticas dentro del bloque soviético en el período de posguerra y, más en particular, sobre las formas sofisticadas y terribles que asumió la represión contra ciertos dirigentes comunistas puestos bajo la mira del régimen de Moscú al calor del complejo entramado de tensiones que atraviesa el mundo socialista europeo a la salida de la segunda guerra mundial y en el marco de la consolidación de la “guerra fría”.

 

Puede resultar sorprendente el calificativo de temprano para un film realizado dieciocho años después de los hechos que narra, no lo es al interior de la lógica del propio relato ni a la luz de la historia de la izquierda comunista europea y del desarrollo de una conciencia crítica sobre el régimen soviético y sus consecuencias sobre la causa comunista internacional. En este sentido, la película de Gavras, elaborada desde una perspectiva distinta, cobra sin embargo un valor comparable al de la novela de Arthur Koestler sobre los procesos de Moscú “Darkness at noon”, conocida en español como El cero y el infinito y publicada originalmente en 1940. 

 

Enmarcado en los complejos años de una posguerra que no terminaba de definir un tablero político preciso, sobre todo en el interior del bloque socialista, el film de Gavras se atiene a la reconstrucción del testimonio de su protagonista sobre su caída en desgracia ante las autoridades máximas del partido y asume la forma de un thriller político que encadena la persecución y el hostigamiento difuso sobre el protagonista al principio de la obra, los temores del funcionario que busca apoyo entre sus colegas infructuosamente y, sobre todo, la maquinaria terrorífica de la represión que busca arrancarle una confesión sobre una conspiración urdida o imaginada en las altas esferas y que incluye a las figuras máximas de la dirigencia comunista checoslovaca.

 

LA JUSTICIA DE SU PARTIDO CAE SOBRE GERARD

LA JUSTICIA DE SU PARTIDO CAE SOBRE GERARD

 

Sobre la segunda parte de la obra, Gavras alude a la situación de exilio de London, instancia en la que decide narrar su experiencia como protagonista y víctima de una historia que, a diferencia de muchos de sus amigos y camaradas, puede y decide finalmente contar como contribución a una causa política que, pese a todo, no ha abandonado. El epílogo del film, entre la mirada azorada de London de vuelta en su querida Praga y las fotos que Chris Marker, el gran documentalista francés, tomó de la ocupación militar soviética a la ciudad en 1968, trasciende el testimonio del protagonista y define una cierta parábola de la experiencia comunista en Europa del este durante el cuarto de siglo que siguió a la finalización de la segunda guerra mundial.

 

Trataremos en lo que sigue de recuperar tres líneas del relato que enhebra el film en procura de conectarlas con ciertas dimensiones de la experiencia histórica del comunismo y la conciencia de sus protagonistas, que se revelan y se ponen a prueba en el tiempo histórico que revisa La confesión: la experiencia de la militancia, la obediencia a la dirección del partido y la emergencia de una conciencia crítica sobre el régimen soviético.

 

Siguiendo ciertos trazos de su testimonio, La confesión puede leerse en parte como una historia de la militancia comunista europea, visible en la vida de London y de los compañeros de lucha, resistencia y activismo político que evoca en el curso de la narración. A lo largo de los suplicios con los que los represores preparan el proceso y las confesiones de los acusados, London es obligado a revisar una larga trayectoria de lucha y compromiso con el socialismo y la revolución, que comienza en su temprana juventud con la organización de un atentado fallido a la prefectura de Praga cuando contaba tan solo quince años. En el marco del interrogatorio y de las lógicas tortuosas que lo enhebran, los represores lo acusarán más tarde de anarquista por este episodio. La revisión de este suceso casi anecdótico de su biografía será el principio de toda una historia personal puesta bajo sospecha. Así, la participación de London como brigadista internacional en la guerra civil española se considera, quince años después, el origen de sus primeros contactos con los grupos trotskistas y con algunos de sus dirigentes, principales enemigos de la línea oficial del Partido; y su posterior experiencia como detenido político y activista de la resistencia contra los nazis, el germen de sus vínculos con diferentes agentes internacionales, húngaros, yugoslavos, polacos, detectados posteriormente como conspiradores, espías y colaboradores de la burguesía mundial.

 

APRESADO Y TORTURADO

APRESADO Y TORTURADO

 

De pronto, como si se tratara de un movimiento de puertas batientes, una vida entera dedicada a la causa revolucionaria comunista se convierte, a la sombra de una conspiración fabricada por los acusadores, en la trayectoria de un traidor a la revolución que, a sabiendas o no, se ha ido vinculando con los enemigos del partido y colaborando con ellos en el derrocamiento de la revolución internacional. La experiencia de London y la de muchos de sus más cercanos y queridos compañeros de vida y de lucha se expone públicamente del revés: ni militante heroico, ni glorioso resistente, ni comprometido constructor del socialismo: la plana mayor del gobierno checoslovaco aliado de Moscú a la salida de la segunda guerra mundial es sometida en 1952 a un proceso por traición a la revolución que sentenciará a sus integrantes a la ejecución o la prisión perpetua a manos del régimen comunista que ayudaron a edificar y sostener a lo largo de sus vidas.

 

Sin entrar en consideraciones profundas en torno de las dimensiones psicológicas de la experiencia personal de London, es preciso indagar en su perspectiva para comprender, aunque sea en parte, una cierta lógica en los hechos que se narran en la obra y que lo tienen como víctima central aunque no exclusiva. En este sentido es muy importante la honestidad que el protagonista y autor sostiene con su punto de vista, su manera de pensar lo que le pasó y el decurso de una conciencia personal que, aun en manos de los verdugos del régimen, se resiste a renegar definitivamente de su fe en la causa del partido. Veamos…

 

GERARD / LONDON, FRENTE AL ABISMO DE SU PROPIA FE

GERARD / LONDON, FRENTE AL ABISMO DE SU PROPIA FE

 

Artur London, viceministro de Asuntos Exteriores del gobierno comunista checoslovaco, es apresado clandestinamente y confinado a reclusión ilegal por agentes secretos del partido en plena Praga y a la luz de un hermoso día soleado en el que los niños corren y juegan en las plazas de la ciudad. Poco a poco, en el marco de un violento cautiverio en el que se lo somete a diversas formas de tortura física y psicológica, irá comprendiendo que se lo acusa de participar, junto con gran parte de sus colegas de gobierno, de una conspiración contra el partido, como producto de una desviación “cosmopolita” generada en contacto con agentes trotskistas y “titoístas” aliados de la burguesía mundial. London sabe que la acusación que pesa sobre él y sus camaradas es completamente falsa y que la versión que se le presenta para su firma es descabellada y febril, pero pasa buena parte de la preparación del juicio convencido de que lo que le toca vivir es un tremendo malentendido que tarde o temprano va a esclarecerse. Discute con sus interrogadores, reclama la presencia de “responsables” y cree que los agentes que lo someten son usurpadores, intrusos y no verdaderos brazos ejecutores de una política que lleva más de veinte años organizando los asuntos del poder en la Unión Soviética y, ahora, en sus estados satélites. Una parte de su convicción en la causa comunista, la fe en la sabiduría suprema de su líder, la disciplina en torno de la verdad histórica que sólo el partido encarna, sobrevive a sus torturas y a su condena, incluso más allá de los métodos atroces que se le aplican a él y a sus compañeros. La aceptación de las condenas por parte de todos los acusados y las renuncias a apelarlas confirman este hecho.  

 

La sombra de una escena pretérita, la de los procesos de Moscú, se cierne sobre la trama histórica del film y da cuenta de la reproducción, fuera de la capital del mundo socialista, de las lógicas del terror que se desplegaron de manera implacable en la década del treinta contra muchos de los hacedores de la revolución de 1917. Así como muchos comunistas convencidos creyeron en la verdad del partido en los años más feroces de persecución, represión y exterminio de supuestos opositores, la conciencia de Artur London no termina de despertar, ni siquiera bajo coacción física, a una verdad diferente sobre la naturaleza del régimen que lo tortura para hacerlo mentir y para legitimar esa mentira ante la Historia. La propia mujer de London escribirá una carta al nuevo secretario del partido reconociendo las culpas de su esposo y las razones del partido para juzgarlo y condenarlo. No hay verdad personal ni histórica en todo el proceso, no hay, siquiera entre esposos, confianza profunda en toda una trayectoria de vida compartida y puesta al servicio de ciertos ideales aun en las condiciones más adversas y peligrosas. Hay, sí, la necesidad de sostener una fe general contra toda evidencia particular. ¿Qué otra racionalidad que la del poder se expone y se confirma en esta lógica sostenida desde arriba y confirmada en parte por sus propias víctimas? El mismo London recuerda en el marco del proceso cómo antiguos y fraternales compañeros comunistas habían caído antes que él en procesos semejantes o, directamente, habían desaparecido ante el silencio cómplice de camaradas que, como él mismo, justificaban las partes por el todo.

 

EL INTERROGATORIO, LA NECESIDAD DE ACEPTACIÓN DE SUS FALTAS

EL INTERROGATORIO, LA NECESIDAD DE ACEPTACIÓN DE SUS FALTAS

 

Lo cierto es que a la salida de un proceso en el que toda su vida política se ha resignificado y convertido públicamente en la trayectoria de un traidor, Artur London, herido y golpeado en su fe, sostendrá de todos modos su compromiso político con el Partido Comunista en la creencia de que lo que le sucedió fue una desviación –curiosamente, lo mismo de lo que se le acusa a él-, un error en el camino de la verdad de su causa. El film de Gavras señala que su conciencia necesitará de un nuevo golpe para asumir, ahora sí, una perspectiva sustancialmente diferente sobre su propia historia y la del régimen al que ha servido.

 

El tercio final de la obra presenta, a través de la aparición de Artur London en Francia nueve años después de su liberación, un punto de ruptura en la narración y una posibilidad de pensar el film todo un poco más allá del punto de vista de su protagonista. Algo de esto se evidencia claramente en las discusiones que el propio London sostiene con un compañero nombrado como Jean –con toda seguridad, un alter ego de Jorge Semprún, quien escribió el guión del film- sobre su persistencia en no abjurar del partido y sobre la necesidad de posponer una denuncia pública completa de su historia que pueda ser utilizada por los enemigos mundiales del comunismo. No es tiempo ni lugar, afirma London, de denunciar al partido, la vuelta a su país será la ocasión de contrastar su lealtad con la marcha de la Historia. Confiado en que ha llegado por fin el momento de democratización y refundación del socialismo checoslovaco, auspiciado por la sociedad de escritores de su país, London va a Praga a presentar por fin su libro y purificarlo en las aguas de un momento histórico que avala su lealtad a la causa del comunismo. El contrapunto entre las imágenes de los tanques soviéticos y la mirada de asombro de London ante la nueva repetición de un drama demasiado conocido sella el punto de vista del film: se ha establecido el doloroso despertar de una conciencia crítica.  

 

Si la muerte de Stalin había abierto expectativas importantes en torno de la posibilidad de una apertura tanto en la estructura vertical del régimen soviético como en sus relaciones con sus estados subordinados, para muchos comunistas dentro y fuera de la Unión Soviética fueron necesarias varias pruebas históricas de que la mano de hierro del líder no había sido solamente un estilo personal de conducción sino que coronaba, en la cúspide, un sistema político que se había afirmado sobre las lógicas de la delación, la paranoia conspirativa y el despliegue continuo y renovado de una inquisición moderna contra toda disidencia real, sospechada o inventada contra la fe en la verdad del partido. Esa misma causa en nombre de la que London y sus colegas justifican la intromisión de los asesores enviados por Moscú en el gobierno de Praga en 1951 y que será el vehículo de todas sus desgracias… esa misma causa que, casi veinte años después, y ya sin necesidad de ocultarse bajo falsas confesiones públicas, sustituirá a los asesores por tanques.  

 

CONTRAPLANO DE LOS TANQUES SOBRE PRAGA, ÚLTIMA VISIÓN DE LA REVOLUCIÓN

CONTRAPLANO DE LOS TANQUES SOBRE PRAGA, ÚLTIMA VISIÓN DE LA REVOLUCIÓN

 

En 1970, La confesión era entonces un testimonio histórico temprano para una parte importante de la militancia comunista y para la opinión pública en general. Su verdad, que soporta aún varios niveles de sentidos, no era la de Solzhenitsyn ni la de Koestler, -por más que se le pareciera a ambas-, no provenía de alguien a quien pudiera señalarse como liberal o como renegado, e implicaba una nueva revisión sobre el derrotero de la historia de la Europa soviética durante las dos décadas largas de la posguerra: bajo esta nueva luz aquello que los propios comunistas de Europa del este habían juzgado como una parte muy accidentada del camino hacia el socialismo debía comprenderse como la consolidación de un régimen imperial y reaccionario, ese viejo enemigo de la revolución mundial que ya no es posible ocultar bajo nuevas máscaras.                    

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