FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Sobre el director y su obra

 

Veintitrés filmes dirigidos en más de medio siglo de carrera cinematográfica apoyan la trayectoria de Costa-Gavras, a esta altura un cineasta singular que ha sabido sostener un perfil propio mucho más allá de los sucesivos cambios de época y las modas culturales y políticas que ha atravesado la historia de las últimas cinco décadas. Constantin “Costa” Gavras nació en Loutra-Iraias, Grecia, en 1933 y emigró en su juventud a Francia donde comenzó a dirigir cine en 1958 con el cortometraje Les rates. Su primer largo, Crimen en el coche cama (Compartiment tueurs) data de 1965, pero su primera película importante, con amplísima repercusión entre el público y la crítica sería Z (1969), un notable thriller político –primera colaboración con Jorge Semprún-  en el que se narra la investigación a cargo de un joven magistrado de un crimen contra un político disidente ejecutado por agentes paramilitares de una dictadura abiertamente represiva. Aunque sin menciones explícitas, el film recuperaba el caso de un político griego asesinado en 1963 por la dictadura que gobernaba el país. Gavras ganó una considerable reputación con este film, el anterior a La confesión, y enhebraría a lo largo de su obra una serie de películas importantes para la tradición de un cine personal que no perdió su contenido contra las formas políticas y económicas imperantes en el mundo capitalista.

 

GAVRAS EN TIEMPOS DE LA CONFESIÓN

GAVRAS EN TIEMPOS DE LA CONFESIÓN

 

Algunas de sus películas más célebres son: Estado de sitio (État de siege, Francia, 1972), situado en Uruguay, el film explora la colaboración internacional en la represión de las guerrillas sudamericanas; Sección especial (Section spéciale, Francia 1975), sobre la represión en la Francia ocupada por los nazis;  Desaparecido (Missing, Estados Unidos, 1981), basada en el caso de la desaparición de un periodista estadounidense bajo la dictadura de Pinochet en Chile; Hanna K. (1983), que narra la defensa que un abogado israelí ejerce de un joven palestino sometido a una corte militar en los territorios ocupados por el estado de Israel y; más recientemente, Amén (2002), fuerte denuncia contra la actuación del Vaticano durante la segunda guerra mundial y su complicidad con el régimen nazi y el genocidio judío. La corporación (Le couperet, Francia, 2005), una lúcida e implacable reflexión sobre la competencia individual en los niveles gerenciales bajo las lógicas del capitalismo reciente y El Capital (Le capital, 2012), en el que el director extiende su mirada crítica en torno de la estructura económica del mundo de la libre empresa y la sujeción de los hombres a sus reglas implacables.

 

Aunque el foco de su mirada se ha corrido en los últimos años hacia ciertas dimensiones de las prácticas económicas, es evidente que la obra cinematográfica de Costa Gavras se ha desarrollado sobre la constante de iluminar de manera crítica ciertas estructuras y lógicas de funcionamiento del poder en el mundo contemporáneo. Algunos de sus primeros filmes conservan aún una potencia inusual que los torna relevantes fuentes de época sobre los hechos que narra y sobre una cierta forma singular de abordarlos: entre la paciente y rigurosa reconstrucción de ciertos hechos históricos y la firme voluntad de exponerlos a una conciencia pública que los soslaya o los justifica bajo diversos regímenes de verdad y de poder. A esa etapa inicial pertenece La confesión, un film sumamente incómodo para la época que sitúa, en las experiencias de London y, tácitamente, de Semprún, el despertar de una nueva fase de la crítica del comunismo soviético formulada por sus propios militantes. Como señala y expone Chris Marker en La tumba de Alejandro (Le tombeau d’Alexandre, Francia 1993), el valor histórico de La confesión se volvería a actualizar tras la caída de la Unión Soviética y sería un triste espejo puesto frente a la mirada de los viejos militantes de una causa revolucionaria transfigurada por la Historia.             

 

Marcelo Scotti

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