FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Discurso de Isaak E. Babel en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, agosto de 1934

IV. La experiencia soviética de la guerra civil a la Segunda Guerra Mundial


“Camaradas: creo que los artículos de Gorki sobre el lenguaje no se pueden interpretar de forma restrictiva. Tienen un sentido y una importancia que llegan muy lejos. No solo es importante lo que dicen –por ejemplo– sobre algún error de un autor, su negligencia o su ignorancia, pues quizás en eso sea más culpable el corrector que el autor. Son artículos sobre la responsabilidad e importancia revolucionaria de las palabras en nuestros días, particularmente en nuestro país.

Nunca se dio en la historia de la Humanidad una época en la que la clase dirigente (en nuestro país la clase obrera y su partido) arrastrara a millones y decenas de millones de trabajadores sólidamente unidos por un solo pensamiento, por una sola idea y aspiración. Desde este punto de vista, nuestro congreso resulta extraordinariamente importante y yo diría que impresionante. Ha habido congresos de ingenieros, de profesores, de químicos, de constructores, pero esta reunión de personas, que por su misma profesión y por su tecnología, están divididos por la variedad de sus formas de dividir el mundo, sus gustos y métodos de trabajo, cae fuera de lo común.

Y nunca en la historia de la Humanidad, toda esta gente que conoce lo que es la “resistencia material”, la resistencia de la palabra, ha sentido la fuerza de unión que sentimos nosotros y los trabajadores de nuestro país. Estamos unidos por esa comunidad de ideas, pensamientos y lucha, porque, camaradas, la lucha que ha cambiado de aspecto en nuestro país, se extiende por todo el mundo con una fuerza nunca vista. Para esa lucha se necesitan pocas palabras, pero estas deben ser buenas, pues las palabras artificiosas, vulgares u oficializadas es muy posible que hagan juego a las fuerzas que nos son hostiles. En nuestros días, la vulgaridad ya no es solo una mala cualidad de carácter, es un crimen. Más aún, la vulgaridad es contrarrevolución. La vulgaridad es, en mi opinión, uno de los más importantes enemigos.

Hace unos días fui testigo del caso siguiente: un mecánico vecino mío propinó una paliza a su mujer. Acudió la gente. Alguien dijo: “es un hombre ruin, ha pegado a su mujer”. Otro: “Es un epiléptico”. Llegó un tercero y opinó: “¡Qué epiléptico ni qué ocho cuartos, es un contrarrevolucionario!”.

Camaradas, al oír esas palabras experimenté una sensación de enternecimiento. Si en la amplia masa, si en el cuerpo de nuestro pueblo, ha penetrado tan alto concepto espiritual de la revolución es que, en efecto, su triunfo es definitivo. Las palabras no están al día para expresar esos sentimientos. Nuestra tarea es dignificar tales palabras. Fijaos en la transformación de nuestros periódicos. Eran algo aburridos, apagados, no reflejaban la variedad de la vida. Mas he aquí que con una rapidez maravillosa, solo posible en nuestro país, se ha producido un cambio en ellos. Les ha tocado el turno a los periódicos, un gozoso turno, siempre que no lo consideremos, naturalmente, desde el punto de vista de la industria del papel. (Risas y aplausos)

Ahora se está produciendo una especie de llamada masiva a los literatos por parte de los periódicos (hablo principalmente del diario, del folleto, porque son tiradas de muchos millones), y hay que responder a esa llamada.

Se están quitando los primeros andamios del edificio del socialismo. El más miope puede ver el perfil de ese edificio, su belleza. Todos somos testigos de cómo el simple sentimiento de la alegría física envuelve a nuestro país.

Pero, a veces, quienes expresan esa alegría, cojean un poco. A veces, sale de pronto un hombre –en esencia, una personalidad profundamente melancólica– que insiste en su alegría, que empieza a machacar y a importunar; a esa clase de alegres da asco mirarlos.

Esa persona se vuelve aún más terrible cuando siente la necesidad de hacer una declaración de amor. (Risas) En nuestro país se habla de amor con una voz insoportablemente fuerte. Camaradas, si yo estuviera en el lugar de las mujeres, me entraría pánico: de continuar así les van a romper los tímpanos. De continuar así, pronto declararán su amor con megáfonos, como los árbitros en un partido de fútbol. Y la cosa ha llegado a tal punto, que los objetos de este amor han empezado a protestar, como Gorki hizo ayer.

Lo más serio de todo eso es que nosotros, los literatos, tenemos la obligación de cooperar a la victoria de un gusto nuevo, de un gusto bolchevique, en el país. Y será una no pequeña victoria política, ya que, por suerte nuestra, no hay victorias aquí que no sean políticas. Será también la confirmación del estilo de nuestra época... Este no radica en charlatanerías, ni en declaraciones, ni en la extraordinaria facultad de hablar largamente cuando las ideas son cortas, además, a los especialistas en largos discursos solo se les puede convencer para que hablen menos cuando en ellos las ideas brillan totalmente por su ausencia.

El estilo de la época bolchevique está en el valor, en la discreción, y aparece lleno de fuego, pasión, fuerza y alegría.

He hablado del respeto al lector y del lector mismo. Ocurre un verdadero desastre. Para decirlo con las palabras de Zóschenko, son como una auténtica trompeta. (Risas) Nuestros camaradas extranjeros se quejan de ellos. Pero camaradas, en nuestro país los lectores avanzan en cerradas filas, son una verdadera carga de caballería sobre nosotros, se nos ciernen en zumbante vuelo sobre la cabeza y tienden una mano en la que no podemos poner una piedra. En ella hay que depositar el pan del arte. Nos lo exigen, a veces con unción, a veces con franca sencillez. Naturalmente, hay que prevenirlos para evitar posibles errores: procuraremos darles ese pan, pero por lo que respecta a las formas del mismo, no estaría mal despertar su admiración con las sorpresas del arte, no sea que nos digan: “Muy bien, se parece al original”.

Sin ideas elevadas y sin filosofía no hay literatura. ¡Basta de sombras sobre el cristal! Eso es lo que el lector espera de nosotros.

He empezado a hablar del respeto al lector. Es muy probable que yo sufra de una hipertrofia de este sentimiento. Experimento por él tan ilimitado respeto, que enmudezco y me callo. (Risas)

Si uno imagina un auditorio de lectores compuesto por quinientos secretarios de Comité Ejecutivo Regional –que conocen diez veces más que nosotros, los escritores, tanto la apicultura, como la agricultura, como la construcción de gigantes metalúrgicos–, presiento que ya no es posible salir del paso con conversaciones, charlas o tonterías de estudiante. En ese caso la conversación debe ser seria y ceñida al tema.

Si se habla de callar, imposible será dejar de reconocer que soy un gran maestro en ese género. (Risas)

Cabe confesar francamente que en cualquier país que se respete yo habría muerto de hambre tiempo ha, y a ningún editor le habría importado que fuera, como dice Ehrenburg, una “coneja” o una “elefanta”. El editor me habría promovido a liebre y como tal me habría obligado a saltar; de no hacerlo, me habría enviado a vender artículos de mercería. Mas he aquí que en nuestro país, se interesan por saber si uno es “coneja” o “elefanta” y por conocer qué lleva en su seno, aunque no por ello presionan demasiado estas entrañas –un poquitín sí, pero no mucho (Risas, aplausos) —ni tampoco investigan demasiado cómo va ser el niño , si castaño o moreno, ni qué nos va a decir, etc. A mí, camaradas, eso no me alegra aunque quizá sea un exponente vivo de cómo en nuestro país se respetan los métodos de trabajo por anormales y lentos que sean.

Repitiendo a Gorki, desearía decir que en nuestra bandera deberían inscribirse las palabras de Sóbolev acerca de que el partido y el gobierno nos lo han dado todo sin quitarnos más que un privilegio: el de escribir mal.

Camaradas, no disimulemos. Era privilegio muy importante y no es poco lo que nos han quitado. (Risas). Era un privilegio del que hacíamos amplio uso.

Así, pues, camaradas, en este congreso de escritores renunciaremos al privilegio y que Dios nos ayude. Por lo demás, no hay Dios, nos ayudaremos nosotros mismos.

(Aplausos)”.

Tomado de forocomunista



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