FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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II. La gran depresión y la crisis del liberalismo

Los ciclos económicos y la Gran Depresión

 

La primera mitad de los años veinte estuvieron signados por fuertes fluctuaciones económicas y en los niveles de conflictividad social. Desde el fin de la guerra hasta 1920, la existencia de una demanda contenida, el ingreso de los préstamos norteamericanos y un gasto público sostenido dieron lugar a la plena ocupación, acompañada por intensos conflictos sociales: tanto en los países vencidos –los casos de Alemania y Hungría–, como entre los vencedores Francia, Italia y Gran Bretaña y también en Estados Unidos, cuyo territorio no fue campo de batalla. Este breve ciclo de expansión desembocó en la hiperinflación, resultado de la intensa puja redistributiva, de las severas limitaciones de los nuevos países europeos para equilibrar producción y demanda y del peso de las deudas de guerra, especialmente en el caso de Alemania. La ocupación del Ruhr fue acompañada por la hiperinflación que arrasó con los ahorros de la clase media, llevó a la quiebra de los propietarios más débiles y disparó la desocupación. Los gobiernos optaron por la recesión, con la limitación del gasto público y la adhesión al patrón oro. Estaban interesados en volver al valor de las monedas previo a la guerra y en evitar sus fuertes fluctuaciones. Los grandes industriales ansiaban recuperar su poder mediante la revisión de las concesiones arrancadas por las organizaciones obreras en la inmediata posguerra, y el desempleo creaba las condiciones para que fuera posible. Los reajustes favorecieron a los capitales más concentrados. El estancamiento acabó con el pleno empleo, cayó la tasa de afiliación sindical y el alto nivel de conflictividad social de la inmediata posguerra descendió a partir de 1922.

Después de estas fuertes oscilaciones, en la segunda mitad de la década la economía se mantuvo estabilizada. Los acuerdos en torno a la refinanciación de la deuda alemana y el clima de paz contribuyeron a este cambio. La recuperación a partir de 1924 fue tan evidente que se acuñaron nombres específicos para designar el período, los “dorados veinte” en Alemania, los “años felices” en Estados Unidos, y los “años locos” en Francia. El capital y los mercados estadounidenses tuvieron un papel central en el impulso al crecimiento económico de Europa y América Latina.

En el ámbito rural, en cambio, toda la década fue poco propicia para los agricultores. Después de la guerra, la caída de los precios de los alimentos y materias primas asociada al incremento de los bienes industriales colocó al campesinado en una situación precaria. fuente La excepcional demanda durante el conflicto había conducido a la apertura de nuevas fuentes de aprovisionamiento y a incrementos en la productividad; con la paz, las dificultades para ubicar los excedentes alentaron la movilización política de los productores rurales. Esta no siguió una orientación predeterminada: en algunos países de Europa central se afianzaron los partidos agrarios; el campesinado familiar de Italia y Alemania adhirió al fascismo, en Escandinavia se asoció con la socialdemocracia. La presencia de estos diferentes alineamientos se vincula tanto con los contrastes entre las distintas tramas de relaciones agrarias, como con los lazos forjados por los partidos políticos con los actores del ámbito rural en cada escenario nacional.

El crack en la bolsa de valores de Estados Unidos en octubre de 1929 cerró un ciclo y dio paso a un período en que la economía capitalista pareció derrumbarse. Después de más de un año de espectaculares incrementos de los precios de las acciones, estos cayeron abruptamente, en gran medida como resultado de la especulación, pero en última instancia como expresión de las contradicciones del sistema capitalista. Durante los años veinte, el incremento en la productividad no fue acompañado por la creación de un sólido mercado de masas basado en aumentos salariales. La demanda fue alentada mediante la expansión del crédito. La buena marcha de las empresas y el crecimiento de la cadena crediticia en los años locos condujeron a la especulación inmobiliaria y la sobreinversión en el mercado bursátil. No bien la burbuja financiera explotó con las ventas masivas de los títulos de bolsa, el pánico desembocó en la quiebra en cadena de bancos y la desvalorización de las monedas. A partir del crack bursátil, cayeron los precios de las mercancías, mucho más rápida y profundamente las agrícolas que las industriales.

 

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ELCRACK DE WALL STREET

 

 

 

 

 

 





Los gobiernos de los países industrializados –el republicano Herbert Hoover en Estados Unidos, el laborista Ramsay Mac Donald en Gran Bretaña, el conservador Heinrich Brüning en Alemania, el radical Édouard Herriot en Francia– se mantuvieron fieles a la ortodoxia económica: redujeron el gasto público y dejaron que el desempleo aumentase. Decidieron que no había que intervenir, ya que una vez que los salarios hubieran descendido lo suficiente los capitalistas invertirían, y una vez que los precios cayeran lo necesario los consumidores comprarían. Desde la perspectiva de Keynes, los liquidacionistas eran "insensatos y locos de atar. Los países no podían quedar a merced de las fuerzas mundiales que pretenden establecer una especie de equilibrio uniforme según los principios ideales del laissez faire".

Desde el Vaticano, el papa Pío XI volvió a precisar la posición de la Iglesia católica frente a las cuestiones sociales, políticas e ideológicas asociadas con el avance del capitalismo. En la encíclica Quadragesimo Anno, de 1931, recordó el diagnóstico planteado cuarenta años atrás por León XIII en Rerum Novarum y su convocatoria a la conciliación entre las clases sociales: "Ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital”. Pero básicamente dedicó especial atención a los cambios  experimentados desde entonces por el capitalismo y a las distintas opciones socialistas a partir de la revolución bolchevique. fuente

La globalización que avanzaba desde fines del siglo XIX se frenó: cayeron los flujos migratorios, los intercambios comerciales y el movimiento internacional de capitales. Sin embargo, la deflación no fue seguida de la reactivación anunciada por los economistas ortodoxos. La disminución del PIB entre 1928 y 1935 fue del 25 al 30 por ciento en Estados Unidos, Canadá, Alemania y varios países latinoamericanos y del 15 al 25 por ciento en Francia, Austria y gran parte de Europa central y oriental. El desempleo afectó a más de la cuarta parte de los trabajadores en casi todas partes.

A pesar de los esfuerzos de los gobiernos, el patrón oro se derrumbó. El retiro de los dólares de Europa y el pánico financiero y monetario que afectó a las principales monedas lo hicieron inviable. En mayo de 1931 quebró el Creditanstalt, el mayor banco de Austria, fundado en 1885 por los Rothschild. Esta crisis se propagó a Hungría y un mes después llegó a Alemania. Los ahorristas retiraron sus depósitos para cambiarlos por oro o una moneda confiable. El gobierno alemán cerró los bancos y suspendió la convertibilidad del marco en oro y divisas. Después le tocó el turno a la libra, que por primera vez en tiempos de paz fue devaluada por el gobierno. A principios de 1932, Gran Bretaña impuso aranceles proteccionistas y acordó preferencias comerciales con los integrantes del imperio y algunos pocos países. Estas medidas fueron seguidas por otros Estados: los escandinavos, los bálticos, gran parte de América Latina y Japón. A finales de 1932 el comercio mundial se había reducido a un tercio del nivel alcanzado en 1929.

Estados Unidos se desvinculó del oro en abril de 1933, después que asumiera la presidencia el candidato demócrata Franklin Roosevelt. En febrero de 1934, el gobierno fijó la relación de 35 dólares por onza de oro, lo que significó una desvalorización del 75 por ciento respecto de su valor histórico. Según Roosevelt, "la situación económica interna de un país es un factor más importante en su bienestar que la cotización de su moneda". Francia y sus vecinos del bloque del oro abandonaron el patrón oro en 1936.

Con la Gran Depresión, la económica clásica perdió consistencia y dejó de orientar las decisiones de gran parte de los gobiernos. Este desenlace resultó de la inoperancia de los principios del laissez faire para salir de la recesión y en virtud de la presencia de nuevos actores e intereses forjados al calor de la segunda oleada de industrialización y del impacto de la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, Keynes exponía su teoría con mayor coherencia y difundía sus ideas con ahínco.fuente

El comunismo, según el economista inglés, era "la consecuencia lógica de la teoría clásica". Si lo que ofrecía el capitalismo frente al caos del mercado era dejar que todo fuera peor, no cabía duda de que la solución residía en abolir el capitalismo y crear un nuevo sistema. Para evitar este desenlace, la economía de mercado debía complementarse con las acciones de los gobiernos, que podían y debían intervenir para impedir la recesión. La clave para esto era que gastaran con el fin de estimular la demanda y atraer la inversión de los capitalistas. El gasto deficitario dejaba de ser el rasgo distintivo de los malos gobiernos para convertirse en el medio adecuado para controlar las oscilaciones del ciclo económico. Sin embargo, las medidas de aquellos gobiernos que abandonaron la receta ortodoxa –por ejemplo el del presidente Roosevelt en Estados Unidos– no fueron el resultado de su adhesión a la doctrina keynesiana: esta tuvo escasa incidencia en los nuevos rumbos políticos. Su primacía como doctrina económica y como referente de las políticas gubernamentales recién se concretó después de la Segunda Guerra Mundial.

 

 

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