FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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II. La gran depresión y la crisis del liberalismo

La democracia social

 

En Suecia, Noruega y Dinamarca, regidas por monarquías constitucionales que habían mantenido la neutralidad durante la guerra, la socialdemocracia no solo llegó al gobierno sino que mantuvo su predominio durante un largo período. En Suecia formaron su primer gobierno en 1920, y desde 1932 retuvieron el poder durante más de cuarenta años; en Dinamarca gobernaron ininterrumpidamente entre 1924 y 1942, y en Noruega desde 1935 hasta los años setenta. La fuerza de la socialdemocracia escandinava derivó, pero solo en parte, de su exitosa intervención en los problemas planteados por la Gran Depresión. En la segunda posguerra, en el marco del afianzamiento del Estado de bienestar, se haría evidente la combinación de factores que hicieron del caso escandinavo una experiencia singular y con diferencias claves respecto del Estado social de Estados Unidos.

La instauración de la hegemonía socialdemócrata fue producto, en gran medida, de las alianzas políticas que forjaron con los partidos agrarios. Los pactos firmados en los tres países entre 1933 y 1938 articularon los intereses de los obreros industriales con los del campesinado familiar, y dieron curso a las demandas de los agricultores en torno a la reducción de los tipos de interés y de los impuestos agrarios, la adopción de aranceles proteccionistas y la reestructuración de la deuda. Estos puntos recogieron las demandas de los campesinos medios, pero no incluyeron las del proletariado rural, y al mismo tiempo elevaron el precio de los alimentos. Los partidos agrarios, como contrapartida, levantaron su oposición a la expansión de la obra pública, una resistencia basada en el hecho de que reducía el número de asalariados rurales y aumentaba su costo. También aceptaron la ampliación de los servicios sociales a cargo del Estado, entre ellos el incremento del subsidio al paro.

El movimiento obrero que aceptó el incremento de los precios de los bienes de consumo y se avino a sostener la paz social contó con el compromiso de la socialdemocracia de evitar el desempleo y garantizar la satisfacción de las necesidades básicas. Las alianzas se apoyaron en el interés común de agricultores y obreros en las políticas de activación económica encaradas desde el Estado. Estas variaron de un país a otro de acuerdo con las diferentes circunstancias nacionales. Los comunistas suecos se opusieron al pacto de 1933 porque lo consideraban un fraude contra los consumidores y los labradores a pequeña escala.

A través de una coalición que satisfacía los intereses de los campesinos, los socialdemócratas crearon una base de poder estable, pero también se comprometieron con la consolidación del movimiento sindical. El contexto político y legal favoreció la centralización de las organizaciones sindicales que se incorporaron a los acuerdos corporativos, y dejó escaso margen al crecimiento de asociaciones que impugnaran esta vía. En estas sociedades, los movimientos sindicales socialistas se organizaron de una manera más monolítica y globalizadora que en los países liberales. Esta trama de relaciones sociales e institucionales le brindó a la socialdemocracia un terreno propicio para romper con los presupuestos del liberalismo y quebrar la primacía del mercado a través de la acción política.

En Suecia las negociaciones entre la Confederación Sueca de Empresas y la Confederación de Sindicatos culminó en 1938 con la firma de los Acuerdos de Saltsjöbaden. Este pacto es de vital importancia para comprender la historia social y económica de Suecia durante los dos últimos tercios del siglo XX. Fue un acuerdo explícito por el que cada una de las dos partes enfrentadas asumió definidas posiciones. El trabajo se comprometió a aceptar el capitalismo como sistema económico y, no sólo eso, sino a colaborar en lograr la maximización de su eficiencia, a cambio de un reparto más equitativo de sus frutos. Esto incluyó la promesa de no cuestionar la propiedad privada de los medios de producción, la institución del trabajo asalariado o la potestad del capital para decidir sobre la producción y la distribución de bienes y servicios.

El capital aceptó compartir más generosamente el producto de la acumulación pero sin renunciar a la apropiación de la plusvalía como base fundamental de su función económica y social. El principio básico de la alianza es: a mayor crecimiento económico, más riqueza para repartir. Fomentar el buen funcionamiento del capitalismo permitirá una mayor producción que, al distribuirse, aumentará los ingresos del capital, pero también del trabajo.

En contraste con la experiencia escandinava, en los países liberales la debilidad de los partidos obreros y la frágil cohesión de los movimientos sindicales se potenciaron entre sí para impedirles avanzar en la formulación de políticas que cuestionaran el predominio del mercado. Los socialistas buscaron ser confiables y acabaron aplicando los programas liberales.

 

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