FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La Tercera Internacional y el frente antifascista

V. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto


Fragmentos de la exposición de Georgi Dimitrov en el VII Congreso de la Tercera Internacional, 1935.

“¡Camaradas! Millones de obreros y trabajadores de los países capitalistas se preguntan: ¿Cómo puede impedirse que el fascismo llegue al poder y cómo derrocarlo, allí donde ya ha triunfado? La Internacional Comunista contesta: ‘lo primero que hay que hacer es crear el frente único, establecer la unidad de los obreros en cada empresa, en cada barrio, en cada región, en cada país, en el mundo entero. La unidad de acción del proletariado en el plano nacional e internacional: he aquí el arma poderosa que capacita a la clase obrera no solo para una defensa, sino también para una contraofensiva victoriosa contra el fascismo, contra el enemigo de clase".

Significado del frente único

¿No es evidente que las acciones conjuntas de los afiliados a los partidos y organizaciones de las dos Internacionales –la Internacional Comunista y la Segunda Internacional– permitirían a las masas rechazar el empuje fascista y elevarían el peso político de la clase obrera?

Pero las acciones conjuntas de los partidos de ambas Internacionales contra el fascismo no se limitarían a ejercer una influencia sobre sus afiliados actuales, sobre los comunistas y los socialdemócratas, ejercerían también una influencia poderosa en las filas de los obreros católicos, anarquistas y no organizados, incluso sobre aquellos que momentáneamente son víctimas de la demagogia fascista.

Más aún, el potente frente único del proletariado ejercería una enorme influencia sobre todas las demás capas del pueblo trabajador, sobre los campesinos, sobre la pequeña burguesía urbana, sobre los intelectuales. El frente único infundiría a los sectores vacilantes fe en la fuerza de la clase obrera.

Pero tampoco esto es todo. El proletariado de los países imperialistas tiene sus aliados potenciales no solo en los trabajadores del propio país, sino también en las naciones oprimidas de las colonias y semicolonias. El hecho de que el proletariado se halle escindido en un plano nacional e internacional y de que una parte de él apoye la política de colaboración con la burguesía y, sobre todo, su régimen de opresión en las colonias y semicolonias, aparta a los pueblos oprimidos de las colonias y semicolonias de la clase obrera y debilita el frente antiimperialista mundial. Cada paso que dé el proletariado de las metrópolis imperialistas por la senda de la unidad de acción, encaminado a apoyar la lucha de liberación de los pueblos coloniales, equivale a convertir las colonias y semicolonias en una de las reservas principales del proletariado. […]

La lucha ideológica contra el fascismo

Uno de los aspectos más débiles de la lucha antifascista de nuestros Partidos consiste en que no reaccionan suficientemente, ni a su debido tiempo contra la demagogia del fascismo y siguen tratando despectivamente los problemas de la lucha contra la ideología fascista. Muchos camaradas no creían que una variedad tan reaccionaria de la ideología burguesa, como es la ideología del fascismo, que en su absurdo llega con harta frecuencia hasta el desvarío, fuese en general capaz de conquistar influencia sobre las masas. Esto fue un gran error. La avanzada putrefacción del capitalismo llega hasta la misma médula de su ideología y su cultura, y la situación desesperada de las extensas masas del pueblo predispone a ciertos sectores al contagio con los detritus ideológicos de este proceso de putrefacción.

No debemos menospreciar, en modo alguno, esta fuerza del contagio ideológico del fascismo. Al contrario, debemos librar por nuestra parte una amplia lucha ideológica, basada en una argumentación clara y popular y en un método certero a la hora de abordar lo peculiar en la psicología nacional de las masas del pueblo.

Los fascistas resuelven la historia de cada pueblo, para presentarse como herederos y continuadores de todo lo que hay de elevado y heroico en su pasado, y explotan todo lo que humilla y ofende a los sentimientos nacionales del pueblo, como arma contra los enemigos del fascismo. En Alemania se publican centenares de libros que no persiguen otro fin que el de falsear la historia del pueblo alemán sobre una pauta fascista.

Los flamantes historiadores nacionalsocialistas se esfuerzan en presentar la historia de Alemania, como si, bajo el imperativo de una ‘ley histórica’, un hilo conductor marcara, a los largo de 2000 años, la trayectoria del desarrollo que ha determinado la aparición en la escena de la historia del ‘salvador nacional’, del ‘Mesías’ del pueblo alemán, el célebre cabo de progenie austríaca. Todos los grandes hombres del pueblo alemán en épocas pasadas se presentan en estos libros como fascistas, y todos los grandes movimientos campesinos, como precursores directos del movimiento fascista.

Mussolini se esfuerza obstinadamente en sacar partido de la figura heroica de Garibaldi. Los fascistas franceses tremolan a Juana de Arco como su heroína. Los fascistas norteamericanos apelan a las tradiciones de la guerra de la independencia americana, a las tradiciones de Washington y de Lincoln. Los fascistas búlgaros explotan el movimiento de liberación nacional de la década 1870 del siglo pasado y a los héroes populares, tan queridos, de este movimiento, como Vasil Levski, Stefan Karadsha, etcétera.

Los comunistas, que creen que todo esto no tiene nada que ver con la causa obrera y no hacen nada, ni lo más mínimo, para esclarecer ante las masas trabajadoras el pasado de su propio pueblo con toda fidelidad histórica y el verdadero sentido marxista, marxista-leninista, para entroncar la lucha actual con las tradiciones revolucionarias de su pasado, esos comunistas entregan voluntariamente a los falsificadores fascistas todo lo que hay de valioso en el pasado histórico de la nación, para que engañen a las masas del pueblo.

¡No, camaradas! A nosotros nos afectan todos los problemas importantes, no solo del presente y del futuro, sino también los que forman parte del pasado de nuestro propio pueblo, pues nosotros, los comunistas, no practicamos la política mezquina de los intereses gremiales de los obreros. […]

Nosotros, los comunistas, somos, por principio, enemigos irreconciliables del nacionalismo burgués, en todas sus formas y variedades. Pero no somos partidarios del nihilismo nacional, ni podemos actuar jamás como tales. La misión de educar a los obreros y a los trabajadores en el espíritu del internacionalismo proletario es una de las tareas fundamentales de todos los Partidos Comunistas. Pero el que piense que esto le permite, e incluso, le obliga a escupir en la cara a todos los sentimientos nacionales de las amplias masas trabajadoras, está muy lejos del verdadero bolchevismo y no ha comprendido nada de las enseñanzas de Lenin sobre la cuestión nacional. (Aplausos).[…]

¡Camaradas! El internacionalismo proletario debe “aclimatarse”, por decirlo así, en cada país y echar raíces profundas en el suelo natal. Las formas nacionales que reviste la lucha proletaria de clases, el movimiento obrero en cada país no están en contradicción con el internacionalismo proletario, sino que, al contrario, es precisamente bajo estas formas como se pueden defender también con éxito los intereses internacionales del proletariado.

Georgi Dimitrov,  “Informe ante en VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935”, en Obras Completas, Editorial del PCB, 1954.



Jorge Dimitrov  JORGE DIMITROV (1882-1949)


Dirigente comunista búlgaro, nació en Kovachevtsi, en el seno de una familia obrera. Ingresó en el Partido Social Demócrata en 1902 y después de la Primera Guerra Mundial se sumó al Partido Comunista. Fue detenido reiteradamente por el gobierno búlgaro, y hasta condenado a muerte, pero escapó.

A raíz del fracasado levantamiento revolucionario de 1923 huyó al extranjero, desde donde continuó sus actividades políticas. En 1933 fue detenido en Alemania y acusado de haber incendiado el Reichstag, pero convirtió su proceso en una denuncia del nazismo. Reclamado por el gobierno soviético como ciudadano de la URSS, fue liberado en febrero de 1934 y enviado a este país, donde desempeñó el cargo de secretario general de la Internacional Comunista desde 1935 hasta su disolución en 1943. Presidió su último Congreso en 1935, en el que se aprobó la táctica del Frente Popular.

Con la liberación de Bulgaria por el Ejército Rojo en 1944, retornó a su país natal y fue elegido diputado por el Frente Democrático, que ganó las elecciones por mayoría absoluta. En 1946, los búlgaros aprobaron por referéndum la República, poniendo fin a la monarquía de Simeón II. Al año siguiente el Partido Comunista Búlgaro (BKP) impuso su acabado control sobre el gobierno y propuso la construcción del socialismo con Dimitrov como secretario general del BKP. Después de una larga enfermedad, falleció en un hospital de la URSS en junio de 1949.


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